31 de diciembre de 2008

La verdad de la familia a la luz del modelo de la Sagrada Familia


“Aunque aparezcan leyes o pretensiones de ciertos colectivos ideológicos por dar existencia a ciertas formas extrañas llamadas matrimonio o familia, no serán más que fantasías o entes de razón, que no tienen fundamento en la verdad de la naturaleza plasmada por el Creador”.

1.-La verdad del hombre percibida desde la Navidad
El tiempo de Navidad que actualiza el nacimiento en la carne del Hijo de Dios nos permite ir entrando más de lleno en el misterio del hombre.
Juan Pablo II en su primera encíclica “Redemptor Hominis” recuerda al respecto al Concilio Vaticano II (Gaudium et Spes nº 22) cuando proclama que “el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado…Cristo el nuevo Adán…..manifiesta plenamente al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación”(R H nº 8).
A través del nacimiento de Jesús, Dios hecho hombre ingresa en la historia humana, descubriéndonos la gran verdad de un Dios que comparte en todo nuestra vida menos el pecado, y manifiesta a su vez que el hombre es elevado de su condición humana a la dignidad de hijo adoptivo de Dios.
Por eso en el misterio develado del Dios hecho hombre, descubrimos la identidad de todo hombre que viene a este mundo.
Esta verdad, la de la filiación divina, identifica nuestro ser. De allí que como el obrar sigue al ser, la condición de hijos de Dios nos reclama un estilo de vida acorde con este hecho.
De resultas de esto cuando el ser humano no vive como hijo adoptivo de Dios, percibe en su interior un malestar, un vacío, un cortocircuito que quizás no lo distingue conscientemente, y que se debe a esa desconexión entre el ser y el obrar acorde a nuestra identidad.
Ahora bien este misterio de la Navidad sigue iluminando todas las realidades cercanas al hombre mostrándonos su verdad peculiar originada en el nacimiento de Jesús.
Y así el primero de Enero, por ejemplo, se nos permitirá ahondar en la verdad ínsita en el ser humano de la maternidad, a través de la Fiesta de Santa María Madre de Dios.
En la fiesta de la Sagrada Familia que hoy celebramos, nos invita la Iglesia
-partiendo de la familia de Nazaret constituida por Jesús, María y José-, a descubrir la verdad profunda que está presente en este ámbito esencial de vivir y de relacionarse por parte del ser humano.
La familia de Nazaret, pues, desde el silencio de su manifestación, nos permite descubrir lo que es y debiera ser la familia cristiana.

2.-La verdad sobre los deberes filiales.
La Sagrada Escritura, en el texto proclamado del libro del Eclesiástico (3,3-7.14-17), nos va mostrando lo que constituye la verdad de ser hijo o hija describiendo cuáles son los deberes y las actitudes que los hijos deben tener en relación con sus padres.
El texto sagrado remarca cómo toda acción buena a favor de los padres redunda en un cúmulo de bendiciones para los hijos. Dios no deja en el olvido toda actitud filial que responda al designio divino.
Para ello, la figura de Jesús ilumina cuál es el deber ser de todo buen hijo. Si lo miramos en su niñez o adolescencia vamos descubriendo ese deber ser de hijo. Jesús que obraba siempre según la voluntad del Padre, invita a los hijos de toda familia cristiana a tener siempre en la mira de su obrar el buscar la voluntad del Padre de los cielos.
Si bien la Sagrada Escritura nos habla poco de la infancia del Señor, descubrimos en el Evangelio una fuente inagotable de actitudes concretas de un buen hijo.
Nos dice, por ejemplo, San Lucas (2,22-40) que Jesús luego de ser presentado en el templo de Jerusalén, volvió con sus padres a Nazaret y “e iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba”.
De una manera sencilla se describe, pues, el crecimiento armónico que suponía la integración perfecta de lo divino con lo humano.
El Eclesiástico describe estos deberes filiales partiendo de lo que es el ideal para un israelita fiel y que se prolonga también en nuestros días, más allá de que muchas veces la realidad concreta pudiera estar muy lejos de ese deber ser.
Las relaciones filiales, por cierto, suponen a su vez los deberes correlativos de los padres para con sus hijos.
Y así por ejemplo San Pablo afirmará: “Padres, no exasperen a sus hijos, no sea que pierdan los ánimos” (Col.3, 20).

3.-La verdad sobre la misión de los padres.

Juan Pablo II en la Carta a las Familias cuando habla del cuarto mandamiento enseña que los padres deben comportarse de tal manera con sus hijos que merezcan ser honrados por ellos.
De allí se explica que muchas veces se producen crisis en la vida familiar en la que los hijos prescinden de sus padres porque previamente quizás ha acaecido un descuido de sus padres para con ellos.
No han sabido transmitir con hechos lo que significa la paternidad y la maternidad que va más allá del aspecto biológico, y que significa poder guiar a esa meta última que es la de formar una única familia en el hogar del cielo, como rezábamos en la primera oración de esta liturgia.
En el hogar, con frecuencia, en lugar de ayudar a los hijos a crecer armónicamente se disminuye esta misión porque se da lugar a una especie de competencia.
Y así los padres se trastocan en adolescentes o se visten como tales, creyendo que se acercan a sus hijos, o se ilusionan en la fantasía que no han pasado los años para ellos y disputan con sus hijos una juventud que ya no tienen.
Ante estos hechos es difícil que prospere una genuina formación cuando los padres no han madurado para transmitir los valores más profundos y necesarios para un auténtico crecimiento personal de sus hijos.
Y así cuántas veces son los padres los responsables de una educación a sus hijos en la que se ha dado impulso a lo superficial con olvido de lo que realmente les permite elevarse en su dignidad de hijos adoptivos de Dios.
Respecto a las relaciones de los padres –los esposos- entre sí, el apóstol Pablo (Col. 3,12-21) señala cuáles han de ser diciendo por ejemplo que los maridos no amarguen la vida a sus mujeres, cuando en realidad también sucede lo contrario, que las mujeres amargan la vida a sus maridos. Posiblemente San Pablo piensa sólo en los maridos teniendo en cuenta una época en que la mujer era desvalorizada, y donde resultaba más común lo que él señala, cosa que no sucede en nuestros tiempos.

4.-La verdad sobre la misión de la familia.
El Apóstol San Pablo (Colosenses 3,12-21), deja una serie de enseñanzas de cómo ha de ser el clima de una verdadera familia según el evangelio.
Insiste en la necesidad de la benevolencia, que significa querer el bien de unos para con los otros, la humildad, la bondad, la dulzura, la comprensión.
Insiste en el perdón mutuo, a ejemplo del Señor que siempre perdona, a corregirse mutuamente cuando alguien se aparte del ideal de vida, a ayudarse a vivir como santos y amados del Señor.
En definitiva el desafío para toda familia cristiana será ir al encuentro de la Sagrada Familia para adoptar sus cualidades y virtudes.
Este vernos reflejados en la Sagrada Familia es necesario ya que se trata de un ámbito muy especial en la vida humana.
Especial ya que Dios quiso entrar en la historia humana haciéndose hombre y habitando en una familia, constituyendo esto el designio de Dios para con el ser humano.
La Iglesia misma prolongando esta vocación a la familia nos enseña que el párvulo, el adolescente o el joven, están llamados a desarrollarse como personas en el seno de una familia.
La familia ha de ser educadora, principalmente en el orden de la fe.
No podemos esperar que los hijos vivan en clima de fe, relacionándose con Dios, si no se les transmite los valores referidos a ella.
Cuántas veces comprobamos en la catequesis parroquial la diferencia que se establece entre aquellos niños que fueron iluminados por la transmisión de la fe y van progresando en su relación con Dios, y aquellos a los que nunca se les habló de Dios o solamente de pasada, reclamando esto una tarea especial para que se sientan hijos del creador.
De allí la misión de una verdadera familia cristina que transmitiendo la fe busca una integración armónica de los valores de la fe y los auténticamente humanos en la personalidad del niño o adolescente.

5.-Aprender a respetar la “verdad” sobre la familia.

Relacionado con esto hemos de formar nuestra inteligencia y voluntad para adherirnos a la verdad que Dios nos manifiesta respecto a la familia logrando una concepción genuina sobre ella.
En nuestros días la familia es permanentemente atacada, porque su destrucción permitiría a los ideólogos de turno dominar a las personas que estarían carentes de la integración humana que brinda el ámbito familiar.
El ser humano, por tanto, despojado de la familia es fácil presa de todo lo que es disolvente para la persona humana.
De allí la necesidad de que la familia sea protegida desde todos los ámbitos con verdaderas políticas de estado que miren a su crecimiento. Favorecer las fuentes de trabajo para obtener un sustento digno, ofrecer una educación acorde con la verdadera formación integral de la persona, defender la vida naciente de visiones homicidas como método de anticoncepción, y proteger la declinante por razones de enfermedad o ancianidad.
En realidad lo que vaya contra la dignidad de la familia contraría la dignidad de la persona y se opone al proyecto divino sobre su creatura más perfecta.
Sabemos que cada uno de nosotros nació de un varón y de una mujer.
Por lo tanto cuando se pretende legitimar las uniones de personas del mismo sexo se entorpece directamente la naturaleza humana y por ende al designio de Dios.
Aunque aparezcan leyes o pretensiones de ciertos colectivos ideológicos por dar existencia a ciertas formas extrañas llamadas matrimonio o familia, no serán más que fantasías o entes de razón, que no tienen fundamento en la verdad de la naturaleza plasmada por el Creador.
Estos extravíos al no pertenecer al designio de Dios, a la larga o a la corta, culminan con la destrucción de la misma persona que al no encontrarse con la verdad ínsita de su ser no encuentran la plena felicidad a la que cada uno fue creado y convocado.
Tenemos que tener bien claros los conceptos y no dejarnos atrapar por cierta complacencia moderna que con la excusa de respetar al otro hace la vista gorda a todo lo que va imponiendo la cultura diluyente de nuestro tiempo.
Es de cristianos respetar a los demás como personas, aún equivocadas en su concepción, pero no debemos llamar bueno a lo que no lo es, ni verdadero a lo que es falso.
Si vivimos en la verdad no seremos atrapados por los caprichos del momento o las modas ideológicas del gobierno de turno.
Pidamos a la Sagrada Familia que nos ilumine para vivir como cristianos, pidamos para que los jóvenes decidan comprometerse a formar familias cristianas sin caer en el facilismo de las uniones de hecho que sólo esconden el miedo a asumir las responsabilidades ennoblecedoras de las personas que liberan de la esclavitud del egoísmo.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de la Pquia “San Juan Bautista” de la ciudad de Santa Fe. Reflexiones en torno a los textos bíblicos de la liturgia de la Fiesta de la Sagrada Familia. 28 de Diciembre de 2008.
ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com; www.nuevoencuentro.com.-

29 de diciembre de 2008

El pueblo que caminaba en tinieblas, vio una gran Luz


“Nuestra Patria en la actualidad camina también en las tinieblas que describe Isaías, porque como argentinos hemos abandonado a Dios aplaudiendo como eternos cancheros a los hacedores del mal o viviendo como cómplices indiferentes y silenciosos ante el progresivo deterioro de los valores que debieran revestirnos como hijos de Dios”.

Dios como Señor de la historia humana va encaminando todos los acontecimientos como preparando el cumplimiento de su voluntad.
Desde toda la eternidad quiso que su Hijo se hiciera hombre y entrara en la historia humana.
Pero antes de que se consumara esto pasaron muchos años en el trascurso de los cuales, el pueblo de Israel esperaba con ansias la llegada del Mesías. Ellos eran los depositarios de las promesas.
En este marco de referencia se destaca María Santísima, la cual es elegida y preparada por Dios, para su misión.
Y he aquí que en la plenitud de los tiempos, el Hijo de Dios hecho hombre entra en la historia humana, naciendo de Madre Virgen.
En un momento en que se cumplía lo que el profeta Isaías anunciaba en su tiempo, “el pueblo que caminaba en tinieblas, vio una gran Luz; habitaba tierras de sombras, y una luz les brilló” (cf. Isaías 9,2-7).
Porque la humanidad toda, en el trascurrir del tiempo, caminaba en tinieblas, esperaba la luz, sumergida impotente en las consecuencias del pecado de haber desplazado a Dios en el comienzo de la creación.
Aquel querer ser como dioses como describe el Génesis, hirió a todo el género humano y fue necesario que Dios, -que busca el bien de aquellos que ama, aunque muchas veces no lo amemos a El-, preparara este nacimiento.
Nacimiento de Jesús en medio de la noche, en el silencio, en el olvido de tanta gente que sigue sumergida en sus cosas.
Esa noche Dios plasmó la profecía que señalaba a Belén, la más pequeña de las ciudades como la depositaria del nacimiento del Salvador.
En efecto a través del Emperador que llama a un censo, -instrumento divino- se concreta la presencia de María y José en esa ciudad.
Nada es casual sino que fue pensado por Dios desde toda la eternidad.
Ese Dios que se vale de las decisiones humanas, de las libertades humanas, para que se escriba su historia, historia de salvación.
Aún en los momentos más difíciles en que pareciera que Dios se ha olvidado de su pueblo, El está presente.
Porque más que olvidarse Él, es la humanidad la que relega permanentemente a Dios, y por ello no reconoce este don, este regalo de la venida del Salvador.
El Hijo de Dos nace en la pequeñez, en la humildad, mensaje éste que no es oportunista, ya que Dios no hace demagogia, sino que está asegurando que la única forma de entrar en el Reino, en el mundo de los elegidos, es hacerse pequeño.
No hay cosa que Dios rechace más como la soberbia, la autosuficiencia del hombre que cree que lo puede todo y que dispone de todos y de todo como quiere. El recibe a quien se hace pequeño como su Hijo.
Y así entra en la historia humana. Y por eso los pequeños, los más pequeños de ese momento, los pastores, son los que reciben el anuncio de la venida del Salvador: “Hoy en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor…..encontrarán al niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (cf. Lucas 2, 1-14).
José y María que no habían encontrado lugar para albergarse, reciben a los pastores y el calor de su cariño, de su afecto, de su fe.
En esta noche nace el Príncipe de la Paz, El que es la Luz del mundo, El que fuera profetizado por Isaías.
Desde esa noche la Luz del mundo que es Cristo está presente en el mundo.
Si el hombre quiere seguir viviendo en tinieblas es cosa suya, pero no responde a lo que Dios ha traído y ha venido a mostrar.
Afirma San Pablo (cf. Tito 2,11-14) que “ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres”.
El Hijo de Dios se abaja para elevar al hombre a la dignidad de hijo adoptivo de Dios.
Dios entra en la historia humana para hacernos partícipes de la vida divina.
Y aquí está la clave de la dignidad de todos los que vivimos en este mundo, que creados a imagen y semejanza de Dios, somos recreados con la venida del Salvador.
Esta idea de la filiación divina debería quedar clavada a fuego en nuestra mente y corazón ya que constituye el punto de referencia obligado para entender e iluminar toda nuestra vida.
Por eso San Pablo dirá que lo más coherente con ese hecho es que nos alejemos de la vida sin religión y de todo lo que nos denigra de esa vocación de hijos adoptivos de Dios, para entrar de lleno en la vida nueva que Dios ofrece.
Y ahí está la clave de por qué el ser humano cuando se sumerge en el pecado o en la lejanía de Dios, se siente frustrado, a no ser que endurecido en las tinieblas no perciba la luminosidad de Aquél que es la Luz.
La naturaleza humana clama interiormente, aunque no lo percibamos o no lo reconozcamos, por vivir como hijos adoptivos de Dios. Por eso es que cuando no se vive en esta realidad el corazón humano está siempre intranquilo, desasosegado, sin rumbo, no sabe qué le pasa, trata de aturdirse en la frivolidad, en el ruido de todos los días, en aquello que es pasatiempo, y su vida que no entra de lleno en Dios le resulta muchas veces insoportable.
Por eso San Pablo desestima para el cristiano todo lo que no sea una vida según Dios, y nos reclama el realizar el bien permanentemente.
Tanto percibimos el mal en nuestras vidas que creemos que está todo perdido o que nada podemos hacer para desecharlo.
Muchas veces vemos el triunfo del mal y nos desanimamos en lugar de combatirlo con el bien, o nos dejamos llevar por el mal que hacen los demás, creyendo que allí está el sentido de nuestra vida.
San Pablo nos alienta a seguir obrando el bien aunque pasemos muchas veces por tontos, “aguardando la dicha que esperamos”.
Si perseveramos en el seguimiento de Cristo, llegará el momento cuando El quiera, como El quiera y dónde El quiera manifestándonos su gloria.
Nuestra Patria en la actualidad camina también en las tinieblas que describe Isaías, porque como argentinos hemos abandonado a Dios aplaudiendo como eternos cancheros a los hacedores del mal o viviendo como cómplices indiferentes y silenciosos ante el progresivo deterioro de los valores que debieran revestirnos como hijos de Dios.
Sin embargo la fe nos enseña que un Niño nos ha nacido y que si le abrimos nuestro corazón para comprometernos con Él por ser el enviado del Padre, nos rescatará de toda impiedad para hacer de nosotros “un pueblo purificado, dedicado a las buenas obras” (Tito 2,14).
Cristo ha venido para iluminar nuestra historia y vida, confiemos en que pronto con nuestra cooperación, por las obras del bien, se hará de nuevo la Luz para nuestra Patria.
No sigamos en tinieblas sino entremos a vivir en serio la vida de los hijos de Dios, haciendo el bien, oponiéndonos al mal y a las obras del maligno.
Vayamos al encuentro de Cristo y reflexionemos en toda la enseñanza que nos deja el misterio de la Navidad. Seamos conscientes en que su aparente fragilidad y debilidad está nuestra fuerza.
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Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de la Parroquia “San Juan Bautista” de la ciudad de Santa Fe de la Vera Cruz. Reflexiones en torno a los textos bíblicos de la Liturgia de la Nochebuena. 24 de Diciembre de 2008.
ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com; www.nuevoencuentro.com.

24 de diciembre de 2008

María y la centralidad de su vida en Dios


Centremos nuestra vida en El para ser liberados de todo lo que nos impide ser señores, con el señorío de aquel que tiene dominio sobre sí y no es esclavo de nada ni de nadie, con la libertad de los hijos de Dios”.

El rey David agradecido por los beneficios de Dios, planea edificar un templo al Señor. El profeta Natán alienta en un primer momento al rey para realizar su proyecto, pero Dios también a través del profeta, le dirá a David que Él tiene otros planes, reserva este honor al pacífico Salomón. No construyas, te he bendecido en esta tierra,-parece decirle Dios- y te bendeciré en tu descendencia con la permanencia perpetua de tu reino, pero será otro quien construya el templo de Jerusalén, que será la casa de Dios en la que habitará el Arca de la Alianza.
A través de este medio, Dios le está anticipando el cumplimiento de la promesa del Mesías, que habitará en la nueva Arca de la Alianza. Justamente la Virgen María es recordada en las letanías como Arca de la Alianza por que en ella habitará el Hijo de Dios hecho hombre, porque en Ella se irá gestando la humanidad de Cristo que se unirá a la divinidad en la persona del Hijo de Dios.
Este templo que Dios ha preparado en el Antiguo Testamento está anticipando el otro templo, el de María que fue preparada desde toda la eternidad.
En la fiesta de la Inmaculada que hace poco celebramos, recordábamos como Dios la preparara liberándola en su concepción de la mancha del pecado original, en virtud de su elección como Madre de Dios.
En este cuarto domingo de Adviento la encontramos a Ella con sencillez, en el silencio, recibiendo al ángel enviado por Dios Padre.
Le dirá San Gabriel “Alégrate llena de gracia”, tú ya estás plena de la gracia de Dios. Alégrate porque fuiste elegida para ser Madre del salvador.
Y el ángel le va anunciando cómo a su Hijo le ha de llamar Jesús, que es Hijo del Altísimo, que es descendiente de David, enviado para liberar al Pueblo. En fin todas las prerrogativas propias del Mesías tanto tiempo esperado.
Y María preguntará “¿cómo será esto ya que no conozco a ningún hombre?
Y a partir de ese momento Ella se pone a disposición de Dios, aunque no sepa cómo se realizará el plan de Dios sobre Ella.
Aún en medio de la oscuridad de la fe, -porque siempre vivir de la fe es vivir en un ámbito de ya, es decir de luz, pero también de todavía no, es decir de oscuridad- María se pone totalmente en manos de su Creador.
Ella nos enseña de este modo que la fe hace que nos aferremos a Dios, quien es el único que fundamenta nuestra vida.
María pregunta ¿cómo será esto?, y enseguida se dispone a lo que Dios quiera, y cuando el ángel le explica concluye diciendo “Soy la servidora del Señor”.
A partir de ese momento ya no quiere averiguar nada más, ya no está pensando en cómo iba a ser liberada del escándalo social en ciernes que se le presentaba al estar embarazada antes de convivir con su esposo José. No se preocupa por eso, sino que deja que Dios actúe.
Actitud de María de total disponibilidad que hemos de imitar, ya que Ella pone la centralidad de su existencia en Dios.
No le preocupa lo que sucede a su alrededor, sino que tiene una escala de valores que le hace darse cuenta que sólo Dios ha de ser el centro de su vida, en sus manos ha de dejarse moldear interiormente.
De hecho ¿en qué mejores manos puede estar el hombre que no sean las de Dios?
Sólo El es nuestra fuerza, el único que da sentido último a nuestra existencia. Y María se acoge al plan de Dios, a lo que El disponga, no pone condicionamientos, no pone trabas, ni piensa si podrá o no con lo que se le anunció.
“El poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” -es su reaseguro-.
Deja obrar a Dios pero es consciente que se requiere de la respuesta de su libertad, ya que El que nos ha creado sin nosotros –como dice San Agustín- no nos salva sin nosotros.
Y por analogía podemos decir que Dios que creó a María y pensó en ella como madre del Salvador necesitaba de su sí.
De allí se explica que San Bernardo escriba refiriéndose a este hecho que es ineludible que María preste su asentimiento.
Recuerda cómo el mundo gime de pecado, de dolores, de miserias, e insistirá:”Consiente María….”
Mira al viejo Adán y a la vieja Eva que dieron lugar a tantos males en el mundo. Di que sí para que nazca el nuevo Adán y tú te transformes en la Nueva Eva.
¡Qué hermosa enseñanza! ¡Cuántas veces el Señor requiere nuestro consentimiento para hacer grandes cosas en el corazón humano! Nos pide disponibilidad del corazón, entrega, mansedumbre.
¡Cuántas veces Dios nos persigue para que comprendamos que El tiene que ocupar el primer lugar en nuestras vidas., y cuántas veces nosotros desoímos su llamado!
Aturdidos por los estruendos del mundo, encandilados por los espejismos inalcanzables de fatua felicidad que aparecen en la vida, ilusionados por fantasías del momento, nos perdemos aquello que es el fundamento de nuestra vida.
Y María a pesar de lo que le tocó vivir en su vida, sus pruebas, fue profundamente feliz, llena de gracia y felicidad, con esa felicidad que sólo puede dar el buen Dios.
El mensaje que nos deja este cuarto domingo de Adviento es: vayamos como Ella al encuentro de Jesús, y pongamos como centro de nuestra vida al Señor que nace, presentándole nuestras miserias, nuestras limitaciones y pecados, pero con el ánimo de transformarnos, de cambiar y de nacer de nuevo a la vida de la gracia que a manos llenas Dios quiere introducir en nuestra existencia.
¡Qué diferente sería el mundo si Dios fuera el centro de nuestra vida y viviéramos según esto!
Si Dios iluminara nuestra vida desde el amanecer hasta el anochecer, cambiaría no sólo cada uno individualmente sino la sociedad toda.
Cuántas veces nos preguntamos acerca del sentido de nuestra vida, nos angustiamos por los problemas que nos rodean, pensamos en la inutilidad de nuestra vida personal.
Y esto es así ya que mi vida para nada sirve si no cambio, si no vivo una existencia diferente.
Tenemos la respuesta en el mismo Jesús que ya viene a nosotros. Centremos nuestra vida en El para ser liberados de todo lo que nos impide ser señores, con el señorío de aquel que tiene dominio sobre sí y no es esclavo de nada ni de nadie, con la libertad de los hijos de Dios.
Si pretendemos ser libres, liberándonos de Dios, nunca lo seremos, por el contrario permaneceremos siempre esclavos de nosotros mismos.
Pidamos al Señor esta gracia, y como María digamos he aquí el servidor o servidora del Señor.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de la Pquia “San Juan Bautista” en Santa Fe de la Vera Cruz. Reflexiones en torno a los textos bíblicos de la liturgia del IV domingo de Adviento (II Sm.7, 1-5.8b-11.16; Lucas 1,26-38). 21 de Diciembre de 2008.
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22 de diciembre de 2008

La alegría del encuentro con quien vive en medio de nosotros


1.-Isaías y Jesús “los ungidos por el Espíritu”
Nos aproximamos al día de la Navidad. Por eso este domingo nos encontramos con una impronta muy especial, la de la alegría por la venida del señor.
La liturgia quiere contagiarnos con la alegría espiritual que brota no de los impactos emocionales del momento, ni de los placeres de este mundo o de las sensaciones de felicidad, sino que nace de una experiencia más profunda. Alegría que implica el encuentro personal con Dios. Ese Dios que se hace hombre en el seno de María e irrumpe en la historia humana para hacernos ver que El no está lejos de nosotros.
En el profeta Isaías (cap. 61,1-2.10-11) ya aparece esta alegría al decir “desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios”, ya que es enviado por Dios al pueblo que ha vuelto del exilio en Babilonia y como servidor de la Palabra debe consolar a todos marcando que la justicia divina se implanta en la tierra.
Lo señalará expresamente reconociendo que “el Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros, la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor”
Estas palabras pronunciadas por el profeta, las aplicará el mismo Jesús a su persona en la sinagoga de Nazaret (Lucas 4,16-21), por lo que inferimos que de hecho Isaías anuncia la peculiar misión que tendrá en la plenitud de los tiempos el Salvador.
Ambos muestran el camino de la liberación, aunque evidentemente Cristo, como Hijo de Dios, supera totalmente lo realizado por el profeta.
Lo prometido en el Antiguo testamento, pues, no es una fantasía del profeta, sino que es una verdad que brota de la misma misericordia de Dios que siempre salva.
Es el mismo Dios que salva el que envía a su Hijo para que hecho hombre y entrando en la historia humana, rescate al hombre de todo aquello que lo aleja de su Creador, de toda esclavitud.
Hablar de la venida de Cristo es posibilitar nuevamente el encuentro entre Dios y el hombre alejado de El por el pecado, de modo que pueda ser en verdad hijo adoptivo de Dios.

2.- Juan anuncia la presencia de Jesús en la historia humana.
El profeta Isaías será prolongado, además, por otro profeta enviado por Dios, Juan el Bautista (Juan 1,6-8.19-28), que es el último profeta del antiguo y primero del nuevo.
Es enviado para dar testimonio, para ser testigo “éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe”.
No soy más que instrumento, pareciera decir Juan, “Yo no soy el Mesías” “bautizo con agua” y “en medio de ustedes hay uno que no conocen, el que viene detrás de mí, que existía antes que yo y al que no soy digno de desatar la correa de su sandalia”.
Jesús, sigue estando en medio de nosotros, porque su primera venida se ha realizado ya, pero lamentablemente sigue siendo desconocido para muchos.
La iglesia actualiza cada año esta primera venida consciente de que Cristo pasa al lado nuestro, está entre nosotros, pero no lo conocemos.
No lo reconocemos en la oración, en el partir el pan, en la eucaristía dominical, en la persona de nuestros hermanos, sobre todo los que más necesitan de nuestro apoyo, consuelo y caridad. No lo conocemos en las cosas buenas de nuestra vida, no lo reconocemos cuando muchas veces nos interpela para que crezcamos como hijos de Dios.
No lo reconocemos cuando Cristo sigue actualizando lo que anunciara el profeta Isaías y El se atribuyera a sí mismo.
No lo reconocemos cada vez que entrega por sí mismo y por la Iglesia la Buena Noticia, ya que el hombre actual prefiere escuchar otras voces que lo engañan en lugar de oír a quien es la Palabra.
¿Cuántos cautivos por la droga, por el juego, por todo tipo de esclavitud siguen pensando que nadie los puede sacar de esas miserias? ¿Cuántos oprimidos con toda clase de males no descubren que Cristo ha venido para darnos la verdadera liberación?
Sólo abriendo el corazón ampliamente a Cristo es posible desechar todo tipo de atadura que impide realizar en plenitud el Señorío del que hemos sido revestidos.

3.-Un programa de vida para el creyente.
Encontrarse con Cristo lo es con aquella verdad fundacional de nuestra existencia: sólo El salva y nos recrea con su gracia para continuar como hijos del Padre.
De allí que el Apóstol San Pablo (1Tes. 5,16-24) insistirá que preparemos nuestro corazón para recibirlo a Cristo.
Presenta una especie de programa de vida recordando que hemos de vivir continuamente en Acción de Gracias a Dios por todo lo que forma parte de nuestra existencia, aún aquello que pareciera negativo para nosotros.
Destaca la necesidad de que el Señor nos encuentre santos e irreprochables cuando su segunda Venida, que no haya vestigios de maldad en nuestro corazón, que vivamos en este mundo en vigilante espera, que examinando todo nos quedemos solamente con lo que es bueno y agradable a Dios.
Y el fruto de esta nueva vida será la alegría: “alégrense siempre en el Señor”. Alegría, -tema recurrente de este domingo-, que vivía Isaías, Pablo y todos los seguidores de Cristo en cada tiempo histórico.
Alegría que canta gozosamente María Santísima como recordábamos en el canto posterior a la primera lectura (Lc. 1, 46-54).
Alegría que brota del fondo del corazón y que debemos cultivar. No la alegría mundana que proviene de la frivolidad, de la jarana y del pasatismo, sino del encuentro con el Dios que salva y otorga al hombre ese equilibrio interior que nadie puede dar.
Ir al encuentro de Cristo es recoger el corazón, prepararlo para que Él venga y vuelva a nacer en nosotros mostrando el camino liberador del hombre. Sólo El nos saca de las esclavitudes de todo tipo.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de la Pquia “San Juan Bautista”, Santa Fe de la Vera Cruz. Reflexiones en torno a los textos bíblicos de la liturgia del domingo III de Adviento. 14 de Diciembre de 2008.
ribamazza@gmail.com. http://ricardomazza.blogspot.com.-www.nuevoencuentro.com/tomas moro.-

14 de diciembre de 2008

El éxodo personal como camino hacia el encuentro de Dios


El éxodo personal como camino hacia el encuentro de Dios
“Adviento es tiempo de esperanza por lo que vendrá y afirmación de lo que ya aconteció y que se sigue realizando cada día, el misterio de la presencia entre nosotros del Hijo de Dios hecho hombre”.

1.- El nuevo éxodo de Israel.
El encuentro con Dios supone siempre un período de preparación y de allanar los caminos como dice el profeta Isaías.
Allanar es nivelar el camino, que lo sinuoso sea aplanado, que lo que ofrece dificultad quede atrás, que se haga lugar para que sea posible este encuentro con el Señor.
Esta transformación interior va reclamando el dejar atrás todo lo que es obstáculo para mirar cara a cara a Dios.
En este contexto, el profeta Isaías es enviado al pueblo de Dios para llevar un mensaje de consuelo y de alegría, pero al mismo tiempo alentar para que el dejar el exilio de Babilonia para volver a la tierra de promisión, tenga la impronta de un nuevo éxodo en el que el poder de Dios sobresalga una vez más ante los poderosos de este mundo.
Pero esta experiencia de un nuevo éxodo hacia la liberación, que se dará total con la venida del Mesías, supone preparar el camino para que su venida sea completa en el corazón del hombre.
La vida del creyente ha de estar marcada por la experiencia del Éxodo, ya que el paso de la esclavitud del pecado, de la autosuficiencia, para entrar a la vida de la gracia es siempre un éxodo. Éxodo de la esclavitud a la libertad de los hijos de Dios.
Por eso Isaías vuelve a insistir en la necesidad de la conversión del corazón para el encuentro con el Salvador.
Poner la mirada en Dios repitiendo como el domingo pasado: “Señor somos arcilla en tus manos, tú eres el alfarero”.
Como reclamándole que tiene que moldearnos según lo que somos desde los orígenes de la creación, hijos de Dios.
El pecado mancilla la dignidad de hijos de Dios, por eso el hombre nunca encuentre sosiego cuando está separado de su Dios.
De allí la necesidad de dejarnos modelar interiormente para ser nuevas creaturas, según lo que El quiere de cada uno de nosotros como culto de adoración a El y servicio desinteresado a los hermanos.

2.- El éxodo de los bautizados de hoy.
Esta experiencia no sólo es para el antiguo pueblo elegido, sino también reclamada a nosotros bautizados, que constituimos el nuevo pueblo de Dios.
Es por eso que hasta la segunda venida del Señor, cuando aparezcan los cielos nuevos y la tierra nueva, nos dice San Pedro, es necesario vivir una vida irreprochable, es decir, como hijos de Dios.
Como hijos de Dios sin importar si Dios viene o tarda en llegar, como dice el texto bíblico, sino permaneciendo con esa disposición interior a la vigilancia.
Y si Dios tarda en llegar –recuerda San Pedro- es a causa de su paciencia, ya que en su providencia, El quiere que todos se salven, lleguen al conocimiento de su Creador y “nadie perezca, sino que todos se conviertan” (cf. 2 Pedro 3, 8-14).
Y esto porque el proyecto de grandeza que Dios ha pensado para la humanidad toda, es debido a su gran amor por nosotros y su libérrima voluntad de hacernos partícipes de su misma vida de santidad.
De allí que el lapso litúrgico de Adviento es tiempo de esperanza por lo que vendrá y afirmación de lo que ya aconteció y que se sigue realizando cada día, el misterio de la presencia entre nosotros del Hijo de Dios hecho hombre.
La realidad del nacimiento de Cristo ya la hemos celebrado y hemos de seguir actualizando cada día, pero al mismo tiempo caminamos y avanzamos hacia la segunda venida de Cristo.
En síntesis, el Adviento nos prepara a lo que ya aconteció, y a lo que todavía no se ha dado como realidad ante nuestros ojos.
Aunque sea diversa esta meta, idéntico es siempre el corazón del hombre que ha de tener el mismo caminar y similar actitud de despojarse de sí mismo – realizar “su” éxodo- para llegar a la plenitud de aquél que es todo en todos.
Juan Bautista reafirma esta necesaria actitud insistiendo en la exigencia de preparar el camino al Señor.

3.-Desde el corazón descubramos el rumbo del nuevo éxodo hacia Cristo.
Cada uno de nosotros está llamado a mirar en su corazón para percibir qué nos impide llegar a Dios, que nos tiene esclavizados y qué medios utilizar para liberarme de todo impedimento y ser totalmente de Cristo.
Juan el Bautista nos presenta en su austeridad un estilo de vida que permite ver una pista para encontrar a Dios en un desligarse de todo impedimento, que entre nosotros será la sociedad de consumo, la frivolidad, la búsqueda irracional del placer por el placer mismo, y el egoísmo que cierra el corazón ante Dios y ante el hombre.
Pidamos en este segundo de Adviento la gracia de saber buscar aquello que nos permite encontrarnos con el Señor.
Pidamos que El nos transforme, y Cristo conociendo nuestras limitaciones, nos dará su fuerza y su gracia para lograr este triunfo sobre nosotros y el mundo, y llegar a una existencia nueva, la de bautizados para la grandeza de vida.
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Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de la Parroquia “San Juan Bautista”
de la ciudad de Santa Fe de la Vera Cruz. Reflexiones en torno a los textos bíblicos de la liturgia del IIº domingo de Adviento. Ciclo "B" (Isaías 40,1-5.9-11; II Pedro 3,8-14; Marcos 1,1-8). 07 de Diciembre de 2008.
ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com; www.nuevoencuentro.com.

7 de diciembre de 2008

Dios, “el alfarero de nuestras vidas”, es Fiel.


1.-La infidelidad del hombre

El profeta Isaías (63,16b-17; 64,1.3b-8) describe la situación desesperada del pueblo de Israel fruto de la esclavitud del pecado que lo degrada y lo aleja de Dios, y le hace pretender culparlo diciendo “¿por qué nos extravías de tus caminos y endureces nuestro corazón para que no te tema?”.
Queda al desnudo lo que es muy común en el ser humano cuando intenta echar la culpa a otros de sus males y desventuras, sin que quede libre de esto el mismísimo Dios.
Pero he aquí que después de un primer momento de evasión de culpas propias, el pueblo elegido sabe bien que sólo él es el culpable de tantos males y suplica confiadamente: “¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia!”
No podría ser de otra manera ya que Dios no el autor del mal entre nosotros, sino que es el mismo corazón pervertido del hombre el que origina tantas desventuras.
Esta experiencia del pueblo de Dios en el antiguo testamento podríamos decir que tiene carácter universal y para todos los tiempos si analizamos objetivamente la historia humana.
Hasta la situación declinante de nuestra Patria no escapa a esta universalización, haciendo necesario que como el pueblo elegido de la antigua alianza acudamos a la fuerza de sólo aquél que puede salvarnos gritando con fuerza junto al profeta “sales al encuentro del que practica la justicia y se acuerda de tus caminos. Estabas airado y nosotros fracasamos: aparta nuestras culpas y seremos salvos”.
No hace falta tener mucha imaginación para darse cuenta que nuestro estado de postración nacional es cada vez mayor, consecuencia del abandono cada vez mayor de Dios en los distintos ámbitos de nuestra vida cotidiana.
Por todas partes la vigencia de una cultura de la vulgaridad, de la inseguridad, del consumismo, de la búsqueda del bienestar, pero éste sólo material, va haciendo estragos en el corazón humano.
Los medios televisivos presentan alarmados –entre otras situaciones - lo que acontece por ejemplo en las discotecas o lugares de diversión juvenil nocturna. El auge del alcohol, la droga y el desenfreno generalizado de todo tipo signado por la violencia está al orden del día. Algunos padres aparecen preocupados por una situación que no tiene canalización visible, pero sin encontrar caminos superadores de una problemática que ya es crónica. Las autoridades, como la legislatura porteña, -y no es la única- se muestran satisfechas porque como gran aporte “social” distribuirán gratuitamente, -eso sí con profusa información- preservativos que “prevengan”, ¡qué ilusos! las enfermedades del cuerpo, sin que les importe el deterioro cada vez más creciente de las personas humanas en su dignidad primigenia.
Por eso no es de extrañar la aplicación concreta de Isaías entre nosotros cuando clama recordando que “todos éramos impuros, nuestra justicia era un paño manchado; todos nos marchitábamos como follaje, nuestras culpas nos arrebataban como el viento. Nadie invocaba tu nombre ni se esforzaba por aferrarse a ti”.

2.-Sólo Dios es fiel

Ante tanta desventura se hace oír una vez más la voz de Dios que proclama su fidelidad.
San Pablo lo expresa bellamente (1 Cor. 1, 3-9) al recordar a los corintios y con ellos a todos nosotros, que hemos sido colmados de múltiples dones espirituales y materiales para permanecer firmes hasta el final, hasta la segunda venida que esperamos de Cristo nuestro salvador, y así liberarnos de ser acusados en el juicio final.
La fidelidad de Dios se mantiene siempre vigente a pesar de nuestros abandonos a tanto amor recibido sin mérito de nuestra parte.
Fidelidad de Dios que recrea el corazón del hombre permitiéndole con la mano tendida, que retorne a la dignidad de hijo de Dios que ha abandonado.
Ante la vulgaridad creciente de un mundo que ha arrinconado a Dios, y prescindido de su presencia, queda patente una vez más que El nos llama a la grandeza, a lo que enaltece, a lo que permite en definitiva ser profundamente feliz.
¡Porque sí!, somos infelices por el camino que estamos transitando, angustiados, llenos de miserias, sin rumbo, entristecidos, creyendo que en el embotamiento del sentido espiritual seremos felices, cuando no encontramos más que desdicha y desvalimiento.
En esta fidelidad permanente de Dios, El nos ofrece una vez más este tiempo de adviento que hemos comenzado. Nos orienta a la actualización del nacimiento en carne de su Hijo Jesús. Por eso es un tiempo litúrgico de preparación para un reencuentro personal con el Padre a través de su Hijo presente en la historia humana por el misterio de la Encarnación.
Encuentro que supone un espíritu decidido a una conversión verdadera que deje atrás los “ídolos” de pacotilla a los que les rendimos culto cada día para reconocerlo a El como el único Dios, dador de toda vida.
Conversión que la fidelidad de Dios nos ofrece a través del camino purificante del sacramento de la reconciliación.
Sacramento que no es para todos ciertamente, sino sólo para quienes reconociendo la profundidad de la nada personal recurrimos a Aquél que nos puede renovar totalmente.
El sacramento sanante que nos ofrece el Señor supone pues el convencimiento que Dios es nuestro Padre, “el alfarero”, y “nosotros la arcilla”, sintiéndonos que “somos obra de tu mano” (cf. texto de Isaías).
La invitación está hecha para que nos pongamos en las manos del que Es siempre fiel, de modo que como artesano trabaje nuestra arcilla, nuestro barro dócil, haciéndonos aptos para recibirle nuevamente en nuestro corazón de hijos amados de tan gran Padre.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de la Pquia “San Juan Bautista” de Santa Fe de la Vera Cruz. Reflexiones en torno a los textos de la liturgia del Primer domingo de Adviento. 30 de Noviembre de 2008.
ribamazza@gmail.com. http://ricardomazza.blogspot.com. www.nuevoencuentro.com/tomasmoro. www.nuevoencuentro.com/provida.

1 de diciembre de 2008

EL JUICIO DE CRISTO REY (II)


Continuando con el artículo anterior, recordamos que el exámen que realiza Cristo sobre el obrar de cada persona, no es idéntico a todos. Dependerá de los talentos o dones recibidos. Y así a mayores dones o responsabilidades corresponden mayores exigencias. Y esto no sólo a modo personal, sino también como sociedad.
A unos les pedirá el Señor los pequeños gestos que señala el texto del Evangelio, pero a otros el reclamo será más exigente.
Todos estamos llamados a vivir las obras de misericordia ya espiritual o corporal, pero la responsabilidad será diferente en sintonía con los talentos recibidos.
Obviamente que mayor reproche de parte del Señor tendrán aquellas exigencias no cumplidas y por el contrario mayor alabanza las satisfechas en beneficio de la comunidad toda.
Quienes tienen responsabilidad como gobernantes de velar por el bien común serán requeridos por Cristo ante el espectáculo de tantos que viven en la miseria, mueren por desnutrición o yacen en la marginación más atroz por la ausencia de políticas de Estado que promuevan la dignidad del hombre haciendo cesar el hambre y la indigencia.
El aumento de la pobreza en la actualidad es una carga social que abruma a nuestro tiempo y de lo que se pedirá cuentas en el día del juicio.
Reclamará el Señor a quienes tienen el encargo de velar por la salud y se distraen en el negocio de la “salud reproductiva” incluyendo el aborto, descartando ocuparse en el tratamiento de lo más común y universal en este campo, haciendo caso omiso del “estuve enfermo y no me visitaste” dándome posibilidades dignas de vivir.
En este campo, cuántas veces la mejor atención depende de la chequera del paciente y no tanto porque se vea en él el rostro de Cristo.
¡Cuántas veces el manejo de la “caja” de las obras sociales está por encima del hecho de implementar sabiamente mejoras en el sistema de salud!
Interpelará también el Señor a quienes contando con recursos para fomentar la cultura del trabajo creando puestos laborables, prefieren tener clientes cautivos para sus proyectos electorales.
Los que en el mundo de la economía especulan con el lucro, y lo prefieren, antes que favorecer el empleo, escucharán también las palabras…”porque tuve hambre y no me diste de comer…”
¿Cuántos hermanos nuestros sin vivienda, son otros Cristos que carecen de un lugar dónde reposar sus cabezas? Del mismo modo escucharán las palabras del Señor “estuve peregrino” sin casa estable, y no me atendiste…
¿Cuántos presos hay con causas inventadas para satisfacer a la ideología de turno? y ¿cuántos hay libres cuando deberían estar purgando sus delitos? A los responsables de esta injusticia les llegará también la Palabra de Señor:”porque estuve preso y no me visitaste” con la verdad.
¡Cuántos desnudos pululan por el mundo por la exacerbación cultural de los sentidos, de la procacidad y la lujuria! ¡También los garantes de esto oirán las palabras del Señor “porque estuve desnudo y no me vestiste” con la dignidad de hijo de Dios!
Se habla de crisis energética, pero ¿cuánto tiempo ha transcurrido inútilmente sin que se trabaje para resolver esta situación?
También pedirá cuentas el Señor si acaso los dineros aportados por los ciudadanos –siguiendo el principio de solidaridad- para una legítima y honesta jubilación son utilizados para otros fines que no reconocen los derechos adquiridos por los aportantes.
“Tuve hambre” de un honesto pasar en mi vejez y no me diste de comer más que migajas, dirá el Señor aquel día.
Ciertamente también nosotros los llamados por el Señor al sacerdocio o a la vida consagrada seremos reconvenidos si no saciamos el hambre y la sed de verdad por medio de la palabra del Señor, proclamándola “oportuna e inoportunamente” (2 Tim.4, 2), o si nó alimentamos la vida del espíritu con los sacramentos, o si nó guiamos por el verdadero camino a quienes deambulan sin rumbo por esta vida.
Las palabras del profeta Isaías contra los malos pastores (Isaías 56, 9 ss.) se repetirán en boca del Señor, llamándonos “perros mudos” (v.10) si así estuvimos por miedo o comodidad.
Y así podríamos seguir ejemplificando recorriendo profesiones, oficios, y trabajos diversos, encontrando siempre el reclamo acorde al deber de cada uno.
Como comprobamos, el planteo que hace Cristo va a lo profundo del corazón humano y es allí dónde debemos analizar hasta qué punto estamos viviendo a fondo lo que se nos ha de reclamar.
Cristo no está en el chiquitaje, en la mezquindad, en lo mínimo, sino en lo máximo que debe dar el hombre acorde con su dignidad de hijo de Dios.
Todo esto nos ayuda a preguntarnos qué lugar ocupa Cristo en nuestra vida, ya que si la centralidad de nuestra vida es El, también lo será el hermano.
En definitiva, este pedir cuentas, no es más que una aplicación concreta del mandamiento del amor que incluye a Dios y se visualiza en el prójimo.
Por eso tenemos que apuntar a que Cristo sea el centro de nuestra vida, que El reine en nosotros con sus criterios, con sus exigencias, con su modo de ver la realidad.
El cristiano si quiere serlo de veras no puede hacer un proyecto de vida sin Cristo o a espaldas de El, sino que debe centrarse en su persona y decidirse a ser en el mundo discípulo suyo, para luego poder darlo a conocer a los demás en una actitud profundamente misionera.
¿Dónde está el sentido de nuestra vida? ¿En lo que distrae e impacta en un momento pero después se diluye como todo lo de la sociedad de consumo, o aspiramos a identificarnos con Cristo Nuestro Señor?
¿Cuál es nuestro tesoro, es decir lo más importante? Pregunta esta necesaria porque como enseña el Evangelio allí está nuestro corazón.
Nos ayudará ciertamente a vivir todo esto según el espíritu de Cristo, el preguntarnos, ¿Qué haría El en este momento en mi lugar?
Pidamos confiadamente que el Señor de las misericordias siga iluminándonos para conocer su verdad y nos de la fuerza necesaria para vivir el ideal de cristianos.

Padre Ricardo B. Mazza. Director del CEPS “Santo Tomás Moro” y del Grupo Pro-Vida “Juan Pablo II”. Santa Fe de la Vera Cruz, 23 de Noviembre de 2008. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com; www.nuevoencuentro.com/tomasmoro; www.nuevoencuentro.com/provida;