24 de julio de 2009

LA DENUNCIA PROFÉTICA, AYER Y HOY.


Tú no tienes ojos ni corazón más que para tus ganancias, para derramar sangre inocente, para practicar la opresión y la violencia” (Jer.22, 17).

1.-La denuncia y amenaza a los pastores por la dispersión de las ovejas.

El domingo pasado reflexionamos acerca de la misión profética de Amós antes de la caída del reino del Norte conformado por diez tribus de Israel que se había separado de la dinastía davídica.

El texto señalado como primera lectura para la reflexión de la liturgia del domingo XVI durante el año está tomado del profeta Jeremías, el cual enmarca su misión en el reino del Sur o de Judá constituido por las tribus de Judá y Benjamín, en el que denuncia a los “ungidos del Señor” – los reyes- que extravían al pueblo y dejan de conocer a su Dios como Josías.

Como portavoz del Señor se dirige a los pastores, es decir a los reyes, para que cumplan el deber primordial como gobernantes que es defender el derecho y la justicia , dejando en claro que “si ustedes no escuchan estas palabras, juro por mí mismo –oráculo del Señor- que esta Casa se convertirá en un motón de ruinas” (Jeremías 22,5).

Asombran las duras invectivas arrojadas contra Joaquím por su lamentable papel de rey-pastor que sólo busca su bien en perjuicio del pueblo: “¿Eres acaso rey porque ostentas la mejor madera de cedro? ¿Acaso tu padre no comía y bebía? Pero también practicaba el derecho y la justicia, y entonces todo le iba bien. El juzgaba la causa del pobre e indigente, y entonces todo le iba bien. ¿No es eso conocerme? –oráculo del Señor- Pero tú no tienes ojos ni corazón más que para tus ganancias, para derramar sangre inocente, para practicar la opresión y la violencia” (Jer.22, 15-18).

Acerca de este rey adelanta su fin ruinoso “¡Pobre de este hombre! Nadie se lamentará por él….Será sepultado como un asno, será arrastrado y arrojado más allá de las puertas de Jerusalén” (Jer 22,18 y 19).

El desoír permanente de la Palabra del Señor concluye con la caída de Jerusalén el año 597 en manos de Nabucodonosor, rey de Babilonia, siendo destronado y deportado a Babilonia el rey Jeconías.

En el texto que nos ocupa (Jer.23, 1-6) el profeta duramente afirma:” ¡Ay de los pastores que pierden y dispersan el rebaño de mi pastizal!...Por eso, así habla el Señor, Dios de Israel, contra los pastores que apacientan a mi pueblo: ustedes han dispersado a mis ovejas, las han expulsado y no se han ocupado de ellas. Yo, en cambio, voy a ocuparme de ustedes, para castigar sus malas acciones”.

¿A qué pastores está señalando? A los reyes de Judá, haciéndose eco de la imagen del rey-pastor.

En el Antiguo Testamento conviven con misiones diferentes las figuras del profeta, del sacerdote y del pastor- rey.

En este contexto, pues, Jeremías se dirige a quienes gobernaban Judá, a la autoridad política presente en la figura del rey.

Los últimos reyes especialmente, no habían cumplido con su misión de ser centro de unidad de las ovejas, sino que sin preocuparse por el bien de todos dispersaron al pueblo a ellos confiado. No lo conducen tampoco a la perfección espiritual ya que ellos mismos no daban ejemplo de fervor religioso alguno.

Al decir, ¡pobres de ustedes pastores!, Jeremías no solamente se lamenta sino que deja entrever que esos reyes deberán dar cuenta a Dios por su desgobierno político que han conducido a la ruina del pueblo.

Podemos darnos cuenta a través de esto que la Palabra de Dios nos hace ver desde la fe la misma historia humana.

Nosotros estamos acostumbrados a separar lo que es la historia humana y la vivencia de la fe, como si fueran dos aspectos diferentes de la vida del hombre, como si la historia fuera solamente un transcurrir del tiempo y no una verdadera historia de salvación en la que Dios manifiesta siempre su Providencia y nos llama a comprometernos en cada tiempo histórico de un modo nuevo.

Leer la historia desde la fe es mirar cada acontecimiento social, político, económico, familiar y personal no como algo aislado, sino desde la mirada de Dios, es decir, captar en cada momento su voluntad.

Esta lectura desde la fe nos permite juzgar y predecir los acontecimientos futuros sin error alguno. Y así, por ejemplo, sin forzar la Palabra de Dios, al aplicar los acontecimientos del pasado al presente, entendemos la caída ruinosa de nuestra Patria.

En efecto, trasladando lo ocurrido en el reino de Judá entre nosotros, encontramos elementos comunes que hacen ver cómo la disgregación de nuestra Nación se ha debido en gran medida a la ausencia de buenos gobernantes-pastores que sepan ser instrumentos de unidad de todo el pueblo en el orden político, económico, social y familiar.

2.-Cristo, principio de unidad del pueblo disperso.


Sin embargo, la decadencia de una conducción honesta por falta de reyes-pastores no aleja el amor de Dios: “Yo mismo reuniré el resto de mis ovejas, de todos los países adonde las había expulsado, y las haré volver a sus praderas, donde serán fecundas y se multiplicarán. Yo suscitaré para ellas pastores que las apacentarán; y ya no temerán ni se espantarán, y no echará de menos a ninguna –oráculo del Señor-. Llegarán los días –oráculo del Señor- en que suscitaré para David un germen justo; él reinará como rey y será prudente, practicará la justicia y el derecho en el país” (Jer.23, 3-6).

En este contexto se revela que Dios es el que salva siempre a través de la historia humana, y suscita un pastor por excelencia, Cristo el Salvador.

San Pablo escribiendo a los cristianos de Éfeso (2,13-18) afirma que Cristo con el derramamiento de su sangre unifica lo que estaba disperso por el pecado, acerca lo que estaba lejos destruyendo el odio, muro de separación entre los hombres-hermanos, hijos de un mismo Padre.

La misión de Cristo no termina con Él, sino que ha de continuarse por medio de quienes creemos en su Palabra y queremos prolongar su vida en cada momento histórico que nos toque vivir.

La unificación de todos los hombres realizada por el misterio de la Cruz, nos convoca no sólo a mantenerla, sino a aumentarla de manera que tenga una proyección misionera que abarque a toda la humanidad y a todas las realidades en las que está inserto el redimido.

Ahora bien, una pregunta surge de todo esto, ¿cómo continuar en el presente la misión de Cristo-Pastor que unifique lo que está disperso?

Indudablemente prolongar en el tiempo la misión de Jeremías que denuncia lo que está mal, y continuar la misión de Jesús que brinda caminos superadores suscitando nuevos pastores, que rectifiquen todo lo desviado porque que Él nos ha redimido, serán tareas de los bautizados.

3.-El bautizado-pastor continuador de Jeremías profeta.

Universalizando el concepto de pastor, podemos afirmar que las clases dirigentes en nuestro país –en los distintos ámbitos de la sociedad- no hemos estado a la altura de lo que necesita nuestra Patria.

Unos por comisión, otros por omisión, indiferencia o “prudencia”, renunciamos a proclamar la verdad, provocando la dispersión del pueblo.

De allí que urge a los ámbitos ya social, político, económico, laboral y todo lo referido al desarrollo humano, recibir la fuerza de la denuncia profética.

En el orden político es evidente la falta de una búsqueda sincera del bien común ya que sólo interesa el aprovechar el poder obtenido para el personal usufructo, con el intento de perpetuarse en el mismo no en una actitud de servicio, sino sólo como medio para sacar ventajas, para lo cual es habitual la inobservancia de la ley o su uso sesgado según convenga.

No se vislumbran corazones magnánimos que prefieran sacrificar lo propio por el bien de todos, denunciando con valentía lo que está mal.

En el orden de la administración de la justicia ya no se busca el ius, lo que a cada uno corresponde, sino lo que es conveniente al poder político al que se sirve y del cual se depende para no perder el puesto.

En el mundo de lo económico y social no pocas veces interesa más el lucro y la avaricia, buscándose el favor de los poderosos para los negocios, y el promover el ilusorio bienestar del juego como medio de esclavitud.

El mundo del trabajo ha dejado de ser un ámbito en el que se defiendan los derechos conculcados de los trabajadores, para convertirse en medio para tener poder y manejar discrecionalmente los aportes de todos, sin buscar la creación de nuevas fuentes de trabajo.

Los pobres sólo interesan como eternos electores cautivos y no se instrumentan los caminos para que cada ciudadano viva dignamente.

En el orden religioso no siempre se transmite íntegramente el evangelio, sino que a menudo se lo parcializa con lecturas ideológicas en las que no se presenta a Cristo como el verdadero Salvador, dejando al redimido en medio de la mundanidad que le impide reconocerse hijo de Dios.

4.-El bautizado-pastor continuador de Jesús Pastor.

En el texto del evangelio de este día escuchamos que “Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato” (Marcos 6, 34).

Poniéndonos en el corazón de Jesús –ya que hemos de aspirar a poseer sus mismos sentimientos- advertimos que su mirada abarca a todo el hombre y a cada hombre, en cada tiempo histórico que nos toca vivir.

Descubre cuáles son sus necesidades más profundas y el sinnúmero de padecimientos que ha de soportar el ser humano no siempre por su culpa.

Ante esta realidad descubrimos que el papel profético de Jeremías que denuncia y el de Jesús que increpa y consuela ante tantas injusticias, muchas veces se demora por falta de un verdadero sentido de la fortaleza cristiana o una falsa concepción de la prudencia que incluye a todos los que debiéramos ir al frente de las ovejas olvidadas por el egoísmo del hombre y necesitadas cada vez más del consuelo que procede de Dios y se prolonga en nuestra misión temporal.

De allí la necesidad entre nosotros de la presencia de legítimos dirigentes pastores que puedan sustituir toda miseria por el enaltecimiento de la dignidad humana.

Cristo se compadeció, es decir padeció con la muchedumbre, y buscó desde su misión responder a los interrogantes humanos más profundos.

Su actitud nos interpela para que cada uno de los conductores-pastores en los distintos ámbitos de la existencia humana, sepamos “padecer-con” cada uno y respondamos a las necesidades largamente insatisfechas.

Y así, en el campo político, social, económico, familiar y personal cada dirigente-pastor ha de responder según su capacidad y “padeciendo-con” las miserias de sus hermanos, para contribuir a la dignidad de cada uno. De esta manera se superarán tantas “incongruencias” de los conductores y que señalábamos más arriba.

Los que fuimos elegidos como pastores en el orden religioso-espiritual, al igual que Jesús, hemos de mostrar la teleología humana que culmina en Dios, y que es voluntad del Creador y derecho de cada uno –en su condición de homo viator-, el ser respetado en su dignidad participando de los bienes de este mundo de manera que a nadie sobre y a nadie falte lo que es congruente con la dignidad de hijos de Dios.

Sólo apostando al bien de todos podremos prolongar al Señor en el mundo temporal y ser recibidos a descansar con Él para comunicarle nuestros esfuerzos de servidores fieles.

Padre Ricardo B. Mazza. Director del CEPS “Santo Tomás Moro”. Reflexiones en torno a los textos bíblicos de la liturgia dominical del 19 de Julio de 2009. (Jer.23, 1-6; Efesios 2,13-18; Mc.6, 30-34). ribamazza@gmail.com; www.nuevoencuentro.com/tomasmoro; http://ricardomazza.blogspot.com.-

22 de julio de 2009

La misión del profeta en la historia humana.


.-La predicación del profeta Amós.
Casi dos siglos antes de la actuación del profeta Amós se produjo el cisma entre las doce tribus de Israel constituyéndose el Reino del Norte con capital Samaría, y el Reino del Sur con Jerusalén como centro político y religioso.
El profeta Amós oriundo de Judá, es un hombre que no profetiza por un salario, o por encargo especial, ni tampoco era hijo de profeta, sino que es un pastor, y que ha sido enviado por Dios al reino del Norte para predicar la conversión.
El reino del Norte bajo Jeroboam II (mediados del siglo VIII a.C.) transcurría un tiempo de abundancia económica en el que ricos y poderosos se enriquecían cada vez más, mientras que la gran masa del pueblo padecía miserias sin fin. Era patente una gran injusticia social en la que la brecha entre ricos y pobres se agigantaba cada vez más.
Amós es conocido como el profeta de la justicia social que recrimina duramente las injusticias cometidas entre hermanos, la depravación moral y religiosa, la violencia del lujo, el formalismo del culto y advierte claramente que si no escuchan la ruina caerá sobre el reino, al sobrevenir el Día de Yahvé, el desplome de la casa real y la deportación.
La contaminación reinante tocaba también al culto. Mientras se realizan ceremonias rituales esplendorosas se negaba en los hechos a los más pobres alejándose cada vez más el pueblo de su Dios.
Como acontece en el presente, había más interés por vivir en una sociedad de consumo que concretar la alianza sellada con Dios en el Sinaí.
Como reflexionamos el domingo pasado, se hace oídos sordos al mensaje del profeta, insoportable también para los responsables de la religión.
En efecto, el sacerdote Amasías defiende el culto en Betel, santuario establecido en su momento para que el pueblo no siguiera conectado con la dinastía davídica peregrinando al templo de Jerusalén.
Este sacerdote, también contaminado, más fiel a la situación establecida que a Dios, recrimina a Amós invitándolo a regresar por donde vino.
Es en ese momento que el profeta señala que ha sido enviado por Dios.
Sucede posteriormente lo que era previsible. El Reino del Norte emerge como un plato apetecible para los enemigos de siempre y Asiria se apodera del mismo en el año 722 a.C., cumpliéndose así el anuncio del mismo Dios realizado por el profeta.
Analizando la historia humana comprobamos que la caída de los imperios poderosos se produce después de un período de corrupción y de desgaste en todos los ámbitos de la sociedad.
Es difícil no pensar, al recordar lo acontecido en el reino del Norte, en nuestra Patria. De potencia primerísima que éramos hace ya muchos años, considerados con respeto en el mundo, poco a poco fuimos cayendo más y más resultando que en la actualidad nadie en el mundo nos toma en serio, provocado esto por el deterioro que ha minado las instituciones.
Como en el reino del Norte, también en Argentina, la brecha entre ricos y pobres es cada vez es mayor, ya que el lujo que ostentan algunos golpea a muchos que no tienen con qué vivir, y mientras los que debieran promover el bien común favorecen a sus secuaces, va anticipándose un futuro desolador.
Cuando el ser humano se aleja de Dios y busca vivir su propia vida a espaldas de la realidad en la que se expresa su Providencia y voluntad, termina esto volviéndose contra los mismos pueblos.

2.-La predicación de los apóstoles de ayer y de siempre.
En el texto del evangelio nos encontramos con Jesús que envía a los doce, de dos en dos, a llevar su Palabra a los hombres de buena voluntad.
El Señor hace hincapié en el despojo necesario de los enviados, que no han de ubicar su confianza en las seguridades de este mundo, sino que su única certidumbre es el envío que el Señor hace de ellos y por tanto la fuerza que proviene de Dios.
Se encontrarán con que no siempre la respuesta se origina en la fe.
Por eso les dirá que donde no sean recibidos o escuchados, sacudan hasta el polvo de sus sandalias, no como un gesto de maldición sino de advertencia, para que quienes rechazan la Palabra se hagan cargo de ello.
Pero Dios siempre espera la respuesta no para vanagloriarse de la victoria sino para bien del hombre que se encuentra con su Dios y alcanza la perfección.
El texto del evangelio muestra el drama entre un Dios que busca al hombre y de un ser humano que no siempre lo encuentra porque no quiere o le resulta indiferente su propuesta.
La misión del enviado en la época de Jesús como en nuestros días, tiene que ser a fondo, anunciar la Salvación ofrecida a todos.

3.-El contenido del mensaje.
Hasta aquí hemos mencionado al Dios que envía, a los enviados, a la falta de fe por parte de muchos oyentes y de la aceptación del mensaje por parte de unos pocos.
Ahora bien, ¿en qué consiste el contenido del mensaje? ¿Cuál su núcleo? El mensaje ha de dar testimonio de Cristo muerto y resucitado, que está relacionado con una enseñanza más amplia y que encontramos en la segunda lectura del día tomada del apóstol San Pablo a los Efesios.
Allí Pablo presenta este himno de alabanza a Dios que nos ha bendecido en la persona de Cristo “con toda clase de bienes espirituales y celestiales”.
Nos recuerda que fuimos elegidos antes de la creación del mundo en la persona de Cristo, de modo que cada uno antes de existir en el mundo, en un momento histórico concreto, estaba en el pensamiento de Dios.
Desde toda la eternidad Dios pensó en cada uno de nosotros inserto en su Providencia de Redención y Salvación de la humanidad. Pensó en cada uno contribuyendo a la gloria del Creador y al engrandecimiento del mismo hombre.
Elegidos y destinados para ser hijos adoptivos del Padre en la persona de Cristo, desplegándose así la grandeza de la condición humana.
Ahora bien, el hecho de ser hijos nos constituye en herederos de la misma vida de Dios. Es decir que estamos predestinados a volver al origen de donde procedemos, Dios mismo.
Y más aún todavía, Pablo insiste que para que lleguemos a la meta, Dios sigue brindándonos sus dones para que crezcamos como hijos, reclamando de nosotros una respuesta acorde con lo recibido, o sea, que seamos santos e irreprochables en su presencia.
¿Qué significa ser santo e irreprochable? Vivir en el mundo como hijos de Dios, bajo su mirada, y en la búsqueda constante por agradarle en todo.
Si pensáramos a menudo que somos hijos de Dios y lo que esto significa para nuestra vida cotidiana, aplicándolo a cada día, ¡qué distinta sería la familia, el trabajo, el estudio, las relaciones humanas y las diversiones!
El tener siempre presente ante nosotros el hecho de nuestra filiación divina nos lleva a descubrir nuestra identidad, es decir lo que somos, y a prolongarla en el obrar de cada día.
Descubriendo lo que somos y que estamos llamados a la misión, seremos capaces de dar a conocer a Jesús en el mundo de hoy para que no anide más en el corazón de los hombres el sin sentido de la vida, que no haya más quien piense para qué estoy aquí, y que por el contrario se vaya valorando más lo que significa ser elegidos desde toda la eternidad y llamados a la filiación divina y a la posesión de su herencia.
Pidamos esta gracia y la fuerza para llevar a cabo estos ideales.

Padre Ricardo B. Mazza. Director del CEPS “Santo Tomás Moro”. Homilía en el domingo XV “per annum” ciclo “B”. Referencias bíblicas: Amós 7,12-15; Efesios 1,3-14; y Marcos 6,7-13. Santa Fe de la Vera Cruz 12 de julio de 2009. ribamazza@gmail.com; www.nuevoencuentro.com/tomasmoro; www.nuevoencuentro.com/provida; http://ricardomazza.blogspot.com.-

12 de julio de 2009

“Sabrán que hay un profeta en Israel”


1.-La relación borrascosa entre Dios y el hombre.
Siempre la relación entre Dios y el hombre en el transcurso del tiempo ha sido tormentosa. Por un lado, Dios busca permanentemente al ser humano como creatura predilecta suya para darle lo mejor de Sí, y por el otro lado las frecuentes infidelidades del hombre.
Estas infidelidades, que como su nombre lo indica, se traducen en la falta de fe que se prolonga en el obrar de todos los días.
Difícilmente alguien puede obrar el bien si no están sus acciones iluminadas por la fe en el Señor.
Los textos bíblicos de la liturgia dominical de este día nos muestran este drama del pasado, del presente y quizás del futuro en lo que se refiere a la relación entre Dios y el hombre, es decir, el Creador que busca al ser humano que se empecina en no escucharlo.
Y así buceando en estos textos percibimos que el eje temático transcurre entre la falta de fe del hombre y la persistencia de Dios que lo busca.
En la profecía de Ezequiel se afirma como realidad de este trato, “sea que te escuchen, sea que no te escuchen sabrán que hay un profeta en Israel”.
La falta de fe y la búsqueda de Dios la encontramos también en la segunda lectura cuando el Apóstol Pablo dice “Cuando soy débil, soy fuerte”.
Y la tercera comprobación de este disloque relacional Dios-hombre la percibimos también presente en el texto del evangelio cuando afirma que Jesús era motivo de escándalo, y que Éste se admiraba de la falta de fe.
En los tres textos encontramos elementos comunes a pesar de la distancia histórica en la que se ubican.

2.-Sabrán que hay un profeta en Israel.
Y así en el Antiguo Testamento, Dios le encomienda al profeta Ezequiel que marche al encuentro del pueblo y que anuncie cuáles son las consecuencias de sus pecados. Y he aquí que ante la omnipotencia del Dios que envía aparece la debilidad del hombre enviado. Dios llama a Ezequiel hijo de hombre, para indicar justamente su debilidad, sus limitaciones, su poca cosa. Y es el mismo profeta quien señala que el espíritu de Dios entró en su corazón y lo transformó.
Cuando Dios lo envía al pueblo, - uniendo así la debilidad humana del profeta y la fuerza de Dios transmitida por el espíritu-, con la orden perentoria de anunciar el mensaje divino, es consciente que se encontrará con un Israel endurecido, testarudo, que no entiende o no quiere entender el significado de los signos de la bondad divina, y no se decide a entrar por el camino de la alabanza a Dios y de su propia felicidad.
El profeta al decir sí al proyecto divino, se coloca en un camino de soledad y sufrimiento sabiendo que sólo Yahvé es su fuerza, máxime cuando escucha el anuncio de su fracaso en la afirmación de “sea que te escuchen, sea que no te escuchen, sabrán que hay un profeta en Israel”.

3.- Cuando soy débil, soy fuerte.
En la segunda carta de San Pablo a los Corintios (12,7-10) aparece nuevamente la debilidad del que anuncia la Palabra. Esta vez es Pablo, el cual dirá que “para que no me envanezca tengo una espina clavada en mi carne”. No se sabe bien qué tenía, probablemente es una enfermedad crónica, molesta, con ataques agudos, quizás de la vista, un estorbo a su misión apostólica, que lo lleva a suplicar por tres veces a Dios que lo libre de esta espina, y por tres veces, Dios le contesta “Te basta mi gracia, la fuerza se realiza en la debilidad”.
Se repite de nuevo la experiencia de Ezequiel, el hombre débil, poca cosa para la misión que se le ha encomendado, y la gracia de Dios presente con esta promesa de “Te basta mi gracia” sale al cruce de todos sus temores, y lo envía al encuentro de los paganos para llevar el evangelio.
El mismo Pablo reconoce la debilidad que sufre de afuera, “insultos, privaciones, y las dificultades sufridas por Cristo” reconociendo el poder de Dios al exclamar “Cuando soy débil, soy fuerte”.
Es una experiencia propia del ser humano que vive de la fe y que asciende continuamente a las alturas de la intimidad con Dios, el conocer que cuanto más débil nos percibimos en las diversas dificultades, la unión con el Señor y su fuerza, nos lleva a superar todo.
“Cuando soy débil, soy fuerte” porque es Dios el que impide que caiga bajo la opresión de esa debilidad.

4.-Se extrañó de su falta de fe.

En el evangelio nos encontramos con el mismo cuadro. La debilidad de Cristo que consiste en no poder entrar en el corazón de sus conciudadanos de Nazaret. Se dirige a su tierra y allí no es recibido.
A pesar de que en la sinagoga explica las escrituras y se reconoce que lo hace con sabiduría y hace milagros, enseguida brota la duda, y el desprecio por Él: “¿No es éste el carpintero, el hijo de María? ……. ¿y sus hermanas no viven con nosotros aquí?”. Como diciendo, acá nos conocemos todos, qué viene éste a presentarse como un ser especial.
Esta consideración sobre Cristo lo muestra al Señor en su debilidad, la debilidad de la carne, de la familia, de provenir de esta localidad. Y Esto hace que Jesús se convierta en motivo de escándalo.
Escándalo etimológicamente significa piedra de tropiezo.
Escandalizo cuando pongo en el camino de la vida de otro algo que lo hace caer en el pecado, cuando arrastro a otra persona a hacer el mal, y lo conduzco con ello a la ruina de su alma.
Según esto, ¿cómo puede ser Cristo escándalo, piedra de tropiezo? Porque aquellos que se encuentran con Él tropiezan “con la verdad que no reconocen” y se endurecen en su falta de fe.
No es que Cristo ponga obstáculo alguno en el camino hacia el bien de los habitantes de Nazaret, sino que al vivir en el pecado por la falta de fe, tropiezan con la Verdad que es Él, y al no reconocerlo se endurecen más en su proceder inicuo. Por eso Jesús se admira por la falta de fe.
Es lo que sucede a los que viven en las tinieblas, y que ante quien vive en la luz, en lugar de convertirse, se endurecen más en su mal proceder.
¿Cuál es la consecuencia de la falta de fe? La obstinación del corazón que impide el obrar de Cristo, por eso dice el texto del evangelio “que no pudo hacer allí ningún milagro salvo algunas curaciones, imponiendo las manos” a los pocos que creían.
Las acciones de Cristo suponen siempre la fe como en la curación de la mujer que padecía hemorragia y la resurrección de la hija de Jairo.
El milagro no es un acontecimiento a través del cual Cristo quiere apabullar a todo el mundo con su divinidad, sino que es la respuesta a la fe de aquella persona que se acerca a Él.
Y esto acontece a menudo en nuestra vida. ¡Cuántas veces se escuchan los lamentos del hombre ante un Dios que parece ausente, lejano, como sin importarle nada de lo que sucede a los demás, que no actúa, que no concede lo que pedimos, que no soluciona los problemas!
No se percibe que Dios no puede actuar ante la falta de fe, cuando el corazón del hombre se bloquea más en su postura, en su pecado, y no abre su corazón a la gracia sanante del Señor.

5.-La Iglesia en su soledad, testigo de la benevolencia de Dios.
El obrar de la Iglesia se caracteriza como en Ezequiel, como en Pablo, como en Jesús, por la debilidad propia de todos los bautizados que somos pecadores, pero que al mismo tiempo goza como Ezequiel, Pablo y Jesús, de la gracia de lo alto para ir al encuentro del hombre de todos los tiempos y llevar el Evangelio de la Salvación.
La Iglesia, es decir, cada bautizado, siguiendo el designio salvífico de Dios, no debe hacerse ilusiones de recibir aplausos, sino que la mayor parte de las veces cosechará rechazos, como Ezequiel, como Pablo, como Jesús.
Como Ezequiel por perturbar la “tranquilidad” de las costumbres erráticas del pueblo elegido, como Pablo por recriminar los procederes de los paganos, como Jesús por recordar la vocación que el pueblo ha recibido desde el principio.
Como se minimiza y desprecia el mensaje de Ezequiel, de Pablo y de Jesús, se mengua el mensaje de la Iglesia, la que a pesar de nuestras debilidades y pecados sigue teniendo la fuerza de Dios para llevar este mensaje.
Aunque sea criticada porque defiende la vida y la dignidad de toda persona humana a despecho del mundo, lo significativo es que sea testigo de quien la envía aún no siendo escuchada, ya que “sea que te escuchen, sea que no te escuchen sabrán que hay un profeta en Israel” (Ezeq.2, 2-5).
Si la presencia de la Iglesia fuera agradable a todos ya habría perdido la capacidad de ser sal y luz del mundo. Para cumplir con la misión de Cristo, tiene que ser profeta molesto e interpelar con su presencia.
La Iglesia como Pablo debe experimentar “cuando soy débil, soy fuerte”. Cuando más débil se presenta por el pecado de sus miembros, más clara es la fuerza de Dios. Por otra parte es más fácil tomarse de la debilidad que de la fortaleza, que es el signo manifiesto de la presencia del Señor.
Y Jesús sigue prolongándose en la misión de la Iglesia reclamando que vayamos al encuentro del hombre de hoy, aún sabiendo que hallaremos corazones endurecidos en los distintos ámbitos de la vida humana.
¡Cuántas personas reciben un sinnúmero de sinsabores en la vida, y sin embargo siguen con sus planes, con sus proyectos puramente humanos en los que no está presente el Señor, pensando que todo lo pueden!
Sucede lo que recuerda la Escritura que “Dios ciega a los que quiere perder”, es decir, a los que rechazan la luz de un modo habitual al no mirar más allá de sus fronteras personales, y así no hacen más que juntar carbones encendidos sobre sus cabezas.
Invitados a acercarnos al Señor como Ezequiel y Pablo, reconociendo que cuando somos débiles, somos fuertes, llevemos a todos el evangelio con la fuerza que Dios nos ha entregado por el bautismo.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de “San Juan Bautista”, Santa Fe de la Vera Cruz. Homilía en torno a los textos de la liturgia del domingo XIV “per annum”. Ciclo “B” (Ezequiel. 2,2-5; II Cor.12, 7-10; Mc.6, 1-6). 05 de Julio de 2009. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com; www.nuevoencuentro.com/tomasmoro.-

10 de julio de 2009

Talitá Kum: ”¡Niña, yo te lo ordeno, levántate!”


Es necesario “que nos ocupemos por transmitir y afianzar la cultura de la vida, ya que ésta es fruto del amor que procede de Dios, mientras que la cultura de la muerte es causada por el odio a la persona, y también al mismo Creador”.

El domingo pasado proclamado el texto de Job consideramos cómo aparecía en el horizonte del hombre el misterio del dolor y la presencia del mal que inquietaba y angustiaba, sin que se advirtiera una respuesta inmediata a la problemática.
Decíamos que en la persona de Jesús y su obrar para con la humanidad doliente, encontrábamos una respuesta a interrogantes tan profundos.
En la liturgia de este día descubrimos algunas pistas que nos pueden ayudar a comprender esta temática, ya que el libro de la Sabiduría, uno de los más cercanos al Nuevo Testamento, nos enseña que la muerte es consecuencia del pecado, ya que Dios ha creado todas las cosas de una manera perfecta, para que existan, prolongando de esa manera la visión del libro del Génesis: “Y vio Dios que todo era bueno”.
La muerte, en efecto, no entraba en los designios de Dios. Fue la envidia del demonio y las malas obras del hombre, lo que causa la herida de la muerte en todo el orden creado.
El pecado del hombre, tentado por el espíritu del mal, abre las puertas de este mundo a la muerte, esa muerte que muchas veces para el que no tiene fe es lo último de la existencia y que lleva a un pesimismo tal al no encontrar un más allá que le pueda dar sentido al hombre.
La Sagrada Escritura señala que la muerte no proviene de la voluntad de Dios, ya que es el Señor de la vida, y en ese contexto el hombre ha sido creado para la inmortalidad, siendo la resurrección -posible gracias a la muerte y resurrección de Cristo- un anticipo de ella.
En el texto del evangelio proclamado hoy aparece con mucha claridad el tema de la vida, de la cultura de la vida, de la cual tanto ha hablado el papa Juan Pablo II.
El Pontífice ha recomendado que como bautizados trabajemos por este ideal nobilísimo, teniendo en cuenta que estamos acosados por la llamada cultura de la muerte.
De allí la necesidad de mirar a Cristo, el cual desde el comienzo de su estada entre nosotros, señala cuánto le importa la vida del hombre.
A través de gestos y de palabras está junto a la muchedumbre, y así lo percibe el jefe de la sinagoga, Jairo, quien se acerca para decirle “mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que se cure y viva”.
Y “Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados” (Marcos 5, 23 y 24).
Pero es en ese caminar, en ese ir andando junto a la humanidad doliente, representada por la multitud, cuando una mujer que padece hemorragias, toca el manto del Señor.
Uno se pregunta, ¿por qué la actitud de esta mujer, que toca el manto a escondidas? Es que de acuerdo al pensamiento judío la hemorragia hacía impura a la persona –legalmente hablando-, y por lo tanto se consideraba como una manera de exclusión de la misma comunidad (Lev.15, 25-27).
Esta mujer se acerca al Señor con temor pero también con confianza en que podía ser curada.
Al ser curada, Jesús se da cuenta de lo que había acontecido y pregunta, ¿quién me ha tocado?, ante la lógica sorpresa de los discípulos ya que estaba apretujado por todas partes.
Pero es que Jesús sabe que se trata no de un contacto cualquiera sino de alguien que lo hizo con fe. Por eso, la mujer se presenta ante Jesús reconociendo lo que ha hecho, y Él tiene una respuesta hermosísima: “Tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda curada de tu enfermedad” (v.34).
Al afirmar que “Tu fe te ha salvado”, le está diciendo “Me interesa que te reencuentres con la verdad, con el Salvador. Tu fe te ha dado vida, te ha reconstituido interiormente, y para que veas que esto es así, cúrate de tu enfermedad”.
La curación de la mujer será signo de una sanación más profunda, pero también resulta en el marco del texto bíblico un anticipo de que Jesús puede hacer cosas aún mayores manifestándose como el Señor de la vida, como aquél que viene a vencer la muerte, y que anuncia la verdad de “Yo soy la resurrección y la vida, el que crea en mí, aunque muera vivirá”.
Y este es el mensaje que Jesús quiere transmitir a la familia de Jairo ante su hija muerta: “No temas, basta que creas”.
Jesús se dirige a la casa de Jairo y nos recuerda cuando en una oportunidad va a la casa de su amigo Lázaro, también muerto, para volverlo a la vida.
En lo de Jairo se encuentra con gente que se ríe de Él cuando afirma que la niña no está muerta sino que duerme. Aquellos que no creen en la vida, que Jesús sea la resurrección y la vida, es la muerte el cerrojo de la existencia humana, y están cerrados a descubrir un mensaje diferente, el de la vida más allá de la muerte física, que se traduce en un encuentro con el Dios Eterno.
Jesús despide a toda la gente, se queda con los padres de la niña y con los tres discípulos que lo acompañan: Pedro, Juan y Santiago.
No puede realizar este gesto de la resurrección en medio de los incrédulos, de aquellos que se dan por vencidos ante cualquier dificultad.
Y con el Talita kum, “niña, yo te lo ordeno, levántate”, Jesús muestra una vez más que es el señor de la vida.
Queridos hermano: el Señor nos deja una enseñanza hermosa, el que nos ocupemos por transmitir y afianzar la cultura de la vida, ya que ésta es fruto del amor que procede de Dios, mientras que la cultura de la muerte es causada por el odio a la persona, y también al mismo Creador.
En nuestra Patria, como en muchas partes del mundo, nos estamos nutriendo por la cultura de la muerte en la violencia cada vez más salvaje, en las muertes causadas por la inseguridad, en el descuido y desprecio por la salud de los ciudadanos, en la promoción del aborto encubierto y la anticoncepción más brutal, en la falta de trabajo y digna vida para los más débiles, y un cúmulo de acciones que vulneran el corazón humano.
Jesús, en cambio, señala que es el Señor de la vida, y que el pecado es el que introdujo la muerte y tantos males entre nosotros.
Este modo de pensar entre nosotros prolonga y aumenta la cultura de la muerte originada en la desobediencia del hombre.
Lo vemos hoy presente en nuestro país, por ejemplo, en la despreocupación primero ante el dengue, que sigue latente esperando por un nuevo zarpazo, ahora la gripe porcina, mientras que carecemos de una verdadera política sanitaria que atienda a los más débiles.
¿Cómo es posible vencer a las enfermedades cuando miles de argentinos se ven privados de agua potable, vivienda digna y alimentación adecuada? Estas injusticias todavía latentes entre nosotros claman ante Dios una solución perentoria.
¡Trabajar por la cultura de la vida es defender todo aquello que dignifica y eleva al ser humano en todos los órdenes de su existencia!
En la segunda lectura que recién proclamamos encontramos un gesto hermoso al respecto (2 Cor. 8,7-9.13-15) cuando el apóstol les dice a los cristianos de Corinto que sean generosos en la colecta que está realizando a favor de los pobres de Jerusalén.
Como Cristo a quien ustedes sirven -les enseña-, siendo rico se hizo pobre y ha sido generoso con cada uno por medio del don de la salvación, también nosotros hemos de compartir con los que más necesitan.
Los griegos –para quienes establecer cierta igualdad era condición de amistad- entendieron las palabras de Pablo “la abundancia de ustedes remedia la falta que ellos tienen; y un día la abundancia de ellos remediará la de ustedes” pasando así a la vivencia de la fraternidad cristiana.
Este es un gesto concreto –el compartir los bienes que nos han sido dados- a favor de la cultura de la vida, ya que al no cerrarse el hombre en sí mismo, se abre a las necesidades del otro y se engrandece por su sintonía con el plan de Dios sobre nosotros.
Hermanos: acudamos al que es la resurrección y la vida y pidámosle que nos ilumine para que en nuestro andar cotidiano trabajemos para la vida desechando todo lo que es sinónimo de muerte, odio, guerra, injusticias, faltas de caridad, desprecio por el otro, en fin, todo lo que no nos identifica con las enseñanzas del evangelio.
Padre Ricardo B. Mazza. Homilía en torno a los textos del domingo XIII durante el año. Ciclo “B”. 28 de junio de 2009. Sab. 1,13-15 y 2,23-25; II Cor. 8, 7-9.13-15; Marcos 5, 21-43.-ribamazza@gmail.com; www.nuevoencuentro.com/provida; http://ricardomazza.blogspot.com.-

2 de julio de 2009

En la tempestad, el Señor nos protege


“Un cambio en el timón de la política que no esté acompañado de una verdadera conversión del corazón de todos, resultará un mero maquillaje que traerá tempestades más crueles, ya que “se recoge lo que se siembra”.

1.-El infortunio de Job y la Providencia de Dios.
El libro de Job evoca al hombre que padece adversidades a pesar de su buena conducta y fidelidad a Dios.
Job pierde a sus hijos y fortuna, y él mismo es herido por la enfermedad.
Tres de sus amigos van a consolarlo, y es en ese encuentro cuando surge de Job el clamor del hombre que se ve enfrentado por el enigma del sufrimiento y el silencio de Dios. De ahí su constante apelación a un pleito con Él para probar su inocencia.
Hasta su mujer, cansada de advertir su fidelidad a Dios, le dice: “maldice a Dios y muere de una vez” (Job. 2,9).
Pero Job se mantiene unido a Dios a pesar de las pruebas, ya que “El Señor me lo dio y el Señor me lo quitó” (Job. 1,21), y aunque no entiende lo que le sucede, conserva una conducta enclavada en la fe a su Creador.
Y Dios le enseña que el hombre no puede pedirle cuentas por su obrar, dada su pequeñez ante su omnipotencia, a que no estuvo presente cuando hizo todas las cosas, y porque ha demostrado a lo largo de la historia humana cuánto ama a su criatura predilecta.
De allí que proclame que el mal está acotado en los límites que Él le ha impuesto. Y lo hace a través de la figura del mar, - ámbito de las fuerzas del mal- ceñido para que no avance sobre tierra firme.

2.-La tempestad calmada por el Señor y la vacilación de los apóstoles
En el Nuevo testamento Dios se humaniza aún más, ya que no habla desde la tormenta, sino en Jesucristo que domina el mar y todos los elementos.
Y así, el Dios victorioso sobre las fuerzas del maligno, se revela de un modo nuevo en el Evangelio que proclamamos.
Ha terminado un día en el que el Señor realizó muchas curaciones, expulsó demonios, escuchó el dolor de muchos corazones quebrantados. Sube a la barca, descansa en el cabezal de la popa, y se queda dormido.
Mientras tanto la tempestad furiosa azota la barca, hasta tal punto que las aguas la invaden con el peligro subsiguiente de que ésta naufrague.
Los apóstoles están aterrorizados, no sólo por la tormenta en medio del mar, sino también por las fuerzas malignas que lo habitan, -según el pensamiento de la época-, además de la posible existencia de seres monstruosos, en fin, todo un mundo tenebroso.
Y se acercan a Cristo dormido presurosos porque están a punto de ahogarse, de perecer.
Por un lado, con sus palabras están reconociendo el poder de Jesús para cambiar la situación, por el otro, ante el actuar del Maestro, exclaman “¿Quién es éste que hasta el mar y el viento le obedecen?”
Sucede así también con frecuencia en nuestro mundo cuando el contradictorio corazón humano reconoce la potestad divina, pero también la niega. Somos así de cambiante los seres humanos.
A pesar de ello Jesús siempre nos deja signos de salvación como en esta situación en que se manifiesta como Dios. No invoca al Padre para que intervenga, sino que Él mismo impera sobre el viento y el fragor de la tormenta diciendo: “Cállate”, calmando las aguas procelosas.
Está diciendo: “Soy Dios, estoy por encima de todo acontecimiento. Tengo dominio absoluto sobre las fuerzas de la naturaleza, creaturas mías al fin y al cabo. Solamente no detento esa autoridad –porque así lo quiero-sobre la libertad humana, ya que al hombre quiero atraerlo con los lazos del amor para que actúe libremente hacia el bien”.
El Señor, llega, en efecto, hasta la puerta de la libertad humana, porque a nadie le impone su presencia, y espera que vayamos a su encuentro.
De allí la importancia de lo que decía San Pablo en la segunda lectura de esta liturgia dominical, de que si hemos muerto con Cristo, renacidos en Él y por Él, somos nuevas creaturas con un estilo de vida diferente.
Por eso les dice a los apóstoles “¿Por qué tienen miedo?”, como preguntándoles, ¿por qué hacen tanto alboroto, esa gritería, esa angustia desconfiada por el actuar de la Providencia divina?
Enseguida señala cuál es la causa de todo esto: “¿Cómo que no tienen fe?”
Precisa de esa manera la condición humana por la que profesamos la fe en Cristo hecho hombre cuando las aguas están calmas, pero ante la tempestad se da curso a la desesperación.
Esto sucede porque el ser humano no ha puesto su seguridad en Dios, por más que proclame la fe en Él, sino que busca afirmarse en sí mismo, y descubre lo que en realidad es en los momentos de la tempestad.

3.-En la tempestad de Argentina, Cristo está presente.
¿Quién no tiene problemas y dificultades en la vida cotidiana?
Estamos a unos días de las elecciones y estamos sumidos en medio de una tempestad en la que la barca de la Patria hace agua con prisa y sin pausa.
Tenemos que soportar males y deshonestidades de todo tipo.
Y también en esta situación angustiosa al ver que zozobramos, el Señor nos dice: “¿Cómo que no tiene fe? ¿Por qué tienen miedo? “
Es cierto que en las vicisitudes que tenemos que afrontar no depende todo de Jesús, ya que en las crisis no solamente la gracia y ayuda de Dios se necesita, sino que es obligatoria la respuesta del hombre.
Hemos de confiar en el Señor y saber que Él desde el cielo observa las peleas de los políticos, los insultos, las artimañas para ganar una elección, y se ríe a mandíbula batiente exclamando:”Soy yo el Señor de la historia”, y nos recuerda lo que enseña el salmo para que lo repitamos confiadamente: “¡Levántate Señor! ¡Sálvame, Dios mío! Tú golpeas en la mejilla a mis enemigos y rompes los dientes de los malvados. ¡En Ti, Señor, está la salvación, y tu bendición sobre el pueblo!” (Salmo 3,8 y 9).
En medio de las dificultades y de males de todo tipo, cuando parece que todo se hunde y que no queda otra que repetir lo de la mujer de Job “maldice a Dios y muere de una vez”, debe surgir la serenidad y poner nuestra seguridad en el Señor sabiendo que cambiará la historia pero no por arte de magia sino en la medida en que seamos instrumentos de ese cambio en nuestra Patria.
Si la Argentina no muda de aires, si no se convierte a Dios, si no pone su existencia bajo una luz diferente donde abunde la nobleza, la honestidad, la verdad, la justicia en todos los campos, será imposible avanzar y construir una sociedad totalmente distinta.
Debemos ir al encuentro del Señor, escuchar qué nos dice, y seguramente nos impulsará a buscar siempre el bien.
Un cambio en el timón de la política que no esté acompañado de una verdadera conversión del corazón de todos, resultará un mero maquillaje que traerá tempestades más crueles, ya que “se recoge lo que se siembra; el que siembra para satisfacer su carne, de la carne recogerá sólo la corrupción; y el que siembra según el espíritu, del espíritu recogerá la Vida eterna” (Gálatas 6, 7 y 8).

4.- La tempestad en la Iglesia, y la seguridad en Cristo.

Esta barca que avanza en medio de la tempestad es también imagen de la Iglesia de Cristo, la cual navega en este mundo y por la historia humana en medio del mal, de ese mar que le es hostil tanto desde fuera con el viento y la tempestad de los servidores del maligno, como desde dentro invadida por el agua de la falta de testimonio de los bautizados que amenaza con hundirla, cuando falta la unión plena con Cristo.
Pero a pesar de todo tenemos la seguridad de la presencia del Señor.
“No teman”, -nos dice, “¿Cómo es que no tienen fe?” Aunque parezca que todo se hunde, allí está el Señor para impedirlo.
Hoy también recordamos a los padres en su día. A ellos se los invita a ser timoneles de una barca muy especial, la de la familia.
La familia también hoy está convulsionada por la falta de trabajo, de vivienda, de salarios dignos, de educación en la verdad, de atención en la salud o en la seguridad.
La familia muchas veces es bombardeada desde dentro, haciendo agua, por la desunión reinante entre padres e hijos, disoluciones matrimoniales, la falta de transmisión de la fe y de vivir desde la misma los distintos acontecimientos.
Y en esta familia así vapuleada quiere entrar también Jesús, y le dice “no tengan miedo”. A través de la figura del padre terreno, Jesús se hace presente, como cabeza que es del Cuerpo místico de la Iglesia.
Pidamos por lo tanto también por los padres para que puedan guiar firmemente a su familia, la barca que se les ha confiado.
Imploremos al Padre de todos nos de su gracia para vivir siempre según el evangelio de la verdad.


Padre Ricardo B. Mazza. Director del CEPS Santo Tomás Moro”. Reflexiones sobre los textos de la liturgia del domingo 12 durante el año (ciclo “B”): Job.38, 1.8-11; 2 Cor.5, 14-17 y Marcos 4,35-41. 21 de junio de 2009. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com; www.nuevoencuentro.com/tomasmoro.-

1 de julio de 2009

“Señor, Tú sabes que te quiero”.


Esta condición de grandeza está al alcance de cada uno, con la fuerza que viene de lo alto.

Todo depende que ante ese Señor de la historia que nos dice a cada uno en lo más secreto del corazón “¿me amas?”, le sepamos responder, “Tú sabes que te quiero”.

Estamos celebrando la misa de la Vigilia de la Solemnidad de los Apóstoles San Pedro y San Pablo.

Los textos bíblicos de la liturgia nos llevan como de la mano a entender este misterio que encierra la vocación de Pedro y Pablo, y que aparece como prototipo de todo llamado de Dios, de toda vocación que Él quiera.

Encontramos una afirmación cargada de ternura de parte de Pedro, que es como la clave de la liturgia de esta tarde: “Señor, Tú sabes que te quiero”.

Cuando alguien es capaz de pronunciar estas palabras delante del Señor, es porque a pesar de las infidelidades propias del ser humano, tiene una orientación fundamental de la vida hacia Jesús, el Único que da sentido a la vida humana.

Jesús le pregunta tres veces a Pedro acerca de su amor para con Él, ya que tres veces lo había negado.

Se trata de un reproche del Señor cargado de dulzura, de amistad, como diciéndole:”Yo sé que tú me has abandonado pero yo estoy buscándote para asegurarte que no te despojo de lo que te he dado. Te elegí como piedra visible de la Iglesia que he fundado, pero no me arrepiento de haberlo hecho. Cuando te elegí sabía de tus debilidades, pero conocía tu decisión de corresponder a ese amor que yo te he brindado desde el comienzo”.

Sin duda alguna aparece nuevamente Dios como el que ama primero tal como lo manifestara en la creación, en la redención y a través de la santificación de cada uno.

Por eso, este reclamo del Señor dirigido a Pedro y a cada uno de nosotros es un reclamo que apunta en definitiva a una vida más plena: “Pedro, ¿me amas?”, “Señor, tú sabes que te quiero”.

Cada uno de nosotros está invitado a sentirse interpelado por el Señor, a abrir el corazón y la mente para que nos pregunte por nuestro nombre: “¿Me amas realmente a través de tus pensamientos, palabras y acciones?, ¿me amas?”

Y con ese amor, “¿estás respondiendo a la predilección que tengo por ti y manifiesto permanentemente?”-pareciera repreguntar Jesús.

Cada uno así solicitado por el Señor, está invitado a responder: “Señor, Tu sabes que te quiero”.

Y a partir de esta afirmación comienza una nueva vida para el bautizado, a pesar de las infidelidades y pecados causados por la debilidad humana.

Cuando una persona ha sabido decir “Señor, tú sabes que te quiero”, está tomando la decisión de orientar su vida a Cristo.

Al encontrarse con el Señor ya no habrá más trampas, engaños, ni distracciones, ni el dejarlo a Él para buscar otras metas, otros rumbos.

El Señor se compromete con ese amor que suscita, transformando de tal manera el corazón del hombre, que lo hace capaz de realizar aquello que enaltecen el nombre de Dios y el de la persona que origina esas obras.

Y así lo encontramos a Pedro, con Juan, junto a la puerta llamada la Hermosa en Jerusalén, curando al paralítico: “No tengo oro ni plata, pero lo que tengo te lo doy “, y en nombre de Jesucristo lo sana.

El poder que tienen tanto Pedro como Juan para curar, es fruto de la afirmación “Señor, tu sabes que te quiero”.

Porque el amor a Cristo no solamente permite recibir gracias especiales de parte de Él, sino que uno mismo como que se anima a cosas superiores a las que podemos hacer en el nombre del Señor ordinariamente.

El recién curado entró al templo saltando, gritando, alabando a Dios, y la gente que lo veía también alababa a Dios. Siempre está la alabanza dirigida al Señor.

Las miradas no están puestas en Pedro y Juan sino en Dios porque el pueblo que vive de la fe reconoce que Juan y Pedro sólo han sido instrumentos en las manos de Dios, y que Dios es el que actúa.

El apóstol, es decir el “enviado”, lo es para que por medio de sus palabras y acciones que van manifestando el misterio de Dios, vaya provocando en el corazón del “resto”, es decir de los fieles, la glorificación de Dios, el dirigirse siempre al Creador.

En definitiva, por la acción curativa que recibe, el paralítico curado es interpelado para que también él pueda decir:”Señor, tú sabes que te quiero”, “tú sabes que te agradezco esta curación. Estaba paralítico, no sólo en el cuerpo sino también en el espíritu, en el corazón y Tú me has librado, por eso repito, Tú sabes que te quiero”.

El Apóstol San Pablo nos habla de cómo percibió el amor de Dios. Perseguía -celoso por sus creencias y con odio- a los cristianos, y cuanto más daño hacía entre ellos, más feliz se sentía. Y su sed de odio parecía que nunca se apagaría.

Hasta que Aquél que lo eligió desde el vientre de su madre –confiesa Pablo- lo llamó por su misericordia. Nuevamente la iniciativa del amor la tiene Dios:”Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”, “¿Quién eres Señor?” Soy Jesús a quien tú persigues”.

En ese momento, Saulo comienza su proceso de conversión, cambia totalmente, reconoce el amor del Señor y con su obrar futuro sabrá decir: “Señor, Tú sabes que te quiero”. “¿Cómo no voy a quererte, después de lo que has hecho por mí?”

Y Pablo tuvo una experiencia tan profunda en su interior, de la acción divina en su corazón, que fue capaz de sufrir inmensas pruebas en su vida por la causa del Evangelio. Él recordará que sufrió persecución, cárcel, frío, calor, hambre, sed, miserias de todo tipo, incomprensión, odio, desprecio, todo por la causa de Cristo, por predicar su Evangelio.

El Apóstol sintiéndose elegido, pareciera decir emocionado: “Seguiré trabajando Señor, porque tú sabes que te quiero”, y porque reconoce que todo lo puede en aquel que lo conforta.

Y así, Pablo y Pedro, vivirán a fondo esta vocación de amor de aquel que los ha elegido y enviado para dar testimonio.

Y este, “Señor, tu sabes que te quiero”, estuvo presente también en el momento del martirio.

Es ante el momento de la muerte, Pablo por la espada y Pedro por la cruz, donde repetía cada uno “Señor, tu sabes que te quiero”.

No rechazaron la penuria del martirio, no dijeron “¡Después de todo lo que hicimos tenemos que padecer el martirio!”.

No, sabían perfectamente que ellos no podían ser diferentes al Maestro.

Si Jesús había muerto por ellos en la cruz, también ellos debían derramar su sangre por el que primero la había derramado por ellos.

Y allí en la muerte volvieron a decir cada uno:”Señor, tu sabes que te quiero”.

Qué hermosa vida la de estos dos hombres que con sus defectos, debilidades y miserias, pero también con sus grandezas, manifestaron y manifiestan al mundo lo que es capaz de realizar el hombre cuando responde a la gracia de lo alto.

Esta condición de grandeza está al alcance de cada uno, con la fuerza que viene de lo alto.

Todo depende que ante ese Señor de la historia que nos dice a cada uno en lo más secreto del corazón “¿me amas?”, le sepamos responder, “Tú sabes que te quiero”.


Padre Ricardo B. Mazza. Director del CEPS “Santo Tomás Moro”. Reflexiones sobre los textos bíblicos de la Vigilia de los Apóstoles Pedro y Pablo. 28 de junio de 2009. Hechos 3,1-10; Gál.1, 11-20; Jn.21, 15-19.-

ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com; www.nuevoencuentro.com/tomasmoro.-