31 de octubre de 2022

Dios crea al hombre, lo mantiene con su Providencia y lo rescata del pecado por la misericordia y amor que derrama sobre cada uno.

 

Si tenemos en cuenta los textos  bíblicos que se proclaman en la liturgia de cada día, seguramente hemos advertido que se repiten de forma permanente las referencias  sobre el pecado y la gracia, o sea, se mencionan y profundizan la caída y la salvación traída por Cristo.

Ante este hecho quizás alguien puede sentirse tentado a pensar por qué siempre tenemos que escuchar y considerar los mismos temas.
La razón es muy simple, ya que la Sagrada Escritura describe narrativamente  la historia de la salvación del hombre, la cual está marcada desde el comienzo, después de la creación del mundo y del hombre, por la presencia del pecado de los orígenes y sus consecuencias, y cómo Dios  desea elevar al hombre caído.  
Y a su vez, la Sagrada Escritura hace presente la salvación de la historia, o sea, esa misma historia de la salvación herida por el pecado de los orígenes, se convierte en salvación de la historia por la presencia del Hijo de Dios hecho hombre entre nosotros, Él es el que viene a salvarnos,  a poner nuevamente en su debida armonía el proyecto de Dios sobre el hombre  desde toda la eternidad.
¿Y cuál es el plan de Dios? sabemos que el ser humano siempre ha sido amado por Dios, su Creador, y elegido desde toda la eternidad.
Precisamente el primer texto de hoy tomado del libro de la Sabiduría (Sab. 11, 22-12,2) expresa que si Dios no hubiera amado algo no lo hubiera creado, si Dios no hubiera amado a alguien no lo hubiera creado, por lo tanto, ya de entrada se nos enseña que cada uno de nosotros es amado por Dios y llamado a participar algún día en la propia vida de Dios.
Y es tan grande el amor de Dios que manifiesta su omnipotencia en el perdón y la misericordia en su relación con el ser humano.
Sabemos por experiencia que el ser humano no perdona fácilmente o no tiene misericordia, porque  piensa que es fuerte y poderoso por esa manera de conducirse en su relación con los otros, siendo todo lo contrario, ya que no perdona porque es débil y tiene miedo de quedar humillado o disminuido ante la opinión de los demás.
Dios en cambio manifiesta su poder, especialmente su señorío, en el perdón y la misericordia.
Precisamente el texto de la Sabiduría que acabamos de escuchar muestra cómo Dios busca al pecador, y esto no puede ser de otra manera, ya que si Él ha pensado hacernos partícipes de su misma vida, cuando nos descarriamos de la senda del bien, vuelve a llamarnos, reconociendo nuestra dignidad de ser imagen y semejanza suya, e hijos adoptivos  por el bautismo.
Dios manifiesta su amor por el hombre en la creación, y por la providencia mantiene y guía a todos los seres en lo que ellos son, manifestando así su voluntad de que  está empeñado en que se lleve a cabo el plan de salvación orientado al hombre.
Justamente lo afirma el apóstol San Pablo escribiendo a los cristianos de Tesalónica (2 Tes. 1, 11- 2,2), rogando que “Dios los haga dignos de su llamado, y lleve a término en ustedes, con su poder, todo buen propósito y toda acción inspirada en la fe. Así el Nombre del Señor Jesús  será glorificado en ustedes, y ustedes en Él, conforme a la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo”.
El apóstol por lo tanto señala que Dios quiere llevar a cabo lo que ha providencialmente pensado desde toda la eternidad, lo que es bueno, amable y santo, de manera que la existencia y la vida de toda persona humana le son importantes, cuidándolas y enalteciéndolas.
Si tomamos el texto del evangelio (Lc. 19,1-10) y en continuación con lo afirmado por el libro de la Sabiduría, nos encontramos precisamente con que Dios Creador lo ha traído al mundo a Zaqueo, y en su Providencia  lo ha mantenido en la existencia.
A pesar de los pecados de este publicano rico, se le manifiesta el Salvador, buscándolo para transformarlo y señalarle el camino de la salvación que lo elevará delante de Dios y de los hombres.
Dios ha trabajado en el corazón de Zaqueo, por lo que desea conocer a Jesús, atento a lo que seguramente ha escuchado sobre Él.
Es probable que Zaqueo en su interior viviera  intranquilo, que sentía en su corazón el odio de la gente por su condición de recaudador de impuestos, muchas veces sujeto a cometer injusticias.
Pero al mismo tiempo era atraído por la gracia a una sincera conversión y a un encuentro con Jesús, por eso quiere verlo, mirarlo, para lo cual,  es necesario ponerse en las alturas, ir a lo alto del sicómoro porque él es de baja estatura física y moral.
Desde lo alto siempre se ven las cosas de otra manera, y así,  ve pasar al Señor y  lo mira, mientras  Jesús levanta su vista a Zaqueo.
¡Podemos imaginarnos qué cuadro tan hermoso! a pesar que la gente grita, aclamando al  Señor, tanto para Zaqueo como para Jesús todo es silencio. Se miran, y la mirada penetrante de Jesús  le recuerda “yo he venido a salvar a los pecadores, a llamar a los que han torcido su rumbo para que nuevamente comiencen una existencia nueva.”
Y a continuación no le pide nada más que baje enseguida porque hoy “quiero alojarme en tu casa,”porque ya Jesús se había albergado en la casa interior de Zaqueo, en su corazón,  y ahora quiere  alojarse en su casa, estar en contacto con su familia, ver las cosas.
Y seguramente otros publicanos también se acercaron, mientras otros murmuran  porque Jesús come con los pecadores, ya que ellos se consideraban superiores y no admitían que el Señor se inclinara, según ellos, ante la miseria del pecador.
Zaqueo cambia totalmente su estilo de vida,  dando la mitad de su fortuna a los pobres y cuatro veces más a aquellos que había defraudado, o sea, quiere restituir lo mal habido.
Y así, Zaqueo abre su corazón a la gran riqueza de la misericordia de Dios, a la gracia del Señor y su vida cambia a partir de ese momento, siendo  testigo  ante los demás  de la bondad y misericordia de Jesús.
Jesús quiere también  dar la oportunidad de una vida nueva a tantos pecadores como lo destaca el libro de la Sabiduría.
Queridos hermanos: digámosle al Señor que nos mire, con esa mirada que desnuda el interior y permite descubrir lo que hay en cada uno de nosotros, y  visualizar el camino nuevo de santidad, para asimilarnos más a Él y  dar testimonio con la palabra y las obras al mundo en el cual estamos insertos.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XXXI del tiempo Ordinario. Ciclo “C”. 30 de octubre  de 2022. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



24 de octubre de 2022

La humillación del publicano implica imitar el anonadamiento del Hijo de Dios cuando se hizo hombre y en su camino hacia la cruz.

 
Habíamos reflexionado el domingo pasado sobre la parábola del juez injusto y destacado en contraposición a Dios como aquél que siempre actúa con justicia otorgando a cada uno según corresponda.
Hoy continuamos con esta idea, por lo que es importante retener lo que enseñan los  textos bíblicos de la liturgia de hoy.
Una primera afirmación que se percibe es que Dios mira el corazón de cada persona, no es como el hombre que se queda con lo exterior, y que tantas veces confunde, como aconteció con la elección del rey David, ocasión en que se le dice a Samuel que no se quede con lo exterior, porque Dios ha mirado el corazón del más pequeño de los jóvenes que se le presentaron resultando ser el elegido.
Esto permite  caer en la cuenta de que cuántas veces los juicios del hombre sobre las personas son equivocados o equívocos, por eso es importante aprender a observar como mira Dios.
El texto del Eclesiástico (35,12-14.16-18) insiste en que Dios recibe la oración del humilde, de quien se hace pequeño delante de Él, “no desoye la plegaria del huérfano, ni a la viuda, cuando expone su queja” , y que ésta oración suplicante subsiste hasta que Dios interviene “para juzgar a los justos y hacerles justicia”.
A su vez, el texto del evangelio (Lc. 18, 9-14), afirma que “el que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado”.
Por su parte, San Pablo (2 Tim. 4, 6-8.16-18)  refiere que fue abandonado por todos cuando realizó su primera defensa y que le ha quedado sólo el apoyo de Dios. Él está culminando su carrera en este mundo y se acerca el momento de su partida habiendo “peleado hasta el fin el buen combate” conservando la fe, sabiendo que le espera la corona de justicia “que el Señor, como justo juez” le dará en su día final junto a todos los que se mantienen fieles hasta el final.
Reconoce el apóstol  que el Señor lo sostuvo dándole fuerzas para transmitir el evangelio a los paganos, y que  lo librará de todo mal hasta que llegue el momento de entrar en su Reino celestial.
Dios, por tanto,   juzgará a Pablo por sus obras, por su apostolado entre los paganos y le dará el premio de la gloria, quedando atrás quienes lo han dejado solo movidos por respeto humano o por otras razones., por lo que se evidencia que Dios sigue el recorrido del que se hace humilde delante suyo, desechando a quienes se enaltecen.
El texto del evangelio (Lc. 18, 9-14) deja una enseñanza hermosísima para  cada uno de nosotros. Imaginémonos el templo en que el fariseo puesto delante del altar hace su oración, mientras el publicano a lo lejos, de rodillas, no se anima  a levantar la vista.
El fariseo da gracias a Dios, lo cual  no está mal si se hace esto agradeciendo por los beneficios recibidos, o porque perdonó nuestros pecados, o  me sostiene en las pruebas de la vida, o porque me guía en la existencia de cada día.
En cambio este hombre agradece exaltando  sus supuestas virtudes, no se siente como los demás hombres, no es ladrón, ni adúltero, ayuna dos veces a la semana, más de lo que pedía la ley,  entrega la décima parte de sus entradas.
Se trata de un hombre aparentemente perfecto, pero mira por encima del hombro al publicano, afirmando que no es  como él, lo cual es cierto si miramos la actitud interior del supuesto pecador.
El publicano, en cambio, no se animaba a levantar la mirada al cielo, “sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!”,
El publicano no enumera sus pecados, ya que Dios los conoce, no como el otro que tiene que enumerar sus actos buenos porque cree que Dios no los conoce o a lo mejor  piensa que Dios no lo juzga de la misma manera como actos buenos.
Mientras tanto, el publicano, que ha pedido misericordia la obtiene.
En efecto, dice Jesús que el  publicano salió justificado, ya que al admitir que es pecador y que necesita de Dios, está ya transitando por el camino de la redención.
En cambio, el que piensa que es santo y que lo único que necesita es la canonización oficial y ser puesto en los altares para ser venerado, no salió justificado de la presencia divina.
Esto puede hacernos pensar en que cuántas veces miramos por encima del hombro a los demás sintiéndonos superiores, perfectos y sin pecado, cuando somos peores que aquellos que juzgamos sin piedad clausurando nuestro corazón para vivir la misericordia.
La verdadera actitud está en mirar a los demás con piedad, pensando que aunque con pecados, puede ser que esté luchando, por lo que  rezamos por él, o lo alentamos para seguir por el camino del bien.
¡Cuántas veces  nos apartamos de quien consideramos pecador, para no “contagiarnos”, cuando la verdadera imitación de Cristo debe movernos a acercarnos por medio de la corrección fraterna!
Nunca estar seguros de estar salvados, ya que se necesita pasar por la puerta estrecha del seguimiento del Señor y la vivencia de las virtudes para parecernos más y más al Salvador.
El justificado de la parábola es este hombre que pidió perdón por sus pecados y Jesús lo admitió en su amistad y preferencia.
En la actualidad tiene un gran auge el pecado de la presunción que es contrario a la virtud de la esperanza por exceso, por el que se piensa que el hombre puede pecar tranquilo ya que  Dios es tan misericordioso, tan bueno, que todo lo perdona.
Es cierto que Dios es misericordioso, pero a su vez es un juez justo; y una cosa es la actitud del publicano que humildemente pide perdón a Dios por su pecado, con la intención de cambiar de vida, y otra cosa es que aproveche la presunción de la misericordia de Dios para pecar tranquilamente, pensando que me confieso y está todo bien.
En efecto, puede ser que yo me confiese, pero si no estoy arrepentido, y estoy pensando en lo que voy a realizar de malo, de nada sirve.
Por eso es muy importante la actitud de humildad, no considerarnos nunca mejores que otros, ya que el soberbio no solamente es rechazado por Dios, sino también resistido por los hombres, mientras que  la  humildad atrae siempre a Dios y a hombres.
Cuánto más nos consideremos mejores que los demás, tenemos proximidad a la figura del fariseo, cuánto más pensemos que somos “humus”, tierra,  nos acercamos a la actitud del publicano.
¿Y por qué la humillación del publicano es agradable a Dios? porque su anonadamiento implica imitar el anonadamiento de Cristo, el cual no se sintió menoscabado en su divinidad cuando se hizo hombre,  ni se sintió denigrado como Dios al ir camino de la cruz.
A los ojos de los hombres Cristo llegó hasta lo más bajo, al anonadamiento total del siervo de Yahvé que ya anunciaba el profeta Isaías, para ser exaltado por encima de todo por su Padre.
Lo mismo sucederá con cada persona que se humille ante Dios, ya que será exaltado por el Padre hasta su gloria.
Queridos hermanos: agradezcamos al Señor por su palabra y que su enseñanza penetre nuestro corazón y ayude a vivir de otra manera. ¡Tantas cosas que tenemos que cambiar, lo cual  no es imposible con la gracia de Dios y con nuestra respuesta a esta gracia de lo alto!

  Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XXX del tiempo Ordinario. Ciclo “C”. 23 de octubre  de 2022. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com





17 de octubre de 2022

Nuestra ayuda está en el Nombre del Señor que hizo el cielo y la tierra, Él nos protegerá de todo mal y cuidará nuestra vida.

Si tomamos la primera lectura  (Ex.17, 8-13) y el texto del Evangelio (Lc.18, 1-8) comprobamos que la idea central refiere  a la oración dirigida a Dios y cómo ha de realizarse, es decir, con confianza e insistencia, sabiendo que siempre tendremos la respuesta divina.

El libro del Éxodo narra la batalla entre los israelitas y los amalecitas enemigos que acechaban  al pueblo de Israel en su camino hacia la Tierra prometida. Los israelitas guiados por Josué comienzan a luchar con la confianza puesta en Dios, mientras  Moisés en actitud orante con los brazos en alto o en forma de cruz clama a Dios por la victoria. Éste cuando se cansaba y bajaba los brazos, vencían  los amalecitas, pero cuando le sostuvieron los brazos para orar vencieron los israelitas.
Moisés con los brazos extendidos en forma de cruz, es desde el Antiguo Testamento, un signo anticipado de Cristo crucificado  en actitud  suplicante ante el Padre, siendo éste el mejor ruego mientras muere por la humanidad diciendo “perdónalos Padre porque no saben lo que hacen”,  moviendo de esa manera al Padre para que mire al ser humano como hijo.
En el texto del Evangelio (Lc. 18, 1-8), Jesús proclama el valor de la oración sobre todo cuando ésta se hace con insistencia, y lo hace por medio de la parábola del juez injusto que termina por hacer justicia a esta viuda para que no siga importunándolo.
El juez es injusto, afirma el texto bíblico,  o sea es infiel con su misión de  distribuir justicia y, quien padece es una viuda, la cual con los huérfanos y extranjeros, eran considerados como los desamparados que debían ser objeto de la atención del buen israelita.
Jesús concluye señalando que si este hombre que es injusto termina por hacer justicia por la insistencia de la viuda, cuánto más el Padre del cielo que es justo, escuchará la súplica de sus hijos, y esto porque como señalara en otra oportunidad, si los hombres que son malos dan cosas buenas a sus hijos, cuánto  más el Padre del cielo dará cosas buenas a sus hijos que somos cada uno de nosotros.
Insiste el texto en  la necesidad de perseverar en la oración y dedicarle mucho tiempo para suplicar, sin que esto sea  necesariamente en un templo sagrado, porque Dios que ve en lo secreto tiene en cuenta  también cuando oramos en la soledad de nuestra habitación, y nos escuchará para recompensarnos.
Podemos hacer todo tipo de oración, por ejemplo, rezar con los salmos meditándolos con agrado, con jaculatorias y todo tipo  de oración, orando y ofreciendo  las ocupaciones del día.
Buscar orar cuando estamos en nuestras tareas cotidianas, por ejemplo un ama de casa que ora mientras está en sus  quehaceres domésticos, ofreciéndole todo lo que hace a Dios nuestro Señor, el   que está en la oficina o en el desempeño de su profesión, en el mundo  del comercio o lo que sea de bueno que realice, el ser humano puede estar con el Padre.
Podemos hacer también la siguiente oración al comenzar el día: “Señor todo te lo ofrezco a Ti, trataré de ser siempre justo y honesto en el desempeño de mis obligaciones, pondré todo el empeño posible para hacer el bien a mis hermanos, ayúdame a no caer en la tentación del maligno”.
Éstas son distintas formas de orar y a Dios hay que pedirle insistentemente y no desfallecer, ya que a veces el ser humano se cansa rápido y quiere que Dios responda inmediatamente.
Como estamos acostumbrados al “ahora ya”, que todo se alcance rápidamente apenas pedimos algo, pensamos que con Dios ha de suceder así, y esto no es posible,  ya que Él tiene su tiempo que no es el nuestro, y la espera sirve para librarnos de la impaciencia.
En definitiva el Señor responde siempre, especialmente cuando imploramos la conversión de un familiar, por la salud de un enfermo que necesita ser curado, si esto es bueno para su alma, por las necesidades de alguien que no tiene trabajo, por la Iglesia y la jerarquía para que siempre enseñen la verdad revelada, por nuestra Patria tan alejada de la verdad y confundida por ideologías siniestras, en fin, tantas cosas por las que podemos pedir, pero siempre con la actitud de que se haga la voluntad de Dios.
Acordémonos  del ejemplo de Santa Mónica,  que durante mucho tiempo vivió rezando y ofreciendo sacrificios por la conversión de Agustín su hijo, hasta que lo logró y se convirtió  obispo de Hipona, llegando a los altares para ser nuestro intercesor ante Dios.
Hay tantos ejemplos en la historia de la Iglesia, en la que  la oración hizo milagros, pienso que hoy en día por ejemplo una intención en la que hemos de ser constantes es pedir por las familias, tan abrumadas por la mentira y el culto a las familias ensambladas, olvidadas de toda ayuda para subsistir y crecer, suplicar por los marginados de nuestro país, por la conversión de los gobernantes para que realmente trabajen por el bien de todos los ciudadanos.
Tenemos muchas intenciones por las cuales pedir insistentemente con paciencia y perseverancia, alimentando la súplica con las Sagradas Escrituras, como San Pablo le recomienda a Timoteo (II Tim. 3,14-4,2), enseñando  que “ellas pueden darte la sabiduría que conduce a la salvación, mediante la fe en Cristo Jesús”
La Palabra de Dios  debe ser proclamada con insistencia y llegar al corazón de los demás, evangelizando mostrando la verdad y el valor de la oración, para que todos podamos unirnos en un mismo corazón y dirigirnos a Dios pidiendo por nuestras necesidades más urgentes.
Queridos hermanos: no dejemos  de considerar que la oración más plena en la que pedimos por tantas intenciones y se la ofrecemos al Padre, es la del sacrificio de su Hijo. No nos cansemos de orar ya que el Señor no se fastidia y ciertamente cuando lo considere que beneficia nuestra salud espiritual nos concederá lo que imploramos.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XXIX del tiempo Ordinario. Ciclo “C”. 16 de octubre de 2022. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com

 

11 de octubre de 2022

Manifestándose por medio de la curación de la lepra la bondad divina, este hombre ha sido sanado y ha encontrado la salvación.

 


 
    
 

En su caminar hacia Jerusalén donde será crucificado para la salvación del mundo, Jesús se encuentra con diez leprosos que están fuera de la ciudad  por prescripción legal y ser considerados impuros en sus cuerpos y en sus almas ya que eran vistos como pecadores.
Estos enfermos de lepra vivían en comunidad, desechados por la sociedad a causa de la enfermedad, llevaban una existencia   miserable, sin embargo, se presentan al Señor, a lo lejos, exclamando “¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!” (Lc. 17, 11-19).

Jesús los envía a los sacerdotes para que certifiquen la curación y autoricen la integración de los curados a sus familias y a la comunidad, y ya en camino quedan todos curados.
Advertido de su curación, uno de ellos, un samaritano, regresa para encontrarse con el Señor mientras alaba a Dios a los gritos y se arroja a los pies de Jesús agradeciendo por la curación.
Jesús se sorprende  porque sólo uno, precisamente un extranjero, retorna a agradecer a Dios, por lo que le dirá al recién sanado, un samaritano y por lo tanto enemistado con los judíos,“Levántate y vete, tu fe te ha salvado”.
¡Cuántas veces sucede esto, que quiénes están emparentados con Jesús, por la gracia del bautismo, son menos agradecidos que aquellos que han estado alejados o que no pertenecen a la fe católica, pero que en un momento dado se acercan al Señor para agradecer por los dones recibidos!

Dice el texto que el extranjero alababa a Dios,  manifestando por medio de su curación la bondad divina, ya que este hombre ha sido sanado en su cuerpo y su alma ha encontrado la salvación.
Recordemos que en nuestra vida cotidiana contamos con la acción de gracias perfecta  que es la santa misa, precisamente la llamamos también eucaristía, que significa acción de gracias.
En la Misa, los creyentes no solamente le rendimos culto a Dios, sino que reconocemos a quien es  nuestro Padre, ofreciéndole el sacrificio de su Hijo hecho hombre y muerto para salvarnos.
Por eso también el domingo como primer día de la semana es el día de Acción de Gracias a Dios por los beneficios recibidos, sin embargo, hoy en día cuánta gente queda en el camino y no da gracias a Dios   porque el domingo como día del Señor ha quedado descartado o solamente tiene peso como un fin de semana o fin de semana largo o día de disfrute, que en sí mismo puede ser lícito, siempre y cuando se tenga conciencia que  lo principal es dar gracias a Dios el cual nos ha dado tantos beneficios, tantos dones.
El texto nos invita a ser agradecidos con el Señor, ya que de hecho recorriendo el transcurrir  de la vida  personal larga o corta, encontramos tantos motivos  para dar gracias a Dios, incluso de los padecimientos y problemas, ya que  éstos nos purifican  y templan nuestro espíritu, dándonos fuerza para el seguimiento del Señor.
Dar gracias es un signo de bien nacidos decimos siempre, no solamente a Dios, sino también ser agradecidos con las demás personas, con  nuestros hermanos.

Incluso cuando alguien nos presta un servicio, no basta con decir “es su obligación que me atienda bien en tal oficina, en tal lugar” sino que es de buen cristiano decir “gracias”, porque incluso esto mueve el corazón de la otra persona que se siente valorada, que no se la considera como mero instrumento, sino como persona.
De modo que  hay que aprender a dar gracias a Dios y rogar por este don de la fe, de la salvación que se nos ofrece gratuitamente.
San Pablo  (2 Tim. 2, 8-13) recuerda precisamente la necesidad de vivir este agradecimiento a Dios y de buscar siempre darle Gloria, alabarlo  por medio de la vida personal de cada uno.
En el texto del Antiguo Testamento (2 Re.5,10.14-17),  Naamán el sirio  es curado de la lepra por intermedio del profeta Eliseo, el cual agradece al Dios de la alianza,  ya que esta curación de la lepra le sirve como instrumento para sanar su espíritu.

Esto se comprueba ya que Naamán pide un poco de tierra para llevarse  a su país y rendir así culto al verdadero Dios que lo ha curado, siguiendo así con el criterio antiguo que cada dios tenía su territorio geográfico, de allí la necesidad de la tierra de Israel para tener un espacio concreto para dar culto, retornando colmado de felicidad por haber encontrado la salvación.
Este domingo celebramos el día misional o de las misiones, en el  que oramos especialmente por la Iglesia que se siente enviada a tantos pueblos que no conocen a Cristo todavía.
Esta celebración especial debe hacernos tomar conciencia de la urgencia por  predicar el evangelio de Jesucristo, porque la lepra del pecado con la que todos nacemos, el pecado de los orígenes, solamente se cura precisamente con este encuentro personal con nuestro Señor.

Lamentablemente hoy en día se escuchan voces dónde se hace hincapié en la fraternidad universal, dejando de lado la paternidad divina y sin mencionar para nada que Cristo es el Salvado, y que sólo Él nos hermana.
Tenemos que predicar y enseñar sin reparo alguno, que la Salvación está en Cristo y que precisamente lo que necesita la persona que todavía no cree en Cristo, es la verdad, el servicio de la verdad.
No se trata de conquistar a la fe a otra persona con engaños como mostrándole algo totalmente equivocado, sino que recordando  que la fe  es un don de lo alto, hemos de ser testigos de la fe recibida en el bautismo y predicar a Cristo crucificado, camino de la cruz por el cual redime y salva a cada persona que responde con fidelidad.
Queridos hermanos sigamos entusiasmados con nuestra fe y no tengamos vergüenza de darla a conocer, porque hay muchos que esperan esta palabra de verdad y, aunque quizás recibamos rechazos y persecución por predicarla, sin embargo siempre algo queda de lo que uno puede enseñar y evangelizar y, con la gracia de lo Alto lo que hagamos de bueno fructificará abundantemente.    



Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XXVIII del tiempo Ordinario. Ciclo “C”. 09 de octubre de 2022. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



3 de octubre de 2022

“¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio sin que Tú escuches, clamaré hacia ti:”Violencia” sin que Tú salves?” (Habac. 1,2-3; 2,2-4)


“¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio sin que Tú  escuches, clamaré hacia ti:”Violencia” sin que Tú salves?” (Habac. 1,2-3; 2,2-4)
El grito del profeta Habacuc dirigido a Dios tiene su sentido porque el reino de Judá está a punto de caer bajo las tropas caldeas de Nabucodonosor rey de Babilonia (principios del siglo VI a.C), produciéndose el destierro a tierra extranjera.

Esto origina  que el profeta  reclame a Dios  por su silencio y subsiguiente  ausencia de protección divina: “¿Por qué me haces  ver la iniquidad y te quedas mirando la opresión? No veo más que saqueo y violencia, hay contiendas y aumenta la discordia.”
En domingos anteriores con el profeta Amós, anticipamos la caída del Reino del Norte o  Israel, ahora la caída del Reino del sur o Judá.
Los textos bíblicos de esta liturgia dominical apuntan al tema de la fe, distinguiendo que una cosa es creer en Dios y otra creer a Dios.
Y así, podemos creer en Dios y su existencia, que es todopoderoso y poseedor de los demás  atributos divinos, y otra,  creer  en su Palabra, en el cumplimiento de sus promesas y por tanto seguirlo siempre.

El profeta Habacuc encarna  no sólo al hombre de su tiempo, sino a lo que sentimos nosotros en la actualidad, ya que no pocas veces ante la presencia de tanta maldad y opresión injusta que soportamos, sentimos que estamos solos y asalta la duda sobre el poder divino.
Cuántas veces en nuestro corazón hemos emitido este grito: ¿hasta cuándo Señor?. No Solamente pensando en cada uno y las miserias  propias, sino incluso mirando alrededor nuestro.

Cuántos de nosotros no ha dicho, ¿hasta cuándo Señor en Argentina tendremos que soportar tantas maldades, injusticias y corrupción?
Y esto, porque pareciera que Dios se ha olvidado, se ha alejado de nuestra presencia, ingresando de ese modo en el misterio de la Providencia divina, ya que los tiempos de Dios no son los nuestros.
En efecto, como antaño, puede ser difícil para nosotros creer a Dios cuando nos promete que Él aniquilará a los enemigos y malvados, y cuidará  a los justos  que viven de la fe, por eso el Señor una vez más reclama paciencia y cuando Él lo disponga,  sancionará a los que hacen el mal,  mientras que “el justo vivirá por su fidelidad”.
Interesante está distinción entre fe y fidelidad, ya que la fe pasa por un acto concreto en un momento determinado sobre la verdad revelada por Dios, la fidelidad, en cambio, significa constancia y perseverancia  en el tiempo, sin interrupción, en el acto de fe que cada día hemos de confesar y que da lugar  a la fidelidad.
San Pablo escribiendo a Timoteo (2 Tim. 1, 6-8.13-14) desde la cárcel de Roma, le dirá que avive el don del episcopado que ha recibido por su imposición de manos, disponiéndose a  padecer a causa del evangelio, siguiendo su ejemplo, no temiendo sufrir por Cristo persecución,  e incomprensión, lo cual supone siempre un acto de fe continuo en la divinidad de Jesús, de modo  que vale la pena  sufrir esa persecución y descubrir que no somos nada sin Él.
Pablo le asegura a Timoteo que recibirá la fuerza de lo alto, crecerá en la fe y que la perseverancia en ella se convertirá en fidelidad.
En  el texto del evangelio (Lc.17, 3b-10) los discípulos preguntan al Señor acerca de cuántas veces perdonar las ofensas recibidas y, éste responde que si siete veces al día alguien peca contra ti  y yendo a tu encuentro arrepentido pide perdón, perdónalo.

Qué significa  esto? que hemos de perdonar siempre, ya que Jesús es el primero  que pone en práctica está práctica cuando nos perdona en el sacramento del perdón cada vez que confesamos nuestros pecados y estamos arrepentidos de corazón.
De esa manera el Señor concede su misericordia sobre cada persona, situación ésta que  para los discípulos resulta  difícil, de allí que le digan  “auméntanos la fe”, porque es posible que creciendo en la fe puedan tener esta actitud de misericordia.
Cuando alguien nos ha ofendido y pide perdón después, tenemos la tentación de limitar el número de veces que perdonemos para no caer en el ridículo de ser ingenuos creyendo en lo no cumplido.
Jesús, en cambio, deja la enseñanza  de perdonar siempre y hacerlo con fe, de allí que hable del poder que posee la fe que, cual grano de mostaza es capaz de hacer maravillas,  y mucho más si ésta crece en adhesión a la persona de Jesús, en el seguimiento de sus enseñanzas.
Jesús exhorta, a su vez, que seamos servidores suyos imitándolo y transmitiendo su Palabra en todos los ambientes donde actuamos,  sin esperar recompensa, como el servidor que no recibe agradecimiento alguno por cumplir con sus obligaciones.

En efecto, no hemos de pretender que el Señor nos premie por hacer su voluntad, ya que se espera que todo lo hagamos por amor.
Hemos de suplicar siempre que el Señor aumente la fe en nuestros corazones, y así superar la perspectiva mundana que nos acecha y que choca obviamente con la lógica del Evangelio donde Jesús se expresa de una manera distinta.

En efecto, las enseñanzas de Jesús en definitiva, nada tienen que ver no pocas veces con las enseñanzas del mundo.  

Hermanos: Supliquémosle que crezcamos en la fe en su Persona, en su Palabra, que demos testimonio del Evangelio y, que actualizando la fe a cada momento, alcancemos la fidelidad, que es la perseverancia en el creer y en el obrar siempre siguiéndolo a Jesús.


  Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XXVII del tiempo Ordinario. Ciclo “C”. 02 de octubre  de 2022. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com