29 de abril de 2024

La unión con Cristo supone que siempre hemos de dar frutos de bondad y de santidad.

 



En el Antiguo Testamento, la Viña del Señor era Israel. En el Nuevo Testamento, como lo anuncia ya también el mismo Concilio Vaticano II, la Viña del Señor es la Iglesia, a la que también se la llama Esposa de Cristo o Pueblo de Dios.
En esta Viña del Señor, el Padre es el viñador, la vid es Cristo, y nosotros somos las ramas de esa vid. 
Sabemos perfectamente que la planta de vid se ramifica,  crece y se extiende, y aunque se alejen del tronco, sus ramas  siguen viviendo, porque están unidas al tronco que alimenta. 
Jesús pone este hermoso ejemplo, "yo soy la vid, ustedes los sarmientos"(Jn. 15, 1-8).¿Qué nos está diciendo? Que justamente la pasión, muerte y resurrección suyas, no tienen que ser en vano. Cristo no murió para que nosotros sigamos iguales,  no resucitó para que el creyente siga alejado de la gracia, sin avanzar, sin crecer. 
Con la muerte de Cristo hemos muerto al pecado, y con su  resurrección  renacemos y obtenemos la vida de la gracia. 
De manera que después de la muerte y resurrección de Cristo, lo más natural es que los redimidos por el sacramento del bautismo, estemos unidos a Cristo que es la vid, el cual,  nos alimenta. 
Por eso el texto insiste varias veces, "permanezcan en mí", de modo que aquellos que estemos unidos a Jesús, permaneceremos en Él, como a su vez, el Señor permanece en nosotros. 
Pero a su vez esa pertenencia nuestra del Señor, es una prolongación de la permanencia del Hijo en relación con el Padre. Por eso interviene el Padre. ¿De qué manera? A través de la poda para que demos más frutos. Cuando el Padre del Cielo sabe que nosotros estamos unidos a su Hijo, nos poda para que demos más frutos.
Hace muchos años atrás,  Monseñor Adolfo Tortolo, arzobispo de Paraná, hablaba de la poda milagrosa, que es la que el Padre ejercía siempre en su Iglesia; poda milagrosa para que demos más frutos, que puede ser a través del sufrimiento en el cuerpo, a través de la persecución, o de cualquier otra situación dolorosa, pero de las cuales  salimos fructificando en abundancia. 
Y la unión con Cristo supone que siempre hemos de dar frutos de bondad,  de santidad. Justamente lo vemos, por ejemplo, en el apóstol San Pablo (Hechos 9, 26-31), el cual cuando llega a Jerusalén  todos lo miran con desconfianza, porque no estaban convencidos de su conversión, por lo que Bernabé lo presenta ante los judíos y ante los demás discípulos, dando testimonio de la fidelidad de Pablo al evangelio de Cristo que predica.
En efecto, una vez que Saulo, después llamado Pablo, conoce a Cristo Nuestro Señor, se convierte de perseguidor de los cristianos en un apóstol de los gentiles,  y ya nunca volverá atrás en su decisión. Estará permanentemente unido a la vid que es Cristo, y gracias a esta unión,  su apostolado  será eficaz en medio de las pruebas.
O sea, él en su vida será podado permanentemente a través de persecuciones, por haber sufrido azotes y ser apedreado, haber padecido hambre, sed, naufragio, y sin embargo a todo él se adaptó por amor a Cristo, y  estos son los frutos. 
Finalmente cada uno debe dar frutos de acuerdo a lo que es, a lo que es su vida, conforme a lo que Dios le vaya pidiendo permanentemente, ese Dios que también nos va podando insistiéndonos en la vivencia de los mandamientos, como destaca el mismo san Juan en la segunda lectura (1 Jn. 3,18-24).
La vivencia de los mandamientos es una manera concreta de dar fruto, porque cuando estamos unidos al Señor, en serio, buscamos agradarle en todo; y si por desgracia se da una caída en el pecado porque no somos perfectos, sabemos que siempre está la posibilidad de retomar el buen camino, de poder comenzar nuevamente en el seguimiento  y en dar testimonio del Señor . 
Hemos de trabajar entonces para permanecer unidos al Señor, y no nos vamos a arrepentir. Y en el mundo en que vivimos, con tantas dificultades, con tantos obstáculos para vivir la fe, buscar crecer en la misma,. de tal modo que esa fe vaya dando una seguridad que permita permanecer en la esperanza de la vida eterna y en la caridad que es amor a Dios y amor a nuestros hermanos, para los cuales hemos de buscar siempre su conversión, su salvación, para que también entren en este camino de seguimiento de Jesús. 
Pidamos entonces esta gracia que el Señor nos la va a conceder si nosotros somos dóciles a su palabra y buscamos agradarle en todo.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 5to domingo de Pascua. Ciclo B.  28 de abril   de 2024.

22 de abril de 2024

"Allí donde está nuestro Pastor Resucitado, algún día lleguemos nosotros a compartir su gloria".

 


Este domingo, la Iglesia celebra la jornada mundial de oración por las vocaciones sacerdotales, religiosas y a la vida consagrada. Esto siempre se hace el cuarto domingo de Pascua llamado el Domingo del Buen Pastor, porque justamente el texto del Evangelio habla de Jesús como Buen Pastor. 
Al respecto tenemos que tener en cuenta que en el Antiguo Testamento, cuando se habla de los pastores del pueblo de Israel, no sólo se comprende a los jefes religiosos, sino también a los gobernantes, de manera que este término de pastor involucra a quienes han de velar por el bienestar del pueblo elegido.
En ese sentido sucedía que los pastores  de Israel se cebaban a sí mismos,  se preocupaban  por sus cosas y descuidaban la atención del pueblo, por lo que tanto los profetas Jeremías y Ezequiel anuncian que Dios promete darle al pueblo pastores según su corazón.
Más aún, anuncian que el mismo Dios se pondrá a la cabeza del pueblo como pastor del mismo, para conducirlo a los pastos eternos.
Ahora bien, la mirada en definitiva estaba puesta en el Nuevo Testamento, en la figura de Jesús como el Buen Pastor Resucitado, que viene a conducirnos a la casa del Padre, como lo recordamos en la primera oración de esta misa, de modo "que allí donde está nuestro Pastor Resucitado, allí también algún día lleguemos nosotros a compartir su gloria y su bienaventuranza". 
Es interesante ver cómo los textos bíblicos apuntan a la persona de Cristo de una manera muy precisa. El libro de los Hechos de los Apóstoles (4,8-12) presenta el discurso de Pedro ante los judíos, con motivo de la curación del lisiado, afirmando que no hay otro nombre por el cual somos salvados, y ese nombre es el de Jesucristo. 
Así como él y Juan habían curado a este paralítico invocando el nombre de Jesús, es necesario tener en cuenta que por el mismo nombre es salvado el ser humano, es liberado de sus pecados, y que cada persona tiene la posibilidad de aspirar a la vida eterna.
Si seguimos a san Juan, en la segunda lectura (1 Jn. 3,1-2), nos dice, "miren como nos amó el Padre: quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente".
¿Y en qué consistió el amor del Padre?  En que  envió a su Hijo, para que hecho hombre, y entregándose por nosotros, que formamos parte de su rebaño, pudiéramos ser salvos, para lo cual fuimos constituidos hijos adoptivos suyos, realidad no reconocida por quienes no reconocen al mismo Dios.
San Juan reconoce que somos hijos de Dios, y que lo que seremos no se ha manifestado todavía, aunque "sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es".
En el texto del Evangelio (Jn. 10, 11-18), Jesús se presenta como el buen Pastor. Es interesante ver cómo el término, no solamente apunta a lo bueno, sino también a lo bello, como si Cristo dijera, yo soy el buen pastor, yo soy el bello pastor . 
La bondad junto con la belleza refiere a pastorear al pueblo hacia lo bueno y lo bello de la existencia humana, que coincide con el seguimiento de la persona del Salvador.
Jesús muchas veces personifica distintas realidades, por ejemplo, yo soy la luz, yo soy el camino, yo soy la verdad, yo soy la vida, yo soy la resurrección. Es decir, Él mismo encarna los aspectos que son fundamentales en la vida del hombre. 
Y nos dice que Él es el buen pastor, cumpliéndose lo que ya anunciaban las profecías del Antiguo Testamento, porque viene a ponerse adelante, guiando a su pueblo hacia el encuentro del Padre. 
No es un pastor asalariado, que trabaja por un sueldo, ya que este  cuando ve venir al lobo, huye, porque no le interesa que se pierda alguna oveja; en cambio, el buen pastor que es Cristo, hace frente al lobo, es decir, al espíritu del mal, y entrega su vida en defensa del rebaño. 
Eso es lo que hace Jesús en la cruz, y resucitando otorga la vida nueva de la gracia a cada persona de este mundo que lo siga de veras, creyendo en Él.
Indudablemente, esta figura del buen pastor, debe ser asumida por quienes hemos sido elegidos, no por nuestra dignidad, sino por la misericordia de Dios, para conducir al rebaño a los pastos eternos. 
De manera que el sacerdote, el que se consagra a Dios de una manera especial, debe tener siempre como meta, imitar lo más posible a Jesús como buen pastor, sabiendo que lo que interesa en ese pastoreo, es guiar, es conducir, es enseñar la verdad, transmitir la belleza del mensaje de Jesús, ayudar a la oveja que está herida para que se cure, buscar a la descarriada para que vuelva al buen camino.
Buscar incluso a aquellas personas que no son de este redil, como exhorta el Evangelio, es decir, aquellos que no creen, o que se han alejado, o que piensan que la fe católica no tiene sentido, también ellos deben recibir la palabra y la presencia del pastor eterno que es Cristo, a través de los pastores que vivimos en este mundo. 
Por eso, es muy importante la oración, para que el Señor dote a su iglesia de abundantes vocaciones, que sean santas, y así  crezca el número de aquellos que quieran dedicarse al Señor y a su Iglesia.
Pidamos por estas intenciones, y quiera Dios que cada vez se escuche más su Palabra, el mensaje que Cristo quiere transmitir a todo el mundo, mientras caminamos hacia la gloria que no tiene fin.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 4to domingo de Pascua. Ciclo B.  21 de abril   de 2024.

15 de abril de 2024

El católico ha de proponerse como meta la muerte y resurrección de Cristo, cada dìa morir al pecado y resucitar a la vida de la gracia.

 


Todavía sigue el revuelo por la curación del tullido, por intervención de Pedro y Juan en el templo, habiendo invocado el nombre de Jesús. Este enfermo estaba excluido del culto debido a su enfermedad,  y  habíamos recordado que esta curación le valió el dar gracias a Dios, pero también el asombro y la preocupación y las rabietas de los jefes de los judíos, porque se había predicado en el nombre del Señor Jesús, y en su nombre  se había curado a este enfermo. 
Es interesante escuchar el discurso de Pedro ante  los judíos, cuando les dice claramente que ellos prefirieron pedir la liberación de un homicida, Barrabás, e imponer al mismo tiempo la condenación de un inocente, que era Jesús, cuando Pilato quería ponerlo en libertad. 
Pedro no hace más que proclamar la verdad, pero al mismo tiempo señala que la muerte del Señor y su resurrección ya estaba anunciada por todos los profetas, de manera que la providencia de Dios permitió esas actitudes por parte de la gente para que se cumplan las Escrituras, mientras "Dios lo resucitó de entre los muertos" de lo cual los apóstoles son testigos (Hechos 3,13-15.17-19). 
Pedro, a su vez, reconoce que los jefes y los demás, obraron así por ignorancia, por lo que es necesario "que hagan penitencia, se conviertan, para que sus pecados sean perdonados".
Con esta exhortación a la conversión  se busca la salvación de todos, pero no sin puntualizar la verdad de los hechos históricos, y que estos estaban presentes en la providencia divina. 
En el texto de la segunda lectura tomada del apóstol san Juan (1 Jn. 2,1-5), somos invitados a no pecar porque hemos sido salvados por la cruz de Cristo, pero en caso de caer, recuerda que lo tenemos al Señor como defensor nuestro ante el Padre, porque se sacrificó por los pecados del mundo entero.
A su vez, se explicita que el verdadero conocimiento de Cristo resucitado pasa por el amor, o sea,  "la señal de que lo conocemos es que cumplimos sus mandamientos".
Al respecto, cada uno debe avanzar en este conocimiento amoroso de Jesús resucitado, cumpliendo sus mandamientos, de tal manera de poder aunar nuestra vida, nuestro corazón, con aquel que fue a entregarse en la cruz por la salvación de cada uno. 
Y así, el cristiano está llamado a vivir siempre agradecido y a proponerse como meta de su vida la muerte y resurrección de Cristo, o sea cada día morir al pecado y cada día resucitar a la vida de la gracia, porque en definitiva la vida del cristiano, iluminada siempre por Cristo, tiene que ser un camino hacia la lucidez plena, que  alcanzaremos  en la vida eterna.
La lucidez en este mundo supone conocer cada día más quién es Dios para nosotros y qué somos nosotros para Dios,  descubriendo paulatinamente que el proyecto divino de hacernos partícipes de su Vida sigue en pie y, que debemos colaborar permanentemente para que esto pueda ser realidad en el futuro de cada uno de nosotros.
En el texto del Evangelio (Lc. 24, 35-48) nos encontramos con que Jesús sigue preparando a los discípulos para evangelizar. En efecto, los discípulos de Emaús volvieron a Jerusalén, cuentan que estuvieron con el Señor, y que lo reconocieron en el gesto eucarístico de partir el pan. 
Los otros discípulos también cuentan que Pedro  y Juan han encontrado el sepulcro vacío, y en ese momento Jesús aparece quedando los discípulos llenos de temor, porque pensaron que era un fantasma, que era un espíritu. 
¿Cómo se puede entender esto? Si bien hay testimonios que lo han visto resucitado, sin embargo, todavía no tenían mucha claridad en qué consistía eso de Cristo resucitado, por eso pensaron que era un fantasma, que era un espíritu, una aparición ahí delante de ellos. 
Jesús además de entregarles el don de la paz, como reflexionamos el domingo pasado, les dice soy yo en persona, dejen de tener miedo, vean las heridas, mi cuerpo, mis huesos, y es entonces cuando les pide algo de comer y come delante de ellos. 
Y es en ese momento que se llenan de alegría, porque entienden que no es un espíritu que se deja ver, sino que es el mismo Jesús que conocieron mientras evangelizaban, el mismo Jesús pero con un cuerpo glorificado, que no podían comprender muy bien del todo, pero era un cuerpo vivo, de manera que eso era lo que debían transmitir. 
No olvidemos que a veces en la predicación de los apóstoles que daban testimonio de Cristo resucitado, no pocas personas seguían pensando que era un espíritu, que la resurrección consistía en una apariencia, de alguien que contemplaban pero no con su cuerpo, carne y huesos reales. 
Cuando en realidad es todo lo contrario, Cristo dice soy yo en persona, dejen de imaginarse cosas que no existen, por lo que  los apóstoles se llenan de alegría y se convencen de su resurrección.
Estas dudas que tienen, esas vacilaciones, son importantes, porque nos hacen ver que hubo todo un proceso en el camino de la fe para comprender y entender en qué consistía la resurrección y que esto era necesario para que pudieran predicar con firmeza acerca de este hecho fundamental en la fe cristiana, siendo capaces cuando llegara el momento, de entregar también sus vidas  por Cristo nuestro Señor. 
Por eso  Jesús aprovecha y les abre la inteligencia, o sea permite que esta inteligencia tan pobre de los apóstoles pueda ir penetrando más y más la verdad que se les está transmitiendo, vayan cambiando de mentalidad, de modo que esto  también repercuta en lo que es llevar el mensaje de salvación.
A su vez,  Jesús les dice a ellos -y también a nosotros- que han de ir por el mundo proclamando la resurrección, convocando a todos al arrepentimiento, a la conversión, porque ya la humanidad toda ha sido salvada por la muerte y resurrección de Cristo.
Ahora bien,  es necesario que esa salvación se haga efectiva en cada uno por el proceso de la conversión, el arrepentimiento, el aborrecimiento de los pecados y la voluntad expresa de comenzar una vida nueva. 
Hermanos: vayamos al encuentro de Cristo resucitado, para con alegría, hacerlo presente en el mundo de hoy. Para esta misión no estamos solos, nos acompaña la Virgen Santísima, la Madre de Jesús, a quien recordamos hoy y mañana en nuestra diócesis bajo la advocación de Nuestra Señora de Guadalupe. No olvidar entonces nunca la presencia de María en la Iglesia, porque a través de ella seremos capaces de poder decir que somos servidores  del Señor dispuestos a escuchar y seguir su palabra.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 3ero domingo de Pascua. Ciclo B.  14 de abril   de 2024.

8 de abril de 2024

El Dios de la misericordia reclama de nosotros, ya que hemos experimentado su amor, que tengamos nuestro corazón cerca de las miserias del prójimo



Los discípulos están temerosos porque piensan les puede pasar lo mismo que a Jesús, de manera que están en la casa con las puertas cerradas,  y es allí cuando Jesús se les aparece nuevamente, y se coloca en medio de ellos para ser visto por todos los presentes.
El texto bíblico (Jn. 20,19-31) refiere que se alegraron profundamente viéndolo el Señor, su temor se cambia en alegría y Jesús les otorga uno de los dones propios de la resurrección, el de la paz, saludándolos con "¡La paz esté con ustedes!"
Y en ese encuentro amical Jesús les dirá "Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes". 
¿A dónde los envía? ¿cuál es la misión que  les encarga? la clave está en lo que sigue, ya que  soplando sobre ellos les dijo "Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan".
Ese es el mensaje que deben transmitir, el de la misericordia de Dios porque con estas palabras de conceder el poder de perdonar los pecados, Jesús instituye el Sacramento de la Reconciliación. 
En efecto, no solamente ha venido por el agua y la sangre (1 Jn. 5, 1-6), o sea, el agua del bautismo y la sangre de la Eucaristía,  sino también por el Espíritu  entregado para que puedan perdonar los pecados. Tenemos entonces tres sacramentos  que brotan del misterio pascual de Cristo, el bautismo por el que somos sumergidos en la muerte de Cristo y renacemos a la vida de la gracia, la Eucaristía por la cual tenemos presente a Jesús hasta el fin de los tiempos con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad y la Reconciliación por la que recibimos su misericordia abundantemente, por el ministerio del Orden Sagrado, instituido el jueves santo.
Este domingo precisamente fue establecido como domingo de la Divina Misericordia, en el que la Iglesia quiere transmitir la enseñanza que lo recibido de Dios, el estar Él con su corazón cerca de nuestras miserias, supone que nos comprometamos  a ser fieles aún más, a vivir plenamente el amor hacia el Creador, con el cumplimiento de los mandamientos (1 Jn. 5, 1-6), por lo que se demuestra el amor a Dios y al prójimo que ha de ser siempre aquello que guíe y  dé sentido a nuestra vida de fe como resucitados.
Precisamente  en la primera lectura tomada  de los Hechos de los Apóstoles (4,32-35) se describe la vivencia de fe, de esperanza y de caridad que caracteriza a las primeras comunidades cristianas.
Estaban unidos en el mismo sentimiento de amor a Dios, alabándolo en común porque los había salvado, y al sentirse  perdonados pensaban también en sus hermanos, por eso ponían en común lo propio, para indicar que la muerte y resurrección de Cristo había abierto los corazones de los cristianos a una generosidad mucho más grande, a no pensar meramente cada uno en sí mismo, sino en el otro.
A su vez, el Dios de la misericordia reclama de nosotros que pidamos por los pecadores, por aquellos que se han alejado de Dios o que nunca se han acercado, que seamos misericordiosos con los demás, tengamos nuestro corazón cerca de las miserias del prójimo, ya sean del corazón, del alma, de lo que sea, para que sintiéndonos próximos conozcamos el amor de Dios que se canaliza a través nuestro.
Pidamos al Señor de la misericordia que nos dé su gracia para que transformemos nuestra relación con el Señor y  con los hermanos.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 2do domingo de Pascua. Ciclo B.  07 de abril   de 2024.

1 de abril de 2024

Con la resurrección del Señor, tenemos ya la certeza de poder contemplar algún día el rostro de Dios.















Llegamos a esta noche de la vigilia pascual y comenzamos un tiempo nuevo, no solamente en el ámbito de la liturgia, sino en la vida personal de cada creyente, porque la muerte y la resurrección de Jesús ha renovado totalmente la existencia del hombre.
En efecto, el  hombre que rompió la amistad con Dios en el paraíso, recupera con la muerte y resurrección de Cristo la posibilidad de entrar nuevamente en el paraíso de los justificados y salvados.
Por eso, podemos cantar con el salmo (41) "mi alma tiene sed de Dios cuándo llegaré a ver su rostro", porque ahora ya tenemos la certeza de poder contemplar algún día el rostro de Dios.
El deseo de contemplar a Dios no es algo ilusorio, sino todo lo contrario, podremos verlo  cara a cara después de la muerte. 
Para ello,  Dios nos ha constituido su pueblo, como lo acabamos de escuchar en el profeta Ezequiel (36,16-28), comprometiéndose Él a ser nuestro Dios, purificando nuestro corazón de piedra y colocando un espíritu nuevo, por eso su promesa de alianza que "serán mi pueblo y yo seré el Dios de ustedes".
Ahora bien, ese pacto de la antigua alianza se perfecciona, se rubrica, en el pacto de amor que realizamos por la sangre derramada de Jesús. Comienza una vida nueva, por tanto, por lo que estamos caminando cada uno a la tierra prometida, buscando la tierra prometida, que  no está aquí, pero que estamos cierto de que existe.
Por eso ante la tentación del hombre de anclarse en esta vida temporal y pensar que aquí se encuentra la felicidad toda, tenemos la esperanza de encontrarnos con Dios y cantamos hasta que se realice esto  "Mi alma tiene sed de Dios cuándo llegaré a ver su rostro".
Los textos bíblicos de esta liturgia hacen referencia a que fuimos liberados del pecado, hablan de comenzar una vida nueva, de la que el mundo que no tiene fe no entiende y tampoco cree, por eso es muy importante ir al encuentro del Señor.
Estas mujeres que fueron al sepulcro (Mc. 16, 1-7) llenas de temor, se encontraron que Jesús ya no estaba,  todavía no terminaban de entender lo que había sucedido con el maestro, por eso el ángel del Señor les dice, "no está aquí: Vayan y anuncien que el que estaba muerto ahora está vivo, vayan y digan a los discípulos que se dirijan a Galilea, que allí lo encontrarán.
En Galilea comenzará la evangelización de la Iglesia que nació del costado abierto de Cristo, es en Galilea desde donde Jesús enviará a sus discípulos a hacerlo presente ante el mundo, dando testimonio de la salvación que el mismo Dios había prometido desde el principio.
Hemos muerto con Cristo en el bautismo, escuchábamos recién (Rom. 6,3-11), y hemos resucitado con Cristo también por el sacramento del bautismo, por eso, habiendo muerto al pecado, hemos nacido a la vida, a la vida del resucitado, y  es lo que tenemos que vivir y añorar permanentemente.
¡Ojalá nunca dejemos de desear la realización del misterio de la resurrección en nuestra propia vida!, y esto porque en el pasado ¿Cuántas veces corrimos el riesgo de caer en la desesperación al ver nuestros pecados, al ver nuestras miserias? ¿Cuántas veces creímos que todo estaba perdido y sin embargo no era así? 
El resucitado está con nosotros y  acompaña hasta el fin del mundo, nos esperará para recibirnos en la gloria del Padre, siempre y cuando, por supuesto, nos mantengamos fieles al Dios siempre ha sido fiel. 
Nuestra fidelidad será probada en el cumplimiento de los mandamientos, como enseña el profeta Baruc (3, 9-15.32-4,4), de modo que "la sabiduría es el libro de los preceptos de Dios, y la ley que subsiste eternamente: los que la retienen alcanzarán la vida, pero los que la abandonan morirán".
Dios nos hace pasar por el medio del mar Rojo (Éxodo 14,15-15,1) huyendo de la turbulencia de este mundo y de los perseguidores de los que tenemos fe, para conducirnos a la salvación, a la nueva patria, a la nueva tierra, a la nueva vida que Dios  ha prometido.
Continuemos hermanos en esta Vigilia Pascual degustando, reflexionando cada cosa que hacemos, para que el misterio de Cristo resucitado entre en nuestro corazón y nunca se pierda.
Habíamos dicho el primer domingo de Cuaresma que comenzábamos el tiempo para profundizar en el conocimiento del misterio de Cristo. Pues bien, la Cuaresma ha terminado, culmina también el Triduo Pascual, y  comienza el tiempo Pascual en el que realmente hemos alcanzado el conocimiento pleno del Señor, porque hemos participado del misterio redentor de su muerte y su resurrección. Ciertamente las gracias de lo alto no nos faltarán si nosotros nos mantenemos fieles al Señor como nuevos resucitados.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Vigilia Pascual. ciclo B.  30 de marzo   de 2024.