8 de noviembre de 2025

Yo creo que contemplaré la bondad del Señor en la tierra de los vivientes, porque Él es mi luz y mi salvación.

En este día  recordamos a los fieles difuntos, es decir, oramos por las almas que están en el purgatorio y que constituyen lo que denominamos Iglesia purgante o que se purifica. 
Ayer honramos a todos los santos, que forman parte de la llamada Iglesia Triunfante porque sus miembros han llegado a la meta para la cual han sido creados los hombres, el cielo,  los cuales están en comunión con  la Iglesia Militante, constituida por quienes peregrinamos en este mundo, ya que ellos interceden por nosotros y se presentan como modelos y ejemplos dignos de ser imitados.
La Iglesia enseña que los muertos en gracia de Dios y sin nada de que purificarse, ingresan directamente a la gloria, pero que a su vez, existen  los que se purifican con penas, antes de la visión beatífica.
Todos sabemos que por el pecado existe la culpa y la pena merecida por la falta cometida, por lo que el sacramento de la confesión  borra el pecado, sobre todo el pecado mortal,  o sea, la culpa,  pero queda pendiente la pena de la que debemos purificarnos en esta vida o en la otra, a no ser que el arrepentimiento haya sido tan perfecto y pleno que esto no sea necesario ante los ojos de Dios misericordioso.
Ahora bien, como es necesario purificar el desorden que el pecado deja en nuestro interior, el sacerdote en la confesión le dice a la persona, al penitente, que para reparar los pecados haga alguna obra de caridad o rece un misterio del rosario, o haga algún sacrificio. 
Sin embargo, esto no siempre es suficiente para reparar el daño que el pecado ha causado, por eso es que después de la muerte, a no ser que la persona se haya purificado en la vida, a través del sufrimiento,  de la enfermedad, la limosna, o acciones buenas,   debe ser purificada a fondo, e ingresar así en el estado de visión divina, la gloria eterna para la cual fuimos creados, ya que Dios no nos creó para la condenación., sino que por el contrario, como  San Pablo le recuerda a su discípulo Timoteo (I Tim. 2,4) Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. 
Acabamos de escuchar en el evangelio que Jesús (Jn. 14, 1-6) enseña que vuelve al Padre para prepararnos un lugar, y san Pablo (Fil. 3,20-21) recuerda que "somos ciudadanos del cielo, y esperamos ardientemente que venga de allí como salvador el Señor Jesucristo".
Como ciudadanos del cielo, acá vivimos como en el exilio, por lo que es natural que Jesús una vez que haya preparado un lugar para cada uno, venga a nuestro encuentro para llevarnos junto al Padre. 
A su vez, en la primera lectura que acabamos de proclamar, tomada del segundo libro de los Macabeos (12,43-46), vemos cómo Judas Macabeos, después de la batalla, hace una colecta y ofrece ese dinero al templo de Jerusalén para que se ore por los difuntos. 
Eso se mantuvo a lo largo del tiempo porque es algo bueno y piadoso, y ciertamente, de las oraciones por los difuntos, la más efectiva es la celebración de la misa, porque se aplica al alma que se purifica el mismo sacrificio de Cristo nuestro Señor. 
Por eso hemos de ser también muy devotos de las almas del purgatorio, como lo era San Juan Macías, el santo dominico que veneramos en esta iglesia, el cual, según una manifestación privada durante su vida sacó más de un millón de almas del purgatorio para llevarlas al gozo eterno, del cielo. 
De modo que por lo que rezamos en el Credo, "creo en la comunión de los santos", estamos afirmando que hay una relación estrecha con los santos que están en el cielo, a quienes vemos y miramos para imitarlos, con las almas del purgatorio, para que puedan ir pronto al encuentro de Dios, a la gloria del Padre, gracias a nuestros sufragios y sacrificios de todo tipo, y nosotros, que formamos parte de la iglesia militante, que necesitamos de la intercesión de los santos, y también de que aquellos que se ven recompensados con la vida eterna puedan pedir por nosotros mientras estamos en este mundo. 
Recordemos que mientras vivimos en la tierra lo que sea penoso,  nos purifica, porque el sufrimiento no es signo de algo negativo, sino que, al contrario, lo que uno padece en vida es muy útil para purificarnos y presentarnos delante de Dios de manera diferente. 
Por eso la importancia que tiene el ofrecer todos los días nuestro padecimiento, nuestro sufrimiento, todo lo malo que tenemos que vivir, todo lo que soportar mientras caminamos por este mundo, sabiendo que son oportunidades que concede Dios muchas veces, para una mejor y mayor purificación interior y se concrete lo que escuchamos en la segunda lectura, llegar a ser ciudadanos del cielo. 
Hermanos: Que el Señor, que ha preparado un lugar para cada uno de nosotros en el momento de nuestra muerte, venga a buscarnos y llevarnos con Él a la gloria del Padre. Ojalá nunca nos falte la luz necesaria para comprender estas realidades, y la fuerza espiritual para poder vivirlas.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en la Conmemoración de los fieles difuntos. 02 de noviembre de 2025.