10 de abril de 2007

EL DÍA DESPUÉS DE MAÑANA

1.-La presencia del Señor en la ausencia

Hoy la Iglesia exulta de alegría por la Resurrección de Jesús el Señor. Los pasajes evangélicos proclamados anoche en la Vigilia Pascual como hoy por la mañana, van dejando al descubierto esta presencia del Señor resucitado.
En estos textos, la presencia del Señor resucitado emerge a través de la ausencia del mismo en el sepulcro.
María Magdalena, las otras mujeres, Pedro y Juan, van a la tumba y la encuentran vacía.
Afirman las citas bíblicas que ellos “vieron y creyeron”. ¿Qué vieron? Vieron la ausencia del Señor. El que ha muerto ya vive para siempre, anticipando así nuestra propia resurrección y comienzan a entender las escrituras.
La presencia del resucitado en su ausencia, como si fuera una continuación de la presencia en la ausencia del Padre en el momento de la Cruz, que lo hace exclamar a Jesús: “Padre, “por qué me has abandonado?”
Pero también hemos de afirmar que la presencia del Señor se hace visible realmente, aunque no es reconocido, porque la duda ausenta la mirada de la fe.

2.- La presencia real del Señor.


En efecto, en la tarde de ese día, el primero de la semana, el domingo, justamente Jesús -aunque ya se había aparecido a Simón- se encuentra con dos discípulos que caminan a Emaús, distante diez kilómetros de Jerusalén.
Estos dos hombres van manifestando su desconsuelo, comentando lo que ha ocurrido en Jerusalén. Cómo aquel que esperaban ver resucitado todavía no aparecía entre ellos, “Nosotros esperábamos otra cosa“, -expresan, esperábamos que viniera a liberar políticamente al pueblo de Israel. Y se ponen a compartir su dolor y su angustia con Jesús sin advertir que era El quien caminaba con ellos.
Como a ellos muchas veces en nuestra vida nos pasa esto: Jesús camina junto a nosotros y no lo advertimos. El se interesa por nuestras cosas, por nuestras preocupaciones, por nuestra vida. Y nosotros, quizás atentos a lo distractivo que carece de importancia, no lo captamos, no lo descubrimos en este caminar junto y con nosotros.
Pero El sigue acompañándonos por el camino de la vida.
Y poco a poco irá entrando en el corazón de estos dos discípulos como quiere entrar también en el corazón de cada uno de nosotros.

Y nos dice el texto del evangelio que Jesús, suavemente comienza a explicarles la Sagrada Escritura. Es como un itinerario catequístico a través del cual el mismo Jesús es el que explica el Antiguo Testamento para que crezca la fe del oyente y pueda adherirse por la fe al Cristo anunciado por los profetas, creyendo en la divinidad del Señor resucitado.
Y he aquí que el corazón de estos dos hombres comienza a sentir algo distinto. “¿No ardían nuestros corazones cuando lo escuchábamos? “- dirán más tarde.
La presencia de Dios se hace palpable cuando penetramos en su misterio.. Cuando dejando de lado la mirada a otras cosas que pudieran turbar nuestra atención, escuchamos al mismo Señor que nos habla.
Es el momento en que nos sentimos a gusto escuchándolo a El, escuchando su Palabra, porque la Palabra de Dios va como respondiendo los interrogantes más profundos del hombre.

3.- La presencia del Señor reconocida al partir el pan.

Es por eso que cuando llegan a Emaús, y Jesús amaga seguir de largo, le dirán: “Quédate con nosotros. Mira que anochece.” Le están suplicando: Señor nuestra vida será noche si Tú no estás con nosotros.
Todavía no lo tienen claro, no lo han descubierto a El totalmente, pero están expresando no sólo su necesidad sino la angustia de todo corazón humano porque anochece cuando Jesús no está presente.
Y el Señor acepta quedarse con ellos y comienza a compartir la mesa.
Y he aquí que en el partir del pan lo descubren. Ya saben que es Jesús, pero El desaparece.
Este descubrir al Señor en el partir del pan es de capital importancia.
Ya lo proclamaba el papa Juan Pablo II en la Carta Apostólica “Dies Domini” (el día del Señor). Es en el partir el pan, en la Eucaristía, en la misa de cada domingo, donde el cristiano va creciendo en su fe. Lo va descubriendo a Jesús cada vez más.
No lo descubre tanto leyendo libros sobre El, incluso oyendo hablar de El, sino participando en el partir el pan, la Eucaristía.
Con la preparación de la Palabra, el cristiano llega a la Palabra hecha carne, la Eucaristía.
En el partir el pan, el cristiano se da cuenta lo que significa la muerte y resurrección del Señor: es morir al pecado y resucitar a la vida nueva de la gracia.
Este participar de la Eucaristía no es para que el cristiano se quede como gozando de la presencia del Señor en su corazón, que es legítimo, sino para que vaya al mundo proclamando que Cristo ha resucitado.
De allí que estos dos hombres vuelven de nuevo a Jerusalén, recorren los diez kilómetros de distancia para llevarles a los discípulos la alegría de haberse encontrado con el Señor.

Y en el encuentro con los hermanos se plenifica, se prolonga el encuentro personal con el Señor. Todos participan de la misma alegría de Cristo resucitado y comenzarán a llevar esta presencia del Señor a todo el mundo.

4.-Con la mirada en y desde lo celestial iluminar el quehacer terreno

De allí se explica que el apóstol San Pablo nos diga a nosotros a través de los colosenses “ya que ustedes han resucitado con Cristo busquen los bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha del Padre. Tengan el pensamiento puesto en las cosas celestiales y no en las de la tierra “.
No se trata de un mero consejo espiritual, porque hasta podría incluso alguien sentirse tentado a decir imitando a los incrédulos: en el fondo es verdad que la religión es el opio de los pueblos.
Nos dicen que miremos al cielo, a las cosas celestiales, y nos olvidemos de las cosas de la tierra.
De hecho es imposible mirar las cosas de la tierra si antes no se han mirado las cosas del cielo.
Es imposible mirar lo de acá si antes no se han contemplado las cosas de Dios.
Y esto es así porque mirando lo celestial advertimos que nuestra meta última es Dios, es la vida eterna, y desde ella van teniendo las cosas de la tierra un sentido nuevo.
Caemos en la cuenta que no podemos estar atados a lo pasajero, so pena de vivir en el vacío existencial más profundo, al experimentar la caducidad de lo terreno.
Por eso, la muerte y resurrección de Jesús implica en nosotros la muerte a todo lo que es terreno para renacer a la vida de la gracia, a lo celestial.
Mirar las cosas del cielo es preparar una mirada nueva sobre las cosas de la tierra.
Ejemplifiquemos estos conceptos.

5.-Aplicación a nuestra Santa Fe inundada.

Hemos vivido y vivimos en Santa Fe momentos muy significativos en los últimos días a causa de las abundantes lluvias que inundaron la ciudad.
Es aquí donde podemos descubrir este juego de la mirada de la tierra y de su relación con la mirada del cielo.
Si la mirada de los gobernantes y de los políticos está puesta en la tierra, preocupándose especialmente por los espacios de poder que se pueden perder o ganar, es natural que no se piense en el bien común.
De allí se explica el exabrupto de la autoridad civil dirigido al “imprudente preguntón” sobre el origen de la lluvia permanente, de “pregúntele a Arancedo” en referencia obvia al Obispo.

En realidad si el que gobierna mirara más al cielo buscando la voluntad de Dios, caería en la cuenta que su misión es servir a sus hermanos promoviendo el bien común. Mirando al cielo es posible comprender que Santa Fe es una ciudad inundable y que por lo tanto hace tiempo que deberían haberse previsto las soluciones a este tipo de emergencia.
El que maneja la cosa pública, mirando los bienes del cielo, cae en la cuenta que el fin último del hombre es Dios y que por lo tanto ha de procurar que el ciudadano común pueda caminar en esta vida sin traba alguna y sin angustias permanentes al encuentro con su Creador.
Y allí entroncamos el orden temporal con el eterno, lo humano con lo divino, la materia con el espíritu.
Solamente el que mira al cielo, las cosas de Dios, entiende que debe mirar la tierra con la mirada de Dios.
Dios jamás quiere la desgracia, el dolor, o la angustia de sus hijos que somos nosotros mismos.
Por eso nosotros, partiendo de los dones que Dios nos ha dado hemos de trabajar para el bien de todos, aliviando los males presentes en la tierra fruto del pecado.
El empresario que tiene puesta la mirada solamente en la tierra, piensa en el negocio y si éste es redituable, y poco le importa su empleado y su familia, así se trate de hacer trabajar durante el mismo día del Señor, el domingo.
El que mira la tierra desde el cielo está cierto que su empresa debe dar trabajo y sostén a numerosas familias, brindar a sus empleados el descanso reparador de sus fuerzas, y la oportunidad de que puedan dar culto a Dios conforme a sus creencias.
Si durante la tragedia vivida en Santa Fe, los diversos grupos piqueteros con la mirada en el cielo, con una consideración de fe, hubieran observado la realidad de la tierra habrían caído en la cuenta que no podían impedir el tránsito de la ambulancia que llevaba a una mujer para su sesión de diálisis –provocándole la muerte- , que era ilícito “cobrar peaje” a los conductores vulnerando su derecho a transitar libremente, que era inmoral intentar romper las defensas para que entre el agua del río Salado, que agravaba la situación destruir las bombas extractoras de agua, etc,etc.
Junto a actitudes de grandeza, en plena Semana Santa, se sucedían los actos más miserables.

6.-El día después de mañana

Estas vivencias nos hacen ver qué lejos estamos todavía de contemplar el orden temporal desde la mirada de Cristo resucitado.
Hemos vivido momentos de anarquía donde la ciudad estuvo sitiada por bandas de supuestos damnificados que hicieron lo que quisieron.

Los actos de violencia, muerte, golpizas e inseguridad, mantienen en vilo a la ciudadanía en todo el país.
Mientras la “represión” aparece ilegítima en algunas partes, en otras, el vacío de poder para desarmar la violencia y la prepotencia de unos pocos, instituye la ley de la selva.
Lamentablemente se avecinan días aciagos para nuestra Patria si no comienza a imperar la cordura en el respeto de las leyes y en el establecimiento de una justicia largamente esperada.
La lucha entre pobres es moneda corriente. Es suficiente con haber experimentado muchas veces los sufrientes inundados el despojo de sus pocas pertenencias para comprobar este aserto.
La pelea de unos contra otros es una tentación que se olfatea más frecuentemente. Se va imponiendo la ley del más fuerte, asomando cada vez más el temor incluso hasta de vivir como personas.

Cristo resucitado nos trae un mensaje de esperanza fundado en el hecho de que es posible cambiar este mundo a pesar de sus miserias, si nos convertimos de corazón dejando nuestros caprichosos egoísmos, para que muertos a nuestras pasiones, resucitemos a una vida que nos enaltezca en la realización permanente del bien.
Llevemos a nuestra sociedad el mensaje de que sólo viviendo en comunión con Dios, hoy tan olvidado en los corazones de muchos argentinos, podremos reconocerlo en la persona de nuestros hermanos, es decir todos los que habitamos el común suelo argentino.
Colosenses 3,1-4 - Lucas 24,13-35

Homilía en la Misa vespertina del domingo de Pascua (08 de abril de 2007)

Padre Ricardo B. Mazza. Prof. Titular de Teología Moral y Doctrina Social de la Iglesia en la UCSF. Director del CEPS “Santo Tomás Moro” y del Movimiento Pro-Vida “Juan Pablo II”.
Santa Fe, 10 de Abril de 2007.

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