Escuchamos en el texto del evangelio proclamado (Lc. 9, 18-24), que Jesús oraba a solas, compenetrado en diálogo afectuoso con su Padre, en el Espíritu Santo.
Diálogo en el que nadie más tiene cabida, tanto que de sus discípulos, el texto dice “que estaban con Él”, y no en Él, ya que no forman parte, confundiéndose, del misterio trinitario.
Dentro de ese clima pregunta el Señor acerca de lo que piensan de su Persona, respondiendo ellos con diversas visiones, siendo la de Pedro la que está iluminada por la fe “Tú eres el Mesías de Dios”.
Con todo, en nuestros días, Jesús sigue avanzando en su interpelación y nos pregunta a cada uno de nosotros, “Pero ustedes…¿Quién dicen que soy yo?”.
¿Han pensado acerca de mí? ¿Estoy presente en la vida de cada uno?
Y este preguntarse con su respuesta debe hacerse en un clima de oración, mirando al rostro de Cristo para escucharlo y responderle, ya que Él es el único que en un mundo decadente como el nuestro, en el que el hombre es cada vez más decepcionante, camino, verdad y vida.
En la respuesta que brindemos cada uno, se juega nuestra vida presente y futura, no solamente en adhesiones de carácter moral, tan necesarias en nuestro tiempo, sino sobre todo recibiendo en el corazón con fe viva la divinidad del Maestro que viene a rescatarnos de nuestras miserias.
La aceptación de Cristo supone hacer nuestra la convicción de que será perseguido y muerto por los jefes judíos, para luego resucitar constituyendo una nueva esperanza de vida para todos, como lo manifiesta a los apóstoles.
Pero el misterio de la cruz no está presente sólo en Él, sino que es causa de salvación para nosotros, otorgando nuevo sentido al existir cuando todo sucumbe ante lo que el mundo percibe como sin sentido y fin alguno.
De allí, que dirigiéndose a todos Jesús declara “El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día, y me siga”.
El ser humano en lo cotidiano de la vida se encuentra con la posibilidad de encerrarse en sí mismo, hacer girar todo lo existente alrededor suyo, dedicarse solamente a sus intereses particulares y olvidarse del mundo siempre que éste no le afecte demasiado, siendo prioritario el poder, la riqueza y el disfrute a toda costa, prescindiendo de Dios y de sus hermanos, o sólo tenerlos en cuenta según su manera de ver las cosas con la mirada del egoísmo.
Esta forma de vida se ve enmarcada en las palabras del Señor que dice “El que quiera salvar su vida, la perderá”, ya que al estar orientado el ser humano a la alteridad y a la trascendencia, cuando se aleja de ellas sucumbe.
Otro camino para la persona, que la enaltece como hija de Dios, es renunciar a sí, cargar con su cruz cada día y seguirlo al Señor. Es propio del ser humano que se despoja de sus intereses como algo absoluto y, abre su corazón al Creador y a los hermanos. Renuncia a sí mismo porque no se deja atrapar por el pavoroso egoísmo que todo lo devora.
Renuncian a sí mismos y toman la cruz de cada día, cuando el padre y la madre de familia no ceden a la comodidad o al cansancio en la educación de sus hijos, y aún luchando contra las costumbres adversas del mundo, procuran guiarlos por el camino del bien.
Renuncian y toman su cruz los que cada día trabajan en los distintos ámbitos de la vida humana, alabando a Dios y procurando aún con sacrificios, el bienestar de todos, siendo ejemplo constante de nobleza de vida.
En definitiva la renuncia y el seguimiento encuentran la perfección más plena en el modelo que es Cristo el Señor, el que conocido y amado lleva al alma a cantar “yo te busco ardientemente; mi alma tiene sed de ti, por ti suspira mi carne como tierra sedienta, reseca y sin agua” (Ps. 62, 2).
Cuando descubrimos el sentido de la existencia humana en Jesús, el encuentro con Él se transforma en espacio de descanso y plenitud para nuestra vida.
Al mismo tiempo, si una vez bautizados, los hombres se unen a Cristo y lo escuchan, aman y sirven, quedan revestidos todos de su persona, de manera que “ya no hay judío, ni pagano, esclavo ni hombre libre, varón ni mujer, porque todos ustedes no son más que uno en Cristo Jesús” (Gál. 3, 26-29).
Hermanos: acudamos al encuentro del Señor, dispongámonos a renunciar a las comodidades que nos atraen y a brindarnos en lo cotidiano, ya que no es necesario realizar cosas extraordinarias, demos culto a Dios por la oración, la misa dominical en la que se hace presente por nosotros, sirvamos al prójimo en la familia, en los enfermos, en los que sufren, en la transmisión de la fe a los hijos, superando de esa manera la tentación de mirarnos sólo a nosotros.
Ciertamente la luz interior de la fe, el fuego de la caridad y la fuerza de la esperanza, harán posible que cada día crezcamos en el camino de la santidad.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XII del tiempo Ordinario. Ciclo “C”. 19 de junio de 2016. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com
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