Con este domingo comenzamos cada año, el tiempo litúrgico de Adviento, preparando la celebración de la primera Venida del Hijo de Dios, quien hecho hombre en el seno de María Virgen ingresó a la historia humana como Salvador de toda la humanidad.
A su vez, fundados en la revelación divina, esperamos que en un día oculto a nosotros, venga también por segunda vez, pero como juez.
La Liturgia asegura que Dios por medio de Jesús siempre viene a cada persona, esperando que estemos dispuestos a recibirlo.
Sin embargo, como lo describe el evangelio (Mt. 24, 37-44), también en nuestros días acontece lo de antaño y, muchos son los que viven despreocupadamente el momento, disfrutando al máximo las oportunidades que ofrece el mundo sin pensar demasiado en la presencia de Jesús en sus vidas, o desconociéndolo totalmente, a causa de otros intereses, que por su inmediatez encandilan fácilmente y atraen, confundiendo el verdadero sentido de la vida.
Aún siendo creyentes fervorosos, dada nuestra fragilidad humana, se embota no pocas veces nuestro sentido espiritual, siendo necesario que la Palabra de Dios nos interpele para volver a poner nuevamente nuestro corazón en aquello que realmente es valioso, de modo que se hace urgente el reclamo de “ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada”.
La verdadera preparación requiere previamente que nos demos cuenta sabiamente “en qué tiempo vivimos y que ya es hora de que” nos despertemos “porque la salvación está ahora más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe” (Rom. 13, 11-14ª)
Saber en qué tiempo vivimos significa valorar el acontecimiento de que Cristo ya ha venido en carne humana para redimirnos del pecado y de la muerte eterna y que quizás todavía no nos entregamos a su plan de salvación, o si lo hicimos estamos aletargados todavía en lo ya realizado sin avanzar más en el camino de santidad de vida.
Saber en qué tiempo vivimos significa además tener la seguridad de que caminamos hacia la segunda Venida en la que se nos pedirá cuenta de nuestra vida de fe, esperanza y caridad mientras hemos transitado por este mundo temporal.
Por lo tanto, el creyente está siempre entre el tiempo del ya y el tiempo del todavía no, es decir, entre el tiempo de lo que ya aconteció, la venida en carne de Jesús, y de lo que todavía esperamos sucederá cuando venga en su segunda venida.
Como no conocemos el día y la hora de nuestro encuentro con el Señor, la Palabra de Dios nos convoca a la actitud perseverante de vigilancia, ya que la noche de esta vida temporal con tantas limitaciones ya está pasando y se acerca el día en que brillará el Sol de justicia, al que llegaremos si desde ahora procedemos santamente.
El examinar nuestra actitud ante la primera venida del Señor ayudará no poco en orden a profundizar lo bueno que hemos vivido y a cambiar lo que todavía sigue siendo un lastre negativo.
Siempre estamos en camino hacia un nuevo nacimiento por la gracia de Dios, ahora en el tiempo final mirando de cerca y esperanzadamente el nacimiento de la vida eterna.
Mientras se realiza este caminar del hombre que se ha encontrado con Cristo Salvador y, hasta que llegue a la meta de la participación divina, “vistámonos con la armadura de la luz” para enfrentar siempre y con decisión el mundo de las tinieblas que busca alejarnos de la presencia del Señor por medio de los excesos pecaminosos.
Si Jesús viniera en nuestros días, sucedería como en tiempos del diluvio que “arrastró a todos” los que estaban en otra cosa.
De allí que es válido preguntarse, ¿cómo nos encontraría Jesús?. ¿Viviendo de sus enseñanzas? o pensando en cómo responder a las invitaciones mundanas que nos aturden con falsas promesas de felicidad y bienestar inacabables.
San Pablo que conoce de las debilidades humanas exhorta a vencer con la gracia divina y el esfuerzo virtuoso el dominio que ejercen sobre nosotros las pasiones desordenadas, que mientras aseguran placeres fugaces e intensos para atraparnos, dejan siempre al pecador con la consecuente infelicidad del corazón.
Queridos hermanos: revistámonos de Cristo y sus obras, afiancémonos en la fidelidad a su Persona y palabra, para que encontrados dignos de participar de su gloria encabecemos las filas de los creyentes que caminan, fatigosamente, pero con seguridad total, hasta llegar a la cumbre de la montaña de la Casa del Señor (Is. 2, 1-5), diciendo a los que todavía están desprevenidos acerca de dónde orientarse: “¡Vengan, subamos a la montaña del Señor, a la Casa del Dios de Jacob!”.
Recemos y obremos para que en este dirigirnos hacia lo que es verdadero y santo, sea posible cambiar la guerra por la paz, la violencia en consuelo de los demás, el egoísmo en solidaridad caritativa, la injusticia en justicia que respete y promueva los verdaderos derechos del hombre, especialmente el de la vida.
Invoquemos confiadamente la protección de María para que nos enseñe cómo esperar a su Hijo que vendrá nuevamente, así como nos enseñó el modo de esperarlo en su nacimiento en carne.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo I° de Adviento, ciclo “A”. 27 de Noviembre de 2016.
http://ricardomazza.blogspot.com;
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