Comenzamos nuevamente el Año Litúrgico iniciando el Adviento en el que nos preparamos para la segunda Venida del Señor, con la seguridad de que se realizará como ya aconteció con la primera Venida al hacerse hombre en el seno de María, el Hijo de Dios.
En la primera parte de este tiempo de Adviento, la mirada se centra más, por lo tanto, en la segunda Venida de Cristo, para después dar lugar a la actualización de la primera Venida del Señor en la que reviviremos con fe su nacimiento en carne humana en el pesebre de Belén.
Al recordar cuando Jesús vino por vez primera, caemos en la cuenta que así como se hizo esperar durante siglos, hasta que llegó la plenitud de los tiempos y se hizo presente en la historia humana, así también, en el momento sólo por Dios conocido, retornará para el juicio del mundo y llevar consigo a todos los que con perseverancia se hayan mantenido fieles a la verdad a lo largo de los siglos.
¿Y que tenemos que hacer nosotros entonces entre esa primera Venida del Señor y su segunda? Vivir en una actitud de vigilante espera, por eso Jesús en el Evangelio dice: “tengan cuidado y estén prevenidos, porque no saben cuándo llegará el momento” (Mc. 13, 33-37), lo cual reclama vivir cada día con la conciencia clara que puede ser el último de la existencia terrenal.
Esto se hace cada vez más urgente porque sucede muchas veces que el hombre se confía en que el Señor no viene y, entonces como tarda en llegar, no vive con fidelidad a Dios. De allí que Jesús recuerde que Él se hará presente por segunda vez como el dueño de esta casa, pero de improviso, puede ser al amanecer, al atardecer, a media noche, resultando como lo más importante que los que cuidan la casa del Señor, es decir, nosotros mismos, vivamos siempre buscando la voluntad de Dios, realizando el bien incansablemente.
¿Y qué necesitamos nosotros para vivir de esa manera? La respuesta la encontramos en el apóstol San Pablo (I Cor. 1, 3-9), cuando afirma que hemos sido colmados en Cristo con toda clase de riquezas, las de la palabra y las del conocimiento “en la medida que el testimonio de Cristo se arraigó en ustedes”, que se traduce que cuanto más presente esté Jesús en nuestra vida, más vamos a recibir su ayuda.
Y lo afirma a continuación el apóstol San Pablo: “Mientras esperan la revelación”, o sea la Segunda Venida del Señor, “no les falta ningún don de la gracia” y de ésta manera “Él los mantendrá firmes hasta el fin, para que sean irreprochables en el día de la Venida de nuestro Señor Jesucristo.”.
Es crucial prestar atención en el estado en que debe permanecer cada uno en el día de la segunda venida, esto es, “irreprochable” de manera que estemos en condiciones para comenzar la vida con Dios.
Es cierto que no pocas veces nos preguntamos cómo es posible permanecer sin reproche alguno en el momento en que se define el destino eterno de cada uno, especialmente si contemplamos nuestra naturaleza humana redimida, pero herida por el pecado original y agudizada por los pecados personales. Si pensamos en nosotros solos la zozobra espiritual es real, pero si confiamos en la presencia de la gracia divina respondiendo a ella con nuestra voluntad orientada a la realización del bien, es posible superar todas las dificultades.
¿Pero, cómo sabemos que contaremos con la ayuda divina?, ¿por qué Dios se interesará por cada persona humana?. El mismo apóstol responde afirmando “porque Dios es fiel, y Él los llamó a vivir en comunión con su Hijo Jesucristo, nuestro Señor”. En efecto, Dios nos ama desde toda la eternidad y es el primer interesado en que se realice su proyecto salvador sobre toda creatura humana, aunque respetando la libertad de la que fuimos investidos y con la respondemos o no a la gracia ofrecida y recibida.
Confiados en el favor divino no dejemos de clamar con el profeta Isaías (63, 16-17.19b; 62, 2-7) “¡Vuelve, por amor a tus servidores!” y “Tú, Señor eres nuestro Padre; nosotros somos la arcilla, y Tú, nuestro alfarero: ¡Todos somos la obra de tus manos!”
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