La idea central que otea en este tercer domingo de adviento es la de vivir la alegría ante la proximidad de la venida del Señor.
Y así el profeta Sofonías (3,14-18) anuncia a un pueblo sin esperanza de salvación, que se llene de alegría porque el Señor ha retirado las sentencias que pesaban sobre el mismo y ha expulsado a los enemigos de Jerusalén de modo que "el Rey de Israel, el Señor, está en medio de ti; ya no temerás ningún mal".
Vendrá un tiempo en que Dios nuevamente manifestará su rostro, y así, el pueblo de Israel crecerá en la esperanza y en el deseo de encontrarse con el Dios que salva, que muchas veces aparece apartado del pueblo elegido a causa de sus pecados, pero que, a pesar de todo, busca encontrarse con todos aquellos que forman este pueblo predilecto, en el cual se va escribiendo la historia humana.
De manera que la alegría debe ser siempre lo que abunde en el corazón del que espera a Dios y desea vivir según su voluntad.
Por eso San Pablo (Fil. 4,4-7) dice "alégrense siempre en el Señor". Se trata de la alegría en Dios que perdura, no como la alegría mundana propia de las frivolidades de la sociedad o de este mundo, que es pasajera y que no colma el corazón, sino la presencia del Señor es la verdadera alegría, al saber que Él está con nosotros, en medio de nosotros y que quiere seguir estando.
De hecho, dentro de un rato se hará presente acá en medio de nosotros, en la Eucaristía, mostrándonos así cuán importantes somos y cómo Él se goza contemplándonos también. En efecto, como un padre o una madre se gozan contemplando a su hijo, así también mucho más el Padre del Cielo goza y se alegra contemplándonos a nosotros, particularmente cuando hacemos el bien.
El tiempo de adviento es el tiempo de preparación entonces para recibir a Jesús con alegría. Y por eso con la misma alegría también debemos trabajar para la conversión personal. Esa conversión que pasa por el deseo de rectificar rumbos, caminos, decisiones que hayamos tenido en su momento pero que en la actualidad no permiten acercarnos a Dios.
Precisamente, Juan Bautista en medio de la prédica, en medio del llamado a la conversión, señala dos aspectos de una verdadera conversión. Por un lado, la actitud de caridad para con los demás, cuando habla de compartir con el hermano que necesita la túnica o la comida o cualquier otra cosa.
El corazón del convertido está siempre abierto a las necesidades de los demás, busca a su hermano para compartir de lo suyo.
Pero también hace un llamado Juan Bautista a que cada uno examine su deber de estado, si realmente vive conforme a la voluntad de Dios.
El texto del Evangelio (Lc.3,10-18) pone dos ejemplos, pero podríamos multiplicarlos hasta el infinito. Les dice a los publicanos que cobren lo justo, que no vivan aprovechándose de su trabajo de recaudador de impuestos para cometer injusticias y para enriquecerse. Y a los soldados les dirá que no estén extorsionando a nadie, que no hagan denuncias falsas, que vivan realmente de acuerdo a cómo se han de desempeñar con su misión.
Y así, cada uno de nosotros debe mirar en la vocación que tiene, el trabajo que realiza, la profesión que desempeña y preguntarse realmente si está viviendo según la voluntad del Señor o según la voluntad propia, buscando su propio provecho y no el derecho y la justicia conforme a lo que el Señor pide y reclama.
De manera que la conversión personal ha de ser profunda, para que Jesús nazca en cada uno, y conduzca nuestra vida a lo largo del año.
Hermanos: Pidamos la gracia de lo alto para vivir nuestros ideales.
Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 3er domingo de Adviento Ciclo C. 15 de Diciembre de 2024.
No hay comentarios:
Publicar un comentario