"Muchos leprosos había en Israel en tiempo del profeta Eliseo; pero ninguno de ellos fue limpiado, sino Naamán el sirio" (Lc. 4,27), dirá Jesús en el Evangelio.
Y esto es justamente lo que acabamos de escuchar en la primera lectura (2 Rey. 5,14-17). Este hombre, un extranjero, general del ejército Asirio, va a pedirle al profeta Eliseo la curación de su lepra, porque una prisionera de guerra había dicho a su esposa que había en Israel un profeta que curaba, y hasta allí fue Naamán.
El profeta le dijo, báñate siete veces en el río Jordán. En un primer momento se enoja, diciendo "El Abana y Farfar, ríos de Damasco, ¿no son mejores que todas las aguas de Israel? Si me lavare en ellos, ¿no seré también limpio?" pero los servidores le dijeron, te han pedido algo tan simple, ¿por qué no haces caso?
Entrado en razón, así lo hizo, y quedó purificado de la lepra, como acabamos de escuchar, de modo que fue a agradecer a Eliseo portando regalos, el cual declina los obsequios ofrecidos.
Naamán, entonces, pide llevar tierra del territorio de Israel para poder honrar al Dios de Israel, al verdadero, en su propio paìs.
No olvidemos que en aquella época estaba la creencia de que cada nación tenía su propio Dios, limitada su potestad dentro de las fronteras, y lejos de ella no actuaba, por eso quería llevarse tierra de Israel, para poder dar culto al Dios verdadero.
Vemos en este pasaje, por lo tanto, dos momentos, por un lado la purificación de la lepra, y el segundo momento, la salvación de este hombre, por la fe en el Dios verdadero, porque para liberarnos del pecado de nuestras lepras, no solamente lo hemos de pedir, sino que hemos de mirar siempre al autor de la salvación, que es Dios.
Por otra parte, ¿Qué es lo que acontece en el texto del Evangelio? (Lc. 17,11-19). Yendo a su encuentro, diez leprosos, a lo lejos, le gritan al Señor, "¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!".
Jesús se da cuenta que quieren liberarse de la lepra, que los apartaba de la comunidad y del culto, y a su vez, cargando con la creencia que eran pecadores, castigados, por lo tanto, con esa enfermedad tan humillante que los constituía en impuros.
Y Jesús, según la costumbre de su tiempo, indica que vayan a los sacerdotes, ya que ellos deben certificar la curación y de esa manera, integrarse nuevamente a la familia, a la sociedad y al culto.
Mientras nueve de ellos obedecen la indicación de Jesús, uno retorna alabando a Dios por su curación, e inclinándose ante Él, lo adora.
Se trata de un samaritano, un extranjero, alguien que no es judío, que posiblemente no tenía idea muy clara sobre quién era Jesús, pero que al verse curado, regresa para agradecer.
También aquí observamos el momento de la purificación y el momento de la salvación, cuando alabando a Cristo y reconociendo que de Él le vino la salud corporal, recibe también la salud espiritual, con las palabras "Levántate y vete, tu fe te ha salvado".
Por lo tanto, así como Naamán se encontró con Dios en el pasado, este hombre purificado se encuentra con Jesús, el único salvador.
Ahora bien, Jesús pregunta, "¿Dónde están los otros? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?", reconociendo la falta de agradecimiento de los nueve restantes, privados de la salvación interior que sólo produce la fe en el Dios verdadero.
En nuestra relación con Dios, muchas veces pedimos permanentemente cosas y beneficios, pero una vez complacidos, no existe agradecimiento, como si Él tuviera la obligación de concedernos siempre lo que reclamamos, cuando lo que se nos pide es una fe firme en el Dios verdadero, y esperar que actúe cuando mejor lo considere.
¡Cuántas gracias, cuántos dones recibidos! Sobre todo cuando Jesús quita nuestras lepras interiores a través del sacramento de la reconciliación, recibiendo, en abundancia, la misericordia divina.
Por eso la necesidad de reconocer que Jesús es el Salvador, el que redime al hombre, el que murió en la cruz por nosotros, y ser agradecidos siempre por las gracias recibidas por puro amor.
San Pablo escribiendo a Timoteo (2 Tim.2,8-13) recuerda que "la salvación esta en Cristo Jesús", el cual ha de ser el centro de nuestra existencia, para participar de la vida eterna prometida con bondad.
Esta verdad ya está ausente en nuestro tiempo para muchos que se dicen católicos, porque ya no van a misa, o piensan que Cristo no salva, y que directamente buscan seguir las modas de nuestro tiempo, las energías, las pirámides, los perfumes esotéricos, las genealogías pecadoras de las que supuestamente nos hemos de liberar.
Es que cuando se deja de lado a Cristo como el Dios verdadero, el hombre cae en la pavada, siguiendo espejismos mundanos basados en fábulas engañosas, en la idolatría, como ya denunciaba san Pablo.
A su vez, como san Pablo, muchos se sienten encadenados y silencian su voz, pero "la palabra de Dios no está encadenada", por lo que "si renegamos de Él, Él también renegará de nosotros".
En nuestro tiempo estamos sometidos a costumbres que nada tienen que ver con la fe sino con los engaños que presenta permanentemente el espíritu del mal, que busca alejarnos del Señor.
La verdadera actitud permanente ha de ser la de este hombre curado que se acerca a Jesús alabándolo por lo que Dios ha hecho en su corazón y postrado ante él lo adora, rindiendo homenaje y comprometiéndose a seguirlo.
El leproso agradecido era un samaritano, un extranjero, alguien extraño, por lo que también nosotros en nuestro tiempo con estas actitudes de fe vamos a ser vistos como extraños por el común de la gente, como extranjeros, considerados como ilusos que no han descubierto todavía que ya el Dios verdadero ha pasado de moda, ya que hay otras cosas que salvan, que le dan sentido a la vida humana.
Por eso, es importante volver siempre a Cristo, encontrarnos con Él, no dejarlo, y si sus exigencias parecen duras recordemos sus palabras (cf. Juan cap 6) si estamos tentados a alejarnos de su Persona, "Ustedes también quieren irse", para responder, "¿A dónde iremos? Señor solo tú tienes palabras de vida eterna".
Ojalá esto quede en nuestro corazón y permanezca ante las tentaciones del mundo que ofrecen presuntas maneras de salvación.
Que podamos decir siempre, "Señor, ¿a dónde iremos? Solo tú tienes palabras de vida eterna". Solo tú no nos engañas. Solo tú quieres nuestro bien. Y así entonces la gracia de Dios nos acompañará siempre.
Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXVIII del tiempo litúrgico durante el año. 12 de Octubre de 2025.
No hay comentarios:
Publicar un comentario