29 de marzo de 2008

Una mirada nueva desde la Resurrección del Señor


“Más bien se trata de mirar las realidades creaturales, -aquello que el apóstol Pablo llama las cosas de la tierra-, con una mirada nueva, lo cual significa no absolutizarlas sino considerarlas en lo que son, esto es su relatividad”.

1.- Pasó por el mundo haciendo el bien.

El apóstol Pedro nos dice a nosotros como a los judíos de su tiempo todo lo que se refiere a la vida, a la muerte y a la resurrección de Jesús.

Así, tal como lo escuchábamos en la primera lectura, Jesús lleno del poder del Espíritu Santo pasó por este mundo haciendo el bien y sanando a los que habían caído en el poder del demonio porque Dios estaba con El.

Pero inmediatamente después de esta hermosa afirmación Pedro tendrá que reconocer que Jesús fue muerto y suspendido de un patíbulo.

Si tenemos en cuenta esta afirmación ciertamente nos extraña que quien pasó por este mundo realizando el bien termina en la aniquilación.

Pasar haciendo el bien y terminar en la cruz es la gran paradoja del misterio de la salvación que Dios quiere que nosotros conozcamos, valoremos y que al mismo tiempo lo apliquemos a nuestra vida.

También nosotros muchas veces decimos que no hemos cometido pecado, que no hemos hecho mal alguno y entonces, ¿por qué Dios nos abandona y por qué tenemos que sufrir muchas veces?

Y no encontramos explicación a esto e incluso nos rebelamos por esta situación.

Pues bien el ejemplo de Cristo ilumina nuestra vida y da ciertamente sentido a este hecho de pasar haciendo el bien aunque después terminemos condenados o despreciados a causa del odio de aquellos que no quieren al Señor o que se sienten interpelados por el bien que hacemos y por ello nos impugnan.

De todos modos nos asegura San Pedro que de la misma manera que el Padre permanece con Jesús, Dios está con nosotros y nos resucitará para la vida como lo hizo con su Hijo.

Es decir que Dios le dio la vida, y como rezábamos en la primera oración de este sacrificio de comunión con la resurrección de Cristo se nos ha abierto la puerta de la vida, hermosa afirmación que nos debe llenar siempre de consuelo.

2.-La resurrección de Jesús nos abre la puerta de la vida.

Por la resurrección de Cristo, precedida por su pasión y su muerte se nos abrió la puerta de la vida, de la VIDA con mayúscula. Sobre todo en un mundo como el nuestro donde está tan metida la cultura de la muerte, la cultura de la destrucción e incluso de la inutilidad de la misma vida humana, la resurrección de Cristo viene a proclamar firmemente la cultura de la vida.

Nuevamente somos llamados a la vida, a esa vida de amistad con Jesús que lleva siempre no sólo la realización personal a través de esta unión y comunión con Dios sino también nos conecta directamente con el bien de los demás, con el bien de nuestros hermanos.

El misterio pascual de la muerte y resurrección de Cristo nos deja entonces a nosotros esta hermosa apreciación de lo que es la vida del hombre, la vida humana.

Somos convocados, desde la resurrección de Jesús, a vivir con la dignidad de los hijos de Dios.

Si miramos a nuestro alrededor mucha veces no se observa en la sociedad una invitación a vivir como hijos de Dios, más bien la interpelación continua se orienta a todo aquello que es chatura, mediocridad, bajeza, diversión sin límites, la búsqueda desenfrenada del placer a toda costa, que no sólo denigra al hombre sino que lo aleja de esa felicidad que busca.

Cuanto más se busca la felicidad en aquello que creemos que la produce caemos en la cuenta que queda en el corazón del hombre únicamente amargura, desazón, y vacío interior, porque en definitiva el hombre ha equivocado su camino y no está buscando esa realización personal justamente a través de Cristo el Señor.

3.-La resurrección nos convoca a contemplar las cosas con mirada nueva

Por eso el apóstol San Pablo escribiendo a los cristianos de Colosas y por lo tanto dirigiéndose también a nosotros, nos dice hoy que ya que hemos resucitado con Cristo hemos de buscar los bienes del cielo, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios.

Afirma también que hemos de tener el pensamiento puesto en las cosas celestiales y no en las de la tierra.

No se trata aquí de un llamado a vivir olvidándonos de nuestro quehacer cotidiano.

Tal confusión de pensamiento sería consentir en la afirmación de aquellos que dicen que la religión es el opio del pueblo.

Más bien se trata de mirar las realidades creaturales, -aquello que el apóstol Pablo llama las cosas de la tierra-, con una mirada nueva, lo cual significa no absolutizarlas sino considerarlas en lo que son, esto es su relatividad.

Porque tanto cuanto hemos de servirnos de las cosas de la tierra cuanto nos ayuden a encontrarnos con Dios, y cuando no nos favorecen en la orientación de nuestra vida al Creador hemos de rechazarlas.

No se trata por lo tanto de olvidar los deberes cotidianos, las obligaciones de cada día, sino de darle a todo nuestro quehacer cotidiano una mirada nueva, una mirada distinta.

No pensar que las cosas de la tierra son una meta última para nuestra vida.

En efecto, cuando el ser humano piensa que la verdadera felicidad o que el fin de su vida está puesto en el dinero, en el placer, o en las cosas de este mundo, a medida que posee esto, cae en la cuenta de cuánto le falta por tener más, y su corazón está cada día más vacío.

Lo comprobamos todos los días en la sociedad en la que estamos insertos. Hoy como nunca el ser humano tiene posibilidades amplísimas de poseer de todo, de tenerlo todo, de querer gozar y de beneficiarse con casi lo único que desea, sin embargo la misma experiencia de la vida le enseña otra cosa.

Y así, ¿es el ser humano más feliz con todo esto? ¿No ha caído esclavo de las cosas de esta tierra nada más que para vivir el pasatismo, es decir el momento, caer en el éxtasis del desenfreno en un momento determinado aunque después quede totalmente a su suerte, olvidándose de sí mismo y de todo aquello que lo puede enaltecer como persona?

Por eso mirar las cosas con la mirada nueva es mirarlas con la mirada de Cristo, la de aquél que nos ha abierto la puerta de la vida, siendo necesario, por tanto, acrecentar la fe en el Señor.

4.-La Resurrección, presencia de la ausencia.

Nos dice el texto del evangelio que los discípulos, y también las mujeres, no estaban convencidos del hecho de la resurrección de Jesús a pesar que la había anunciado.

Por eso es que María Magdalena cuando busca a Pedro y a Juan les dice: no sabemos donde han puesto el cuerpo del Señor, y cuando llegan Pedro y Juan están extrañados: ¿que es lo que ha pasado?

Pero hay un punto de inflexión clave en todo el relato al afirmar que Juan cuando entra en el Sepulcro después de Pedro: el también vio y creyó. ¿Que es lo que vio cada uno de ellos? Pedro y Juan vieron la ausencia de Cristo.

El ya no está en el sepulcro. Se ha cumplido lo que ha anunciado, vieron la ausencia, vieron por lo tanto en esa ausencia la presencia nueva de Cristo resucitado, y será eso lo que los moverá en el futuro a vivir intensamente lo que el mismo Cristo les había encargado como misión.

De allí que el “vayan por el mundo” vayan a Galilea y transmitan la fe, será el mensaje que reciben.

Es decir, vayan a tal lugar como punto de partida de la misión, diríjanse al encuentro del hombre de todos los tiempos para llevarles este mensaje de la resurrección.

Hoy también queridos hermanos estamos llamados a transmitir al mundo esta vivencia nueva que nos trae Cristo resucitado. Pero indudablemente para ello será necesario que nosotros mismos estemos compenetrados del misterio de la resurrección de Cristo y así transformados realmente podamos llevar al mundo que nos rodea esta alegría que nos ha dado el mismo Jesús en el corazón de cada uno de nosotros.

Textos bíblicos: Hechos 10,34.37-43; Colosenses 3,1-4; Juan.20,1-9.-


Homilía en la Misa del Domingo de Pascua de Resurrección.

Santa Fe de la Vera Cruz, 23 de Marzo de 2008.

Padre Ricardo B. Mazza, Cura Párroco de Nuestra Señora de Lourdes, Director del CEPS “Santo Tomás Moro” y del Grupo Pro-Vida “Juan Pablo II”.

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