Con ocasión de la presentación de Jesús en el Templo, el anciano Simeón profetiza acerca de Él que “este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción” (Lc. 2, 33 ss). Palabras estas que se han cumplido inexorablemente en el transcurso del tiempo a lo largo y ancho del mundo.
En efecto, por un lado muchos han sido y serán quienes siguen fielmente sus pasos, anunciándolo aún a costa del desprecio de sus contemporáneos, siendo su destino la elevación a la gloria, mientras que también muchos, al rechazarlo, han caído y se desplomarán estrepitosamente sumergidos en el olvido del mundo aplaudidor.
Precisamente el texto evangélico de este domingo (Lc. 12, 49-53) hace referencia a Jesús como signo de contradicción, como el que trae el fuego purificador a la tierra, como aquél que no trae paz sino división, como aquél que viene a elevar a los elegidos y a derrumbar al pecador.
Digámoslo con todas las letras: la presencia de Jesús divide los corazones de los hombres de cada tiempo, habiendo comenzado esto durante su vida, perfeccionándose en la muerte en cruz, siendo patente en su cuerpo ensangrentado, que nos habla al mismo tiempo del odio de sus enemigos que lo maltratan y, a su vez del amor de quienes depositan su cuerpo en el sepulcro.
Jesús mismo es la causa de tanta división, ya que la verdad que proclama y el bien que realiza, son rechazados por un mundo cada vez más adverso, enemigo de Dios, perseguidor de todo lo santo y bueno.
Precisamente el papa Francisco recordaba palabras de Benedicto XVI respecto a que el pecado de nuestro tiempo es el rechazo de Dios Creador, lo que lleva a desconocer que el hombre es su criatura.
La perversa ideología del género, proclamada como dogma en nuestros días, reniega que el hombre ya esté originado desde el principio en la distinción de varón o mujer, negándose la sabiduría del Dios Creador que nos dio sabiamente el ser, para erigirse el ser humano en pretendido innovador de todo lo existente.
Lamentablemente en nuestra Patria también se ha caído en esta locura con leyes que proclaman la mentira sobre el ser humano, y que crean inexistentes “nuevos” derechos que oprimen la verdad tanto natural como la divinamente revelada.
Se establece la división, pues, entre las familias que siguen el proyecto divino y las “inventadas” por la cultura de estos días, la división entre quienes quieren imponer cualquier extravío y los que defendemos la verdad de las cosas.
División en el orden del bienestar material, porque el deshonesto se enriquece, mientras el honrado, por serlo, es llevado a la miseria.
División en el plano de la justicia, ya que quienes quieren vivir haciendo el bien y de acuerdo a la verdad, son perseguidos por los fautores del totalitarismo de estado o de las ideologías de turno.
División en el campo de la vida, ya que mientras los que matan al inocente que todavía no ha nacido lo hacen impunemente, como en nuestra provincia, los que promovemos la vida somos acusados de no “respetar” el pretendido derecho de la mujer a matar a su hijo.
Todo este rechazo al Cristo de la verdad que estamos contemplando en nuestros días en el universo mundo, debe llevarnos a vivir lo expresado por el autor de la carta a los Hebreos (12, 1-4) que nos dice abiertamente “despojémonos de todo lo que nos estorba, en especial del pecado, que siempre nos asedia, y corramos resueltamente al combate que se nos presenta”.
Como el profeta Jeremías primero (38,3-6.8-10), como Jesús después, también nosotros seremos perseguidos, como lo anunciara el Señor, si somos fieles a la fe recibida y la anunciamos sin temor alguno ante las acechanzas de los que obran el mal en este mundo, cuyo poder y tiempo ya se vislumbran acotados por la fuerza de Dios que por amor a los elegidos acortará los períodos de sufrimiento y desprecio.
Ante la batalla por defender y promover la verdad, la justicia y el bien en el mundo en el que vivimos, “fijemos la mirada en el iniciador y consumador de nuestra fe, en Jesús, el cual, en lugar del gozo que se le ofrecía, soportó la cruz sin tener en cuenta la infamia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios”.
¡Qué palabras sumamente consoladoras nos transmite la carta a los Hebreos! Meditémoslas despaciosamente para que nos posea el consuelo de Dios en medio de tanta confusión y maldad: “Piensen en Aquél que sufrió semejante hostilidad por parte de los pecadores, y así no se dejarán abatir por el desaliento”.
Hermanos: pidamos a Jesús que nos conforte por medio del misterio eucarístico ya que “en la lucha contra el pecado” nosotros no hemos resistido todavía “hasta derramar su sangre”.
Imagen de Cristo yacente (Palencia Monasterio de Santa Clara)
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XX del tiempo Ordinario. Ciclo “C”. 13 de agosto de 2016. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com
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