21 de diciembre de 2016

“Como a José, se nos dice a nosotros “no temas recibir a María,… porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo”.

En el texto de Isaías (7,10-14) que acabamos de proclamar se anuncia el nacimiento del Emanuel.
Este anuncio realizado al rey de Judá,  Ajaz, en el siglo VIII A.C., se dirige en lo inmediato al nacimiento de su hijo Ezequías, asegurando de ese modo la continuidad del linaje davídico, no existiendo por tanto razón para dudar de la protección divina aunque acosen los enemigos del reino.
Pero indudablemente esa lectura no es limitativa ya que profetiza también al futuro nacimiento del Mesías, tal como lo entiende el texto del evangelio (Mt. 1, 18-24) que cita textualmente a Isaías.
La relación entre los dos pasajes de la Escritura parece estar en la duda que carcome tanto a Ajaz como a José. El primero no está seguro de la protección divina ante los enemigos que lo rodean y, el segundo, vacila acerca del origen del niño que se gesta en el seno de María Virgen.
Ambos reciben la revelación de que el llamado Emanuel, el Dios con nosotros, no sólo es promesa de salvación, sino signo de la bondad divina para con sus elegidos, que perdura en el tiempo.
La duda o perplejidad de José da lugar a que Dios confirme una vez más su promesa de enviar al que “salvará a su Pueblo de todos sus pecados”, ingresando a la historia humana asumiendo su misma naturaleza imperfecta.
Se cumplió en José lo dicho por Pablo (Rom. 1, 1-7) :”Por Él hemos recibido la gracia y la misión apostólica, a fin de conducir a la obediencia de la fe, para gloria de su Nombre, a todos los pueblos paganos, entre los cuales se encuentran también ustedes, que han sido llamados por Jesucristo”. 
Si bien José no era pagano ya que esperaba al enviado del Padre, fue conducido “a la obediencia de la fe” por la gracia divina, justo en el momento  en que no tenía certeza de lo que ocurría en su prometida.
Esto nos hace comprender también que la existencia del creyente transcurre siempre por el camino de la “obediencia de la fe”, ya que todavía Dios no se ha manifestado totalmente, sino por  medio del velo de la humanidad, y aunque somos elevados a una comprensión más plena de las verdades divinas, todavía nos debatimos en la oscuridad del todavía no haber llegado a la comunión plena con el Creador.
Al experimentar en nuestro camino la realidad de la “obediencia de la fe”, advertimos la  semejanza que existe con lo vivido por el esposo de la Virgen María, ya que como él, muchas veces no entendemos lo que sucede a nuestro alrededor, incluso en la Iglesia misma a la que pertenecemos desde el bautismo, que con sus luces y sombras, no pocas veces nos hace sufrir y tientan al desaliento.
En nuestros días, incluso, no pocos católicos al no comprender numerosos acontecimientos ambiguos  que se entrecruzan en el seno de la Iglesia Católica y que conducen a la duda,  se sienten inclinados a abandonar a la institución misma, sin advertir que  a pesar de sus pecados, es la Iglesia Católica la que cobija a la Madre Virgen que asumió la encarnación del Verbo de una manera incondicional, siguiendo precisamente el camino, no siempre luminoso, pero siempre verdadero, de la obediencia de la fe.
Pensar en renunciar a la Iglesia, como José cavilaba en abandonar a María Santísima, trae como consecuencia, que el Redentor no nazca para nosotros, nos veamos privados de la posibilidad de ser salvados de nuestros pecados y perdamos el rumbo de la protección eterna.
Como a José, se nos dice también a nosotros “no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo”.
Recibamos, pues, a María Santísima en nuestras casas, preparemos nuestro corazón para que podamos albergar al Señor en nuestro vivir diario, puros de corazón y dispuestos a comenzar una existencia nueva, de manera que sea una realidad que se trata del Dios con nosotros.
¡Qué hermosa promesa: Dios con nosotros! ¿Hemos meditado alguna vez en este mensaje expresado desde antiguo, que Dios quiere estar con nosotros? Más aún, ¿reflexionamos que no sólo quiere estar “con nosotros”, sino conmigo, contigo, con aquél otro?
Ninguna persona es indiferente en el sentir y querer divinos, ya que todos y cada uno fuimos amados desde antes de la creación del mundo como reflexionábamos con la carta a los efesios (1,3-6.11-12) el pasado día de la Inmaculada Concepción.
Si Jesús quiere entrar en la tradición humana en general y en la historia personal de cada uno, es para ayudarnos a alcanzar la meta para la que fuimos creados, la comunión con quien es Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Queridos hermanos: esperemos con paciencia la llegada del Mesías, y acudamos a su encuentro, deseos de vivir como hijos del Padre.
Pidamos, en fin, humildemente y con firmeza al Padre,  “que cuanto más se acerca el alegre día de la salvación, tanto más se acreciente nuestro fervor para celebrar dignamente el misterio del nacimiento de tu Hijo” (oración después de la comunión).



Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo IV° de Adviento, ciclo “A”. 18 de diciembre  de 2016.

http://ricardomazza.blogspot.com







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