Celebramos hoy la Solemnidad de Pentecostés. En su origen, esta era la fiesta de las cosechas en la que los judíos agradecidos a Dios por sus dones abundantes, le ofrecían los mejores frutos de la tierra y de los animales.
Luego se transformó en la fiesta aniversario de la Alianza del Sinaí.
Cada año, los judíos celebraban la pascua, es decir, la salida de Egipto, cuando de la esclavitud pasaron a la libertad, y festejaban también, reunidos en Jerusalén, la fiesta de Pentecostés, es decir, cuando cincuenta días después de salir de Egipto hicieron la Alianza con Dios en el monte Sinaí.
Ahora bien, la Pascua de Cristo, que es el paso de la muerte a la vida y que actualiza su muerte y resurrección, supera la pascua judía.
Igualmente el Pentecostés cristiano, la venida del Espíritu Santo, supera y perfecciona el pentecostés judío, y así, el fuego y los truenos de la presencia divina en el Sinaí, da paso a las lenguas de fuego con el Espíritu se manifiesta y desciende sobre los apóstoles.
El libro de los Hechos de los apóstoles (2, 1-11) describe este maravilloso momento por medio de ruidos, viento, y lenguas de fuego, de manera que “vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban” y todos los judíos de la diáspora, -es decir los llegados a Jerusalén de distintos países-, entienden el mensaje que el Espíritu quiere transmitir, expresando de esa manera la voluntad de Dios de ser comprendido y adorado por todos los pueblos de la tierra, constituyendo el Cuerpo de la Iglesia Católica, universal, que acoge a todos los de buena voluntad que buscan y se acercan a la Verdad.
Ahora bien, la venida del Espíritu Santo significó en primer lugar el cumplimiento de las promesas, y así, el profeta Joel (3, 1-5), anuncia que el espíritu de Dios se derramará sobre todos y quienes lo sigan formarán el pueblo de Dios.
Cristo mismo anuncia la venida del Espíritu Santo, que siendo el amor que reina entre el Padre y el Hijo, constituye una Persona, la tercera, en el misterio trinitario, y que completará su obra en medio de la Iglesia perfeccionando a los apóstoles para sostenerla como sus doce columnas visibles, y santificando por el bautismo a los creyentes que se incorporen en el transcurso del tiempo, atrayendo por medio de su fidelidad a los que buscan sinceramente a Jesús.
En segundo lugar el Espíritu Santo es centro de unidad entre los hombres.
En efecto, el mundo está dividido por el pecado significado por la confusión de lenguas (Ex 19, 3-8ª.16-20b), y el odio separa naciones, religiones y razas, ya que el hombre se ha erigido él mismo como Dios y sólo será salvo si retorna a rendir culto al único Dios verdadero por la acción del espíritu de la Verdad.
El Espíritu es el hacedor de la unidad de los hombres divididos por el pecado.
Y así realiza la unidad en la oración, porque aunque no sepamos implorar, el Espíritu intercede por nosotros para que seamos dóciles a su acción, pidiendo siempre el encontrarnos con Cristo para mantenernos luego fieles a Él.
La unidad de fe que consiste por la acción del Espíritu, en dejarnos guiar por las enseñanzas de los apóstoles para seguir siempre en nuestra vida lo que la Iglesia por medio del Magisterios nos transmite en el decurso del tiempo, desoyendo los atractivos mundanos, rechazando el “acomodar” la Verdad según los vaivenes de la sociedad y la cultura.
La unidad sacramental permite que el Espíritu nutra nuestro diario caminar con la santificación de nuestras vidas, teniendo como centro privilegiado la celebración de la Eucaristía a la que conduce siempre el bautismo y la confirmación, purificando nuestros pecados con la reconciliación, bendiciendo esposos y constituyendo familias con el matrimonio, conduciendo el rebaño de Cristo por el sacerdocio y fortaleciendo al enfermo sufriente con la unción.
Participando de estos dones de salvación estaremos, por cierto, viviendo lo que jesús nos dijera “El que tenga sed, venga a mí; y beba el que cree en mí” (Jn. 7, 37-39).
La participación y recepción de los sacramentos de la Iglesia, ¿favorece la unidad entre los creyentes a pesar de la diversidad de funciones y ministerios? ¿Reconocemos que es un mismo Espíritu el que obra en todos para el bien común de la Iglesia? (I Cor. 12, 3-13).
Si nos dejamos conducir por el Espíritu Santo descubriremos cuál es el lugar que debemos ocupar en la Iglesia, caeremos en la cuenta acerca de lo que podemos y debemos hacer para la edificación de la comunidad, encaminándonos siempre por el camino del Bien hacia toda Verdad.
En tercer lugar celebramos en este día que el Espíritu Santo nos envía, siendo, pues, Pentecostés el punto de partida para evangelizar a toda persona de buena voluntad que busca y todavía no conoce a Jesús.
Antes de su partida, Jesús envía a los apóstoles (Jn. 20, 19-23): “Como el Padre me envió a mí, Yo también los envío a ustedes” para hacerlo presente a Él y sus enseñanzas, con el poder de perdonar los pecados, es decir, de continuar en el mundo los efectos del misterio pascual.
El Espíritu Santo confirma con su venida lo realizado por Cristo y los apóstoles, los cuales llegan a un conocimiento más profundo de lo enseñado por Jesús y obtienen la fuerza necesaria para ir al encuentro del mundo, testimoniando lo recibido, sin temor alguno.
Para nosotros, seguidores de Jesús, el Pentecostés se concretó especialmente cuando recibimos el sacramento de la confirmación, constituidos soldados suyos para testimoniar, defender y proclamar las maravillas recibidas abundantemente de Dios.
Así como Pentecostés transformó el corazón de los apóstoles, la confirmación nos hace a nosotros criaturas nuevas, fortalece nuestro espíritu para que sin temor algunos prediquemos el Evangelio.
¿En nuestro obrar diario se pone de manifiesto nuestra transformación interior? ¿Perciben los demás que nos dejamos conducir por el Espíritu divino y no por el espíritu mundano? ¿Nos nutrimos con los sacramentos de la Iglesia? ¿Vivimos unidos en la misma fe, dejando de lado las tentaciones que pretenden separarnos de la Verdad?
Hermanos: El Espíritu Santo nos regala con sus siete dones, dejémonos conducir por esta vida nueva que procede de la gracia y a ella conduce.
Quiera Dios se realicen en nosotros aquellas palabras: “Se llenaron todos del Espíritu Santo y cada uno hablaba de las maravillas de Dios” (Hechos 2, 4.11).
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Solemnidad de Pentecostés. 04 de Junio de 2017. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario