La liturgia de la palabra de la misa de este domingo nos deja la clave de lo que es la vida del hombre no sólo considerada en su última meta, sino también en su origen y en su transcurrir por este mundo terrenal.
Proclaman los textos sagrados una vez más, que la existencia humana tiene su plenitud en el encuentro con Dios Creador en el Banquete de bodas de la eternidad (Mt. 25, 1-13), donde seremos conducidos con Jesús si hemos muerto con Él (I Tes. 4, 13-18), manifestación concreta de haber vivido iluminados por la sabiduría divina la cual “es luminosa…, se deja contemplar por quienes la aman, y encontrar por quienes la buscan” (Sab. 6, 12).
En realidad la liturgia dominical nos descubre todo un plan de vida que llevado a cabo nos permite vivir en armonía interior aún en medio de las vicisitudes de la vida cotidiana, al lograr ese equilibrio que sólo puede otorgar el encuentro personal con el Señor.
Y así, hemos de preguntarnos si deseamos la verdadera sabiduría, es decir, si queremos ser iluminados por el conocimiento que proviene de Dios y permite saborear lo que es bueno, bello y santo y preferirlos a toda otra realidad que aunque atractiva es engañosa y superficial.
Si es así, la sabiduría “se anticipa a darse a conocer a los que la desean”, y “busca por todas partes a los que son dignos de ella”.
Si estamos imbuidos de esta sabiduría divina, viviremos sin fatiga alguna en medio de los esfuerzos cotidianos, ya que “el que madruga para buscarla no se fatigará, porque la encontrará sentada a su puerta” y “el que se devela por su causa pronto quedará libre de inquietudes”.
Si la sabiduría como don de Dios anida en nuestro corazón, somos elevados a una consideración verdadera de la existencia humana por la que alimentamos la luz de la fe con el aceite de las buenas obras hasta que preparados y bien dispuestos seamos guiados por el esposo del alma al banquete de la gloria.
Con la lámpara encendida de la fe e iluminados por ella, contemplamos la realidad humana de un modo nuevo captando lo que es esencial y necesario para “el buen vivir” que es buscar, hallar y realizar la voluntad divina.
Diferente es la situación de quienes si bien esperan la venida del esposo ya que creen que vendrá algún día, piensan que siempre tendrán tiempo “para ir al mercado a comprar aceite”.
Pensando que en el fondo le ganarán de mano al regreso de su Señor, aprovechan hasta que llegue ese momento, distrayéndose en múltiples tareas, se hunden en el consumismo de la vida, languideciendo la luz de la fe que no se alimenta con la oración, ni con la misa redentora de cada domingo, ni tampoco con las obras verdaderas que tengan como centro a Dios.
Las jóvenes necias se conforman, en fin, con la fe “informe” que creyendo a su manera en el Señor, carecen de la gracia y la caridad impidiendo el progreso de la vida interior quedando su existencia sin sustento firme alguno.
El tránsito temporal de las almas prudentes, en cambio, se hace sin angustia alguna, ya que aunque el Señor tarde en llegar, están tan seguras de su venida que siempre lo esperan, alimentando la fe viva con el aceite del bien obrar, en la fidelidad a la voluntad divina.
Teniendo en cuenta esta diversidad de respuesta al Señor que viene, es que Jesús mismo nos alienta con sus palabras a no desfallecer en la espera de su venida y encuentro salvífico con Él, a no pensar que se trata de un sin sentido, sino de la vivencia más profunda de la esperanza por la que con la seguridad de la posesión del encuentro, transitamos por el “todavía no”, sin atadura alguna que suponga el anclaje a lo pasajero.
El no saber el día ni la hora de la venida del Señor, ya sea por la muerte, ya por su segunda venida, permite librarnos de las preocupaciones por lo urgente, ya que lo eterno puede estar a la puerta, a punto de llamarnos.
En definitiva, el desconocer el día y la hora del encuentro, reclama del creyente el santo abandono de todo su ser a lo que la voluntad de Dios disponga, convencidos que esa realidad será la mejor.
Dios es tan bueno que ya nos anticipa su gloria en la Eucaristía de cada domingo, en la que se hace presente su Hijo hecho hombre para ofrecerse como alimento y bebida de salvación humana.
En la misa dominical se hace realidad lo que proclamamos con entusiasmo: “Hoy, tu familia, reunida en la escucha de tu Palabra y en la comunión del pan único y partido, celebra el memorial del Señor resucitado, mientras espera el domingo sin ocaso en el que la humanidad entera entrará en tu descanso. Entonces podremos contemplar tu rostro y alabar para siempre tu misericordia” (Prefacio del domingo IX durante el año).
Padre Ricardo B. Mazza, Cura Párroco de la parroquia “San Juan Bautista” de Santa Fe de la Vera Cruz, en Argentina. Homilía en el domingo XXXII “per annum”, ciclo “A”. 12 de noviembre de 2017.
En realidad la liturgia dominical nos descubre todo un plan de vida que llevado a cabo nos permite vivir en armonía interior aún en medio de las vicisitudes de la vida cotidiana, al lograr ese equilibrio que sólo puede otorgar el encuentro personal con el Señor.
Y así, hemos de preguntarnos si deseamos la verdadera sabiduría, es decir, si queremos ser iluminados por el conocimiento que proviene de Dios y permite saborear lo que es bueno, bello y santo y preferirlos a toda otra realidad que aunque atractiva es engañosa y superficial.
Si es así, la sabiduría “se anticipa a darse a conocer a los que la desean”, y “busca por todas partes a los que son dignos de ella”.
Si estamos imbuidos de esta sabiduría divina, viviremos sin fatiga alguna en medio de los esfuerzos cotidianos, ya que “el que madruga para buscarla no se fatigará, porque la encontrará sentada a su puerta” y “el que se devela por su causa pronto quedará libre de inquietudes”.
Si la sabiduría como don de Dios anida en nuestro corazón, somos elevados a una consideración verdadera de la existencia humana por la que alimentamos la luz de la fe con el aceite de las buenas obras hasta que preparados y bien dispuestos seamos guiados por el esposo del alma al banquete de la gloria.
Con la lámpara encendida de la fe e iluminados por ella, contemplamos la realidad humana de un modo nuevo captando lo que es esencial y necesario para “el buen vivir” que es buscar, hallar y realizar la voluntad divina.
Diferente es la situación de quienes si bien esperan la venida del esposo ya que creen que vendrá algún día, piensan que siempre tendrán tiempo “para ir al mercado a comprar aceite”.
Pensando que en el fondo le ganarán de mano al regreso de su Señor, aprovechan hasta que llegue ese momento, distrayéndose en múltiples tareas, se hunden en el consumismo de la vida, languideciendo la luz de la fe que no se alimenta con la oración, ni con la misa redentora de cada domingo, ni tampoco con las obras verdaderas que tengan como centro a Dios.
Las jóvenes necias se conforman, en fin, con la fe “informe” que creyendo a su manera en el Señor, carecen de la gracia y la caridad impidiendo el progreso de la vida interior quedando su existencia sin sustento firme alguno.
El tránsito temporal de las almas prudentes, en cambio, se hace sin angustia alguna, ya que aunque el Señor tarde en llegar, están tan seguras de su venida que siempre lo esperan, alimentando la fe viva con el aceite del bien obrar, en la fidelidad a la voluntad divina.
Teniendo en cuenta esta diversidad de respuesta al Señor que viene, es que Jesús mismo nos alienta con sus palabras a no desfallecer en la espera de su venida y encuentro salvífico con Él, a no pensar que se trata de un sin sentido, sino de la vivencia más profunda de la esperanza por la que con la seguridad de la posesión del encuentro, transitamos por el “todavía no”, sin atadura alguna que suponga el anclaje a lo pasajero.
El no saber el día ni la hora de la venida del Señor, ya sea por la muerte, ya por su segunda venida, permite librarnos de las preocupaciones por lo urgente, ya que lo eterno puede estar a la puerta, a punto de llamarnos.
En definitiva, el desconocer el día y la hora del encuentro, reclama del creyente el santo abandono de todo su ser a lo que la voluntad de Dios disponga, convencidos que esa realidad será la mejor.
Dios es tan bueno que ya nos anticipa su gloria en la Eucaristía de cada domingo, en la que se hace presente su Hijo hecho hombre para ofrecerse como alimento y bebida de salvación humana.
En la misa dominical se hace realidad lo que proclamamos con entusiasmo: “Hoy, tu familia, reunida en la escucha de tu Palabra y en la comunión del pan único y partido, celebra el memorial del Señor resucitado, mientras espera el domingo sin ocaso en el que la humanidad entera entrará en tu descanso. Entonces podremos contemplar tu rostro y alabar para siempre tu misericordia” (Prefacio del domingo IX durante el año).
Padre Ricardo B. Mazza, Cura Párroco de la parroquia “San Juan Bautista” de Santa Fe de la Vera Cruz, en Argentina. Homilía en el domingo XXXII “per annum”, ciclo “A”. 12 de noviembre de 2017.
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