Próximos ya al fin del año litúrgico los textos bíblicos de este domingo nos llevan a considerar distintas actitudes que marcan nuestra existencia cotidiana teniendo siempre como horizonte el encuentro definitivo con Dios.
El libro de los Proverbios (31, 10-13.19-20.30-31) nos presenta el modelo de la mujer perfecta que toma su vocación de esposa y madre como un camino concreto de santificación, no sólo para sí, sino también para los demás, ya que su ejemplo interpela e invita a otros a seguir el camino de fidelidad a la voluntad de Dios y de servicio al hermano.
Pero esta mujer perfecta es también imagen de la Iglesia de la que formamos parte por el bautismo y a la cual le cabe también el que “el corazón de su marido confía en ella y no le faltará compensación”.
Precisamente la Iglesia en su vida cotidiana, hace presente en el mundo a su esposo Cristo, que “confía en ella”, prolongando su amor especialmente en el servicio a los pobres que le han sido confiados como el tesoro más precioso.
Justamente este domingo celebramos la primera jornada mundial de los pobres instituida por el papa Francisco, como una manera concreta de recordar que por medio de ellos particularmente se hace visible Cristo.
Y así nos dice que “Esta Jornada tiene como objetivo, en primer lugar, estimular a los creyentes para que reaccionen ante la cultura del descarte y del derroche, haciendo suya la cultura del encuentro. Al mismo tiempo, la invitación está dirigida a todos, independientemente de su confesión religiosa, para que se dispongan a compartir con los pobres a través de cualquier acción de solidaridad, como signo concreto de fraternidad. Dios creó el cielo y la tierra para todos; son los hombres, por desgracia, quienes han levantado fronteras, muros y vallas, traicionando el don original destinado a la humanidad sin exclusión alguna” (Mensaje de Francisco n 6).
Siguiendo con el libro de los Proverbios, se nos indica que la “buena ama de casa”, se caracteriza también porque “abre su mano al desvalido y tiende sus brazos al indigente”, actitud esta que debiera ser algo común en nuestra vida como miembros de la Iglesia, ya que como recuerda el papa Francisco “estamos llamados, por lo tanto, a tender la mano a los pobres, a encontrarlos, a mirarlos a los ojos, a abrazarlos, para hacerles sentir el calor del amor que rompe el círculo de soledad. Su mano extendida hacia nosotros es también una llamada a salir de nuestras certezas y comodidades, y a reconocer el valor que tiene la pobreza en sí misma” (Mensaje 3).
Siguiendo en este compromiso con los pobres en su significación más amplia y profunda, que nos pide vivir el papa Francisco, escuchamos al apóstol san Pablo (I Tes. 5, 1-6) que nos exhorta a estar preparados en la espera del día del Señor, de manera que ésta no nos sorprenda viviendo en las tinieblas del pecado sino iluminados como “hijos de la luz, hijos del día”.
Si es la perspectiva del “Día del Señor” lo que nos debe llevar a ser vigilantes y trabajar siempre por extender su Reino, hemos de sentirnos interpelados en particular por el mundo de la pobreza y de los pobres.
Con relación a esto el papa Francisco nos ayuda a identificar de forma clara la pobreza diciéndonos que “nos desafía todos los días con sus muchas caras marcadas por el dolor, la marginación, la opresión, la violencia, la tortura y el encarcelamiento, la guerra, la privación de la libertad y de la dignidad, por la ignorancia y el analfabetismo, por la emergencia sanitaria y la falta de trabajo, el tráfico de personas y la esclavitud, el exilio y la miseria, y por la migración forzada. La pobreza tiene el rostro de mujeres, hombres y niños explotados por viles intereses, pisoteados por la lógica perversa del poder y el dinero. Qué lista inacabable y cruel nos resulta cuando consideramos la pobreza como fruto de la injusticia social, la miseria moral, la codicia de unos pocos y la indiferencia generalizada. (Mensaje 5)”.
Para esperar con grandeza de ánimo esa venida futura del Señor, como hijos de la Iglesia, hemos de buscar y hallar la voluntad de Dios que se muestra por medio de los dones o talentos que se nos han entregado en abundancia. Son tantas las formas de servir al Señor en esta vida, que cada uno tiene la oportunidad, desde la diversidad de dones y en la unidad de un mismo Espíritu, de crecer en santidad de vida dando abundantes frutos (Mt. 24, 14-30) que manifiesten la gloria de Dios y el amor a los hermanos.
Con relación al deseo del papa Francisco en esta jornada mundial de los pobres, nuestra respuesta generosa a quien nos ha llamado a ser sus hijos, debe producir copiosos bienes de santidad, entre otros, la vivencia de la pobreza evangélica descrita en el mensaje papal: “No olvidemos que para los discípulos de Cristo, la pobreza es ante todo vocación para seguir a Jesús pobre. Es un caminar detrás de él y con él, un camino que lleva a la felicidad del reino de los cielos (cf. Mt 5,3; Lc 6,20). La pobreza significa un corazón humilde que sabe aceptar la propia condición de criatura limitada y pecadora para superar la tentación de omnipotencia, que nos engaña haciendo que nos creamos inmortales. La pobreza es una actitud del corazón que nos impide considerar el dinero, la carrera, el lujo como objetivo de vida y condición para la felicidad. Es la pobreza, más bien, la que crea las condiciones para que nos hagamos cargo libremente de nuestras responsabilidades personales y sociales, a pesar de nuestras limitaciones, confiando en la cercanía de Dios y sostenidos por su gracia. La pobreza, así entendida, es la medida que permite valorar el uso adecuado de los bienes materiales, y también vivir los vínculos y los afectos de modo generoso y desprendido (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 25-45) (Mensaje 4).
Queridos hermanos: en esta misión renovada de salir al encuentro de los desechados de este mundo que como Iglesia nos pide el papa Francisco, trabajemos para vencer la cultura del descarte para dar lugar a la cultura del encuentro, siguiendo el ejemplo que nos han dejado los santos que despojándose de todo lo que estorba al “seguimiento” de Cristo, fueron generosamente tras sus pasos. Por lo tanto, “Sigamos, pues, el ejemplo de san Francisco, testigo de la auténtica pobreza. Él, precisamente porque mantuvo los ojos fijos en Cristo, fue capaz de reconocerlo y servirlo en los pobres. Si deseamos ofrecer nuestra aportación efectiva al cambio de la historia, generando un desarrollo real, es necesario que escuchemos el grito de los pobres y nos comprometamos a sacarlos de su situación de marginación. Al mismo tiempo, a los pobres que viven en nuestras ciudades y en nuestras comunidades les recuerdo que no pierdan el sentido de la pobreza evangélica que llevan impresa en su vida” (Mensaje 4).
Padre Ricardo B. Mazza, Cura Párroco de la parroquia “San Juan Bautista” de Santa Fe de la Vera Cruz, en Argentina. Homilía en el domingo XXXIII “per annum”, ciclo “A”. 19 de noviembre de 2017.
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