Por el diluvio universal, Dios sepulta los pecados de la humanidad y realiza con las generaciones futuras un pacto de benevolencia que durará para siempre. Conocedor el Señor de la inclinación del hombre hacia el mal como consecuencia del pecado original, no le pide nada a cambio, apoyándose para cumplir con lo prometido, en su fidelidad a la Palabra empeñada.
Sin embargo, ya avanzada la salvación de la historia, el mismo Dios promete fidelidad siempre y cuando el hombre le responda y viva en la verdad y el bien.
Y así, Él mismo asegura que será Señor para todos los elegidos, e Israel su pueblo, si escuchan su Palabra y la cumplen (cf. Ex. 6, 7-9; Jer. 7,23; 30,22).
En el Nuevo Testamento se actualiza esta alianza entre Dios y el hombre, por medio del sacrificio en la cruz del Hijo único del Padre hecho hombre.
El diluvio (Gn. 9, 8-15) fue un símbolo del bautismo, afirma el apóstol Pedro (1 Pt. 3,18-22), porque también en este sacramento son sepultados los pecados del hombre, y se abre, a su vez, para todos un nuevo renacer después de la victoria de la misericordia sobre la justicia divina.
También el misterio pascual de Jesús se actualiza permanentemente en el bautismo sacramental, ya que morimos al pecado y nacemos a la vida de la gracia, la de hijos de Dios.
El bautismo, como insiste san Pedro recordando, “no consiste en limpiar una suciedad corporal, sino en pedir de Dios una conciencia pura”.
Conciencia pura que significa que el cristiano vivirá de acuerdo a lo que Dios le pide, que busca imitar a Jesús en todo lo que realiza y que se mantiene en unión con Él siempre que luche y venza las tentaciones del demonio, nuestro enemigo permanente mientras caminamos en este mundo.
No sin razón, san Marcos (1, 12-15) contempla las tentaciones que padece Jesús después de su bautismo, para enseñarnos que con el bautismo alcanzamos la dignidad de hijos adoptivos de Dios, comenzando al mismo tiempo la lucha contra el demonio que buscará siempre reinar en nuestras vidas, desalojando del corazón humano hasta la añoranza de Dios.
Al darnos ejemplo sobre cómo enfrentar al demonio, Jesús no sólo descubre las estrategias del malo, sino también asegura que es posible vencerlo si contamos, por cierto, con la presencia de la gracia en el alma.
“La cuaresma se concibe como el período por excelencia de la lucha contra Satanás de todos los fieles cristianos, es un período de grandes ejercicios espirituales anuales de toda la Iglesia.” (Vagaggini).
Cristo es llevado por el Espíritu al desierto y, con Él nos retiramos también nosotros al interior del corazón, alejándonos del bullicio, de la vida fácil, para profundizar en el conocimiento del misterio de la Cruz, ya que si no comprendemos por qué murió Jesús y lo mucho que le hemos costado, ya que fuimos rescatados “no con bienes preciosos, ni oro ni plata”, nunca nos sentiremos motivados a llevar una vida cristiana verdadera.
Si Cristo, siendo justo, se sometió al camino de la penitencia y oración, lo hizo para enseñarnos que es esa la senda ha transitar para purificarnos.
Si Cuaresma es un tiempo litúrgico más y no es aprovechado como camino penitencial y encuentro con el Señor, seguiremos siendo frágiles en el mundo, que busca como aliado del demonio, apartarnos del Creador.
Es tiempo de profundo examen de conciencia, descubriendo ante Dios nuestras miserias, para que nos cure totalmente mientras fortalecemos la voluntad para el bien por medio de las penitencias corporales.
Trabajemos para “hacer contra” a las insidias del diablo, asimilando lo bueno y virtuoso que Dios nos ofrece siempre.
Si somos orgullosos pensando que podemos hacer lo que se nos antoja, asimilemos la humildad que busca encontrar siempre la voluntad de Dios.
A la pereza opongamos la disciplina y el esfuerzo, a la lujuria combatamos con la castidad, a la superficialidad de la vida alejemos con la profundidad de nuestros propósitos, el respeto humano dejemos dando testimonio de Cristo, al espíritu de eterno carnaval que nos invade, opongamos austeridad de vida como sinceros católicos imitadores del Señor.
Imposible que el católico se descubra en su interior y en qué está parado si no asume un estilo de vida cuaresmal que le ayude a descubrir la nueva vida que se le ofrece y que en realidad lo hará feliz.
Ante el gasto superfluo y derrochón opongamos la limosna a los necesitados; al ruido del corazón y del ambiente, encaremos por el retiro de la oración; al llamado permanente a darnos todos los gustos, enfrentemos con el ayuno y las diversas formas de penitencia.
Hasta en el vestir debemos resistir los embates del maligno, de manera que el respeto al otro e incluso a la casa de Dios que frecuentamos, nos ayuden a desterrar ciertas modas que son ocasión de pecado para otros.
Si los católicos viviéramos la cuaresma con una mirada de fe, influiríamos incluso en aquellos que no creen al percibir que con las acciones concretas manifestamos nuestro amor y seguimiento a Cristo y sus enseñanzas.
El diablo redobla sus ataques y trampas en este tiempo ya que no quiere nuestra conversión y cambio de vida, de allí, la necesidad de conocer nuestras debilidades para enfrentarlas, muriendo a ellas y resurgiendo de nuevo a la vida de la gracia.
Queridos hermanos: sigamos la invitación de Cristo que nos dice “Conviértanse y crean en la Buena Noticia”, de manera que decididos a asimilarnos a Cristo de veras, “creamos”, es decir, escuchemos y hagamos nuestra la Palabra de Dios que se nos transmite.
Vivimos tiempos difíciles en los que la cultura de la época y nuestras propias debilidades luchan para separarnos de Cristo, pero sabemos, a su vez, que no estamos solos y que con su ayuda venceremos al maligno como lo hiciera Jesús en el desierto.
Padre Ricardo B. Mazza. Párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Homilía en el primer domingo de Cuaresma, ciclo “B”. 18 de febrero de 2018.- http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-
No hay comentarios:
Publicar un comentario