En este segundo domingo de Cuaresma se nos invita a subir al monte del sacrificio, ya el de Isaac, como el anunciado en figura del mismo Cristo, mientras se nos asegura la futura contemplación de Dios en el monte de la Transfiguración, cuando participemos, si somos dignos, de la misma vida divina.
Estamos llamados a ascender a las alturas de la contemplación, desasidos de lo temporal, para descubrir la divinidad de Jesús que se esconde y manifiesta al mismo tiempo, escuchándolo siempre ya que nos guía al encuentro del Padre.
No sólo entrar en el desierto del silencio y de la oración es propio del tiempo de Cuaresma, sino también subir a lo alto para oír las palabras de Jesús el predilecto del Padre, como lo hiciera Abraham escuchando la voz divina.
En un monte (Gén. 22, 1-2.9-13.15-18), Abraham obediente al mandato divino, se apresta a ofrendar su hijo, sin que le resulte extraño el pedido, ya que eran frecuentes los sacrificios humanos ofrecidos a la divinidad, sin que pierda la esperanza de tener una gran descendencia como lo prometiera el mismo Dios.
Sin embargo, Dios detiene la mano de Abraham, ya que no acepta estas ofrendas que deben desterrarse de Israel, apartándose así de la cultura idolátrica, anticipando el único sacrificio que el Padre acepta: el de Cristo.
A su vez, Abraham bendecido por su obediencia es imagen del mismo Dios que también envía a su Hijo hecho hombre a la muerte, pero con resultado distinto ya que mientras Isaac es “rescatado” sacrificándose en su lugar un carnero, Jesús muere en la cruz por nuestra salvación.
Abraham que es generoso en su entrega de lo que es más valioso para él, que no se reserva nada para sí, ha comprendido que todo es de Dios, de Él proviene y a Él ha de destinarse toda creatura.
Esta actitud de desprendimiento de nosotros mismos es lo que debemos adquirir en este tiempo de cuaresma, porque la conversión consiste en deponer nuestro yo para servir a Dios en su santa voluntad.
En el texto del evangelio (Mc. 9, 2-10) se nos invita a subir al monte para la Transfiguración del Señor por la que muestra su divinidad a los apóstoles Pedro, Santiago y Juan, de modo que aprendan a no temer en el momento del dolor y sufrimiento que se avecina por la pasión y muerte del Maestro, apoyados en la gloria que les espera y que anticipadamente Él les mostró.
Ante nosotros también se nos transfigura para que no temamos los rigores de la penitencia, para que luchemos contra los vicios y pecados personales, sin temer los dolores que la renuncia implica y dispuestos a soportar las persecuciones del mundo por el evangelio y el seguimiento de Cristo.
La fuerza para esta lucha la obtendremos por cierto en la promesa cierta de que nos espera siempre la gloria y felicidad eterna posterior a la muerte en cruz.
La victoria sobre nuestras debilidades se realizará en la medida que escuchemos a Jesús, el Hijo amado del Padre Eterno, que nos indicará la senda necesaria para ser auténticos cristianos.
En efecto, con la luz enceguecedora de su transfiguración nos aclarará nuestra inteligencia en la verdad; quemará con el fuego de la gloria prometida el pecado presente en la vida de cada uno, fortalecerá el espíritu del creyente por medio de la penitencia cuaresmal.
“Este es mi Hijo muy amado, escúchenlo”, nos dice desde el cielo el Padre, llamándose a silencio después, contando desde ese momento con la gracia de conocer por Jesús lo que Dios quiere de cada uno de nosotros.
¿Realmente escuchamos al Señor? ¿No preferimos acaso otras voces que nos endulzan el oído con falsos argumentos de futura felicidad?
Mientras la sociedad busca con preferencia su permanente goce sensual, el disfrute de todo lo placentero, escuchando las voces del enemigo de Dios y del hombre que es el demonio, se nos sigue invitando a escuchar sólo al Señor que nos transmite la verdad y el bien, asegurando la gloria del reino.
Por eso, quienes queremos seguir con fidelidad a Jesús, subimos al monte de la contemplación de lo que nos enaltece.
Ante la presencia divina, quien habló por Moisés confirma la vigencia de los mandamientos y de su observancia, y por medio de los profetas –en este caso Elías- recibimos el anuncio de la salvación humana esperada.
El encuentro pleno con Jesús nos llenará de alegría como a Pedro, haciéndonos exclamar como él “¡Qué bien estamos aquí!” deseando permanecer en su presencia, sabiendo que es necesario pasar por el misterio de la cruz.
Con la transfiguración, Jesús hizo conocer a los discípulos el fruto de la obediencia al Padre, por la que aceptando la cruz se logra la resurrección.
Abraham fue anticipo del obrar de Cristo al obedecer los designios divinos, lo cual conduce a la gloria, a la plenitud prometida a los hijos fieles y obedientes.
Partiendo de esta realidad de plenitud que nos espera, san Pablo nos dice con énfasis (Rom. 8, 31b-34): “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” intentando quitarnos el miedo al mal y al “malo” que muchas veces nos paraliza en el obrar bueno de cada día.
No hay nada que temer pues, porque el Señor nos sostiene en cada momento, no debemos acobardarnos ante las burlas, las persecuciones, ni las ironías de los sin Dios, ya que no estamos solos, sobre todo en estos días.
En efecto, nuevamente en el país comenzó a hablarse y discutirse sobre el abominable crimen del aborto, alentado por el mismo gobierno nacional, los medios de comunicación y el grupo de los incrédulos y ateos que no creen en la dignidad de la persona humana y odian la vida con diferentes excusas.
Es verdad que el sacrificio humano, aborrecido por Dios en el Antiguo Testamento se sigue realizando en nuestro país, descaradamente alentado por los poderes públicos y los enemigos del hombre, pero ahora se quiere universalizar el crimen –aunque esté prohibido por la Constitución- atizando el fuego permanente al dios Moloc.
Se habla de despenalizar este crimen, cuando en realidad lo que sólo se podría obtener es quitar la pena o castigo en lo jurídico, pero seguirá la pena y tormento en el alma de cada abortista, sin que nadie se pueda librar de esto si no es por una gracia especial de Dios misericordioso.
No dejar de luchar por defender la vida humana será tarea preferencial para los cristianos en nuestros días, con lo que nos afianzaremos más en el seguimiento a Jesús por la cruz, con la certeza de la gloria futura que se nos promete.
Hermanos: mientras alcanzamos la fuerza divina por la Eucaristía con la que nos alimentamos, sigamos fielmente las enseñanzas de Jesús, escuchándolo siempre, confiando en su presencia para vivir conforme al Evangelio.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo II° de Cuaresma ciclo “B”. 25 de febrero de 2018. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com.
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