El apóstol san Juan en su primera carta (3, 1-2) nos dice hoy “¡Miren cómo nos amó el Padre!”, verdad ésta que debe atravesar nuestra mente y corazón, para entender que por el amor divino, no sólo nos llamamos hijos suyos, sino que lo somos realmente.
Más aún, el texto joánico señala que si el mundo incrédulo nos desconoce como hijos de Dios, es porque no lo ha reconocido a Él.
¡Qué doloroso por cierto que el hombre creado de la nada considere que no tiene Padre y que carece también de hermanos verdaderos!
Nos hace ver esto cuán necesaria es la fe en orden a reconocer no sólo la paternidad divina, sino también la filiación divina adoptiva de cada uno.
A su vez se nos recuerda que como hijos de la adopción divina estamos llamados a ser “semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es”.
¡Qué promesa de esperanza se ofrece cuando se asegura la participación futura de la misma vida divina, plenitud de la gratuidad divina!
La promesa, por otra parte, de ser “semejantes a Él”, otorga pleno sentido a la oración de la asamblea del comienzo de la misa del día: “Dios todopoderoso y eterno, condúcenos hacia los gozos celestiales para que tu rebaño, a pesar de su debilidad, llegue a la gloria que le alcanzó la fortaleza de Jesucristo, su pastor”.
Por el bautismo somos miembros del rebaño del Señor, no para ser manejados a ciegas por la Providencia, sino para ser conducidos a la gloria prometida por medio de la docilidad de la inteligencia que sólo busca la verdad que es su meta y, de la voluntad que únicamente se sacia en la posesión del bien, anticipo del Bien supremo.
En el Antiguo Testamento la figura de Pastor pertenecía al único Dios revelado, en la Nueva Alianza quien asume la misión de Pastor es Jesús, el cual nos manifiesta la intimidad divina en la Trinidad de personas.
El apóstol Pedro respecto a Jesús nos dice (Hechos 4, 8-12) que “Él es la piedra que ustedes, los constructores, han rechazado, y ha llegado a ser la piedra angular. Porque, en ningún otro existe la salvación, ni hay bajo el cielo otro Nombre dado a los hombres, por el cual podamos salvarnos”.
De esa manera, si Jesús es el único por quien obtenemos la salvación de nuestros males y en Él crecemos en santidad mientras caminamos hacia la Vida eterna, es natural que percibamos su misión de buen Pastor.
El buen pastor convive con su rebaño, habla a las ovejas y ellas conocen su voz, se dejan atraer por su llamado, se sienten seguras porque está dispuesto a dar su vida para protegerlas, va en busca de la extraviada y, a la herida la coloca sobre sus hombres hasta que se recupere, guía siempre a los pastos sabrosos que alimentan con nutrientes de crecimiento incesante.
¡Todo esto lo vemos en Jesús y en su obrar continuo, propio del Buen Pastor! (Jn. 10, 11-18)
Jesús entregó su vida para salvarnos y, una vez rescatados de la muerte y del pecado, sigue con nosotros por el camino de esta vida temporal, sin abandonarnos, ni siquiera cuando huimos de Él.
Nos habla con la verdad y muestra siempre el camino hacia la meta última que es el Padre en el Cielo, mientras nos alimenta en nuestro caminar con el pan de la palabra divina y el pan de su Cuerpo y Sangre, verdaderos nutrientes que otorgan y mantienen la gracia divina.
Queridos hermanos: en este domingo conocido como el del Buen Pastor, celebramos la 55° jornada de oración por las vocaciones sacerdotales y religiosas, suplicando por el aumento de santas vocaciones que imitando a Cristo por medio de la vida sacerdotal o consagrada permitan descubrir en la Iglesia el rostro del Buen Pastor presente en la historia.
Necesitamos sacerdotes y consagrados que conociendo al rebaño que se les confía, muestren siempre el camino de la verdad y del bien.
En un mundo tan confuso y confundido como el nuestro, golpeado por el delirio de tantos errores y abominaciones, es necesario que sean lúcidos los consagrados para llevar al encuentro de Cristo a tantas ovejas descarriadas.
El lobo de la mentira y de toda clase de males acecha y domina a muchos en la sociedad de nuestros días, siendo cada vez más urgente que el pastor no huya por comodidad o miedo de lo que le compete que es ser otro Cristo viviente.
Pero si el pastor se aleja de la verdad, o coquetea con el mundo asimilándose a sus modas y proyectos se cumplirá aquello de “heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño” (Zac. 13, 7; Mt. 26,31).
¡Cuánta confusión en el hoy de nuestra historia, en el corazón y vida de muchos de nosotros pastores de Cristo!
¡Cuántas ovejas del rebaño se dispersan cada día! ¡Cómo se vacían las Iglesias en el día del Señor! ¡Cuántos aceptan ya parcialidades del evangelio según conveniencias, dejando de lado lo que resulta desagradable o no conforme a las “modas culturales” de nuestro tiempo!
En nuestros días es común percibir que ya no se piensa en cómo identificarse el hombre con Jesús, sino que se pretende que Él se asimile a nuestros gustos y puntos de vista, viviéndose una religión a la carta.
Como el buen Pastor, el presbítero o consagrado, ha de cuidar no solamente a las ovejas de su rebaño, sino que ha de salir a “las periferias” del mundo para atraer al rebaño a las ovejas “que no son de este corral”, es decir, del de Cristo, pero que quizás lo buscan sin saberlo.
Sucede, en efecto, que muchos no han encontrado el camino porque sólo se les muestra sendas inciertas; que apetecen la verdad pero sólo ven engaño y confusión; que desean la vida pero sólo se les ofrece muerte, relativismo e ideologías aberrantes.
De allí la necesidad de consagrados que manifiesten al verdadero Pastor de las almas, según su ejemplo y enseñanzas.
Hermanos: confiados en la protección de lo alto, pidamos a Dios nos bendiga haciendo eficaz en nosotros el misterio pascual de su Hijo, para que produzcamos frutos abundantes en orden a la vida eterna ofrecida y esperada.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 4to domingo de Pascua. Ciclo “B”. 22 de abril de 2018. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com
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