Cristo resucitado, con sus distintas apariciones a los discípulos, busca afianzar la fe de ellos sobre su Persona y, revestirlos de la fortaleza necesaria para la misión.
En este sentido han de ir al encuentro de la sociedad de su tiempo, como nosotros ahora, para dar testimonio que Él está vivo y viene a transformar todas las cosas, siempre y cuando cada persona esté dispuesta a aceptar el proyecto divino de salvación grabado en su interior, ya que Dios respeta siempre la libertad del ser humano sin forzar sus decisiones.
En la primera lectura proclamada hoy (Hechos 9, 26-31) precisamente se hace referencia a la conversión de Saulo de Tarso, quien a pesar de ser enemigo y perseguidor de los cristianos, abre su corazón a Jesús resucitado que irrumpe en su vida mientras se dirigía a la ciudad de Damasco.
Jesús, pues, lo toca con su gracia y misericordia, mientras Saulo se dispone por la conversión a aceptar la misión de evangelizar que se le encomienda.
Sin embargo, cuando en Jerusalén decide unirse a los discípulos “todos le tenían desconfianza porque no creían que también él fuera un verdadero discípulo” por lo que Bernabé sale de garante ante los apóstoles testimoniando su conversión y su predicación en Damasco, comenzando a convivir con los discípulos y a predicar con decisión en la misma Jerusalén.
Predicación que le granjeó enemigos que buscaban su muerte, por lo que es conducido a Cesarea y de allí a Tarso.
En Saulo, que será después Pablo, se realizó lo que señala san Juan en su primera carta (3,18-24) en el sentido de que el mandamiento divino es que “creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos los unos a los otros”, ya que la fe en la revelación del resucitado, lo lleva a la conversión y a amar a los gentiles ante quienes proclama la Buena Noticia de Jesús.
Es justamente dar testimonio de Jesús la mejor muestra de amor al prójimo, al rescatarlo del pecado y conducirlo a la grandeza de hijo adoptivo de Dios.
Al respecto puntualiza san Juan recordando que “no amemos con la lengua y de palabra, sino con obras y de verdad”, que es lo que vive san Pablo.
En el evangelio (Jn. 15, 1-8) se nos invita a permanecer unidos a Cristo para dar fruto abundante como creyentes, así como los sarmientos tienen vida en la medida que estén unidos a la vid.
El Padre como viñador cuida de nosotros, de tal manera que corta aquellos sarmientos que no dan fruto, pero poda a los que fructifican para que sigan creciendo con fuerza y entreguen lo mejor de sí abundantemente.
Es interesante la afirmación del texto que deja entrever que se puede estar unido al Señor pero estarlo ociosamente o, por el contrario, alimentados por la savia de la vida, dar fruto en abundancia.
La poda que realiza el Padre implica liberarnos de todo lastre que entorpece el caminar ágilmente por la verdad en seguimiento del Señor.
El estar unidos a Cristo, sin embargo, puede subsistir con una marcha lenta por la vida, a causa de los impedimentos que aunque no sean pecados, impiden o retardan una entrega generosa a Jesús y a los hermanos.
La poda puede significar también alguna dificultad o sufrimiento o persecución que podemos soportar en algún momento de nuestra vida y que sobrellevados con paciencia, nos llevan a confiar y apoyarnos únicamente en el Señor que se transforma en nuestro único y más perfecto sostén.
A su vez, Jesús nos dice que “la gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos”, ya que una vida generosa al servicio de Dios y de los hermanos como lo fuera san Pablo, contribuye a manifestar la grandeza divina como llamado personal que compromete a cada uno, y de verdad universal que engrandece siempre al ser humano.
Ser discípulos de Cristo, por su parte, permite también la “gloria” o manifestación de la dignidad humana en toda su plenitud, ya que no hay amor mas grande que el que se orienta a Dios y a sus hijos, hermanos nuestros.
Queridos hermanos: aprovechemos estos días para reflexionar acerca de nuestra cercanía con Jesús. Preguntémonos cuánto estamos unidos a Él, si descubrimos lo que implica permanecer en su amor, si cada día buscamos fructificar en buenas obras de santidad para la glorificación del Padre y bendición de nuestros hermanos.
¿Descubrimos en el quehacer diario la adhesión y vivencia de los mandamientos divinos? Amar a Jesús significa tomar en serio sus mandamientos, vivir según su voluntad, sin buscar los placeres efímeros que sólo cultivan en nosotros lo pasajero e inútil que como el sarmiento seco no sirve más que para tirar y quemar.
¡Ojala permaneciendo en amistad con Jesús seamos para el mundo un buen testimonio de santidad y ejemplo de lo que la permanencia en Él puede realizar en cada uno de nosotros!
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 5to domingo de PASCUA. Ciclo “B”. 29 de abril de 2018. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com
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