Celebramos hoy la Solemnidad de la Santísima Trinidad, fiesta en la que adoramos al Único Dios verdadero en el que subsisten tres personas distintas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Al Padre le atribuimos el ser Creador de todo lo que existe, al Hijo la redención humana, y al Espíritu Santo el que realiza la obra de la santificación de los hombres que se abren a la santidad.
Pero en realidad la obra de la Creación, la Redención y la Santificación es realizada por el Único Dios en Tres Personas.
Creados a imagen y semejanza suya, cada uno está llamado a dar cobijo a la presencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, para que habiten en nosotros otorgándonos la alegría de la divinización.
El Padre nos recrea permanentemente, el Hijo nos ofrece su amistad en el camino de la vida y el Espíritu nos hace decir Abbá, esto es Padre, y nos conduce, si aceptamos por el camino de la santidad.
Sin embargo, en nuestros días está vigente como señalara lúcidamente el papa emérito Benedicto XVI, el pecado mayor de todos los que hemos conocido, contra Dios Creador y por lo tanto el pecado contra la creación, situación ésta inconcebible hasta ahora.
Ya al inicio de la creación el hombre pretendió ser dios, por lo que cayó en el pecado, degradándose de tal manera que fue necesario que el Hijo de Dios se hiciera hombre y muriendo en la Cruz nos redimiera del pecado retornando a la dignidad de hijos adoptivos y guiados a su vez por la acción santificadora del Espíritu Santo.
En la actualidad, en cambio, el ser humano no sólo se aleja de Dios por medio de todo tipo de perversidad y pecado como lo estamos viendo, sino que se ha atrevido a negar al Dios Creador, por lo que la naturaleza creada ha pasado a ser juguete del capricho humano.
Ya no es Dios el autor de la vida, sino que la ingeniería se ufana de “dar vida” por medio de la manipulación genética de la procreación.
Si siglos atrás nadie discutía que el ser humano es varón o mujer, hoy el hombre se atreve a “decidir” eligiendo su sexo considerado ya como una construcción cultural.
Si sólo el matrimonio varón y mujer originaba una familia, en la actualidad, desconocido el origen divino del matrimonio, se erige el de las personas del mismo sexo.
Si el hijo debía nacer en el seno de la familia, respetando el orden natural, hoy es común hablar de alquiler de vientres.
Si toda vida, por ser creación divina era digna de respeto y sujeto de inviolabilidad permanente, al desaparecer el origen divino de la creatura racional, es el hombre quien decide destruir al otro por el aborto, la eutanasia y todo tipo de violencia, dando lugar a la perversa cultura del descarte, en la que toda selección vale.
Y así podríamos seguir con las consecuencias de rechazar a Dios Creador, el cual negado como Padre también, ha producido la orfandad de la humanidad, sujeta a los extravíos de los poderosos. Todo esto, por cierto, ha producido en no pocos hombres el ateísmo práctico, no sólo el teórico, de manera que ya no existe otro horizonte que el terrenal, siendo el reinado del materialismo más atroz en el que sólo se busca la satisfacción egoísta de la persona.
Descartado Dios Creador, le cabe al Hijo Redentor ser desplazado, ya que si no hay creación guiada por la Providencia y no existiendo ya el pecado para muchos, se hace innecesario un Salvador divino, porque el hombre cree que se redime a sí mismo y por sí mismo.
Y el Espíritu Santo tampoco resulta necesario, ya que el hombre “se santifica” con la energía cósmica, con las “fuerzas del mas allá”, con las buena ondas, con los reposos espirituales que le otorga la filosofía oriental panteísta, entregándose a los espíritus que lo salvarán.
Todo este desquicio que va en aumento, exige de nuestra parte que crezcamos en la fe trinitaria, no sólo creyendo sino también testimoniando que sólo el verdadero Dios nos rescatará de tantos males que nos asfixian y que muchas veces no percibimos.
La palabra de Dios sale en nuestro auxilio para iluminarnos, y así el libro de Deuteronomio (4, 32-34.39-40) que hemos proclamado hoy nos ilumina haciéndonos ver la grandeza de Dios creador, salvador del pueblo elegido y de toda la humanidad, que nos entrega sus mandamientos para vivir en la fidelidad a su nombre, por lo que respetamos el orden natural que encauza todo lo creado a su fin.
San Pablo (Rom. 8, 14-17), a su vez, nos recuerda una vez más la acción hermosa del Espíritu Santo, que es el Amor entre el Padre y el Hijo, que nos hace vivir como hijos adoptivos de Dios, y no esclavos de los poderes de este mundo, trabajando para lograr la herencia de la vida eterna para la que fuimos creados.
Y el Hijo de Dios hecho hombre, Jesús (Mt. 28, 16-20), nos invita a salir de nosotros mismos y sentirnos enviados a todo lugar proclamando que es posible todavía liberar la humanidad de tanta locura, siempre que, recreados por el bautismo vivamos de continuo bajo la mirada misericordiosa del Padre, acompañados por las enseñanzas del Hijo, santificados por el Espíritu.
Supliquemos estos dones confiados en que Dios nos los otorgará.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Solemnidad de la Santísima Trinidad. Ciclo “B”. 27 de mayo de 2018. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com
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