En el texto del evangelio de éste domingo en que
continuamos proclamando el capítulo seis de san Juan (vv. 24 a 35), le
dicen a Jesús “¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en
el desierto, como dice la Escritura:”Les dio a comer el pan bajado del
cielo”.
Ante esta afirmación Jesús responde que no fue Moisés quien les dio el pan bajado del cielo sino el Padre, el cual a su vez entrega el verdadero pan del cielo, el que da Vida al mundo.
Ya en el libro del Éxodo (16, 2-4.12-15) ante la queja de los israelitas porque carecen de las ollas llenas de carne que tenían en Egipto, que los hace olvidar del hecho de que son libres de la esclavitud y añoran el bienestar perdido, Dios decide atiborrarlos de pan y carne para ver si son fieles a la Alianza.
Nuevamente se nos enseña que Dios es providente y sale a repartir sus dones ante las necesidades del pueblo elegido, ya que Él destinó todos los bienes de la tierra al sustento de la humanidad toda, de manera que, como decíamos el domingo pasado, a nadie le falte ni le sobre.
Si en el transcurso de la historia humana se da el desajuste en este campo, de manera que pocos se enriquecen sobremanera y muchos carecen de lo necesario, no se debe a que falten los bienes de la creación, sino que esto sucede a causa del egoísmo y miserabilidad del hombre que no comparte.
El pecado en que nace el hombre lleva a que el espíritu “acapare” como si fuera dueño, todo lo que puede, con despreocupación de las carencias de otros.
Dios, en cambio, es providente y, entrega al hombre desde los orígenes múltiples bienes para su honesta sustentación, pero a su vez se manifiesta a la humanidad toda invitándonos a elevarnos más allá de los bienes materiales necesarios para sostener la vida temporal.
Y así, como lo señala el texto bíblico, Jesús recuerda que “Mi Padre les da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo”, reconociendo así que es de lo Alto que nos vienen los bienes materiales, pero al mismo tiempo estos se transforman en otro alimento, en otro pan que da Vida en abundancia al hombre y al mundo.
¿Y cuál es el pan que da la Vida al mundo? Es el mismo Jesús que se entrega en la Cruz para la salvación de todos, aunque sólo “muchos” son los que reciben este pan de Vida porque “Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed”.
Con estas palabras queda claro que sólo quien vaya hacia Jesús saciará su hambre de Dios, y quien crea en Él colmará su deseo de eternidad.
A su vez Jesús profundiza el mensaje asegurando que quienes comieron el maná y las codornices en el desierto murieron, como acontece con toda persona que viene a este mundo, mientras que Él mismo transformado en alimento, brinda la Vida a este mundo, con la presencia de su gracia y la divinización de cada uno, y prepara para la Vida que no tiene fin en la eternidad.
Jesús, por lo tanto, busca que elevemos nuestra mirada por encima del pan material necesario en nuestro diario caminar, para desear el pan de Vida, el de su Cuerpo y Sangre, de allí que diga con énfasis “trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es Él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello”.
Si el esfuerzo que realizamos para alcanzar el pan material fuera comparable con la dedicación para recibir el pan de Vida eterna, ¡qué distinta sería la vida del hombre creyente! ¡Fácilmente podríamos vivir ya una existencia novedosa!
Si al examinar nuestra conciencia y corazón advertimos que el pecado que reside en nosotros impide comulgar por largo tiempo, ¿por qué seguimos demorando el momento de acercarnos a Jesús por el arrepentimiento y la conversión y así emprender un camino y existencia dignos de hijos de Dios?
¿No nos acucia el hambre y sed del Señor? Ante el hambre y sed corporales seguramente haríamos lo imposible para saciarlos, pero ¿por qué no hacemos lo mismo con el pan vivo bajado del cielo que nos da la Vida eterna?
De allí que ante la pregunta “¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?” sea crucial la respuesta de Jesús “La obra de Dios es que ustedes crean en Aquél que Él ha enviado”.
Si estamos convencidos que Jesús es el Hijo de Dios vivo, ciertamente nos sentiremos movidos a conocerlo, amarlo y servirlo cada día más reafirmando que es verdad que sin Él nada podemos hacer.
San Pablo (Ef. 4,17.20-24) nos exhorta hoy a su vez a dejar la frivolidad propia de los paganos que sólo tienen en cuenta las realidades temporales, absolutizando el “pan material”, sino que hemos de vivir lo que aprendimos de Jesús, lo que oímos y fuimos enseñados de Él.
Nuestra tarea, nuestro trabajo, será “renunciar a la vida” que llevamos despojándonos “del hombre viejo, que se va corrompiendo por la seducción de la concupiscencia” para renovarnos en lo más íntimo de nuestro espíritu, revistiéndonos “del hombre nuevo, creado a imagen de Dios en la justicia y en la verdadera santidad” que busca alimentarse con el Pan Vivo bajado del cielo que nos da Vida eterna.
Ya en el libro del Éxodo (16, 2-4.12-15) ante la queja de los israelitas porque carecen de las ollas llenas de carne que tenían en Egipto, que los hace olvidar del hecho de que son libres de la esclavitud y añoran el bienestar perdido, Dios decide atiborrarlos de pan y carne para ver si son fieles a la Alianza.
Nuevamente se nos enseña que Dios es providente y sale a repartir sus dones ante las necesidades del pueblo elegido, ya que Él destinó todos los bienes de la tierra al sustento de la humanidad toda, de manera que, como decíamos el domingo pasado, a nadie le falte ni le sobre.
Si en el transcurso de la historia humana se da el desajuste en este campo, de manera que pocos se enriquecen sobremanera y muchos carecen de lo necesario, no se debe a que falten los bienes de la creación, sino que esto sucede a causa del egoísmo y miserabilidad del hombre que no comparte.
El pecado en que nace el hombre lleva a que el espíritu “acapare” como si fuera dueño, todo lo que puede, con despreocupación de las carencias de otros.
Dios, en cambio, es providente y, entrega al hombre desde los orígenes múltiples bienes para su honesta sustentación, pero a su vez se manifiesta a la humanidad toda invitándonos a elevarnos más allá de los bienes materiales necesarios para sostener la vida temporal.
Y así, como lo señala el texto bíblico, Jesús recuerda que “Mi Padre les da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo”, reconociendo así que es de lo Alto que nos vienen los bienes materiales, pero al mismo tiempo estos se transforman en otro alimento, en otro pan que da Vida en abundancia al hombre y al mundo.
¿Y cuál es el pan que da la Vida al mundo? Es el mismo Jesús que se entrega en la Cruz para la salvación de todos, aunque sólo “muchos” son los que reciben este pan de Vida porque “Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed”.
Con estas palabras queda claro que sólo quien vaya hacia Jesús saciará su hambre de Dios, y quien crea en Él colmará su deseo de eternidad.
A su vez Jesús profundiza el mensaje asegurando que quienes comieron el maná y las codornices en el desierto murieron, como acontece con toda persona que viene a este mundo, mientras que Él mismo transformado en alimento, brinda la Vida a este mundo, con la presencia de su gracia y la divinización de cada uno, y prepara para la Vida que no tiene fin en la eternidad.
Jesús, por lo tanto, busca que elevemos nuestra mirada por encima del pan material necesario en nuestro diario caminar, para desear el pan de Vida, el de su Cuerpo y Sangre, de allí que diga con énfasis “trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es Él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello”.
Si el esfuerzo que realizamos para alcanzar el pan material fuera comparable con la dedicación para recibir el pan de Vida eterna, ¡qué distinta sería la vida del hombre creyente! ¡Fácilmente podríamos vivir ya una existencia novedosa!
Si al examinar nuestra conciencia y corazón advertimos que el pecado que reside en nosotros impide comulgar por largo tiempo, ¿por qué seguimos demorando el momento de acercarnos a Jesús por el arrepentimiento y la conversión y así emprender un camino y existencia dignos de hijos de Dios?
¿No nos acucia el hambre y sed del Señor? Ante el hambre y sed corporales seguramente haríamos lo imposible para saciarlos, pero ¿por qué no hacemos lo mismo con el pan vivo bajado del cielo que nos da la Vida eterna?
De allí que ante la pregunta “¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?” sea crucial la respuesta de Jesús “La obra de Dios es que ustedes crean en Aquél que Él ha enviado”.
Si estamos convencidos que Jesús es el Hijo de Dios vivo, ciertamente nos sentiremos movidos a conocerlo, amarlo y servirlo cada día más reafirmando que es verdad que sin Él nada podemos hacer.
San Pablo (Ef. 4,17.20-24) nos exhorta hoy a su vez a dejar la frivolidad propia de los paganos que sólo tienen en cuenta las realidades temporales, absolutizando el “pan material”, sino que hemos de vivir lo que aprendimos de Jesús, lo que oímos y fuimos enseñados de Él.
Nuestra tarea, nuestro trabajo, será “renunciar a la vida” que llevamos despojándonos “del hombre viejo, que se va corrompiendo por la seducción de la concupiscencia” para renovarnos en lo más íntimo de nuestro espíritu, revistiéndonos “del hombre nuevo, creado a imagen de Dios en la justicia y en la verdadera santidad” que busca alimentarse con el Pan Vivo bajado del cielo que nos da Vida eterna.
* Pintura: "Multiplicación de los panes" de Giovanni Lanfranco.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XVIII durante el año. Ciclo B. 05 de agosto de 2018. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com
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