25 de octubre de 2018

Jesús fustiga a los que usan el poder para doblegar a los demás, y no como servicio desinteresado promoviendo el bien común de la sociedad.


 La Palabra de Dios que proclamamos en cada liturgia dominical nos permite reflexionar sobre cómo iluminar la vida de cada día con las enseñanzas de Jesús.

 Cada tres años repetimos los mismos textos bíblicos, dejándonos la convicción de que nada cambia con el paso del tiempo, tanto en lo personal como en la sociedad en la que vivimos.
En el día de hoy nuevamente Jesús habla acerca del poder y de cómo reaccionamos ante el mismo y cuál es la actitud diferente que propone.
Si miramos hacia atrás es probable que reconozcamos que no se ha producido cambio alguno en nosotros o en las personas que nos rodean.
De allí la importancia de volver a lo mismo, suplicando la gracia de la conversión en el uso del poder en los diferentes ámbitos de la vida.
Buscar los primeros puestos, en sí mismo no es malo, siempre y cuando el afán de superación sea en el campo del bien, en el orden espiritual o en aquello que ennoblece al hombre.
El planteo de los dos hermanos Zebedeo, Santiago y Juan (Mc. 10, 35-45), mira a una “gloria” mundana, al Reino restablecido en este mundo por un Mesías político, manifestando que no han entendido todavía el alcance de caminar en dirección a Jerusalén donde se concretará la pasión y muerte redentoras con las que el hombre es salvado.
De allí que Jesús les invita a recibir el “bautismo” y “beber el cáliz” del sufrimiento como señal del verdadero seguimiento, pero ellos sin entender  aún,  dicen ingenuamente que pueden transitar esa senda.
Cristo viene a establecer otro Reino en su carácter de “Sumo Sacerdote insigne que penetró en el cielo” como dice la carta a los Hebreos (4, 14-16), siendo convocados a permanecer “firmes en la confesión de nuestra fe” y de esa manera orientarnos “confiadamente al trono de la gracia, a fin de obtener misericordia y alcanzar la gracia de un auxilio oportuno”.
Siendo por lo tanto el fin último de nuestra vida el encuentro definitivo con la Trinidad, atraídos por Jesús nuestro Redentor, se hace necesario imitarlo a Él, mientras caminamos por este mundo temporal, en ese dirigirnos siempre hacia Jerusalén, lugar de su pasión,  muerte y resurrección salvadoras.
Esto hace que la invitación de beber el cáliz y recibir el bautismo del sufrimiento no sea dirigida únicamente a los hijos del Zebedeo, sino a cada uno de  los que queremos asumir la existencia modélica de Jesús.
Si acaso padeciéramos el temor  al sufrimiento  en este mundo  y, perturbara esto la búsqueda de ese ideal, la misma carta a los hebreos nos asegura que “no tenemos un Sumo Sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades; al contrario, Él fue sometido a las mismas pruebas que nosotros, a excepción del pecado”.
Es decir, que cuando Jesús invita a imitarlo especialmente en el misterio de la cruz, asegura la gracia y los dones para superar nuestros temores.
La identificación con el Cristo doliente anunciado por Isaías (53, 10-11) cuando dice “el Señor quiso aplastarlo con el sufrimiento”, hará realidad también en el creyente lo que se le prometiera a Él, esto es,  “Si ofrece su vida en sacrificio de reparación, verá su descendencia, prolongará sus días, y la voluntad del Señor se cumplirá por medio de él”.
De esa manera, justificados de nuestros pecados por quien los ha cargado generosamente, veremos como Él la luz y quedaremos saciados.
El  futuro para el seguidor de Cristo pues, es promisorio, aunque pasando antes por el sufrimiento de la cruz redentora.
Una mirada distinta a la que propone Jesús para nuestra vida, en cambio, lleva al deterioro del mismo hombre.
En efecto, analicemos las enseñanzas de Jesús acerca de los que buscan el poder no como servicio sino como trofeo de bienestar y felicidades mundanas particularmente para quienes lo detentan.
El texto evangélico afirma que “ustedes saben que aquéllos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad” (Mc. 10, 42-45).
De entrada la ironía de las palabras de Jesús, que conoce el interior del hombre, nos hace ver que “a quienes se considera gobernantes” en realidad no lo son, ya que no buscan por medio del poder servir al pueblo, a la comunidad, sino usar el mismo como instrumento para enriquecerse e imponer sus ideologías al común de los mortales.
Este discurrir autoritario, por ejemplo, del poder político, lo vemos y vivimos a diario en nuestra vida de ciudadanos tanto en el orden nacional como provincial.
En nuestros días, en el país, y en Santa Fe, se busca imponer la llamada ESI, educación sexual integral que promueve la ideología de género en el ámbito educativo, negando la naturaleza del hombre.
Esta  postura negadora no sólo de lo conocido por la fe, sino también lo que sabemos por la ciencia, pretende quitar a los padres la patria potestad sobre sus hijos, e imponer la confusión sexual en los niños haciéndoles creer que pueden “elegir” su sexualidad, negando que ya por nacimiento se distingan como varones o mujeres.
En este clima de negación de la verdad, se cumplen las palabras de Jesús que describe a estos políticos e ideólogos del mal como aquellos que  “dominan a las naciones como si fueran sus dueños”.
A su vez,  amenazan con quitar subsidios a las escuelas de gestión privada si no se ajustan a este plan maléfico, cumpliéndose aquello de que “los poderosos les hacen sentir su autoridad”.
Este autoritarismo en tantos otros campos de la sociedad, ya sindical, económico, empresarial, por el que se ejerce la ley del más fuerte imponiéndose aunque no tengan razón,  deja al descubierto cuán lejos está de ser escuchado el mensaje de Jesús.
Sin embargo, a pesar de ello, entre nosotros, ha de regir la actitud del Señor, la de servir, como el siervo de Yavé, sabiendo que es en ese camino que se encuentra la verdadera felicidad.
También en la Iglesia habrá quienes quieran imponer con “autoridad” el error, o una enseñanza doctrinal y moral “líquida” conforme al espíritu mundano, siendo en ese momento necesario ser grandes en la defensa de la verdad y de las enseñanzas de Jesús, impidiendo que se las diluya.
De allí, la necesidad de que pidamos con confianza la gracia divina para escuchar sólo la voz del Señor y observar sus enseñanzas.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXIX del tiempo ordinario, ciclo “B” 21 de octubre de 2018. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com




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