En la carta a los Hebreos (5, 1-6) se describen las características del Sumo Sacerdote del culto antiguo, y así se afirma que “es tomado de entre los hombres y puesto para intervenir en favor de los hombres en todo aquello que se refiere al servicio de Dios”.
No es una misión mundana por cierto, sino totalmente espiritual, se trata de una vocación marcada por el llamado a ser “puente” entre Dios y los hombres. Continúa el texto recordando que el sacerdote ha de “ofrecer dones y sacrificios por los pecados” y obtener así la cercanía con Dios si acaso ha habido separación con Él, y esto no solamente por los pecados de los demás sino por los propios, ya que todos estamos signados desde los orígenes no sólo por el pecado original, sino también por la herida que nos ha dejado el mismo una vez perdonados por el bautismo.
De allí que recuerde que “Él puede mostrarse indulgente con los que pecan por ignorancia y con los descarriados, porque él mismo está sujeto a la debilidad humana”.
El sacerdote de la Nueva Alianza, marcado por el sacramento del Orden sagrado, reviste también estas características propias del sacerdocio en el judaísmo, siendo el modelo único y perfecto Cristo Nuestro Señor, Sacerdote para siempre, y tanto Él como todo sacerdote reviste esa dignidad porque ha sido llamado por el Padre.
El sacerdocio, pues, o la mediación entre Dios y los hombres reviste las características de un verdadero servicio a favor de los hombres, particularmente los más débiles y necesitados de nuestra sociedad.
Así lo expresa, por ejemplo, el profeta Jeremías (31, 7-9) quien anuncia la salvación del “resto” de Israel, es decir, de los pocos que se mantienen fieles al Dios de la Alianza, a pesar de las persecuciones y el destierro, que son convocados y guiados por aquel que dice de sí mismo “Yo soy un padre para Israel y Efraím es mi primogénito”, y que ofrece a su Hijo hecho hombre para continuar esta misión a lo largo de la historia humana.
Precisamente Jesús se manifiesta cercano a todos los hombres, especialmente con los que lo buscan, ejerciendo esa mediación sacerdotal en todo momento, curando las debilidades humanas y acercando al doliente al encuentro de quien es el Padre de todos.
Estos ejemplos de cercanía y comprensión, son modelos a seguir por cada uno de los sacerdotes de la Nueva Alianza, que fuimos elegidos para sostener y arrimar al ser humano al Dios de las misericordias.
Jesús en el evangelio (Mc. 10, 46-52), enseña a cada sacerdote de la Nueva Alianza, y a todo bautizado, cómo servir a los hermanos dolientes, realizando lo que Francisco llama la cultura del encuentro.
El ciego que limosnea al borde del camino tiene un nombre, Bartimeo, entreviendo así que Jesús conoce a cada uno por su nombre, no es un desconocido, ni un número, ni uno más del montón.
Así también, cada uno de nosotros, sacerdote o fiel, debemos mirar a cada uno como hijo de Dios, como persona redimida y valiosa.
Como Jesús, ser capaces de escuchar el grito de las personas, incluso cuando este grito es silencioso como en el caso del aborto, pero que es perceptible reclamando nuestra aproximación y cuidado.
Bartimeo profesa su fe llamándolo a Jesús con título mesiánico, convencido que por ser Dios lo puede salvar y curar.
Escuchando el clamor de toda persona, pecadora o enferma en su alma o en su cuerpo, hemos de llevar lo que podemos y que sea conforme a lo que se nos requiere, que a veces es sólo un momento de compañía.
Dejando el refugio de sus penas, el ciego se levanta y se acerca a Jesús, el cual le pregunta “¿qué quieres que haga por ti?”.
Ante el deseo del ciego por recuperar la visión, el Señor le dirá “Vete, tu fe te ha salvado”, que significa “como tú ya ves en tu corazón por la luz de la fe, recupera la vista del cuerpo para expandir en el mundo esa luz de la fe que se ha perfeccionado con la presencia de Jesús”.
Sólo el que cree que Jesús es Dios, puede recuperar la visión de su alma y, contemplar el misterio divino, que va expandiéndose en su interior cuanto más nos comprometamos con vivir a pleno la vida de la gracia y del amor divinos.
La seguridad que otorga la fe, lleva a este hombre a seguir a Jesús, que se dirige a Jerusalén, meta de la evangelización y del sacrificio redentor del Señor, a la que todos estamos llamados.
Imposible no ser agradecido por los dones recibidos de lo alto y proclamar con alegría en el mundo, lo que significa ser sanado, llamado a la vida del creyente que quiere perfeccionar su entrega.
Ante un mundo que quiere hace callar el grito de tantos desechados, y que privilegia sólo a los exitosos y mundanos, hemos de estar prontos, sacerdotes y fieles, para descubrir el lamento y necesidades de tantos que buscan a Dios, aún en medio de sus pecados, y que añoran el afecto de una mano humana que recuerde que existen y valen.-
En la Eucaristía de cada día, en que Cristo Sacerdote se ofrece a sí mismo al Padre para la salvación del mundo, mediante el sacerdocio de los hombres, supliquemos por el perdón de los pecados de todos, para que recuperada la vista de la fe nos comprometamos cada vez con mayor fervor con el Cristo de las misericordias.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXX del tiempo ordinario, ciclo “B” 28 de octubre de 2018. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com
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