Comenzamos la cuaresma pidiendo a Dios la gracia de avanzar en el conocimiento del misterio de Cristo por medio de las prácticas cuaresmales, con el deseo de vivir en el futuro conforme a ese conocimiento.
Ciertamente a Jesús lo vamos conociendo por medio de la familiaridad que alcancemos con la Palabra de Dios desde los orígenes, es decir, a lo largo de la Sagrada Escritura.
Precisamente la liturgia de este domingo nos remonta al tiempo en que se hacía una profesión de fe que contemplaba al Dios de la Creación (Deut. 26, 1-2.4-10) reconociendo por medio de las primicias de todos los frutos ofrecidas al mismo, que los dones de la tierra provenían de su bondad.
Pero el pueblo elegido, repitiendo ese gesto al entrar en la tierra prometida, tiene otra mirada, ya que se orienta al Señor de la historia, presente en el pueblo que camina por este mundo en alianza con Él.
¿Cuál es la diferencia entre ambas actitudes? Que en la contemplación del Dios de la Creación, podríamos decir que no se visualizaba su presencia en medio del pueblo, mientras que la fe en el Señor de la historia se funda en el hecho que Dios estaba presente desde los orígenes del pueblo, lo había liberado de la esclavitud de Egipto y lo condujo a la tierra donde se asentaría.
Con el transcurso del tiempo, la revelación divina enseña que el largo caminar en la historia apunta al Salvador enviado por el Padre, Jesús.
Se hace necesaria, pues, una nueva confesión del hombre que acepte a Jesús en su corazón (Rom. 10, 5-13), de allí que el apóstol enseñe que “si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvado”. Y esto es así, porque “con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con la boca se confiesa para obtener la salvación” de manera que “todo el que invoque el nombre del Señor se salvará”.
En la medida en que el creyente acepta en su corazón a Cristo como Dios y Salvador, posa su mirada en Él, tratando de conocer más y más su persona, sus sentimientos, sus gestos y actitudes, con la disposición interior, en un caminar en el que existe siempre la conversión del pecado y caídas, de obrar de continuo en conformidad con Él, es decir, tomando paulatinamente la “forma” o modelo en el mismo Jesús.
Las tentaciones soportadas por Jesús en el desierto (Lc. 4, 1-13) después del bautismo y al comienzo de su vida pública entre nosotros, nos alerta ya de entrada que purificados del pecado también nosotros, sufriremos las tentaciones del maligno, que no se resigna a “perdernos” por causa del bautismo recibido.
De allí que, así como fuimos bautizados en el Señor por su bautismo, somos probados también en las tentaciones sufridas por Jesús en el desierto.
La victoria de Cristo sobre el tentador pues, será también la nuestra, si aleccionados por su enseñanza seguimos sus pasos en el combate espiritual que se desarrollará a lo largo de nuestra vida, en el que como enseña san Pablo, no pocas veces haremos el mal que no queremos y dejaremos de practicar el bien que sabemos es lo más conforme con nuestra dignidad.
Las tentaciones que soportó Jesús, y también sufrimos nosotros, están resumidas en las tres formas que describe el texto evangélico.
La primera tentación versa sobre la inclinación del hombre de poseer bienes, cosas y oportunidades en la vida cotidiana. No está mal aspirar a poseer todo aquello que necesitamos para el sustento de nuestro cuerpo y para el desarrollo de nuestra existencia como personas.
El pecado consistirá en ceder a la tentación de poseer, de tener, aún aquello que no necesitamos, en vivir atados a la sociedad de consumo, que nunca sacia el corazón, de allí que el “marketing” deberá estudiar permanentemente las “supuestas necesidades” del hombre para satisfacerlas de continuo. Se trata de un correr detrás de las cosas sin que dejemos de hacerlo porque jamás nos colmamos ni calmamos.
Por eso Jesús dirá que no sólo de pan vive el hombre, ya que sólo la orientación continua al Dios de la Alianza dará la paz que necesitamos en medio de una cultura del “tener” que nos subyuga.
En la segunda tentación en que el demonio hace despliegue de su poder sobre los reinos, las sociedades y las culturas, está presente nuestra inclinación hacia la idolatría, como lo es de alguna manera el objeto de la primera tentación hacia el poseer desmesurado.
Cuando Dios desaparece del horizonte del ser humano, éste busca siempre objetos o realidades a las que quiere dar culto, divinizarlas.
San Tomás de Aquino menciona al placer, la gloria, el dinero, el poder y todo tipo de realidades temporales en las que se busca una seguridad que en realidad es siempre frágil y efímera, como todo lo creado.
Vemos, por ejemplo, la obsesión por el poder político, social, económico, sindical, ideológico y todo aquello que nos hace pensar que somos superiores a todos, a la sociedad y hasta al mismo Dios.
Jesús exhorta ante esto, a rendir culto sólo a Dios, y desde allí ubicar en su debido nivel de importancia a las demás realidades temporales.
La tercera tentación mira a la actitud frecuente de tentar a Dios directamente en el sentido de pretender que Él actúe milagrosamente para rescatarnos de nuestros errores y desatinos.
Es como si dijéramos, “si Tú eres Hijo de Dios líbrame de las consecuencias de la lujuria o de la droga o cualquier vicio que yo me he buscado libremente y no quiero abandonar”.
Ya decía san Agustín, “Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti”.
Es lo que describe san Ignacio cuando habla de aquel hombre que pretende liberarse de una afición desordenada sin dejar la cosa que lo tienta y lo lleva al desorden.
Por último, el texto evangélico afirma que “agotadas todas las formas de tentación, el demonio se alejó de Él, hasta el momento oportuno”.
Se menciona “todas las formas de tentación” ya que las mismas están incluidas en alguna de las tres descritas anteriormente.
Instruidos por el Señor, pues, pidamos siempre su luz para conocer la tentación con la que con frecuencia nos quiere someter el maligno, y la fuerza para vencerlo totalmente como lo hizo Él en “el momento oportuno”, es decir, la muerte salvadora en Cruz y su resurrección, anuncio de una vida nueva.
Padre Ricardo B. Mazza. Párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Homilía en el primer domingo de Cuaresma, ciclo “C”. 10 de marzo de 2019.- http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-
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