17 de junio de 2019

Por Jesús, conocemos que en Dios subsisten tres personas distintas e iguales en dignidad, que nos ha creado y esperan en la eternidad.

El hombre es creado a imagen y semejanza de Dios, por lo que se constituye como un misterio viviente, es decir, alguien que no resulta sencillo conocer en toda su amplitud.

 De hecho, el ser humano tiene la experiencia de no lograr comprenderse  a sí mismo en profundidad, por lo que no pocas veces nos sentimos sorprendidos a causa de nuestra forma de pensar y de obrar, advirtiendo hasta incluso incoherencias.
De allí que si bien nos manifestamos por gestos y palabras somos inasibles para los demás que nos conocen sólo aproximativamente. Tan es así que también  en nuestra relación con los demás, nunca llegamos a conocer totalmente a los otros. Y esto es así porque la persona humana en su “misterio”, no puede ser alcanzada en su totalidad, de allí que el mismo Jesús advierte que no se puede juzgar al prójimo ya que nunca conocemos la verdad de su interior personal.
En definitiva, sólo Dios que nos ha creado a su imagen y semejanza, sabe de qué estamos hechos y conoce plenamente lo que somos.
Esto nos lleva a comprender cuánta más misteriosa u oculta es la intimidad de Dios, misterio oculto que se va develando poco a poco de acuerdo a nuestra capacidad de entender, siempre imperfecta, pero capaz de aproximarse.
Dios se manifiesta por signos, palabras y acciones concretas a lo largo de la historia de la salvación, como contemplamos en el Antiguo Testamento, que nos deja entrever la naturaleza divina creadora de todo bien, especialmente pensando en nuestra perfección, al poner a nuestro servicio  toda la grandeza de la creación.
Caído el hombre en el pecado, quiebra de algún modo su relación íntima con el Creador, con la naturaleza creada y consigo mismo, al cual Dios socorre para elevarlo nuevamente a la dignidad con que fue pensado desde toda la eternidad.
La elección de un pueblo, Israel, manifiesta concretamente la voluntad divina de hacerse presente en la historia humana, manifestando que con su Providencia, conserva y perfecciona toda la realidad humana, convocando al hombre a una respuesta de amor que sea reconocimiento del amor primero del Creador.
Las grandes hazañas realizadas a favor de ese pueblo, especialmente la liberación de Egipto, son obras concretas de un Dios que se manifiesta como amoroso y bondadoso en relación con quien ha creado.
Llegada la plenitud de los tiempos se devela más y más la intimidad de Dios, y así, por Jesús, descubrimos que en una misma naturaleza divina subsisten tres personas distintas e iguales en dignidad.
El libro de los Proverbios (8, 22-31) que hemos proclamado, refiere que “Dice la Sabiduría de Dios: el Señor me creó como primicia de sus caminos, antes de sus obras, desde siempre” entendiendo a la luz del Nuevo Testamento que se trata del Hijo de Dios que existe junto al Padre desde toda la eternidad como lo sigue describiendo el texto.
Todo el pasaje habla de la presencia de la Sabiduría de Dios que en el evangelio de san Juan (cap. 1) se identifica con el “Logos” o la Palabra misma de Dios por la que es creado todo lo que existe para darle gloria y servir  al mismo tiempo a toda persona que viene a este mundo.
En alusión a la Encarnación misma en el seno de María por parte del Hijo, continúa diciendo el autor sagrado: “mi delicia era estar con los hijos de los hombres”,  dejando en claro que por medio suyo se manifestaba al mundo la amorosa benignidad del Padre.
San Pablo (Rom. 5, 1-5) precisamente certifica esta verdad al asegurarnos que fuimos “justificados por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo”.
Esta fe nos ha permitido obtener la gracia divina, fruto de la muerte en Cruz de Jesús, afianzándonos cada vez más en la esperanza de la vida futura que se nos ha prometido y que alcanzaremos una vez hayamos pasado por las tribulaciones purificadoras de este mundo, sostenidos siempre por la luz interior y fuerza divina que nos otorga el Espíritu.
Por medio de  la revelación divina, aunque se trate de un misterio tan grande,  sabemos que siempre Dios Trino actúa en unidad perfecta, ya en la creación, en la redención o en la santificación.
Con todo, solemos apropiar al Padre el papel de Creador, como primer principio de lo que existe y hacedor de la creatura más perfecta que es el hombre, como lo describe el salmo interleccional de hoy (Sal. 8).
Al Hijo Unigénito y Eterno del Padre, le fue dada la misión de entrar en la historia humana para restituir al hombre en su dignidad original y mostrarle el camino que hace posible el reencuentro con el Padre.
A su vez, el Espíritu Santo, que es el amor que existe entre el Padre y el Hijo, y Eterno como ellos, es enviado para continuar la obra de Jesús en el transcurso del tiempo, haciéndonos comprender plenamente las enseñanzas de Jesús y a ayudarnos a vivirlas con fidelidad.
Queridos hermanos: aprovechemos este día para decidirnos a vivir más y más una amistad profunda con la Trinidad Santa.
Dirijámonos confiadamente como hijos adoptivos al Padre que nos escucha y quiere bendecirnos con su amor; al Hijo hecho hombre, Jesús, pidamos nos ayude a imitarlo cada vez más y así tener una existencia más evangélica, y al Espíritu Santo supliquemos que nos guíe y ayude para ser dóciles a la verdad y al bien.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Solemnidad de la Santísima Trinidad. Ciclo “C”. 16 de junio de 2019. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



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