10 de junio de 2019

"Tenemos un mismo Padre que nos ama como a su Hijo, y el Espíritu Santo se une al nuestro, para testimoniar que somos hijos de Dios”.




 Los judíos diseminados en diferentes países y culturas, llamados “de la diáspora”, estaban presentes en Jerusalén para celebrar la fiesta de Pentecostés (Hechos 2, 1-11),  actualizando cada año la Alianza entre Dios y el pueblo elegido cuando se le entregan a Moisés las dos tablas de la Ley.

En esa ocasión Dios dijo: “Si escuchan mi voz y observan mi alianza, serán mi propiedad exclusiva entre todos los pueblos porque toda la tierra me pertenece. Ustedes serán para mí un reino de sacerdotes y una nación que me está consagrada”, palabras que Moisés transmitió a los israelitas, recibiendo como respuesta  “Estamos decididos a poner en práctica todo lo que ha dicho el Señor” (Éx. 19, 3-8ª.16-20b).
En esta ocasión de la fiesta judía de Pentecostés, reunidos los apóstoles con María Santísima en Jerusalén, descendieron como lenguas de fuego sobre ellos recibiendo el Espíritu Santo y, comenzaron  a “hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse”.
Este fenómeno especial que permitía a los judíos de la diáspora entender cómo se les hablaba en su propia lengua, manifiesta la voluntad de Dios de hacerse presente en todas partes, consolidando así a la Iglesia que había nacido del costado abierto de Cristo, en su universalidad, por la que se llamaría para siempre católica.
El nuevo Pueblo de Dios comienza así su misión de atraer a todos los hombres de buena voluntad repitiéndose la misma promesa del Sinaí por parte de Dios y reclamando de todos la misma respuesta como lo hicieran los israelitas en aquella ocasión, es decir, “Estamos decididos a poner en práctica todo lo que ha dicho el Señor”.
Una síntesis de esto la encontramos en una de las oraciones de la misa de la Vigilia, que recordando la entrega de la Ley antigua por parte de Dios en medio del resplandor del fuego y, la manifestación hoy de la nueva Alianza con el fuego del Espíritu Santo, suplicaba “que nuestros corazones ardan siempre en aquel mismo Espíritu” derramado  sobre los apóstoles, y así, la Iglesia, “congregada de entre todos los pueblos, reciba con alegría el mandamiento” del amor divino.
En la carta de san Pablo a los cristianos de Roma (8, 8-17) que hemos proclamado en esta liturgia dominical, el apóstol señala que “no hemos recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el espíritu de hijos adoptivos”, ciertamente por medio del bautismo, lo cual reclama una existencia totalmente nueva.
En efecto, hermanados con el Hijo Unigénito por medio de la adopción divina, tenemos un mismo Padre que nos ama como a su Hijo, por lo que podemos llamarlo “Abba”, es decir “Padre”.
Más aún, “el mismo Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios”.
Y cómo damos ese testimonio en la vida de todos los días, podemos preguntarnos buscando así la voluntad del Padre sobre nosotros.
El mismo apóstol nos presenta pistas concretas al señalar que “los que viven de acuerdo con la carne no pueden agradar a Dios”, siendo “carne” expresión con que se identifica todo tipo de pecado.
San Pablo espera que estando animados por el Espíritu de Cristo, vivamos muertos al pecado, ya que el Señor entregó su vida en la cruz para obtenernos así la liberación de toda maldad, llamándonos a una existencia propia de hijos adoptivos de Dios, es decir, de santidad.
La consecuencia del pecado es la muerte corporal, pero si el Espíritu de Cristo vive en nosotros, –continúa el apóstol-, nuestro espíritu “vive a causa de la justicia”, “y  si el Espíritu de Aquél que resucitó a Jesús habita en ustedes,” dará vida a nuestros cuerpos mortales.
De allí que el apóstol asegure que por la filiación divina “somos herederos de Dios y coherederos de Cristo, porque sufrimos con Él para ser glorificados con Él”.
El evangelio del día (Jn. 20, 19-23) recuerda el momento en que Jesús entrega a los apóstoles su Espíritu para el perdón de los pecados, instituyendo el sacramento de la reconciliación, remedio eficaz para combatir nuestras debilidades ante las seducciones de las obras de la “carne” que buscan siempre alejarnos del ideal de una vida de santidad.
Ya sabemos que aunque el espíritu pueda estar pronto para hacer el bien, la condición mortal de cada uno de nosotros es débil.
De allí la necesidad de conocer cuál es nuestra debilidad principal para no dejarnos atrapar por la tentación, porque el demonio se acerca a cada uno según su “grieta” y por allí trata de ingresar y dominarnos.
A quien piensa en dinero y bienes de todo tipo, el demonio lo tentará por medio de la avaricia para hacerlo sucumbir, debiendo buscar la austeridad de vida y la generosidad para con los demás para vencer.
Quien se siente débil ante las tentaciones de la lujuria, será la pureza y la búsqueda de todo lo santo lo que le ayudará a triunfar.
Si  la soberbia es el vicio dominante, el camino de la humildad y la pequeñez  resulta un antídoto eficaz.
Y así podríamos enumerar los distintos caminos abiertos a  las tentaciones pecaminosas, como al crecimiento en la vida virtuosa.
A su vez, el Espíritu obra en nosotros lo que hiciera con los apóstoles, ilumina nuestras inteligencias para conocer a fondo las enseñanzas de Cristo y, fortalece nuestra voluntad para realizar siempre el bien que nos eleva a la vida de hijos adoptivos de Dios.
De esta manera, con la presencia del Espíritu en nuestros corazones, estamos pertrechados para la misión en el mundo, pues al decir de Jesús,  “como el Padre me envió a mí, Yo también los envío a ustedes”.
Pidamos al Espíritu Santo que siempre nos guíe en la vida de creyentes, para que no sólo vivamos santamente, sino también para que seamos valientes en medio de la sociedad, proclamando que no hay otra vida mejor que la de asumir la dignidad que nos da el bautismo, existiendo con la alegría del resucitado mientras esperamos el encuentro definitivo con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Solemnidad de Pentecostés.  09 de Junio de 2019. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com

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