La primera lectura que proclamamos hoy tomada del profeta Isaías (66, 18-21) refiere al llamado universal que Dios hace a toda la humanidad para congregarse en la montaña santa. Y en este llamado nadie queda excluido.
En todo caso son los convocados quienes libremente aceptan o no el llamado recibido, distinguiéndose como señala el evangelio, entre los descartados y aquellos que merecen estar en el Reino.
Precisamente Jesús habla de esto (Lc. 13, 22-30) cuando le preguntan si son pocos los que se salvan sin responder directamente a lo preguntado que obedece más a la curiosidad humana que al interés por la salvación del ser humano, señalando el camino que lleva a la salvación, es decir, al encuentro con Dios como Padre y Creador.
¿Por qué hablamos de salvación? ¿De qué hemos de ser salvados? Dios nos ha elegido en su Hijo Único como hijos suyos desde antes de la creación del mundo como enseña san Pablo escribiendo a los cristianos de Éfeso (1,3-6.11-12) para que seamos santos e irreprochables.
Pero habiendo pecado en los orígenes, nos separamos de Dios, de nuestros hermanos y de la creación toda, necesitando por lo tanto ser rescatados de estos males por alguien superior a nosotros, que con poder nos liberara del pecado y de las obras del maligno.
Para lograr esto, es enviado el Hijo de Dios que ingresa en la historia humana haciéndose hombre y compartiendo todo con nosotros menos el pecado, enseñándonos el camino que lleva al Padre.
¿Cómo se realiza la salvación? el texto del evangelio refiere que Jesús se dirige a Jerusalén para morir en la cruz y resucitar, dándonos así una vida nueva, propia de los hijos de Dios.
Antes de llegar al momento cumbre, Cristo refiriéndose a la salvación nos dice que es necesario pasar por la puerta estrecha, porque seguirlo a Él tiene sus exigencias, seguir tras sus pasos implica adhesión a su Persona, escuchar su Palabra y llevarla a la práctica cada día de nuestra vida, es decir, requiere un compromiso personal con Él y fidelidad a lo largo de la vida.
Cuando en la entrada de la puerta de la salvación, se de el encuentro con Cristo y aquellos que no se animaron a entrar a una vida de unión con Él, se alegará para conquistar el privilegio de la “entrada”, que han comido con Jesús, que lo han escuchado en las plazas y otras razones, escuchando como respuesta “no sé de dónde son ustedes; ¡apártense de mí todos los que hacen el mal!”, porque si bien puede ser verdadero que en algún momento estuvieron con el Señor, no lo fue constantemente en el transcurso del tiempo, de modo perseverante, sino que más bien ha sido ocasional la respuesta.
Para seguir este camino de fidelidad no estamos solos, ya que Dios nos otorga todos los medios necesarios para ser sus amigos.
Uno de esos medios es el de la corrección por la que somos purificados, y de la que habla la carta a los Hebreos (12, 5-7.11-13), de allí que “no desprecies la corrección del Señor, y cuando te reprenda, no te desalientes. Porque el Señor corrige al que ama y castiga a todo aquél que recibe por hijo”.
El sufrimiento de la corrección que muchas veces sobrellevaremos, es propio de los hijos de Dios, que así padeciendo humildemente e incluso con alegría, imitaremos más de cerca a Jesús en el misterio de la salvación que es la cruz de cada día.
Todo este itinerario de crecimiento espiritual e imitación de Cristo, asegura el que pertenezcamos al rebaño que es conducido por el Maestro al encuentro del Padre para darle gloria como Dios, gozando de su contemplación por siempre.
Si en cambio, defeccionamos del seguimiento del Señor por ir detrás de otros bienes y atractivos, seremos respetados en nuestra decisión, pero no alcanzaremos la promesa de felicidad que se nos ha hecho y otros ocuparán nuestro lugar para la gloria divina.
La puerta estrecha implica no estrechez de miras, sino búsqueda de lo mejor en la vida cristiana, pero sabiendo que hemos de dejar de lado lo que impide un seguimiento fecundo y fiel a Jesús Salvador.
En este caminar hacia la meta de la santidad a la que estamos llamados, tendremos muchas dificultades e incluso podemos hasta sentirnos muy solos, como es el recorrido del seguimiento del Señor, pero hemos de estar confiados en su gracia y que nos otorgará lo que necesitamos para vivir según su voluntad.
Pidamos esa gracia para estar siempre entre los elegidos de Dios y alcanzar así la felicidad prometida a quienes sean fieles a su vocación de creyentes.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXI del tiempo ordinario, ciclo “C”. 25 de agosto de 2019. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com
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