Nuevamente el eje de los textos bíblicos de este domingo se encuentra en el llamado de Dios, el tema de la vocación, es decir, se recuerda una vez más que cada persona es “vocada”.
¿En qué consiste esto? En que cada persona es interpelada y llamada por Dios para una misión concreta. Y en la medida que responda generosamente a este llamado, no sólo encontrará a Dios y por cierto a Jesús, sino obtendrá la felicidad en este mundo y en el cielo.
Tomemos el texto del profeta Isaías (6, 1-2ª.3-8) que menciona la vocación propia. El texto tiene dos partes, por un lado una visión que tiene Isaías acerca de la majestad de Dios, de su gloria, de su grandeza. Pero al mismo tiempo ese Dios que se manifiesta en todo su esplendor necesita de alguien que transmita su palabra, que haga las veces de portavoz suyo ante el pueblo elegido. Pero Isaías se considera de labios impuros para esta misión, por lo que un serafín se le acerca en la visión con una brasa encendida, se la pone sobre su boca y le dice que está limpio de su pecado, y que puede anunciar la Palabra.
Cualquiera de nosotros puede tener esa tentación de considerarse pecador para huir del compromiso de ser evangelizador.
Pues bien, el Señor nos purifica y garantiza que está con nosotros para que obremos según lo que se nos encomiende, es decir, llevar su Palabra a todas partes sin temor alguno.
¿Y cuál es la Palabra que hemos de transmitir? La respuesta la encontramos en la segunda lectura tomada de la primera carta del apóstol San Pablo a los cristianos de Corinto (15,1-11). El apóstol se encuentra con el hecho que los corintios comienzan a dudar acerca de la resurrección de Cristo, por lo que está en riesgo no sólo la fe de esta comunidad, sino también la unidad de la Iglesia.
San Pablo dirá que si Cristo no ha resucitado vana es nuestra fe, por lo que debía aleccionarlos para que entiendan que Jesús había resucitado de entre los muertos y, expone su propio testimonio, y no solo el de él, sino también de los demás discípulos.
Enuncia así el llamado Kerigma de la predicación, o sea éste pequeño núcleo de la fe que debe ser transmitido y en el que se resume toda la fe, contenido que nosotros poseemos y vivimos.
Afirma así san Pablo que ha transmitido “lo que yo mismo recibí, que Cristo murió por nuestros pecados conforme a las escrituras, fue sepultado y resucitó al tercer día de acuerdo con la escritura, se apareció a Cefas, después a los doce, luego se apareció a más de quinientos hermanos al mismo tiempo, la mayor parte de los cuales vive aún y algunos han muerto, se apareció a Santiago, a otros Apóstoles, por último se apareció a mí”.
Con ésta lista que presenta Pablo de los que vieron a Cristo resucitado, quiere enseñar que la resurrección de Cristo no es un invento suyo, que la tumba estaba vacía, que el Señor se apareció numerosas veces, por lo que dan testimonio de lo que han visto y creído, y que aquellos hombres que eran asustadizos y con miedo muchas veces, se animaron a proclamar la muerte y resurrección del Señor, que habían visto.
Esto hace que debamos estar siempre atentos para llevar al mundo en el que estamos insertos ésta verdad de que Cristo murió y resucitó de entre los muertos para nuestra salvación.
Es en ese momento y una vez que la persona que escucha cree en la muerte y resurrección de Cristo, como sucedía antaño, comienza la enseñanza sobre la vida de Cristo nuestro Señor.
O sea, no se empezaba dando a conocer la vida de Cristo, sino que se proclamaba primero el núcleo de la fe que es el misterio Pascual, y luego que se acepta esto, el resto de la vida del Señor.
Pero vayamos al evangelio (Lc. 5,1-11) en el que se concreta la vocación de Pedro y de los demás discípulos. Habían estado pescando toda la noche y nada lograron.
Jesús al contemplar tanta gente pide a Simón Pedro que lo lleve en su barca y lo aparte de la orilla para poder predicar. Luego de la enseñanza reclama “navega Mar adentro” y, a todos, “echen las redes”.
Le dicen entonces: “Señor hemos trabajado toda la noche y nada hemos conseguido pero si tú lo dices echaré las redes”.
También en nuestros días podremos decir nosotros Señor tratamos de pescar permanentemente pero no tenemos éxito Tratamos de ser pescadores de hombres pero la sociedad está inmersa en otra cosa, la cultura de nuestro tiempo tiene otras preocupaciones, no se interesa por Dios, no piensa en Él como el ser supremo.
Y esto sucede porque el hombre de hoy nuevamente se erige en Dios, ha dejado de lado al Dios verdadero. Por eso es que Jesús insista en navegar mar adentro, en echar las redes confiando en Él.
“Si tú lo dices Señor echaré las redes” responde Pedro y así lo hicieron. Con frecuencia nosotros confiamos más en nuestros conocimientos, como le sucedía a los pescadores que eran hábiles en su tarea, sabían cómo hacerla, pero tuvieron éxito al obedecer a Jesús.
Hoy en día a lo mejor se implementan métodos según la estrategia del hombre para atraer vocaciones masculinas o femeninas para la iglesia, para el sacerdocio, para la vida religiosa, cuando en realidad el método eficaz es echar las redes en nombre de Jesús, confiando más en la gracia de Dios que es la que actúa.
De allí que sacaran tal cantidad de peces que las redes estaban a punto de romperse, por lo que llamaron a los de la otra barca para que los ayudaran, de modo que por la pesca abundante el peligro de zozobra era patente.
Para la evangelización, tenemos también que llamar a otros para que se comprometan con Cristo y se continúe la pesca milagrosa, que tendrá éxito en la medida en que se hace de acuerdo al criterio del Señor y que se dirija mar adentro, a lo profundo.
Profundidad que significa orientar la existencia hacia Cristo, su vida y enseñanza, que no sea un simple barniz y no profundiza en el misterio de Cristo, en el misterio Pascual del cual hablaba San Pablo.
Sucede en nuestros días que se presenta un Cristo bonachón, que nada exige ni interpela, llegándose al hecho que el enviado del Padre no convenza a nadie porque muchas veces presentamos una idea de un Cristo aguachento, facilongo en sus exigencias y que cada uno adapta a su propio parecer sin que pese en la conciencia del hombre.
Hemos de proclamar un Cristo que entusiasme, que se manifiesta como Salvador y es aquí donde se produce el cambio total, al igual de lo sucedido con Pedro que se sentía pecador y exclama “aléjate de mí que soy un pecador”.
Jesús responde haciéndolo pescador de hombres. Nuevamente la gracia de Dios es la que da la fuerza necesaria, y así como el Serafín purifica los labios de Isaías, el llamado del Señor habilita a Pedro y demás discípulos a la obra de evangelización de las almas, de manera que la condición de pecador y debilidad se transforme en misión.
Finaliza el texto del Evangelio afirmando que ellos atracaron las barcas a la orilla y abandonándolo todo lo siguieron.
Sabemos que después siguieron siendo pescadores no solamente de hombres sino también siguiendo en su profesión Pero habían abandonado sus puntos de vista, lo que consideraban crucial en la vida para buscar el seguimiento de Cristo, que los había llamado para una misión superior.
Que el Señor nos ilumine, nos muestre el camino para que descubramos lo que Él quiere de nosotros y nos dé la fuerza para conseguirlo siguiendo sus pasos.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño en la ciudad de Santa Fe de la Vera Cruz, República Argentina. Homilía en el 5to domingo “per annum”, ciclo “C”. 06 de febrero de 2022. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com
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