19 de abril de 2022

Algunas indicaciones de Mons. Sergio Alfredo Fenoy, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz sobre la adoración eucarística en nuestras comunidades..

 “Nos hace bien estar en adoración ante la Eucaristía
para contemplar la fragilidad de Dios”
(Papa Francisco)
Queridos hermanos:
La Iglesia ha guardado siempre, religiosamente, a la Eucaristía como el tesoro más precioso porque vive de Ella. Su celebración es el centro de toda la vida cristiana. Siendo el sacramento por excelencia del misterio pascual es centro no sólo de la Iglesia universal, sino de cada comunidad local. Por eso, todo en la Iglesia se ordena a Ella, porque en Ella está contenido su bien espiritual que es el mismo Cristo, Pan de Vida.
La Eucaristía confiere al pueblo cristiano una dignidad incomparable. Porque mientras se ofrece el sacrificio, se realiza el sacramento y la Eucaristía es conservada en las iglesias y oratorios, Cristo es verdaderamente el Emmanuel, «Dios con nosotros». Porque día y noche está en medio de nosotros.
Por eso, el culto que se da a la Eucaristía fuera de la Misa es de un valor inestimable en la vida de la Iglesia y está estrechamente unido a la celebración del Sacrificio eucarístico. La presencia de Cristo bajo las sagradas especies que se conservan después de la Misa, deriva de la celebración del Sacrificio y tiende a la comunión sacramental y espiritual. El fin primero y originario de reservar la Eucaristía fuera de la Misa es la administración del viático. La distribución de la comunión y la adoración son fines secundarios.
Los libros litúrgicos señalan que esa reserva se hace en el sagrario, que habitualmente en cada iglesia debe ser único, destacado, convenientemente adornado y apropiado para la oración: “el Santísimo Sacramento, enseña San Pablo VI, ha de estar reservado con el máximo honor en el sitio más noble de las iglesias, conforme a las leyes litúrgicas”. Para alcanzar con más facilidad el fin de la adoración en privado, se propone la preparación de una capilla separada de la nave central, sobre todo en las iglesias que sean muy visitadas. Generalmente la llamamos “Capilla del sagrario o del Santísimo Sacramento”. Por último la “adoración eucarística perpetua o prolongada por mucho tiempo” aparece ligada a las comunidades religiosas y otras pías asociaciones, que según sus constituciones o normas, se dedican a ella. Estrictamente se entiende por “adoración eucarística perpetua” la adoración sin interrupciones durante las 24 horas.
Con el paso del tiempo la adoración eucarística se afianzó también en las parroquias y otras comunidades de fieles, donde ya era común la práctica de la “visita al Santísimo Sacramento”. Los últimos Pontífices la han recomendado vivamente. Así San Juan Pablo II, por citar sólo uno de sus textos, en la Carta Apostólica Mane nobiscum Domine, para el año de la Eucaristía, dice: “Aunque el fruto de este Año fuera solamente avivar en todas las comunidades cristianas la celebración de la Misa dominical e incrementar la adoración eucarística fuera de la Misa, este Año de gracia habría conseguido un resultado significativo”. Y el Papa Benedicto XVI, en su Exhortación Apostólica Postsinodal Sacramentum caritatis n.67, dice:“…recomiendo ardientemente a los Pastores de la Iglesia y al Pueblo de Dios la práctica de la adoración eucarística, tanto personal como comunitaria. A este respecto, será de gran ayuda una catequesis adecuada en la que se explique a los fieles la importancia de este acto de culto que permite vivir más profundamente y con mayor fruto la celebración litúrgica. Además, cuando sea posible, sobre todo en los lugares más poblados, será conveniente indicar las iglesias u oratorios que se pueden dedicar a la adoración perpetua. Recomiendo también que en la formación catequética, sobre todo en el ciclo de preparación para la Primera Comunión, se inicie a los niños en el significado y belleza de estar con Jesús, fomentando el asombro por su presencia en la Eucaristía”.
Por último el Papa Francisco en su Exhortación Apostólica Evangelii gaudium n.262, nos enseña: “Evangelizadores con Espíritu quiere decir evangelizadores que oran y trabajan. Desde el punto de vista de la evangelización, no sirven ni las propuestas místicas sin un fuerte compromiso social y misionero, ni los discursos y praxis sociales o pastorales sin una espiritualidad que transforme el corazón. Esas propuestas parciales y desintegradoras sólo llegan a grupos reducidos y no tienen fuerza de amplia penetración, porque mutilan el Evangelio. Siempre hace falta cultivar un espacio interior que otorgue sentido cristiano al compromiso y a la actividad. Sin momentos detenidos de adoración, de encuentro orante con la Palabra, de diálogo sincero con el Señor, las tareas fácilmente se vacían de sentido, nos debilitamos por el cansancio y las dificultades, y el fervor se apaga. La Iglesia necesita imperiosamente el pulmón de la oración, y me alegra enormemente que se multipliquen en todas las instituciones eclesiales los grupos de oración, de intercesión, de lectura orante de la Palabra, las adoraciones perpetuas de la Eucaristía”.
Teniendo en cuenta, entonces, que en estos años se han abierto en nuestra Arquidiócesis varias capillas de adoración eucarística, considero conveniente, como moderador, promotor y custodio (Cfr. c. 835 § 1) de toda la vida litúrgica en esta Iglesia particular, ofrecerles las siguientes indicaciones a fin de que sean observadas tanto en las comunidades donde los fieles realizan ya la adoración eucarística como en aquellas otras que desearían hacerlo. Están dirigidas especialmente a los Sres. Curas Párrocos quienes, bajo la autoridad del Obispo diocesano, son moderadores a su vez, de la sagrada liturgia en sus comunidades (c. 928 § 2). Y, en la medida en que sea conveniente, a los Capellanes y a los Consejos parroquiales de Pastoral. Dichas indicaciones son: 1.- La Iglesia recomienda vivamente la devoción tanto privada como pública de la santísima Eucaristía, fuera de la Misa, según las normas establecidas por la autoridad legítima (Ritual, n.135).
2.- Los fieles, al adorar a Cristo presente en el sacramento, deben recordar que tal presencia deriva del Sacrificio y que tiende a la Comunión sacramental y espiritual (Ritual, n. 136). La presencia eucarística de Cristo, es fruto de la consagración y debe aparecer como tal (Ritual, n.6). La celebración del misterio eucarístico comprende de modo más perfecto aquella comunión interna a la que la exposición se propone llevar a los fieles (Ritual, no. 139). La adoración eucarística no es sino la continuación obvia de la celebración eucarística, la cual es en sí misma el acto más grande de adoración de la Iglesia.
3.- Durante la exposición del santísimo Sacramento, está prohibida la celebración de la Misa en el mismo recinto de la iglesia u oratorio, a menos que la Misa se celebre en una capilla separada del recinto de la exposición y que por lo menos algunos fieles permanezcan en adoración (Ritual, n. 139).
4.- Los pastores deben procurar que, a no ser por una razón grave, las iglesias donde se reserva la santísima Eucaristía estén abiertas todos los días, por lo menos durante varias horas, en lo más oportuno del día, para que los fieles puedan fácilmente orar ante el santísimo Sacramento (Ritual n. 8).
5.- “Es aconsejable que en esas mismas iglesias y oratorios se haga todos los años exposición solemne del santísimo Sacramento, que dure un tiempo adecuado, aunque no sea continuo, de manera que la comunidad local medite más profundamente sobre el misterio eucarístico y lo adore; sin embargo, esa exposición se hará sólo si se prevé una concurrencia proporcionada de fieles, y observando las normas establecidas” (c. 942).
6.- No puede habilitarse una nueva Capilla de adoración eucarística sin la expresa autorización por escrito, del Arzobispo. Para ello, se entrevistará previamente con el Cura Párroco o Capellán y, si fuera el caso, con el Consejo parroquial de pastoral. Si el pedido lleva consigo la construcción de una nueva capilla o la adaptación de alguna estructura existente (especialmente cuando la comunidad ha madurado en el camino de la adoración y la misma ocupa un considerable período de tiempo), el Arzobispo requerirá la aprobación del proyecto por el área de edificaciones eclesiásticas de la JALMAS. Esta nueva capilla no debe estar en el mismo recinto de la iglesia parroquial donde se celebran habitualmente la Santa Misa, los otros sacramentos, las Exequias, etc. Este nuevo espacio sagrado debe contemplar la posibilidad de que puedan reunirse varios fieles para realizar la adoración con una celebración comunitaria (por ejemplo, Hora santa del primer jueves o primer viernes, oración con los chicos de catequesis, celebración de alguna de las Horas de la Liturgia de las Horas, etc.), que ayudará a valorar aún más la dimensión comunitaria de la adoración, que no tiene que ser siempre individual o en silencio.
7.-Aunque la capilla lleve el nombre de adoración “perpetua”, esto no significa que no pueda o deba -a veces- interrumpirse por una justa causa. El párroco o el capellán serán los responsables de indicar esa suspensión por el tiempo que crean necesario. A ellos les corresponde discernir las distintas situaciones en las que su comunidad se pueda encontrar, por ejemplo algunas celebraciones donde es importante la participación de toda la comunidad, como una fiesta patronal, o las mismas celebraciones del año litúrgico (Triduo Pascua, Navidad, Pentecostés, etc.). En efecto, cada lugar debe tener su propio ritmo de adoración, que podrá ir creciendo en calidad y número de adoradores, en la medida en que se difunda correctamente, con una catequesis adecuada a la enseñanza de la Iglesia sobre la Eucaristía y se organice con prudencia y sentido común, recordando que los fieles honran a Cristo Señor en el sacramento, según las posibilidades de su propia vida (cfr. Ritual n. 136). Creo importante subrayar que los momentos de adoración son todos igualmente valiosos y fecundos, por lo tanto no hay que poner el acento en la duración (que puede ser un par de horas a la semana, o todos los días, o unos pocos días y noches, o las 24 horas) ni en el horario que se elija (cada adorador debería elegir libremente aquel que su deber de estado le permita). Los párrocos pueden designar un coordinador o un equipo de adoradores, que lo ayuden a organizar mejor la adoración, pero siempre bajo su autoridad y responsabilidad. El Santísimo Sacramento expuesto solemnemente no deberá quedar nunca solo, por eso es importante organizar la distribución horaria, de acuerdo a lo que razonablemente determine el párroco en diálogo con el equipo.
8.- La exposición de la santísima Eucaristía, tanto si se hace con el copón, como si se hace con la custodia, debe realizarse dignamente y con la debida reverencia. El culto eucarístico reclama sobriedad y sencillez. Hay que evitar cuidadosamente “lo que de algún modo pueda oscurecer el deseo de Cristo quien instituyó la santísima Eucaristía, principalmente para ofrecerse a nosotros como manjar, medicina y consuelo” (Ritual, n. 138). Es importante ser muy cuidadosos a la hora de añadir al culto eucarístico elementos subjetivos, dictados por el propio gusto, o adornos superfluos, que no condicen con la centralidad austera de la Eucaristía y que pueden llevar a distraer la atención: “La Eucaristía está ante nosotros para recordarnos quién es Dios. No lo hace con palabras, sino de forma concreta, mostrándonos a Dios como Pan partido, como Amor crucificado y entregado. Podemos añadir mucha ceremonia, pero el Señor permanece allí, en la sencillez de un Pan que se deja partir, distribuir y comer. Está ahí para salvarnos. Para salvarnos, se hace siervo; para darnos vida, muere… Es delante del Crucificado que experimentamos una benéfica lucha interior, un áspero conflicto entre el “pensar como piensa Dios” y el “pensar como piensan los hombres”. Por un lado, está la lógica de Dios, que es la del amor humilde. El camino de Dios rehúye cualquier imposición, ostentación y de todo triunfalismo, está siempre dirigido al bien del otro, hasta el sacrificio de sí mismo. Por otro lado, está el “pensar como piensan los hombres”, que es la lógica del mundo, de la mundanidad, apegada al honor y a los privilegios, encaminada al prestigio y al éxito.
Aquí lo que cuenta es la consideración y la fuerza, lo que atrae la atención de la mayoría y sabe hacerse valer ante los demás” (Papa Francisco).
9.- Los pastores de almas deben cuidar con particular esmero que no se desvirtúe en los fieles que les han sido encomendados, la rectitud de intención con la cual se acercan a la adoración eucarística. Es natural que en los adoradores vaya creciendo el gozo, el consuelo y la piedad, conjuntamente con tiempos de aridez, desolación y verdadero desierto en la fe. El auténtico fruto espiritual de los momentos de adoración es el de buscar la voluntad de Dios para hacerse disponible a ella, como dócil discípulo. El Señor obra misteriosamente -para Él no hay nada imposible-. Siempre Él responde a quien le suplica confiadamente (cfr. Lc. 11, 9-10). Pero esto no significa que debamos prometer o esperar -como una especie de “recompensa” por nuestro tiempo de adoración- alguna gracia especial (“El Señor no realiza milagros con acciones espectaculares, no tiene la varita mágica”, suele decir el Papa Francisco) que a veces podemos instintivamente desear en momentos de angustia, enfermedad, injusticias, etc. Es importante purificar nuestra religiosidad de todo sentimiento mágico ante la Eucaristía (por ejemplo: “voy a la adoración y se me va a realizar lo que pido”; “si la hago en determinado turno, el Señor me recompensará más”). Pueden ayudarnos, en este sentido, estas palabras del Papa Francisco: “Dios se hace pequeño como un pedazo de pan y justamente por eso es necesario un corazón grande para poder reconocerlo, adorarlo, acogerlo. La presencia de Dios es tan humilde, escondida, en ocasiones invisible, que para ser reconocida necesita de un corazón preparado, despierto y acogedor. En cambio, si nuestro corazón, en lugar de ser una habitación amplia, se parece a un depósito donde conservamos con añoranza las cosas pasadas; si se asemeja a un desván donde hemos dejado desde hace tiempo nuestro entusiasmo y nuestros sueños; si se parece a una sala angosta, a una sala oscura porque vivimos sólo de nosotros mismos, de nuestros problemas y de nuestras amarguras, entonces será imposible reconocer esta silenciosa y humilde presencia de Dios. Se necesita ensanchar el corazón. Se precisa salir de la pequeña habitación de nuestro yo y entrar en el gran espacio del estupor y la adoración. Y esto nos hace mucha falta. Esto nos falta en muchos movimientos que nosotros hacemos para encontrarnos, reunirnos, pensar juntos la pastoral… Pero si nos falta esto, si falta el estupor y la adoración, no hay camino que nos lleve al Señor. Tampoco habrá sínodo, nada. Esta es la actitud ante la Eucaristía” (Homilía del 6 de junio de 2021).
10.- Si la adoración eucarística en nuestras comunidades se vive y experimenta de acuerdo a la doctrina espiritual de la Iglesia, se convertirá en un antídoto contra “la tentación de una espiritualidad oculta e individualista, que poco tiene que ver con las exigencias de la caridad y con la lógica de la Encarnación” (S. Juan Pablo II, Novo Millennio Ineunte n° 52), y los fieles evitarán “…el riesgo de que algunos momentos de oración se conviertan en excusa para no entregar la vida en la misión, porque la privatización del estilo de vida puede llevar a los cristianos a refugiarse en alguna falsa espiritualidad” (Papa Francisco, Evangelii Gaudium n° 262). “Podemos incluso creer, dice José Luis Martín Descalzo en una de sus Razones, que amamos a Dios cuando le “usamos” simplemente. No le amamos a él, sino al fruto que de él esperamos. Convertimos a Dios en “un ojo que me tranquiliza”, que me garantiza “mi” eternidad. Pero eso no es una verdadera religiosidad. Es, cuando más, simple narcisismo religioso”. La unión con Cristo, a la cual se ordena el mismo sacramento, ha de extenderse a toda la vida cristiana, de modo que quienes contemplen continuamente en la fe el don eucarístico, vivan su vida en acción de gracias bajo la dirección del Espíritu Santo. Siempre se ha de tener presente que el llamado a la santidad es la vocación y la tarea primordial del bautizado. Y que ésta se realiza cumpliendo cada uno con su propio deber de estado. Descuidar nuestras tareas para buscar un refugio en la adoración, podría constituir un desentendernos de este mundo, de la vida de todos los días y de nuestros hermanos, perdiendo la dimensión de una vida espiritual encarnada en la cotidianidad, con sus alegrías y tristezas, sus aciertos y dificultades.
11.- Los fieles que dedican un tiempo a la adoración eucarística deben recibir también el sustento de la Palabra de Dios, alimentándose espiritualmente con ella. Por eso, la lectura y la meditación de la palabra de Dios no pueden estar ausente durante la adoración personal o comunitaria. En el Santísimo Sacramento contemplamos y adoramos a Jesús; abriendo y leyendo detenidamente un trozo de la Santa Biblia, lo escuchamos y, en el silencio y la oración, le respondemos. En la adoración son importantes nuestras alabanzas, nuestra acción de gracias, nuestras peticiones. Algo que debe marcar dicho momento es la oración de intercesión: nuestra adoración debe ir acompañada de muchos rostros y sufrimientos ajenos: “Interceder no nos aparta de la verdadera contemplación, porque la contemplación que deja afuera a los demás es un engaño” (Papa Francisco Evangelii Gaudium 281-283).
12.- La celebración y la adoración de la Eucaristía favorece el desarrollo de las actitudes que generan una “cultura eucarística”, como la llama el Papa Francisco, porque nos impulsa a transformar, en gestos y actitudes de vida, la gracia de Cristo quien se entregó totalmente. La cultura eucarística es una forma de pensar y trabajar que se funda en el sacramento, pero que se puede percibir también más allá de la pertenencia a la Iglesia. La primera de estas actitudes es la comunión. La oración de adoración nos enseña a no separar a Cristo -cabeza- de su cuerpo: en la última cena, Jesús eligió, como signo de su entrega, el pan y el cáliz de la fraternidad. De esto se deduce que la celebración de la memoria del Señor, en la que nos alimentamos de su cuerpo y su sangre, requiere y establece la comunión con él y la comunión de los fieles entre sí. “La Eucaristía no es un sacramento «para mí», es el sacramento de muchos que forman un solo cuerpo, el santo pueblo fiel de Dios. La Eucaristía es el sacramento de la unidad. Quien la recibe se convierte necesariamente en artífice de unidad, porque nace en él, en su «ADN espiritual», la construcción de la unidad… este Pan de unidad nos sana de la ambición de estar por encima de los demás, de la voracidad de acaparar para sí mismo, de fomentar discordias y diseminar críticas; que suscite la alegría de amarnos sin rivalidad, envidias y chismorreos calumniadores” (Papa Francisco, Homilía del 18 de junio 2017)
13.- La segunda actitud es la del servicio-solidaridad. Los cristianos servimos a la causa del Evangelio entrando en los lugares de la debilidad y de la cruz para compartir y sanar. Hay muchas situaciones en la Iglesia y en la sociedad sobre las que se debe derramar el bálsamo de la misericordia con las obras espirituales y corporales: son familias con dificultades, jóvenes y adultos sin trabajo, ancianos y enfermos solos, marginados marcados por la fatiga y la violencia —y rechazados—, como también otros tipos de pobreza. En estos lugares de la humanidad herida, los cristianos debemos celebrar el memorial de la cruz y hacer vivo y presente el Evangelio del Siervo Jesús que se entregó por amor. Así, los bautizados siembran una cultura eucarística haciéndose servidores de los pobres, no en nombre de una ideología, sino del Evangelio mismo que se convierte en la regla de vida de cada persona y de las comunidades: “Y el amor hace obras grandes con lo pequeño. La Eucaristía nos los enseña: allí está Dios encerrado en un pedacito de pan. Sencillo y esencial, Pan partido y compartido, la Eucaristía que recibimos nos transmite la mentalidad de Dios. Y nos lleva a entregarnos a los demás. Es antídoto contra el “lo siento, pero no me concierne”, contra el “no tengo tiempo, no puedo, no es asunto mío”; contra el mirar desde la otra orilla” (Papa Francisco, Homilía del 23 junio de 2019)
14.- La tercera actitud es el impulso a la misión: “Es la sed de Dios la que nos lleva al altar. Si nos falta la sed, nuestras celebraciones se vuelven áridas. Entonces, incluso como Iglesia no puede ser suficiente el grupito de asiduos que se reúnen para celebrar la Eucaristía; debemos ir a la ciudad, encontrar a la gente, aprender a reconocer y a despertar la sed de Dios y el deseo del Evangelio” (Papa Francisco, Homilía del 6 de junio de 2021).
15.- Así, de la adoración se desprende una renovada imagen de la Iglesia, presentada como “No un círculo pequeño y cerrado, sino una comunidad con los brazos abiertos de par en par, acogedora con todos. La Eucaristía quiere alimentar al que está cansado y hambriento en el camino, ¡no lo olvidemos! La Iglesia de los perfectos y de los puros es una habitación en la que no hay lugar para nadie; la Iglesia de las puertas abiertas, que festeja en torno a Cristo es, en cambio, una sala grande donde todos ―todos, justos y pecadores― pueden entrar” (Papa Francisco)
Deseo de corazón que el auténtico crecimiento de la adoración eucarística en nuestra Arquidiócesis fomente necesarios procesos de renovación y conversión en nuestras comunidades, de modo que la salvación que brota de la Eucaristía se traduzca en los campos de la caridad, la solidaridad, la paz, la familia y la misión permanente. 


Los saludo con todo mi afecto.
+ SERGIO ALFREDO FENOY
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz
Santa Fe de la Vera Cruz, Jueves Santo 14 de abril de 2022.-
Año del 125º Aniversario de la Creación de la Diócesis de Santa Fe


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