Para crecer en la vida interior es necesario participar de la fracción
del Pan y reconocer que el Señor se entrega totalmente a sí mismo.
El día de la resurrección por la tarde acontece este encuentro entre
Jesús y los discípulos que se dirigen a Emaús. Ellos están desolados, tristes, y Jesús los
acompaña en ese caminar, dispuesto a abrirles los ojos para que comprendan y se afirmen en la verdadera fe, en relación con
lo sucedido.
Ante la pregunta de Jesús inquiriendo acerca de lo
que están hablando, ellos responden narrando los acontecimientos según fueron
vividos por ellos mismos, y afirman que esperaban un suceso distinto.
¿Qué esperaban? A un Mesías político, por eso les costaba entender a las
mujeres que afirmaban que no estaba el cuerpo de Jesús en el sepulcro y que
unos ángeles les habían dicho que estaba vivo.
Les resultaba difícil también, entender el testimonio de Juan y Pedro,
porque cuando se espera de Cristo otra cosa que no sea su misión como Salvador,
se tienen los ojos a oscuras, no se lo puede contemplar.
Imposible conocer al Señor si uno cree que su venida entre nosotros
significa resolver los problemas cotidianos de la vida del hombre.
En efecto, esto sucedió con la multiplicación de los panes (Jn. 6) ocasión
en la que Jesús reprocha a la multitud diciéndoles que lo buscan porque les dio de comer el pan material, cuando Él
viene a darles otro alimento, el pan de vida, la Eucaristía.
Cuando se espera de Jesús algo distinto de lo que
Él es y de su misión, no se lo encuentra, el ser humano está perdido. Y aunque
camine junto a nosotros, no lo reconocemos porque esperábamos otra cosa, pero
Jesús se compromete de todos modos a lograr que se abran nuestros ojos a partir
de la explicación de lo que anuncian las Escrituras.
Explica las Escrituras para que entendamos que fue
anunciado desde antiguo. Precisamente en varias plegarias eucarísticas de la
Misa, se recuerda este hecho de que Jesús explica las escrituras y parte para
nosotros el pan.
La Palabra y la Eucaristía que es la Palabra
encarnada, o sea, el mismo Cristo resucitado, que se da como alimento, van juntas
como dones que recibimos para nuestro crecimiento y madurez espiritual, y ambas
se presentan en este encuentro con los discípulos caminantes
Y así llegamos a Emaús. Jesús amaga seguir
caminando, pero le dicen “quédate con nosotros, porque ya el día declina”,
anochece.
¡Qué hermoso poder reconocer en nuestra vida que esta
se transforma en noche cuando Jesús no está con nosotros!
¡No te vayas, Señor, quédate con nosotros! En medio
de las tentaciones y de nuestras debilidades y angustias, suplicar siempre: ¡quédate
Señor conmigo, no me dejes, no te vayas. Mi vida anochece si tú no estás
conmigo. Pero se hace la luz si tú me acompañas y me muestras tu voluntad!
Y ya en la posada, Jesús toma el pan, lo parte y da
de comer a los dos discípulos. Y allí se les abrieron los ojos y Jesús
desaparece.
El gesto de la fracción del pan en el Señor, significaba
la entrega de sí mismo como alimento, como se había entregado al sacrificio de
la Cruz.
Para el pueblo judío compartir el pan con alguien
significa que previamente comparten una amistad, una vida. Y acá Jesús les está
diciendo eso, y mucho más todavía. Les está revelando que Él se entrega totalmente como alimento, y a su vez anuncia
el banquete celestial.
Y ahí descubrimos algo muy importante, cómo los
ojos comienzan a ver en la presencia de la Eucaristía. Es notable cómo en
nuestro tiempo no pocos que provienen de las iglesias luterana o anglicana, se
convierten al catolicismo por el milagro de la Eucaristía. Porque al no tener a
Jesús vivo en sus cenas celebratorias, se sienten como si no tuvieran nada. Les
falta lo más importante que es la presencia del Jesús vivo.
Este hecho nos debe mover a no dejar nunca de tener
hambre de Jesús vivo. Porque eso no solamente nos va a llevar a participar
siempre de la Eucaristía, de la Misa Dominical, sino también a prepararnos a
limpiar nuestro corazón del pecado para poder recibirlo en la comunión.
Si queremos crecer en la vida interior es necesario
participar de la fracción del Pan, reconocer que el Señor se entrega totalmente
a sí mismo y espera que también nosotros
nos entreguemos a Él, por lo que hemos de ir cada día a su encuentro con
entusiasmo.
Y de este encuentro con el Señor, se sigue la
misión evangelizadora.
Así sucede que los discípulos de Emaús vuelven
presurosos a Jerusalén a comunicar la buena noticia: ¡Cristo ha resucitado! ¡Cristo
vive!
Nos ha de impulsar también a nosotros ese mismo
entusiasmo de hacernos presentes en el mundo de hoy, con sus dificultades y con
sus ignorancias respecto a Cristo para hablarles del Señor.
Con esa fuerza, con esa energía que, por ejemplo,
tenía San Pedro después de su conversión, proclamando las maravillas del Señor,
afirmando que hemos sido salvados por el Resucitado, el cual a su vez nos
entregó al Espíritu Santo y que nos rescató, no con bienes preciosos, sino con
su propia muerte (I Pet. 1,17-21).
Queridos hermanos: Ya no podemos volver atrás,
pertenecemos a Cristo por el bautismo. Por eso cuando el cristiano decide alejarse
del Señor, no vive en paz.
¡Cuánta gente dice: me falta algo en la vida,
cuando en realidad se debiera decir, me falta alguien, Cristo que viene a hacernos
vivir como resucitados.
Pidámosle que se quede con nosotros, pidámosle a la
Virgen Santísima bajo la advocación de Guadalupe que ayer y hoy celebramos, que
nos lleve como de la mano al encuentro de su Hijo, y que con su maternal
protección busquemos siempre estar con su Hijo, reconociendo que nuestra vida tendrá
sentido si Él está con nosotros.
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