Hemos escuchado recién en el libro del Éxodo (19,2-6) cómo los israelitas llegan al monte Sinaí y acampan al pie, y será allí el lugar donde se concretará la alianza entre Dios y ellos constituyéndose en pueblo elegido.
Ellos habían salido de Egipto por el poder de Dios y son conducidos a la tierra prometida por Moisés, quien transmite el mensaje divino: "Si escuchan mi voz y observan mi alianza serán mi propiedad exclusiva, ...serán para mí un reino de sacerdotes y una nación que me está consagrada".
Israel será un pueblo que está muy cerca del corazón de Dios y
por el cual Dios quiere llegar a todos los pueblos de la tierra, para que todos puedan conocer la verdad, el misterio de
Dios.
Ese misterio de Dios que se manifiesta plenamente con la venida del Hijo de Dios haciéndose hombre en el seno de María Santísima.
En el texto del Evangelio (Mt. 9,36-10,8) nuevamente nos encontramos con el amor misericordioso de Dios, ya que sigue en pie la elección que había hecho del pueblo de Israel en el Antiguo Testamento. Por eso, es que Jesús, cuando envía a los discípulos, les dice vayan a buscar las ovejas perdidas de Israel. Recién después de la resurrección de Jesús, antes de su ascensión, enviará a los discípulos a que vayan por todas partes y prediquen el Evangelio de la conversión. Pero en este primer momento, los envía a las ovejas perdidas de Israel.
Y así como Dios se conmovía tantas veces en el Antiguo Testamento por ese pueblo muchas veces infiel y descarriado, pero siempre amado, también en el Nuevo Testamento encontramos que Jesús siente pena ante las gentes que parecen ovejas sin pastor.
Ese misterio de Dios que se manifiesta plenamente con la venida del Hijo de Dios haciéndose hombre en el seno de María Santísima.
En el texto del Evangelio (Mt. 9,36-10,8) nuevamente nos encontramos con el amor misericordioso de Dios, ya que sigue en pie la elección que había hecho del pueblo de Israel en el Antiguo Testamento. Por eso, es que Jesús, cuando envía a los discípulos, les dice vayan a buscar las ovejas perdidas de Israel. Recién después de la resurrección de Jesús, antes de su ascensión, enviará a los discípulos a que vayan por todas partes y prediquen el Evangelio de la conversión. Pero en este primer momento, los envía a las ovejas perdidas de Israel.
Y así como Dios se conmovía tantas veces en el Antiguo Testamento por ese pueblo muchas veces infiel y descarriado, pero siempre amado, también en el Nuevo Testamento encontramos que Jesús siente pena ante las gentes que parecen ovejas sin pastor.
Las entrañas
del Señor están allí sintiéndose cerca de esa multitud que
deambula, que le falta guía. Podríamos imaginarnos al Señor Jesús caminando por
las calles de Santa Fe o de este mundo y seguramente sentiría mucha pena al ver
a tanta gente sin pastor, que no sabe qué hacer de su vida, o que si en algún
momento vivía en unión con Dios, por los vaivenes de la vida o las
seducciones de una sociedad de consumo, abandonan a Aquel que es la vida con
mayúscula.
Porque también en nuestra época, en nuestros tiempos, hay mucha
gente que está sin ese pastoreo del Señor, por eso que el pedido de Jesús se
hace apremiante: "Rueguen al dueño de los sembrados para que envíe operarios".
Recemos, pues, para que sean muchos los que respondan a este llamado y que, a su vez, nos dispongamos a hacer presente el Evangelio
de la salvación en los ambientes en los que estamos insertos: familia, universidad, política etc.
En efecto, el envío de los apóstoles llega también a nuestros días, constituyéndonos enviados a un mundo tan alejado de Dios, por lo que debemos conmovernos al ver tanta gente confundida sin la guía
del Señor, porque también ahí debemos predicar el Evangelio de salvación.
A su vez tenemos la certeza que en medio de las dificultades estamos con Jesús que nos guía.
Precisamente el apóstol San Pablo, en la
segunda lectura (Rom. 5,6-11), nos dice que cuando éramos débiles fuimos redimidos, fuimos
salvados por la muerte en cruz de Jesús. Esa muerte en cruz que significó
rescatarnos del pecado para que podamos formar parte de este nuevo pueblo de
Dios que Jesús vino a sellar con su sangre, la iglesia.
Recuerda el apóstol que apenas podrá haber
alguien que dé la vida por alguien a quien quiere, pero que
alguien de la vida, por aquellos que han pecado, que se han separado del que
ofrendó su vida, solamente aconteció con Jesucristo, que murió por nosotros,
pecadores, que murió por nosotros, que justamente tantas veces lo hemos
rechazado o marginado de nuestras vidas.
Queridos hermanos: aprendamos de este
amor inmenso de Dios para con nosotros, y así animarnos a responderle
también amándolo sobre todas las cosas, llevando su palabra a todos
aquellos que todavía no lo conocen o se han olvidado o lo conocen mal, contando para ello con la
gracia que nos acompaña y fortalece en esta tarea.
Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario. Homilía en el domingo XI del tiempo durante el año. 18 de junio de 2023, en Santa Fe, Argentina.
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