En la primera oración de esta misa, suplicamos a "Dios de misericordia y origen de todo bien, que en el ayuno, la oración y la
limosna nos muestras el remedio del pecado, mira con agrado el reconocimiento de nuestra pequeñez", reconociendo que le agradaba precisamente que nos humilláramos delante suyo.
¿Y por qué estos tres signos cuaresmales? porque el ayuno o cualquier penitencia cuaresmal, permite el dominio sobre el cuerpo, luchar contra nuestras pasiones. La oración nos abre a Dios nuestro
Señor, permite dirigirnos a Dios como indigentes que somos, y la limosna abre el corazón ante los demás que están necesitados.
De hecho, tanto la Sagrada Escritura como los santos Padres insisten que la limosna cubre multitud de pecados.
La segunda enseñanza la encontramos
en la primera lectura proclamada (Éxodo 20, 1-17), donde Dios realiza su alianza, su pacto, con
el pueblo de Israel, con el pueblo elegido.
Para realizar este pacto, Dios recuerda al pueblo que Él lo sacó de Egipto, de la esclavitud, para hacerlo libre. Pero ahora es el momento de la respuesta del pueblo de Israel al amor divino que han recibido.
La respuesta será la vivencia
de los mandamientos que permiten al hombre justamente seguir siendo libres,
porque el pecado esclaviza, es causa de todos los males en la sociedad.
De hecho, si
toda la humanidad cumpliera los diez mandamientos, el mundo sería totalmente
distinto. Por lo que a través de estos mandamientos, o diez palabras, que es lo
que significa el término decálogo, Dios señala en qué
consiste el culto que debemos darle y, por otra parte, cómo ha de ser
nuestra relación con el prójimo.
A estos diez mandamientos o diez palabras, Jesús los resume en dos: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón,
con toda tu alma, con toda tu vida, y amarás a tu prójimo como a ti mismo".
Los mandamientos liberan el corazón del hombre, ayudan a salir de la esclavitud del pecado, como Dios liberó de Egipto a Israel.
En efecto, el pecado de los orígenes oscurece el entendimiento del hombre y debilita su voluntad, por lo que la ley muestra el camino que lo hace libre, ley divina impresa en el corazón humano y que puede ser conocida por todos por medio de la razón.
En tercer lugar nos encontramos con el texto del Evangelio (Jn. 13-25). Se acercaba la pascua de los judíos y Jesús llega al templo de Jerusalén y observa que en el
atrio del templo, se encuentran los cambistas que ofrecen el dinero del templo a cambio de las monedas romanas, con las que no se puede ingresar, y a su vez se encuentran
los animales que la gente compra con el dinero cambiado para después ofrecer en sacrificio a Dios.
De
manera que este era un espectáculo bastante común y Jesús lo sabía, pero toma la determinación de expulsar a todos del recinto porque quiere dar un signo.
Echa a los vendedores, expulsa a los
animales y dirá "no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio".
¿Qué
quiere señalar con esto el Señor? Enseña con este hecho que con su muerte y resurrección
termina el culto del Antiguo Testamento y comienza el del Nuevo
Testamento, y así la presencia del viejo templo de Jerusalén cede su
lugar a aquel que es el Nuevo Templo, es decir, Cristo nuestro Señor.
En efecto, Jesús se convierte en aquel que se entrega al Padre por la salvación del hombre, se ofrece en sacrificio, por eso también la expulsión de los animales,
porque la única víctima que será ofrecida y que satisface al Padre es
precisamente Él mismo, que se entrega como ofrenda perfecta,
agradable a Dios.
Y así, Jesús se constituye en el Nuevo
Templo e invita a todos que nos transformemos en Nuevo
Templo del Espíritu. Precisamente viviendo estas tres condiciones de las que
hablaba en primer lugar, el ayuno, la oración, la limosna, y caminando por este
camino de la liberación que son los diez mandamientos, podemos ser templos del Espíritu Santo y dar también culto
verdadero a Dios nuestro Señor.
Por otra parte, la muerte en cruz de Jesús no es comprendida ni
por judíos ni por paganos refiere San Pablo (1 Cor. 1, 22-25). Pero lo que parece ser algo
insensato a los ojos de los demás, para Dios es un signo de sabiduría, si parece como signo de debilidad, insiste el apóstol, para Dios es
un signo de fortaleza. Porque justamente a través del empequeñecimiento, de la
humillación, es como Jesús salva, redime y conecta nuevamente con
el Padre del Cielo.
Ojalá mientras caminamos en este tiempo de
cuaresma nos convirtamos con todo lo que ofrece el Señor como
medio.
Aspiremos a una conversión sincera, que el Señor realmente pueda sentirse feliz
porque hemos transformado nuestra vida, no sea que suceda lo que señala el
texto del Evangelio, que si bien se habían convertido unos cuantos creyendo en
Jesús, sin embargo no les prestaba mucha atención porque como conocía el
interior de cada uno, sabía que su conversión era pasajera y no permanente.
A
eso hemos de aspirar nosotros, a una conversión, a una reforma de vida que
perdure en el tiempo, no solamente para el tiempo de cuaresma o para la pascua,
sino que sea realmente un camino nuevo para cada uno.
Pidamos la gracia de lo alto
para que siempre contemos con la ayuda divina para llevar a cabo todo esto que
Dios nos propone.
Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 3er domingo de Cuaresma. ciclo B. 03 de marzo de 2024
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