El texto es muy claro, la causa de estos males corresponde a la infidelidad del pueblo, ya que los profetas enviados por Dios son
rechazados o muertos y, tanto los jefes como los judíos se han apartado del Señor, profanando el culto y cayendo en el pecado, llegando a tal punto que ya no hubo más remedio.......
O sea, ya no se puede hacer nada para salvar al pueblo caído en la infidelidad a Dios, por lo que Jerusalén y el Templo son destruidos, muere mucha gente y los sobrevivientes son desterrados a
Babilonia.
Pero Dios rico en misericordia, como escuchábamos en la segunda
lectura, suscita a alguien para que el pueblo retorne a su tierra, y así, será el rey persa Ciro, quien permita regresar a los judíos a
su tierra, ayudándoles para reconstruir el templo y la ciudad de Jerusalén.
Como Señor y guía de la historia humana, Dios se vale de dos personajes diferentes: Nabucodonosor será la mano del castigo divino con el destierro por setenta años, y Ciro para mostrar claramente que todo está sujeto a la soberanía divina.
Reflexionando acerca de nuestra realidad actual, entendemos que el desastre al que ha llegado nuestra Patria se debe precisamente al olvido de Dios, a su desaparición de la cultura, de las costumbres, de la vida de muchos de los que
gobiernan y los gobernados, donde el amasar fortunas mediante la corrupción de no pocos ha sido moneda
corriente durante muchos años.
Todas esas injusticias indudablemente se
vuelven contra la nación, en especial la perversa ley del aborto
que fue impuesta a todos los argentinos, clamando al cielo el grito de los inocentes sacrificados.
De allí la necesidad de volver a Dios, no solamente a través
del culto, que es lo que reclama también el libro de las crónicas, sino también
llevando una vida moralmente buena, buscando a Dios, agradándole y
buscando siempre el bien de los demás.
Recordemos que siempre el
olvido de Dios lleva al olvido de los hermanos, ya que es imposible amar al prójimo si no
se ama antes a Dios nuestro Señor.
Y Dios amó tanto al mundo (Jn. 3, 14-21), proclama la
liturgia de hoy, que envió a su Hijo único y lo entregó a la muerte, para que "todo el que cree en Él no muera, sino que tenga vida eterna".
En efecto, es a
través de la muerte de Cristo crucificado, por la que la salvación del hombre está garantizada e invita a responder al Señor con la misma generosa entrega de nosotros mismos.
Ahora bien, Dios que, como dice el texto de San Pablo (Ef. 2, 4-10), es rico en
misericordia, sin embargo, a menudo no sabe qué hacer con nosotros a causa del pecado personal o comunitario, de modo que la vida pecaminosa del
hombre llega al colmo que, como observa la primera lectura, ya no hubo más
remedio, ya no hay más remedio.
Pero Dios sigue apostando por nosotros y
esperando la conversión, el cambio de vida, el tomar en serio el hecho de que
somos hijos adoptivos del Padre que nos busca, que ama tanto que entregó a su Hijo a la muerte por nuestra salvación.
De allí, que así como fue levantada la serpiente de bronce en el desierto, en la época de Moisés, para que
quienes habían sido mordidos por la misma, contemplándola se curaran, así también, elevado Cristo en la cruz, los que creemos en Él seamos salvados.
No se nos impone creer en Jesús, se nos invita a ello, y cada uno deberá dar su respuesta, conociendo las consecuencias de su
elección. Si cree en Dios, si cree en Jesús como salvador o si no cree en Él
como salvador. Tenemos que mirar entonces al Cristo crucificado y ahí recordar
entonces que tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo para salvarnos. Por eso es
necesario que nos transformemos en hijos de la luz como recuerda
en Evangelio.
San Juan, en el prólogo de su Evangelio y en el
texto de hoy, precisamente habla de que vino la luz, pero las tinieblas o
los que viven en las tinieblas no la recibieron. El que vive en el mundo
tenebroso del pecado huye de la luz, porque sus obras quedan expuestas. El que
obra en cambio conforme a la luz, obra al bien, no tiene problema en acercarse
a Cristo que es la luz del mundo.
Hermanos, avanzamos en este tiempo de Cuaresma y llegaremos a la Semana
Santa, a la Pascua del Señor y allí celebraremos justamente la
resurrección de Cristo que después de haber pasado por la cruz, vuelve otra vez
a la vida y nos entrega la vida eterna, porque el que cree en Él tiene la vida eterna.
Pidámosle al Señor que se siga manifestando su poder, que el pecado sea abatido y vencido y brille con más esplendor
la abundancia de su gracia divina que tanto necesitamos.
Si bien Dios es rico
en misericordia, es también justo y quiere nuestra respuesta. El mundo hoy en día
sigue pensando en que Dios es tan bueno que hace la vista gorda a todo, sin embargo, el libro segundo de las Crónicas asegura que no es lo que sucede.
Y esto es así, porque justamente el pecado
enceguece a quienes lo hacen y culmina con la destrucción de ellos mismos, como
acabamos de escuchar en la primera lectura. Pidámosle al Señor que podamos salir siempre de los engaños del demonio para brindarle a Dios un
culto limpio y entregarnos siempre a su servicio.
Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 4to domingo de Cuaresma. ciclo B. 10 de marzo de 2024
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