El domingo anterior reflexionamos acerca de la renovación de la alianza que Josué reclama a las tribus de
Israel antes de entrar a la tierra prometida. En este domingo nos encontramos, en cambio, con la primera alianza realizada por Moisés que asegura la llegada a la tierra prometida toda vez que se cumpla con el pacto realizado con Dios. La primera lectura de este
domingo (Deut.4,1-2.6-8), precisamente , refiere a esa primera alianza realizada con Dios por
medio de Moisés, el cual afirma con toda claridad que es necesario vivir a
fondo los mandamientos, la ley de Dios. El pueblo elegido, si se dirigía a la
tierra prometida, tenía que comprometerse a una amistad profunda con su Dios,
con su Creador, con aquel que lo había liberado de la esclavitud de Egipto.
La ley de Dios de ninguna manera esclaviza al hombre, sino al contrario
lo libera, porque le permite tener siempre una referencia concreta de aquello
que es bueno y agradable a Dios y de aquello que es malo y que es reprobado por
Dios nuestro Señor, y que perjudica ciertamente a la vida y existencia del
hombre.
Esto es así, porque siempre el pecado, el mal, es un lastre que se apodera de
nosotros e impide vivir la vida digna de hijos de Dios.
Por eso es importante afirmarnos
nuevamente en esta vivencia de la ley de Dios, porque es a través de ella como
se cumple aquello que el mismo Dios había dicho: Yo seré el Dios de ustedes y
ustedes serán mi pueblo si escuchan mi palabra y la cumplen.
A su vez, recién cantábamos, "Señor, ¿quién habitará en tu casa?" ,y desglosando a continuación el salmo 14, destacábamos las condiciones necesarias para habitar en la casa o tierra prometida del cielo, como la práctica de la justicia y el hacer el bien al prójimo.
De este modo lo que es agradable a Dios nos permite ir preparándonos en este mundo para habitar en la casa definitiva, o sea, la tierra prometida del cielo, a la cual nos dirigimos con fe y con esperanza cada día toda vez que nos mantenemos fieles al Señor.
En la segunda
lectura, el apóstol Santiago (117-18.21b.22.27), continuando de alguna manera con lo afirmado en el Deuteronomio, asegura que "Todo lo que es bueno y perfecto es un don de lo alto y desciende del Padre", por lo que hemos de recibir con docilidad la palabra sembrada en nosotros que es capaz de salvarnos, poniendo en práctica esa palabra sin contentarnos sólo con oírla.
A su vez, la palabra divina permite vivir una religiosidad pura que consiste en ocuparse del prójimo y no contaminarse con el mundo.
Por lo tanto todo lo que es bueno procede de Dios nuestro
Señor y, hemos de vivir eligiendo siempre todo aquello que
implica glorificar a Dios y enaltecer al ser humano en su vida concreta de cada
día.
De manera que nuevamente se reafirma la necesidad de vivir en
unión con Dios en este seguimiento de su palabra, de Aquél que es la Palabra hecha carne, o sea, Jesucristo
nuestro Señor.
Por otra parte, recién cantábamos, "Señor, ¿quién habitará
en tu casa?" Y ahí, el Salmo iba desglosando todo aquello que es bueno, que es
agradable a Dios y que permite prepararnos en este mundo para habitar
en la casa definitiva, o sea, la tierra prometida del cielo, a la cual nos
dirigimos con fe y con esperanza cada día de nuestra vida, toda vez que nos mantenemos
fieles al Señor.
El texto del Evangelio (Mc.7,1-8.14-15.21-23) también va por esta línea de buscar
agradar a Dios, por lo que se suscita una controversia con los fariseos y algunos escribas venido de Jerusalén, atados a las tradiciones humanas que se remontan al pasado, descuidando no pocas veces el cumplimiento de la misma ley divina.
¿Cuál es la controversia? Jesús le dirá a los
escribas y fariseos que deben observar la ley de Dios y no atarse a las
tradiciones de los hombres que fueron agregadas en el decurso del tiempo a la
misma ley de Dios, asfixiándola e impidiendo que esté presente en la
vivencia del pueblo de Israel.
En efecto, mientras se preocupaban por los
ritos de purificación legal, no vivían o vivían menos o se olvidaban con
frecuencia, de vivir los mandamientos de la ley de Dios.
Por eso, Jesús explica realmente el verdadero sentido de todo esto, que no es impuro el
alimento que recibimos, sino que lo que hace impuro al hombre es lo que sale de
su interior.
Por eso va a decir con total crudeza que realmente lo que hace
apartarse al hombre de Dios es lo que sale de su interior, porque es del
corazón del hombre donde nace todo aquello que es pecado, que es malo y que no
solamente ofende a Dios sino también perjudica en nuestras relaciones con los
demás, como la fornicación, los adulterios, la envidia, la ira, el odio, el robo,
etc.
Por eso es muy importante volver siempre a la fuente, al origen de la
santidad a la cual se nos invita a vivir, y que implica el seguimiento de Jesús, de su palabra, de vivir los mandamientos, la lucha permanentemente
contra todo aquello que nos impide vivir en plenitud como hijos adoptivos de
Dios.
Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXII del tiempo per annum. Ciclo B. 01 de Septiembre de 2024.
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