Previamente a este texto del
Evangelio, Jesús había anunciado por tercera vez que se dirigía a Jerusalén para ser entregado en manos de los pecadores, morir crucificado y
resucitar al tercer día. Y esto Jesús lo expresa delante de sus discípulos. O
sea, está anunciando lo que profetizara Isaías (53,10-11) como acabamos de escuchar en
la primera lectura, donde se indican los sufrimientos que ha
de padecer el Mesías, cumpliéndose aquello de "mi servidor justo justificará a muchos y cargará sobre él las fatigas de ellos".
Pero los discípulos están pensando en otra cosa, en la gloria mundana, no en la gloria eternal. Están
pensando en un triunfo aquí en este mundo, todos están en lo mismo. La única
diferencia es que Santiago y Juan se adelantaron y le pidieron a Jesús este
honor de estar a su derecha y a su izquierda en el reino. O sea, manifestaron
con toda claridad esa tendencia muy común del ser humano que es la de tener
poder, poder mandar, estar por encima de otros, vivir de una manera, podríamos
decir, enaltecida. Sin embargo, Jesús anunciará un panorama distinto, por lo que les dirá que no saben lo que piden.
O sea, si siguen a Jesús como discípulos suyos, tienen que tener otra meta en la vida, no aquella que es propia de
los dirigentes de este mundo, que lo que hacen es mandonear a sus súbditos,
dejando bien en claro cuál es su poder, presumiendo del honor que tienen, haciendo no
pocas veces lo que se les ocurre, aún lo ilícito.
O sea, los poderosos de este mundo manifiestan esa tendencia propia del que manda, que cree que lo puede todo y
que puede disponer de todo, no solamente de los bienes, sino también de las
personas.
Y este afán de poder, que por lo tanto mira muchas veces al
sometimiento de otros, no solamente lo vemos en el plano político, económico, social,
también en las familias, en las organizaciones, en los sindicatos y también
dentro de la Iglesia.
El afán de poder, en realidad, no es más que una
manifestación de un complejo de inferioridad, y así, cuanto menos me considero a mí
mismo, más busco resplandecer en otro campo, a través del poder de la
autoridad, apoyándome en factores externos para alcanzar aquello de lo que carezco.
Cuando en realidad la verdadera actitud es siempre el considerar lo que uno es, humus, que significa tierra y de ahí viene humildad, que es muy diferente al complejo de inferioridad.
Cuanto más el ser humano
siente tentación por creérsela, debe recordar lo que es, tanto delante de
Dios como de los hombres, que no somos nada más que polvo y en eso nos convertiremos.
Lo que nos enaltece es
precisamente la gracia que Dios otorga y que hemos de aprovechar para ser cada día
más santos, de allí entonces la necesidad de buscar otro tipo de poder que es
el del servicio, como señala Jesús, ser servidor de todos.
El mundo sería distinto, si además de los apóstoles, toda persona que tiene autoridad en este
mundo pensara primero en servir a aquellos que le están sometidos en el plano
político, o en otros ámbitos de la vida, esto haría por cierto muy distinta la existencia
humana.
Qué manera diferente de ver la realidad si el mundo tuviera otro
rumbo y cayera en la cuenta que la soberbia no enaltece a nadie, sino que al
contrario nos entretiene cada vez más en la frivolidad.
De allí entonces la importancia de
tomar este criterio que nos deja Jesús y que Él sigue, el de hacerse servidor de
todos, esclavo de todos, aquel que no vino a ser servido sino a servir, aquel
que no usa de su divinidad y de su poder para someter a alguien, sino para
servir con más eficacia.
Pidamos al Señor que nos guíe de esta manera para que aprendamos a servir con generosidad siguiendo su ejemplo de Salvador.
Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXIX del tiempo per annum. Ciclo B. 20 de octubre de 2024.
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