28 de octubre de 2024

Nuestro Salvador Jesucristo destruyó la muerte e hizo brillar la vida, mediante el evangelio (2 Tim.1,10b)

 


El salmo 125 que entonamos recién, recuerda que "los que siembran entre lágrimas cantando cosecharán", provocado esto por la división en dos reinos del pueblo elegido, y la purificación vivida en el destierro, en el exilio padecido a causa del pecado.
Sin embargo, Dios siempre está cerca de la humanidad doliente, por lo que sabiendo que el pueblo elegido ha caído en el pecado y se siente desvalido ante tantos problemas y dificultades que nada puede hacer sin la gracia, sin la ayuda divina, hace realidad el que "grandes cosas hace Dios por su pueblo", como cantábamos recién, de modo que perdona la infidelidad  y reúne nuevamente a todos.
Ya el profeta Jeremías (31,7-9), anuncia una gran alegría para el creyente ya que "El Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel", y son reunidos "desde los extremos de la tierra", los cuales se fueron llorando al destierro y regresan llenos de consuelo, como anticipábamos, porque Dios es un padre para Israel.
Ahora bien, el que salva es el Mesías, que se hace presente entre nosotros para curar las múltiples dolencias, no solamente las del pecado, sino también, como lo ha manifestado,  las dolencias físicas, de todo aquello que impide de alguna u otra forma vivir a fondo la vida humana, la grandeza de la vida humana. 
El Hijo de Dios hecho hombre se presenta también como Sumo Sacerdote, un sacerdote distinto al que señala  la carta a los Hebreos (5, 1-6), donde el autor sagrado expresa que todo sacerdote debe ofrecer sacrificios por sus propios pecados y los de la comunidad y repetir constantemente estos sacrificios, mientras que Cristo, que es mediador entre Dios y los hombres, una sola vez ofrece el sacrificio de su cuerpo, en la muerte en cruz, para la salvación de las almas.
A su vez, contemplamos a Jesús (Mc.10, 46-52) yendo hacia Jerusalén, después de haber anunciado tres veces que se dirige a la ciudad santa para ofrecer su vida por la salvación de la humanidad, será allí donde será acusado, traicionado y muerto por los pecadores. 
Pero mientras Jesús va caminando, se encuentra con una humanidad doliente, ciega, en la persona de Bartimeo, el hijo de Timeo, este ciego mendigo que está al costado del camino,  escuchando pasar la multitud que va tras los pasos del Mesías.
El ciego comienza a gritar, "Jesús, hijo de David, ten piedad de mí", clamando porque por ser ciego, es un desechado de la sociedad, un marginado, y lo único que atina a hacer es mendigar para su sustento diario, sumergido en la conformidad de sus miserias.
Está  no solamente fuera de la sociedad, sino que no puede tampoco hacer nada en beneficio suyo, de su familia o de otros.
Es signo de la humanidad que tiene la ceguera propia del que no se ha acercado  a Cristo nuestro Señor, aunque lo haya visto alguna vez.
Hoy en día podemos decir que el mundo entero está ciego para ver a Jesús, no lo contempla, no lo ve, no comprende la presencia del Señor entre los hombres. También nosotros muchas veces estamos como ciegos, porque si bien creemos en Cristo nuestro Señor, las realidades de cada día del mundo nos atrapan, y entonces estamos ciegos para contemplar las cosas de Dios. 
O sea, para el ser humano, aún para el creyente, no pocas veces es más importante el celular, las redes sociales y todo aquello que llena el corazón vacío del ser humano, aunque no lo llena del todo porque falta precisamente la presencia de Cristo nuestro Señor. 
Como ciegos dolientes, hemos de gritar y pedir con fuerza, "Hijo de David, ten piedad de mí", y contemplaremos que  Jesús, no sigue adelante, no pasa de largo, sino que se acerca al que sufre, a cada uno de nosotros diciéndonos: "¿Qué quieres que haga por ti?,  "Maestro, que yo pueda ver", expresa el ciego y cada uno de nosotros, a lo que Jesús  responde, "Vete, tu fe te ha salvado".
¿Qué es lo que comenzó a ver el ciego curado y cada uno de nosotros? Que lo más valioso y lo más importante para el ser humano es el seguimiento de Cristo nuestro Señor, aquello  que el joven rico, no supo descubrir demasiado prendido a sus bienes temporales.
Bartimeo que recupera lo que le hacía falta, alcanza la luz, no solamente de los ojos, sino la luz interior, para caer en la cuenta que lo más importante en la adhesión en el seguimiento de Cristo, por eso una vez curado, va detrás de Jesús. 
Nos dice el texto que había pegado un salto, dejando su manto, con lo que quiere indicar que este hombre deja sus seguridades, el manto que tenía como único cobijo, para seguir a Jesús, seguir sus pasos, ir con la muchedumbre. 
¿A dónde van todos? A Jerusalén, porque allí Jesús se dará en sacrificio por la salvación de todos. 
También nosotros hemos de pedirle al Señor que nos otorgue la luz interior, para que descubramos las cegueras y nos curemos de ellas.
La ceguera que nos impide ver a Jesús en los acontecimientos diarios, que impide ver a Jesús en el rostro necesitado de nuestros hermanos, la ceguera que nos impide valorar realmente aquello que el mismo Jesús valora y que nos quiere entregar a cada uno de nosotros como bendición, como gracia especial. 
¡Ojalá iluminados interiormente podamos descubrirlo y seguirlo cada día con mayor empeño!


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXX del tiempo per annum. Ciclo B.  27 de octubre de 2024.

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