San Pablo habla de la necesidad de la fe para la
justificación, para ser salvados, y así, "Porque por gracia habéis sido salvados por medio de la fe, y esto no de vosotros, sino que es don de Dios" (Ef. 2,8).
Santiago Apóstol (2,14-18), a su vez, enseña expresamente que la fe debe
ser acompañada por las obras, ya que si faltan, la fe está muerta.
Lutero, cuando ataca las enseñanzas de la Iglesia y corrompe la fe verdadera, rechaza precisamente la doctrina expuesta por el apóstol Santiago, quedándose con la necesidad de la sola fe para la salvación.
O sea
que la salvación, según el hereje, se realiza por la gracia y por la sola fe, mientras la Iglesia enseña la necesidad de las obras.
De hecho, Jesús (cf. Mt. 25), cuando explica cómo seremos juzgados, dirá que se hará por las obras de misericordia, en la medida que lo hayamos contemplado a Él en el rostro de la persona asistida.
O sea, enseña Jesús que cada vez que vemos en el rostro del necesitado, su propio rostro,
realmente hemos obrado bien.
En el texto del Evangelio (Mc.8,27-35), Jesús interroga a los apóstoles preguntando acerca de lo que dice la gente sobre su persona, respondiendo Pedro "tú eres el Mesías", mientras que en el texto paralelo de Mateo (cf. 15,16-19) afirma: "tú eres el Hijo de
Dios vivo", reconociendo el Maestro que esa afirmación ha sido inspirada por Dios Padre.
En este pasaje de Marcos no aparece ese agregado, pero indudablemente se
entiende que es por inspiración divina que hace esa proclamación de fe.
A continuación, Jesús hace el anuncio de su Pasión y muerte en Cruz, lo cual produce una transformación en Pedro, revelando que en su mente está pensando en un mesianismo político que libere al pueblo del yugo romano, un Mesías que pondrá orden en
la sociedad, de tal manera que los judíos no sean más oprimidos por el extranjero.
Por eso, ante el reto de Pedro que intenta desestimar la entrega de Jesús en la Cruz, el Señor le responde que actúa inspirado por el demonio, que sus pensamientos no son de Dios, sino humanos.
Cristo es el Mesías pero ha venido para salvar a la humanidad a través del misterio de la cruz, ha de padecer y sufrir
como lo señala con toda claridad el profeta Isaías en la primera lectura (50, 5-9) con la figura del siervo de Yahvé, confortado por Dios.
Y por
eso también Jesús dirá que el que quiera ser discípulo suyo, el que quiera
seguirlo, que tome su cruz y lo siga, tratándose, eso sí, de la cruz que marca toda la
existencia humana, y que no es necesario buscarla porque las cruces en la vida vienen solas.
Por
ejemplo, cuando buscamos dar testimonio de nuestra fe en medio de la sociedad, sufriremos no pocas veces, burlas, desprecios, persecución.
Además, ¡cuántos
no consiguen un puesto o un cargo importante a pesar de tener las cualidades por el hecho de ser creyente, por ser seguidor de Cristo nuestro
Señor!
Si el católico, si el cristiano, se manifiesta contrario al aborto, recibirá la repulsa de todos los abortistas, cuando proclamamos el
Evangelio en las distintas situaciones de la vida, seremos desestimados.
¿Quién no tiene la experiencia de estar en una reunión, en una comida familiar
o con amigos y que se tocan temas religiosos? ¿Y cuántas veces nos quedamos
callados para no tener problemas? O si hablamos y decimos cuál es la verdad
revelada, somos tratados mal o mal mirados. No es fácil vivir en la sociedad en
la cual estamos insertos, sin al mismo tiempo sufrir las consecuencias de
nuestra fe. Por otra parte, el afirmar que Jesús es el Hijo de Dios vivo, que es el Mesías, cuesta caro en el andar cotidiano.
De hecho, ¿cuánta gente dice creer o
aceptar esa verdad pero en teoría, ya que en la práctica no lo
vive? ¿Cuántos bautizados que se dicen que creen que Jesús es el Hijo de Dios
vivo, prefieren antes de venir a misa, un domingo, ir a ventilarse al campo, a
la quinta, a pasarla bien, mirando los pajaritos, como algo más importante que
el culto divino? Y así podríamos seguir enunciando largamente lo que significa
acompañar la fe con las obras, tal como lo expresa el apóstol Santiago, y tal
como Jesús lo reclama en el Evangelio.
En definitiva, ¿por qué vamos a seguir a Jesús si no creemos que es el Hijo de Dios, el Salvador del mundo que viene a redimirnos?
El que cree en Él, en cambio, quiere seguirlo, tomar su cruz y todas las dificultades que surgirán, siendo sostenido por su gracia, perdiendo así la vida propia por el Señor.
En
cambio, el que quiere salvar su vida, trata de hacerse el distraído en medio de
la sociedad, que no se note que es católico, no sea que lo tachen de
fanático; y bueno, la va a pasar bien en este mundo, pero no delante
de Dios, nuestro Señor, delante de Jesús, que ama y fortalece al que es capaz
de jugarse por Él, y seguirlo, y tomar la cruz, y vivir como Él ha vivido.
Por
eso planteémonos todas estas cosas, miremos nuestra vida cotidiana, y veamos realmente cuál es el denominador común de nuestro existir.
Seguiré a Cristo, aunque esto me cueste, aunque esto me
haga sufrir, o prefiero pasarlo bien, disimular todo lo que pueda, mi fe
católica, con tal de no tener problemas.
Hermanos: la gracia de Dios no
nos faltará si decidimos seguirlo a Jesús, en este misterio de la cruz, que
es misterio de salvación.
Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXIV del tiempo per annum. Ciclo B. 15 de Septiembre de 2024.