8 de diciembre de 2025

"Aquel día, la raíz de Jesé se erigirá como emblema para los pueblos: las naciones la buscarán y la gloria será su morada".

 "¡Raza de víboras, ¿Quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca?", exclama Juan Bautista cuando muchos fariseos y saduceos acuden para ser bautizados, porque conoce que sólo lo hacen para aparentar, no están convertidos seriamente, o sienten curiosidad por el hecho que se realiza en el Jordán (Mt. 3,1-12). 
Esta impostura también puede darse en nuestra vida cotidiana, cuando aparentamos que creemos y esperamos la venida del Señor, pero no existe una conversión verdadera ante la certeza de la venida del Hijo de Dios hecho hombre, o la diferimos para el futuro.
Juan Bautista grita en el desierto, lugar del encuentro con Dios, pero también acontece que en el desierto nadie escucha, como sucede  cuando la Iglesia clama reclamando la conversión personal mientras el común de los mortales está en la frivolidad existencial.
Porque no pocos están pensando en otra cosa, o piensan que no necesitan cambiar de vida, convertirse, o buscar una santidad más plena, ya que eso pertenece al pasado, o no comprenden que la venida de Jesús transforma la vida humana como recuerda Isaías.
El tiempo de adviento es una gracia que Dios otorga a cada uno de nosotros, ya que abre nuestro corazón para esperar expectantes la segunda venida de Cristo, y, por lo tanto, vivir de otra manera.
Sin embargo, a veces esa conversión tarda, porque estamos tan anquilosados en nuestras costumbres, en nuestros modos de vivir, en una tranquilidad de vida aparente, que no pensamos en una conversión, en un cambio, porque es siempre un momento en que se nos mueve el piso, y pareciera que perdemos toda seguridad. 
Porque Cristo, justamente, vendrá para salvarnos esperando que nos convirtamos, que se produzca una verdadera metanoia, cambio de mentalidad que se traduzca en acciones nuevas y santas, huyendo de la comodidad existencial para buscar la novedad del evangelio.
Con su estilo de vida, el mismo Juan Bautista nos invita a una existencia austera, a alejarnos del lujo, y de las vanidades de este mundo, a no tomar como absoluto todo lo que es relativo y pasajero, señala que las cosas de este mundo no nos dan seguridad alguna.
El ser humano en la actualidad se enloquece por tener màs, por disfrutar mas de los bienes materiales y se encuentra en cambio cada vez màs vacío, desconforme de la vida terrenal, 
Por eso es importante preguntarse, en este tiempo de adviento, ¿en qué tengo que cambiar? ¿En qué tengo que mejorar? ¿En  dónde estamos parados y  qué hemos de buscar para el acontecer diario. 
Preguntarnos qué deuda tenemos con el Señor, o con el prójimo que no consideramos como hermano, reflexionar sobre el hecho que  el  adviento es, por lo tanto, un tiempo de gracia que prepara para actualizar la primera venida de Jesús, mirando desde allí la segunda venida que esperamos como encuentro definitivo con el Señor.
Mientras esperamos al Señor, por lo tanto, según exhorta San Pablo (Rom. 15,4-9) hemos de tener hacia el prójimo los mismos sentimientos que tenía Jesús por lo que hemos de acoger a los demás como el Señor nos acogió para la gloria de Dios porque "Cristo se hizo servidor de los judíos para confirmar la fidelidad de Dios, cumpliendo las promesas que Él había hecho a nuestros padres, y para que los paganos glorifiquen a Dios por su misericordia".
Cristo es el retoño que nace de las raíces del tronco de Jesé (Isaías 11,1-10) que creíamos muerto, y "sobre él reposará el espíritu del Señor; espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de temor del Señor, y lo inspirará el temor del Señor". 
Su venida implicará la vigencia de la justicia para todos los pueblos porque "Aquel día, la raíz de Jesé se erigirá como emblema para los pueblos: las naciones la buscarán y la gloria será su morada".
El Señor ya viene a nosotros, ¡que nos encuentre preparados!.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera CruzArgentina. Homilía  en el domingo segundo de Adviento ciclo "A". 07 de Diciembre  de 2025. 

1 de diciembre de 2025

¡Qué alegría cuando me dijeron: "Vamos a la casa del Señor"! Nuestros pies ya están pisando tus umbrales, Jerusalèn (Sal 121).


En tiempos de Noé (Mt. 24,37-44) "la gente  comía, bebía y se casaba", pero estaba en otra cosa, no escuchaba el anuncio de Noé,  llegó el diluvio y los arrastró a todos. 
También la venida del Señor es comparada en el texto bíblico con la venida del ladrón, porque como la presencia del mismo en una casa es inesperada, así también acontecerá con la segunda venida de Jesús, que sorprenderá a muchos despistados.
A su vez,  se la compara con la presencia de un ladrón, porque la venida del Señor de alguna manera nos priva de esa seguridad y tranquilidad, en la cuales muchas veces se asienta nuestra vida.
Creemos que, como nunca pasa nada, hace tanto tiempo que se anuncia la segunda venida de Cristo, y esto no aconteció, que podemos estar tranquilos que no se cumplirá  en nuestros días.
Por lo tanto, como decían los paganos, "comamos y bebamos, que mañana moriremos" sin que nada definitivo acontezca.
Ahora bien, la segunda venida no es solamente cuando el Señor vendrá en su gloria, al fin de los tiempos,  sino que también sucede cuando nos llega el momento de la muerte. 
En efecto, todos vamos a morir, no sabemos cuándo, pero sí tenemos que estar preparados para que este hecho no nos sorprenda en el pecado, sino que, al contrario, estemos revestidos de buenas obras.
Por eso es que el mismo San Pablo escribiendo a los cristianos de Roma (13,11-14),  aconseja que la preparación implique  dejar de lado todo aquello que nos aparta de Dios, porque "ya es hora de despertarse, porque la salvación está ahora màs cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe. La noche está muy avanzada y se acerca el día" 
Hemos de actuar como en pleno día procediendo dignamente, evitando los excesos que embotan los sentidos espirituales y conduce a olvidarnos de lo más importante, que es la unión con Dios. 
Es cierto que para el mundo de hoy esta enseñanza resulta extraña, porque el ser humano está en otra cosa,  confía tanto en su poder, en la ciencia, en la técnica, en los avances de todo tipo, que no tiene tiempo para estar pensando que si Dios viene o no viene, si me muero o no me muero, pero esta disyuntiva es una realidad. 
Los acontecimientos finales, ya de la humanidad o de la vida personal, son hechos reales, no puedo decir a mí no me va a tocar. 
Por eso, la importancia de estar preparados, estar prevenidos, Jesús vino en la debilidad de la carne por primera vez, ahora lo esperamos en la gloria cuando venga a recoger los frutos de nuestra vida. 
Jesús vino por primera vez para salvarnos, para mostrarnos el camino, ya tenemos todos los elementos necesarios para dirigirnos al encuentro definitivo con Él, con la esperanza firme de llegar al fin. 
Dios  nos espera, como dice Isaías (2,1-5), en la montaña santa, porque allí van a dirigirse todas las naciones de la tierra, y sabiendo que el Señor viene a nuestro encuentro continuamente, abramos nuestro corazón y digámosle, ven, Señor Jesús.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera CruzArgentina. Homilía  en el domingo primero de Adviento ciclo "A". 30 de noviembre  de 2025. 

24 de noviembre de 2025

El Jesús de la cruz es el de la misericordia, mientras que el del fin de los tiempos, el de la gloria, es el de la justicia, que busca los frutos de la misericordia.

 Con la solemnidad litúrgica de "Cristo, Rey del Universo", iniciamos la última semana del año litúrgico.  
Esta fiesta presenta por un lado al Cristo de los últimos tiempos cuando venga como Rey del Universo a juzgar al mundo, según lo expresado en el capitulo 25 del evangelio  según san Mateo. 
Por otra parte, los textos bíblicos mencionan el reinado de Cristo, mientras vivimos en este mundo, perteneciendo a él.
También se  indica que  ese reinado de Cristo comienza en la eternidad, porque todo ha sido puesto para gloria y honor del Hijo de Dios, hecho hombre, enviado para salvar al hombre de sus pecados. 
Ya en el Antiguo Testamento (2 Sam.5,1-3), contemplamos como un signo anticipado de Cristo Rey, cuando David, además de reinar sobre Judá, comienza a reinar sobre el Reino del Norte o el Reino de Israel. En efecto, los jefes de las tribus le dirán "porque tú eres de nuestra carne y sangre", Dios ya te había elegido a ti cuando aún vivía Saúl, comenzando así su reinado reuniendo a todas las tribus, anticipando la venida del Salvador  que une los corazones de todos. 
Cristo Rey tendrá la primacía en nuestro corazón, porque como enseña  Pablo  a los colosenses  (1,12-20),  el Padre "nos libró del poder de las tinieblas y nos hizo entrar en el Reino de su Hijo muy querido, en quien tenemos la redención y el perdón de los pecados". 
De manera que cada uno de nosotros está pensado como miembro de Cristo nuestro Señor, y del reino que viene a instaurar, porque en Él fueron creadas todas las cosas, visibles e invisibles,  todo ha sido puesto bajo sus pies,  es el principio de todo, el primero que resucitó de entre los muertos y es la Cabeza de la Iglesia que es su Cuerpo.
En síntesis, todo ha de mirar al Cristo glorioso que reina desde el Padre, ya que  después de haber resucitado y  ascendido a los cielos, está a su derecha, y desde allí ejerce su reyecía. 
Pero todavía falta el momento en que vendrá como Juez al fin de los tiempos a poner las cosas en su lugar, a mostrar bien, claramente, quién es cada uno de los hombres a lo largo de la historia, quien  lo ha seguido y quien no  ha marchado tras sus pasos.
Pero hasta que  llegue la segunda venida del Señor con gloria, debemos pensar que transita la vida bajo el trono  visible de la cruz.
Es desde la cruz, donde Cristo reina y gobierna los corazones de quienes no lo rechazan y reciben. 
Y esto a nosotros nos conviene, por cierto, ¿Por qué? porque el Jesús de la cruz es el de la misericordia, mientras que el Jesús del fin de los tiempos, el de la gloria, es el Jesús de la justicia, que busca los frutos de la misericordia,  conseguidos por los hombres en el  tiempo. 
De manera que es  gracia especial que aunque Jesús ya reina desde el cielo,  lo tenemos como Rey  en la cruz, desde donde  es misericordioso, como lo contemplamos en el ladrón convertido que  le dice a Jesús, "acuérdate de mí cuando estés en tu reino", recibiendo como respuesta, "hoy estarás conmigo en el paraíso". 
De manera que cada uno tiene la oportunidad de mirar al crucificado mientras vive en este mundo y decirle "Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu reino, Señor, perdona mis pecados", siendo esta la verdadera actitud que salva, no la de  los otros que están ahí refunfuñando al pie de la cruz, esperando el espectáculo milagroso que el Mesías  baje de la cruz, que como  salvó a otros se salve a sí mismo.  Pretenden que manifieste lo que ya mostró a lo largo de su vida, el poder divino porque es el Hijo de Dios vivo. 
Pero este es el momento de la cruz, Jesús debe dejar de lado su divinidad y ofrecerse en la cruz derramando la sangre que va a purificar a todos los hombres. 
A lo largo de la historia muchos que han muerto asesinados por su fe han gritado ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Cristo Rey! Y morían con suplicios, con muertes humillantes. Pero también hoy en el mundo, ¿Cuántos cristianos siguen muriendo asesinados por su fe? 
Y así, el Islam, con mentalidad asesina,  busca  apoderarse totalmente de Europa con el fin de destruir la fe en Cristo Nuestro Señor. 
Por eso Cristo tiene que seguir ahí clavado en la cruz para seguir ejerciendo su misericordia mientras promete que vendrá triunfante al fin de los tiempos. Porque el triunfo de Cristo en este mundo se da mediante la cruz, eso es lo que debemos asumir siempre, mediante la cruz, no es a través del boato o del reconocimiento de las naciones que siguen empecinadas en no reconocerlo.
En la cruz está Jesús que sigue diciendo dice "perdónalos Señor porque no saben lo que hacen". Y por eso sigue perdonando a quien implora su misericordia, mientras tanto  busquemos asumir esa cruz de Cristo ofreciendo la cruz de cada día, la dificultad de cada día, lo que tenemos que padecer por nuestra condición de católicos, ofrecérselo al Señor por la conversión del mundo, por la conversión de los pecadores.
Y así entonces siendo misericordiosos nosotros con los demás recibamos a su vez, la misericordia que el Señor nos ha prometido.


 Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera CruzArgentina. Homilía  en el domingo XXXIV del tiempo litúrgico durante el año. Solemnidad de Cristo rey del universo. 23 de noviembre  de 2025. 

17 de noviembre de 2025

Hemos de prepararnos con obras de bondad para que cuando el Señor venga por segunda vez, nos lleve al encuentro del Padre.


El domingo próximo, Dios mediante, celebraremos la fiesta de Cristo rey, concluyendo así el año litúrgico, para comenzar posteriormente el 30 de noviembre un nuevo año  con el tiempo de adviento, que conduce a celebrar el nacimiento en carne del Hijo de Dios
Y ahora, yendo a la conclusión de este año litúrgico, los textos bíblicos permiten contemplar los últimos acontecimientos de la existencia humana, sin que se pretenda  llenarnos de miedo, de terror, pero sí de alertarnos para que no nos durmamos, como ya se nos va a recordar en el tiempo de adviento. 
Porque el ser humano tiene la tentación de olvidarse de lo que vendrá, ocupado por las cosas y las preocupaciones diarias, por eso es muy importante tener en cuenta lo que señala la Palabra de Dios. 
Si tomamos el texto del evangelio (Lc. 21,5-19), encontramos que Jesús habla acerca de acontecimientos muy cercanos, como la caída de Jerusalén en el año setenta, de manera que no pasaría mucho tiempo para que esto sucediera, pero también se refiere a situaciones habituales en la  historia humana, como terremotos, pestes, enfermedades, hambre y plagas.
Pero hay una advertencia  concreta que hemos de atender, y es la de la persecución a causa de su nombre. 
En efecto, leyendo este texto del evangelio, concluimos que el Señor nunca prometió el paraíso en la tierra, y así,  las figuras de los santos, especialmente los mártires, que derramaron su sangre, muestran claramente que el seguimiento del Señor es penoso, tiene dificultades, para lo cual somos invitados a ser constantes para alcanzar la salvación eterna.
Las persecuciones o padecimientos a causa de Cristo no necesariamente son cruentos. 
Cada día soportamos persecuciones, por ejemplo, ¡Cuántas veces estamos en una comida familiar o con amigos y sale algún tema religioso y es para peleas! Por eso siempre se aconseja que en esas reuniones no se hable de política o de religión o de deporte, porque la gente no se pone de acuerdo. 
Pero, ¿Cuántas veces màs sucede esto? En el trabajo corremos el riesgo de no ascender por ser católicos, o nos miran feo si no nos prestamos a algún chanchullo, o si no nos dejamos manejar por la coima, o no ponemos la firma en algo que no está claro. 
¡Cuántas veces perdemos amistades, por seguir a Cristo, de modo que el creyente ha de estar dispuesto a padecer por seguir a Jesús! 
Fíjense lo que le pasó a Juan Bautista, cuando le dijo a Herodes, "no te es lícito vivir con la mujer de tu hermano", no te es lícito el adulterio, y terminó perdiendo la cabeza. De manera que a la persecución a causa de Cristo nuestro Señor no hay que tomarla únicamente como algo en que uno pierde la vida, sino como algo que conduce a perder amistades, honor, dinero, fama, por la causa de Cristo, por lo que hemos de  prepararnos para que cuando el Señor venga por segunda vez,  nos lleve al encuentro del Padre, que es lo que precisamente nos promete el profeta Malaquías (3,19-20).
En este texto tan breve afirma que llegará el tiempo en que los malos serán cortados de raíz, y los que han hecho el bien, los justos, serán salvos. Justamente la parábola del trigo y la cizaña advierte que la mala hierba será quemada y el trigo llevado a los graneros eternos (Cf. Mateo13,24-30).
Es muy claro el profeta Malaquías, por lo que  tenemos toda nuestra vida como tiempo para ver qué hacemos, qué decidimos, si por Cristo o contra Cristo, no se puede estar a medias tintas,  un día lo sigo, otro día no lo sigo. 
Pero también el Señor recuerda en el  evangelio, que el fin del mundo no vendrá enseguida, por lo que no han de ser escuchados los que  digan que el fin está cerca, como acontece en nuestros días que
determinadas corrientes religiosas, anuncian que ya está el fin del mundo sobre nuestras cabezas. 
San Pablo escribiendo a los cristianos de Tesalónica (2 Tes.3,7-12) enseña que quien no quiere trabajar que no coma y refiere  que él no ha sido gravoso para nadie ya que ha trabajado con sus propias manos, y dice esto, porque algunos anunciaban el fin del mundo en la comunidad, por lo que muchos no querían trabajar esperando el fin.
Estar vigilantes ante la segunda venida de Jesús, no significa estar sentados esperando a que se venga todo abajo, sino vigilar para ser dignos de encontrarnos con el Señor cuando Él venga, y mientras tanto, iluminar desde la fe cada obra a realizar para actuar en consecuencia. Y ahí, entonces, la misma vida tiene un sentido nuevo, No es un mero transcurrir el tiempo, sino que es caminar gozosamente al encuentro de la eternidad, sabiendo que estamos en este mundo como en un exilio, y que nos espera la patria verdadera.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en el domingo XXXIII del tiempo litúrgico durante el año. 16 de noviembre  de 2025. 

10 de noviembre de 2025

Dice el Señor: Mi morada estará junto a ellos; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo (Ezeq.37,27)

 

La celebración del domingo da lugar hoy a hacer memoria de la dedicación de la basílica del Salvador y San Juan de Letrán. 
Uno se pregunta por qué es tan importante este templo, esta iglesia, y es porque es la más antigua de Roma, mandada a construir por el emperador Constantino, y  por lo tanto es la catedral del obispo de Roma, que a su vez es el sumo Pontífice. 
Muchas veces se piensa que la basílica de San Pedro, es la más importante, ya que allí el papa normalmente celebra las grandes fiestas, sobre todo de carácter universal, sin embargo la basílica de San Juan de Letrán, es su catedral  en cuanto obispo de Roma. 
Es la primera de las iglesias en Roma, no sólo por su antigüedad, sino también la primera en todo el mundo,  por su carácter especial. 
La liturgia recuerda hoy la consagración de este templo, aprovechando para hacer memoria de la misma como tal, y también como  realidad espiritual, recordando que nosotros somos también templos de Dios nuestro Señor, como  acabamos de escuchar en la segunda lectura tomada del apóstol san Pablo (1 Cor. 3,9-11.16-17).
Y en el evangelio (Jn.2,13-22), Jesús, con ese gesto de expulsar a los mercaderes del templo, está diciendo que con su muerte y resurrección queda atrás el culto en el templo de Jerusalén, para dar lugar al verdadero culto por medio de su cuerpo muerto y resucitado. De manera que Jesús se presenta como el nuevo templo, y lo dice expresamente cuando habla de la destrucción del  templo, que es su cuerpo, y que él lo vuelve a reconstruir en tres días. 
A su vez, el Cuerpo de Cristo, místicamente hablando, es la Iglesia, que es lo que recordamos en la primera oración de esta misa, la Iglesia como esposa de Cristo, formada por innumerables piedras vivas que somos cada uno de los bautizados, siendo la piedra fundamental el mismo Cristo, que a su vez es Cabeza de ese edificio. De manera que cada vez que recordamos la consagración de un templo, de un edificio, estamos celebrando la edificación de la Iglesia esposa de Cristo, la vuelta a la vida del nuevo Templo, que es Jesús muerto y resucitado. 
Templo que a su vez se ofrece como alimento en la eucaristía, y así, entonces, cada vez que celebramos la misa, en el templo que es Cristo, en el templo que es la Iglesia, con el templo que es cada uno de nosotros, ofrecemos al Padre el único sacrificio que a Él le agrada en plenitud, que es la muerte y resurrección de su Hijo.
A su vez, el Hijo, recuerda que de Él brota el agua viva que da sentido a todo, como la roca viva del desierto de la que fluye el agua salvadora y de la cual habla el profeta Ezequiel  (47,1-2.8-9.12), en un lenguaje a primera vista oscuro, y que refiere al agua pura de la salvación que viene a transformar, a darle nueva vida a todo lo creado, agua que indudablemente refiere a las aguas del bautismo. 
De manera que la Iglesia nos invita también hoy a recordar la dedicación de nuestro propio edificio, que es cada uno, anunciando que, como la casa física está dedicada a Dios, también la edificación espiritual, que es cada uno de nosotros, debe estar dispuesta para servir a Dios, darle culto, y albergarlo al mismo Señor permanentemente,  templo que se ofrece al Padre.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en la Fiesta de la Dedicación de la Basílica san Juan de Letrán. 09 de noviembre de 2025. 

3 de noviembre de 2025

Yo creo que contemplaré la bondad del Señor en la tierra de los vivientes, porque Él es mi luz y mi salvación.

En este día  recordamos a los fieles difuntos, es decir, oramos por las almas que están en el purgatorio y que constituyen lo que denominamos Iglesia purgante o que se purifica. 
Ayer honramos a todos los santos, que forman parte de la llamada Iglesia Triunfante porque sus miembros han llegado a la meta para la cual han sido creados los hombres, el cielo,  los cuales están en comunión con  la Iglesia Militante, constituida por quienes peregrinamos en este mundo, ya que ellos interceden por nosotros y se presentan como modelos y ejemplos dignos de ser imitados.
La Iglesia enseña que los muertos en gracia de Dios y sin nada de que purificarse, ingresan directamente a la gloria, pero que a su vez, existen  los que se purifican con penas, antes de la visión beatífica.
Todos sabemos que por el pecado existe la culpa y la pena merecida por la falta cometida, por lo que el sacramento de la confesión  borra el pecado, sobre todo el pecado mortal,  o sea, la culpa,  pero queda pendiente la pena de la que debemos purificarnos en esta vida o en la otra, a no ser que el arrepentimiento haya sido tan perfecto y pleno que esto no sea necesario ante los ojos de Dios misericordioso.
Ahora bien, como es necesario purificar el desorden que el pecado deja en nuestro interior, el sacerdote en la confesión le dice a la persona, al penitente, que para reparar los pecados haga alguna obra de caridad o rece un misterio del rosario, o haga algún sacrificio. 
Sin embargo, esto no siempre es suficiente para reparar el daño que el pecado ha causado, por eso es que después de la muerte, a no ser que la persona se haya purificado en la vida, a través del sufrimiento,  de la enfermedad, la limosna, o acciones buenas,   debe ser purificada a fondo, e ingresar así en el estado de visión divina, la gloria eterna para la cual fuimos creados, ya que Dios no nos creó para la condenación., sino que por el contrario, como  San Pablo le recuerda a su discípulo Timoteo (I Tim. 2,4) Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. 
Acabamos de escuchar en el evangelio que Jesús (Jn. 14, 1-6) enseña que vuelve al Padre para prepararnos un lugar, y san Pablo (Fil. 3,20-21) recuerda que "somos ciudadanos del cielo, y esperamos ardientemente que venga de allí como salvador el Señor Jesucristo".
Como ciudadanos del cielo, acá vivimos como en el exilio, por lo que es natural que Jesús una vez que haya preparado un lugar para cada uno, venga a nuestro encuentro para llevarnos junto al Padre. 
A su vez, en la primera lectura que acabamos de proclamar, tomada del segundo libro de los Macabeos (12,43-46), vemos cómo Judas Macabeos, después de la batalla, hace una colecta y ofrece ese dinero al templo de Jerusalén para que se ore por los difuntos. 
Eso se mantuvo a lo largo del tiempo porque es algo bueno y piadoso, y ciertamente, de las oraciones por los difuntos, la más efectiva es la celebración de la misa, porque se aplica al alma que se purifica el mismo sacrificio de Cristo nuestro Señor. 
Por eso hemos de ser también muy devotos de las almas del purgatorio, como lo era San Juan Macías, el santo dominico que veneramos en esta iglesia, el cual, según una manifestación privada durante su vida sacó más de un millón de almas del purgatorio para llevarlas al gozo eterno, del cielo. 
De modo que por lo que rezamos en el Credo, "creo en la comunión de los santos", estamos afirmando que hay una relación estrecha con los santos que están en el cielo, a quienes vemos y miramos para imitarlos, con las almas del purgatorio, para que puedan ir pronto al encuentro de Dios, a la gloria del Padre, gracias a nuestros sufragios y sacrificios de todo tipo, y nosotros, que formamos parte de la iglesia militante, que necesitamos de la intercesión de los santos, y también de que aquellos que se ven recompensados con la vida eterna puedan pedir por nosotros mientras estamos en este mundo. 
Recordemos que mientras vivimos en la tierra lo que sea penoso,  nos purifica, porque el sufrimiento no es signo de algo negativo, sino que, al contrario, lo que uno padece en vida es muy útil para purificarnos y presentarnos delante de Dios de manera diferente. 
Por eso la importancia que tiene el ofrecer todos los días nuestro padecimiento, nuestro sufrimiento, todo lo malo que tenemos que vivir, todo lo que soportar mientras caminamos por este mundo, sabiendo que son oportunidades que concede Dios muchas veces, para una mejor y mayor purificación interior y se concrete lo que escuchamos en la segunda lectura, llegar a ser ciudadanos del cielo. 
Hermanos: Que el Señor, que ha preparado un lugar para cada uno de nosotros en el momento de nuestra muerte, venga a buscarnos y llevarnos con Él a la gloria del Padre. Ojalá nunca nos falte la luz necesaria para comprender estas realidades, y la fuerza espiritual para poder vivirlas.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en la Conmemoración de los fieles difuntos. 02 de noviembre de 2025. 

27 de octubre de 2025

"Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, confiándonos la palabra de la reconciliación" (2 Cor. 5,19).

 

El domingo pasado, reflexionamos acerca de la figura del juez injusto que no hace justicia a la viuda que le reclama, aunque al final la escucha, no por deseo de ser justo, sino para que evitar molestias. 
Dios, en cambio, dice Jesús, actúa de manera distinta, ya que aunque demore, hace justicia, escuchando los reclamos de los màs débiles.
El libro del Eclesiástico (35,12-14.16-18), que acabamos de escuchar como primera lectura, justamente comienza diciendo que Dios es justo y no hace acepción de persona. 
Sin embargo, el texto muestra la preferencia de Dios en orden a proteger a la viuda, al huérfano, al extranjero, al que se hace pequeño, o es humilde delante suyo clamando por su ayuda. 
De manera que ya el texto nos está anunciando que Dios escucha el clamor, sobre todo, de aquellos que son desechados en este mundo. 
Pero, a su vez, es justo, no hace acepción de persona, o sea, Dios no accede al reclamo del pobre, si el mismo no es justo,  o a la del rico, si tampoco lo es, sino que es justo con unos y otros. 
Siguiendo con este tema de la justicia divina, escuchamos al apóstol San Pablo, que le escribe a su discípulo Timoteo (2 Tim.4,6-8.16-18). Acá Pablo anuncia la proximidad de su muerte, y dice que está a punto de ser derramado como una libación. 
¿A qué se refiere eso de la libación? La libación consiste en  derramar aceite, vino o agua encima de la víctima que se ofrecía a Dios nuestro Señor,  de manera que el mismo Pablo se compara con esta forma de rendir culto a Dios, de ofrecerse en sacrificio. 
Por otra parte,  él mismo dice que ha hecho este camino manteniendo en alto la fe y la perseverancia en el bien,  que está por llegar a la meta y espera del justo juez que le dé el premio de la  vida eterna. 
Uno puede pensar qué pretencioso es Pablo, al considerarse ya  salvado y todavía no ha muerto. Es que  tenía tanta intimidad con Dios que ya le había anticipado justamente la gloria. 
Y Dios como justo juez, haciendo un balance de la vida del apóstol, considerando su vida pasada, pero teniendo en cuenta lo bueno que ha hecho  mientras evangelizaba, justamente le dará el premio que espera, la meta del encuentro definitivo con Dios, por la cual él ha peleado el buen combate de la fe. 
Y no solamente eso espera para él, sino  también para nosotros, en la medida en que hagamos el bien  y estemos unidos al Señor. 
Y en el texto evangélico (Lc.18,9-14) nuevamente aparece la figura de Dios como juez, que escucha tanto al humilde como al soberbio. 
Hagámonos presente en ese cuadro, el fariseo de pie adelante en el templo, dice a Dios: "te doy gracias, porque no soy ladrón,  no soy adúltero,  no soy esto, no soy como ese publicano que está al final del templo, de rodillas, pidiendo perdón, yo ayuno,  pago la décima parte de mis entradas al culto", o sea, se presenta como  modelo de perfección, digno de ser imitado por los que quieren ser justos.
Y el publicano, recaudador de impuestos para Roma, y por lo tanto odiado, reconociendo su pecado, dirá, "Señor, ten piedad de mí". 
Y dice Jesús que este último, porque se humilló, ha sido enaltecido, ha sido perdonado y amado, el fariseo, en cambio salió peor que antes, porque además de lo que tenía, acumuló el de la soberbia, el del desprecio por el publicano, el de mirar sobre el hombro al otro. 
Y en este cuadro hay un tercer personaje, que es cada uno de nosotros, ¿Dónde nos ponemos? ¿Junto al fariseo? ¿Junto al publicano? ¿Pensamos que somos perfectos, que todo el mundo tiene que rendirnos pleitesía, que no tenemos nada de qué arrepentirnos, o en cambio, pensamos que somos pecadores, necesitados siempre de la misericordia de Dios? ¿Cuántas veces miramos al prójimo por encima del hombro, a través de la crítica despiadada, de los juicios?
Por eso está aquel dicho famoso, es preferible caer en manos de Dios juez, que en las manos del ser humano que juzga al prójimo, porque en el momento de juzgar, el ser humano es incluso cruel, impiadoso. Dios, en cambio, a pesar que ve nuestras culpas, si observa que estamos arrepentidos y luchamos para cambiar, para ser mejores, Él tiene misericordia y tiende la mano para elevarnos. 
Analicemos  los momentos en que somos como el fariseo o como el publicano, cuál de los dos personajes prima más en mi vida, y sacar como conclusión la necesidad de humillarse delante del Señor, porque sólo el que se humilla es elevado. 
En cambio, el que se eleva, el que quiere convencer a Dios de que es perfecto, está listo, no  progresa en esa tarea.
Aprendamos siempre de los santos, que se consideraban lo último, "yo la peor de todas", como decía Santa Teresa. Reconocer lo que somos para que el Señor trabaje nuestra nada y nos eleve justamente por el camino de la santidad. Hermanos: Pidamos  la gracia de Dios para que ésta nunca nos falte.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en el domingo XXX del tiempo litúrgico durante el año. 26 de Octubre de 2025. 

20 de octubre de 2025

"La Palabra de Dios es viva y eficaz; discierne los pensamientos y las intenciones del corazón" (Hebreos 4, 12)

 


San Pablo aconseja a Timoteo (2 Tim. 3,14-4,2)  que ya  que conoce las Escrituras desde niño, "ellas pueden darte la sabiduría que conduce a la salvación, mediante la fe en Cristo Jesús", por lo que ha de proclamar la Palabra de Dios, insistir con ocasión o sin ella, reprender, exhortar, con paciencia incansable y con afán de enseñar.
A su vez, le recordó que la Palabra no está encadenada, de manera que nadie puede aprisionar la palabra divina e impedir que esta sea conocida y pueda educar en la justicia, "a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté preparado para hacer siempre el bien". 
Precisamente la Palabra de Dios de este domingo  hace hincapié en el poder de la oración de intercesión, en la figura de Moisés  o, de súplica, en la persona de la viuda que busca se le haga justicia.
En efecto,  el Éxodo (17,8-13) se refiere a Moisés, que ha cruzado el Mar Rojo y se dirige a la tierra prometida, pero los amalecitas le cierran el paso, y se entabla una batalla entre ambos  ejércitos. 
Mientras Moisés está en la cima del monte, con los brazos en alto en actitud de súplica,  triunfa Israel, pero cuando sus brazos decaen, vencen loa amalecitas, por lo que fue necesario que dos personas sostengan sus brazos en forma de cruz, actitud que es anticipo del gesto orante de Cristo, cuando clavado en la cruz, intercede delante del Padre por cada uno de nosotros, como nuevo Moisés. 
Esto asegura, por lo tanto, que la oración llega siempre a Dios, y también se manifiesta su respuesta a los que suplican devotamente.
En el texto evangélico (Lc. 18,1-8) una mujer viuda, desprotegida según la consideración judía, por lo que debía ser atendida, ya que era por ese hecho preferida del Señor, insiste ante un juez injusto para que le haga justicia ,  para que éste cumpla con su deber.
No está reclamando lo injusto que la favorezca, no está pensando en coimearlo para que haga lo que reclama, sino que sea justo.
Este juez no temía  a Dios ni le importaban los hombres, pero al final cumple con su deber para que la mujer lo deje de molestar. 
Y a partir de eso, el mismo Jesús dice, "oigan lo que dijo este juez injusto". En efecto, si el juez injusto, termina declarando lo que corresponde cumpliendo con su deber, ¡Cuánto más el Dios del cielo, que escucha las súplicas de los elegidos, no se va a apresurar para responderle al que implora con fe, devoción y perseverancia!
Por lo que observamos, Dios,  nos hace esperar, pero en  responde a nuestras súplicas, si estas son buenas, si se hacen con insistencia. 
Por eso, la actitud del cristiano ha de ser siempre golpear la puerta del Señor para que Él responda a nuestras inquietudes buenas. 
Queridos hermanos: Hoy recordamos, como todos los años, a las madres en su día. Pedimos por todas ellas, incluso por aquellas que no han podido serlo físicamente, pero lo son en el cariño, en el espíritu. Pedimos también por las madres que no quisieron serlo, y eliminaron a sus hijos a través del aborto. Pedimos por todas aquellas mujeres que, conociendo el influjo hermoso que tiene la madre sobre sus hijos, especialmente cuando son pequeños, les enseñan a rezar, les enseñan a suplicar a Dios nuestro Señor, les transmiten la Palabra de Dios como sucedió precisamente con Timoteo de lo cual hace referencia el mismo San Pablo. 
Queridos hermanos es muy importante orar siempre,  proclamar la palabra de Dios que hemos recibido, leer la biblia, que no muerde. ¡Cuánto tiempo perdemos con el celular!, y en cambio,  ¿ cuánto tiempo le dedicamos a la Palabra de Dios, o a la oración? Comparemos entonces, ¡Cuántas veces realmente nos comportamos con mezquindad en relación con Dios nuestro  Señor! Jesús espera una conversión sincera de parte nuestra, no dilatemos su realización. 


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en el domingo XXIX del tiempo litúrgico durante el año. 19 de Octubre de 2025. 

13 de octubre de 2025

San Pablo escribiendo a Timoteo (2 Tim.2,8-13), recuerda que "la salvación esta en Cristo Jesús", el cual ha de ser el centro de nuestra existencia, para participar de la vida eterna prometida con bondad.

"Muchos leprosos había en Israel en tiempo del profeta Eliseo; pero ninguno de ellos fue limpiado, sino Naamán el sirio" (Lc. 4,27), dirá Jesús en el Evangelio. 
Y esto es justamente lo que acabamos de escuchar en la primera lectura (2 Rey. 5,14-17). Este hombre, un extranjero, general del ejército Asirio, va a pedirle al profeta Eliseo la curación de su lepra, porque una prisionera de guerra había dicho a su esposa que había en Israel un profeta que curaba, y hasta allí  fue Naamán. 
El profeta le dijo, báñate siete veces en el río Jordán. En un primer momento se enoja, diciendo "El Abana y Farfar, ríos de Damasco, ¿no son mejores que todas las aguas de Israel? Si me lavare en ellos, ¿no seré también limpio?" pero los servidores le dijeron, te han pedido algo tan simple, ¿por qué no haces caso? 
Entrado en razón, así lo hizo, y quedó purificado de la lepra, como acabamos de escuchar, de modo que fue a agradecer a Eliseo portando regalos, el cual declina los obsequios ofrecidos. 
Naamán, entonces, pide llevar tierra del territorio de Israel para poder honrar al Dios de Israel, al verdadero, en su propio paìs.
No olvidemos que en aquella época estaba la creencia de que cada nación tenía su propio Dios, limitada su potestad dentro de las fronteras, y lejos de ella no actuaba, por eso quería llevarse tierra de Israel, para poder dar culto al Dios verdadero.
Vemos en este pasaje, por lo tanto, dos momentos, por un lado la purificación de la lepra, y el segundo momento, la salvación de este hombre, por la fe en el Dios verdadero, porque para liberarnos del pecado de nuestras lepras, no solamente lo hemos de pedir, sino que hemos de mirar siempre al autor de la salvación, que es Dios.
Por otra parte, ¿Qué es lo que acontece en el texto del Evangelio? (Lc. 17,11-19). Yendo a su encuentro, diez leprosos, a lo lejos, le gritan al Señor, "¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!". 
Jesús se da cuenta que quieren liberarse de la lepra, que los apartaba de la comunidad y del culto, y a su vez, cargando con la creencia que eran  pecadores, castigados, por lo tanto, con esa enfermedad tan  humillante que los constituía en impuros.
Y Jesús, según la costumbre de su tiempo,  indica que vayan a los sacerdotes, ya que ellos deben certificar la curación y de esa manera,  integrarse nuevamente a la familia, a la sociedad y al culto. 
Mientras nueve de ellos obedecen la indicación de Jesús, uno retorna alabando a Dios por su curación,  e inclinándose ante Él, lo adora. 
Se trata de un samaritano, un extranjero, alguien que no es judío,  que posiblemente no tenía idea  muy clara sobre quién era Jesús, pero que al verse curado, regresa para  agradecer. 
También aquí observamos el momento de la purificación y el momento de la salvación, cuando alabando a Cristo y reconociendo que de Él le vino la salud corporal, recibe también la salud espiritual, con las palabras "Levántate y vete, tu fe te ha salvado".
Por lo tanto, así como Naamán se encontró con Dios en el pasado,  este hombre purificado se encuentra con Jesús, el único salvador.
Ahora bien, Jesús pregunta, "¿Dónde están los otros? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?", reconociendo la falta de agradecimiento de los nueve restantes, privados de la salvación interior que sólo produce la fe en el Dios verdadero. 
En nuestra relación con Dios, muchas veces pedimos permanentemente cosas y beneficios, pero  una vez complacidos, no existe agradecimiento, como si Él tuviera la obligación de concedernos siempre lo que reclamamos, cuando lo que se nos pide es una fe firme en el Dios verdadero, y esperar que actúe cuando mejor lo considere. 
¡Cuántas gracias, cuántos dones recibidos! Sobre todo cuando Jesús quita nuestras lepras interiores a través del sacramento de la reconciliación, recibiendo, en abundancia, la misericordia divina. 
Por eso la necesidad de reconocer que Jesús es el Salvador, el que redime al hombre, el que murió en la cruz por nosotros, y ser agradecidos siempre por las gracias recibidas por puro amor.
San Pablo escribiendo a Timoteo (2 Tim.2,8-13) recuerda que "la salvación esta en Cristo Jesús", el cual ha de ser el centro de nuestra existencia, para participar de la vida eterna prometida con bondad.
Esta verdad ya está ausente en nuestro tiempo para muchos que se dicen católicos, porque ya no van a misa, o piensan que Cristo no salva, y que directamente buscan seguir las modas de nuestro tiempo, las energías, las pirámides, los perfumes esotéricos, las genealogías pecadoras de las que supuestamente  nos hemos de liberar. 
Es que cuando se deja de lado a Cristo como el Dios verdadero, el  hombre cae en la pavada, siguiendo  espejismos mundanos basados en fábulas engañosas, en la idolatría, como ya denunciaba san Pablo.
A su vez, como san Pablo, muchos se sienten encadenados y silencian su voz, pero "la palabra de Dios no está encadenada", por lo que "si renegamos de Él, Él también renegará de nosotros".
En nuestro tiempo estamos sometidos a costumbres que nada tienen que ver con la fe sino con los engaños que presenta permanentemente el espíritu del mal, que busca alejarnos del Señor.
La verdadera actitud permanente ha de ser la de este hombre curado que se acerca a Jesús alabándolo por lo que Dios ha hecho en su corazón y postrado ante él lo adora, rindiendo homenaje y comprometiéndose a seguirlo. 
El leproso agradecido era un samaritano, un extranjero, alguien extraño, por lo que también nosotros en nuestro tiempo con estas actitudes de fe vamos a ser vistos como extraños por el común de la gente, como extranjeros, considerados como ilusos que no han descubierto todavía que ya el Dios verdadero ha pasado de moda, ya que hay otras cosas que salvan, que le dan sentido a la vida humana. 
Por eso, es  importante volver siempre a Cristo, encontrarnos con Él, no dejarlo, y si sus exigencias parecen duras recordemos sus palabras (cf. Juan cap 6) si estamos tentados a alejarnos de su Persona, "Ustedes también quieren irse", para responder, "¿A dónde iremos? Señor solo tú tienes palabras de vida eterna"
Ojalá esto quede en nuestro corazón y permanezca ante las tentaciones del mundo que ofrecen presuntas maneras de salvación. 
Que podamos decir siempre, "Señor, ¿a dónde iremos? Solo tú tienes palabras de vida eterna". Solo tú no nos engañas. Solo tú quieres nuestro bien. Y así entonces la gracia de Dios nos acompañará siempre.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en el domingo XXVIII del tiempo litúrgico durante el año. 12 de Octubre de 2025. 

11 de octubre de 2025

El Señor escucha y ayuda para tener paciencia y, alargando ésta, ha de prolongarse también la confianza y la esperanza de cada creyente.


"¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio sin que tú escuches, clamaré hacia ti: "¡Violencia!", sin que tú salves?", grita el profeta Habacuc (1,2-3, 2,2-4), a fines del siglo VII a.C., buscando una respuesta a las necesidades del pueblo elegido. ¿Hasta cuándo, Señor? ¡Cuántas veces nosotros le hemos dicho a Dios esto mismo!, ¿Cuándo me vas a escuchar? ¿Hasta cuándo tendré que soportar tantos males en mi vida, en mi salud, en mi fama, en mi honor, en mi trabajo, en distintos ámbitos de la vida? Hasta incluso mirando a la Iglesia en su conjunto, podríamos decirle, ¿hasta cuándo, Señor, seguiremos en una Iglesia que no siempre se presenta como enviada por Ti para evangelizar, para ser un modelo ejemplar? ¿Hasta cuándo, Señor? Pero el Señor escucha y  ayuda para tener paciencia y alargando ésta, ha de prolongarse también la confianza, la esperanza. 
Precisamente estando en el jubileo de la esperanza, sabemos que la palabra de Dios se cumple,   por lo que el Señor le contesta al profeta que "El que no tiene el alma recta sucumbirá, pero el justo vivirá por su fidelidad", o sea, el malvado tendrá que dar cuenta de sus maldades y el justo se salva por la fe. 
Dios no erradica enseguida y totalmente, a pesar de nuestro clamor,  al mal y a los malos de este mundo, porque concede tiempo para la conversión, para la transformación del ser humano, tal como lo enseña expresamente Jesús con la parábola del trigo y la cizaña. 
Ahora bien, si Dios siempre responde,  nosotros también debemos contestar al grito del Señor que continuamente  interpela y dice: ¡hasta cuándo vas a seguir pecando, cuándo vas a cambiar, cuándo vas a llevar una vida totalmente diferente¡Tú me pides a mí que actúe enseguida de tus requerimientos, pero tú no haces lo mismo! ¡Tantas veces perdonado! ¡Cuántas veces perdonado! 
Si Jesús dice que hemos de perdonar 70 veces 7, o sea siempre, al que nos ofende y pide perdón, es porque Él ya lo hace con nosotros. ¡Cuántas veces que hemos confesado y fuimos perdonado! 
Pero sigue diciéndonos: ¿hasta cuándo he de esperar, cuándo vas a comprometerte en serio? 
Ese Dios que dice como hoy san Pablo a Timoteo (2 Tim. 1, 6-8.13-14), renueva el don que has recibido. En el caso de Timoteo era el episcopado, en nosotros el don recibido está en el bautismo, en la confirmación, en el caso mío, en el orden sagrado. Tenemos que renovar el don que se nos ha otorgado. ¿Para qué? Para responder ante tanta bondad del Señor, y ser capaces de dar testimonio en este mundo de que lo hemos elegido a Jesús por encima de todo. 
De manera que nuestra fe en el Señor no solamente se manifieste, sino que también sea contagiosa para que otros se comprometan con Él, y advirtamos todos que hemos de servirle siempre. 
Ver de qué manera servimos al Señor a lo largo de nuestra vida,  cómo ponemos todo lo que hemos recibido a su servicio, dándole  gloria en este mundo, y haciendo el bien a nuestros hermanos. 
Precisamente hoy el Papa León XIV, celebrando el jubileo de los misioneros, dirá a todos, que hemos de evangelizar, llevar el Evangelio de Cristo, lo cual  significa, que hemos de ser servidores constantes al servicio de la viña del Señor y del Evangelio, como el servidor que  ara el campo, que cuida el ganado, que sirve a su señor en la mesa, o sea, que cumple su deber en todos los ámbitos. 
Recordar que el deber nos viene por el sacramento del bautismo, que llevamos la alegría de nuestra pertenencia a la Iglesia, presentando en el mundo la fe recibida y así aumente el número de los creyentes. 
Hermanos: Hemos de saber que Cristo, espera mucho de nosotros, no lo defraudemos. Busquemos hacerlo presente en el trabajo, en la familia, en el círculo de amigos, en todos los ámbitos de nuestra vida cotidiana.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en el domingo XXVII del tiempo litúrgico durante el año. 05 de Octubre de 2025.