10 de enero de 2016

“La filiación divina y la asimilación a Cristo, hace posible que cada bautizado se convierta en esperanza, heredero de la Vida Eterna”.



Concluimos este domingo con el tiempo litúrgico de Navidad. Hemos meditado acerca de la historia humana recreada por medio de la presencia entre nosotros del Hijo de Dios hecho carne.
Digo recreada, porque ha quedado atrás la dependencia al pecado                                                                     que nos sometía desde los orígenes. La certeza de esta transformación para toda la humanidad ya  estaba presente en el Antiguo Testamento cuando se nos exhortaba a preparar el camino del Señor de modo que llegado el tiempo de la Providencia divina, se manifieste su gloria “y todos los hombres la verán juntamente, porque ha hablado la boca del Señor”(Is. 40, 1-5.9-11).

Con el nacimiento de Jesús se cumple el mensaje profético que recuerda a todos “Ya llega el Señor con poder y su brazo le asegura el dominio: el premio de su victoria lo acompaña y su recompensa lo precede. Como un pastor, Él apacienta su rebaño, lo reúne con su brazo; lleva sobre su pecho a los corderos y guía con cuidado a las que han dado a luz”.
¡Gran consuelo para todos el ser pastoreados por Jesús! Su guía mostrará siempre el camino verdadero a todos los que deseamos vivir como hijos adoptivos del Padre, a quien le pedimos en este día, que ya que su Hijo “se ha manifestado  en la realidad de nuestra carne, nos transforme interiormente ya que lo reconocemos semejante a nosotros en su humanidad” (oración colecta).
El bautismo del Señor que hoy con gozo celebramos y actualizamos, transforma las aguas de la misericordia divina de manera que sumergidos en ellas nos convertimos en nuevas criaturas, haciéndose realidad nuestra elevación a la naturaleza divina, cumbre del nacimiento entre nosotros de Jesús el Salvador.
Como en el bautismo de Jesús en el Jordán, en el nuestro se manifiesta también la Trinidad Santa, para que tengamos la seguridad de haber sido elegidos por el Padre a ser sus hijos,  amados con amor de predilección en su Hijo hecho carne y consagrados por la acción del Espíritu Santo.
La predilección del Padre por cada uno de los bautizados es por cierto una verdad que se ilumina por la predilección que tiene por su Hijo único y que Pablo recuerda al decirle a su discípulo Tito “La gracia de Dios, que es fuente de salvación para todos los hombres, se ha manifestado” (Tito 2, 11-14; 3, 4-7), y más aún “Cuando se manifestó la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor a los hombres, no por las obras de justicia que habíamos realizado, sino solamente por su misericordia, Él nos salvó, haciéndonos renacer por el bautismo y renovándonos por el Espíritu Santo”.
La filiación divina y la asimilación a Cristo, además, hace posible que cada bautizado se convierta en esperanza, heredero de la Vida Eterna.
Todos estos dones con los que somos ennoblecidos, reclaman ciertamente una vida nueva para el creyente, ya que la gracia divina “nos enseña a rechazar la impiedad y los deseos mundanos para vivir en la vida presente con sobriedad, justicia y piedad” mientras caminamos a la plena felicidad.
Hoy más que nunca el mundo necesita del testimonio de santidad que hemos de entregar quienes fuimos sellados por el Amor divino. Es la imitación de Jesús, el asumir su Palabra y seguir tras sus pasos, lo único que puede transformar la sociedad en la que estamos insertos.
Ante un mundo sediento de una felicidad que no encuentra porque la busca en lo pasajero, llevemos la certeza que tenemos de la vida eterna que se nos ofrece desde el comienzo de nuestra existencia en la medida que fuimos creados y recreados para Dios.
En una sociedad que busca lo placentero como medio de realización, ofrezcamos la entrega de nuestras vidas al servicio de Dios y de nuestros hermanos, que siempre vienen a nuestro encuentro con sus necesidades.
Queridos Hermanos: pidamos al Señor que cuide de nosotros, nos ilumine con la luz de la fe, nos encienda con el fuego de su amor y nos conduzca con la esperanza de contemplarlo en su gloria.



Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Fiesta del Bautismo del Señor. Ciclo “C”. 10 de enero  de 2016. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com


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