Hoy la iglesia celebra con gozo el misterio central de la fe que profesa, el de la Santísima Trinidad. Adora al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, tres personas distintas, ya que cada una de ellas no es ninguna de las otras, pero iguales en dignidad porque subsisten en una única naturaleza, la divina.
El pueblo judío, en cuanto tal, al no aceptar a Jesús como el Hijo de Dios hecho hombre, se quedó con una visión monoteísta de la divinidad, sin haber llegado a la plenitud de la revelación de Dios realizada por el Señor.
Dios se manifiesta a nuestra inteligencia por medio de las cosas creadas, de manera que toda persona tiene la posibilidad de conocer que Dios existe y que es remunerador, exigencia que nos transmite la carta a los Hebreos (11, 6): “Y sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que El existe, y que es remunerador de los que le buscan”.
Las maravillas que existen en el mundo nos llevan a la presencia de una inteligencia superior, como la figura de una escultura nos conduce a la persona que la ha esculpido.
Precisamente en la primera lectura (Prov. 8, 22-31) se exalta la sabiduría de quien descubre la obra de Dios y su grandeza, y se prefigura también a quien será visto desde el Nuevo Testamento como la sabiduría del Padre, junto a Él desde el comienzo de la existencia de todas las cosas, Palabra creadora desde el principio.
Sabiduría que es deleite del Creador, y cuya “delicia era estar con los hijos de los hombres”, anticipando así el misterio de la encarnación y su presencia entre los hombres que habría de salvar.
Dios en su Trinidad de personas es un misterio que no llegamos a conocer plenamente, sólo es posible acercarnos a lo que nos revele de sí mismo a lo largo de nuestra existencia.
Ahora bien, para entender esto, en nuestra naturaleza humana, percibimos alguna pista de lo que lograremos saber de Dios, ya que fuimos creados a su imagen y semejanza.
En efecto, el ser humano es un misterio al que llegamos a conocer sólo externamente, y aún así parcialmente.
Para llegar a la intimidad de alguien, es necesario que se nos manifieste, permaneciendo también inaccesible, ya que la persona puede mentirnos, o le es imposible, aunque lo desee, darse a conocer plenamente, de allí que en el trato humano, nunca terminamos de conocer en plenitud persona alguna.
Más aún, el hombre no se conoce tampoco plenamente, de allí que le resulte inexplicable, por ejemplo, sus cambios de humor, sus vaivenes sentimentales, la fragilidad de sus buenos propósitos.
En Dios, que es la perfección suma, nada de esto acontece. No es mudable, su intimidad se identifica con Él mismo, se manifiesta en toda su riqueza, la cual no alcanzamos no por imperfección de la divinidad, sino por la limitación humana.
Sucederá, por ejemplo, que en la vida eterna, veremos a Dios no en su perfección total, sino conforme a las posibilidades de la naturaleza humana, es decir, al modo humano, limitados para penetrar en las grandezas del Creador, aunque siendo igualmente felices por estar colmada la capacidad de conocer y amar.
La liturgia de este día nos invita a acercarnos a las tres divinas Personas con fe profunda en su santidad, a glorificar sus nombres en continua alabanza y a recibir confiadamente los dones ofrecidos en su infinita bondad y amor para con nosotros.
Al Padre lleguemos como hijos pequeños, necesitados de su caricia de misericordia en medio de nuestras debilidades, imploremos que siempre nos muestre su rostro de Padre bondadoso y que nos haga sentir siempre como hijos suyos, a pesar de nuestros yerros.
En relación con esto, acercarnos al Espíritu Santo para que siempre nos haga dirigirnos al Padre, diciéndole Abba.
Disponernos a la santificación que otorga la tercera Persona de la Santísima Trinidad, que distribuye según la necesidad de cada uno, los dones espirituales que ofrece el Padre por medio de su Hijo.
Acercarnos a Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, pedirle nos acompañe en el camino de la vida terrenal, nos enseñe a ser como Él, buenos hijos del Padre, de manera que en realizar su voluntad encontremos la verdadera comida que nutre nuestro existir. Pidamos aprender como Jesús, a ser una sola cosa con el Padre y vivenciar que quien ve al Hijo, ve al Padre, que quien escucha al Hijo, escucha al Padre.
Queridos hermanos: si día a día intentamos dirigirnos a cada Persona divina, en lo que tiene de peculiar para nuestra vida espiritual, descubriremos que la comunión con cada una de ellas, hace accesible el encuentro con la naturaleza divina enriqueciendo la nuestra, haciéndonos partícipes de su misma vida.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Solemnidad de la Santísima Trinidad ciclo C. 22 de mayo de 2016. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com
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