5 de mayo de 2016

”Si somos fieles a la palabra de Jesús, manifestamos que lo amamos y seremos salvados”


Al comenzar esta Eucaristía le pedíamos a Dios nos conceda “continuar  celebrando con intenso fervor estos días de alegría en honor de Cristo resucitado, de manera que prolonguemos en nuestra vida el misterio de fe que recordamos”. 
Es decir, que la alegría de estar con Cristo resucitado no sea sólo para un momento determinado de nuestra vida, sino una experiencia cotidiana mientras transitamos por este mundo a la Casa del Padre. 
Para ello es preciso que el encuentro con Jesús constituya el eje de nuestro existir, teniendo como enseña san Pablo, sus mismos sentimientos.
En relación con esto, y como temiendo nuestra defección en lo que refiere a nuestra amistad con Él, es que nos dice hoy (Jn. 14,23-29) “El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él”, en sintonía con el Antiguo Testamento que recuerda al sabio como el que escucha la palabra de Dios y la pone en práctica en su vida cotidiana.
Ahora bien, el amor a Jesús no sólo se manifiesta en la fidelidad a la palabra de Dios contenida  en la Sagrada Escritura, sino también en la fidelidad al designio divino contenido en la ley natural  como “participación de la ley eterna en la criatura racional”.
No pocas veces nos sentimos eximidos de vivir enseñanzas de la Iglesia porque no están contenidas en la Biblia,  el  ámbito de la palabra de Dios.  
De hecho muchas verdades las descubrimos a la luz de la ley natural que nos manifiesta el magisterio de la Iglesia, ejercido por el papa y los obispos.
No encontraremos, por ejemplo, en la Sagrada Escritura referencia alguna a la malicia que encierra el alquiler de vientres o a la fecundación in Vitro.
Por eso,  hemos de recurrir a la enseñanza constante de la Iglesia en su magisterio viviente instituido por el mismo Cristo sobre los doce cimientos,  los apóstoles, en los que se asienta la Jerusalén Celestial (Apoc. 21, 10-14.22-23)  a la que aspiramos llegar desde la fidelidad vivida en nuestro peregrinar.
En la primera lectura de hoy se hace referencia precisamente a la intervención de aquellos que fueron puestos por el Señor como cimientos de su Iglesia (Hechos. 15, 1-2.22-29), en el conflicto suscitado en Antioquía por los judíos convertidos que querían imponer la circuncisión a los paganos cristianizados, como condición necesaria para salvarse, de lo que Jesús no había dispuesto cosa alguna, dejando a la Iglesia su resolución.
Pablo y Bernabé se oponen a este criterio y se dirigen a Jerusalén para dirimir junto con los apóstoles y presbíteros la cuestión, asamblea ésta que se conoce universalmente como el primer concilio o Concilio de Jerusalén.
Entre los presentes algunos apoyaban la idea de respetar las costumbres judías, mientras Pablo y Bernabé defendían el criterio del llamado universal a la salvación que miraba tanto a judíos como a los que venían del paganismo, habiendo quedado atrás el judaísmo para dar lugar al cristianismo.
Resultaría crucial la intervención de Simón Pedro, y así lo señala la Escritura diciendo que “Pedro se levantó y les dijo: Varones hermanos, ustedes saben cómo ya hace algún tiempo que Dios escogió que los gentiles oyesen por mi boca la palabra del evangelio y creyesen. Y Dios, que conoce los corazones, les dio testimonio, dándoles el Espíritu Santo lo mismo que a nosotros;  y ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos, purificando por la fe sus corazones. Ahora, pues, ¿por qué tientan  a Dios, poniendo sobre la cerviz de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar?  Antes creemos que por la gracia del Señor Jesús seremos salvos, de igual modo que ellos”. (Hechos 15, 7-11).
Como conclusión de esta asamblea, se decide enviar a Silas y a Judas Barsabás para que transmitan lo resuelto, es decir, no imponer más cargas que las indispensables, “que se abstengan de la carne inmolada a los ídolos, de la sangre, de la carne de animales muertos sin desangrar y de las uniones ilegales”, evitando así con la primera decisión escandalizar a los paganos no convertidos, respetando las costumbres judías las otras, y para ambos dejar de lado la fornicación.
De esta forma, por la intervención de los apóstoles, las comunidades se consolidan en  la fidelidad a las enseñanzas de Jesús, expresando así  coherencia con el amor profundo  debido a su Persona.
El seguimiento a las enseñanzas de los apóstoles, y en nuestro caso a sus sucesores, al llamado magisterio eclesiástico del papa y los obispos, nos permiten dilucidar acerca de la verdad referida a cuestiones que no son tratadas en la Biblia, pero de las que conocemos cómo las presenta la Iglesia.
Es cierto que a lo largo de la historia de la Iglesia se han suscitado herejías, es decir errores de fe, muchas veces enseñadas por obispos aislados, como también hoy a veces acontece, pero la misma Iglesia en su conjunto, se encarga de sostenernos en las verdades que hemos de creer y ser fieles al Señor al que queremos amar cada vez  más profundamente.
Como algunas veces lo he expresado, con frecuencia se manifiestan a través de los medios, o en la cátedra universitaria, o por intermedio de otras formas de transmisión oral o escrita, “verdades” aparentes que llevan al engaño a los creyentes porque se toman esos criterios como verdad revelada y no se estudia y reflexiona lo que la Iglesia enseña.
Por ejemplo, cuando se publicó “El código da Vinci”,  me encontré con no pocas personas que creyendo al pie de la letra los errores allí plasmados, decían que ya no creían en el contenido de la fe católica.
Por supuesto no se habían tomado el trabajo de estudiar o al menos preguntar sobre lo que se había publicado, manifestando no sólo falta de honestidad intelectual, sino también una actitud propia del que busca un pretexto para alejarse de la verdad de Cristo, enseñada por la Iglesia.
¿Cuántos católicos han estudiado y reflexionado, por ejemplo, acerca de la enseñanza de la Iglesia, sobre la fecundación in Vitro? Y si lo han hecho, ¿qué pasó con la fidelidad al Señor manifestación del verdadero amor a Él?
Hablamos muchas veces de “tener la mente abierta”, pero lo aplicamos sólo a las  novedades que aparecen como moda en la cultura, pero no para leer, reflexionar y asumir lo que la Iglesia nos enseña.
Queridos hermanos: pidamos al Señor nos ilumine siempre mediante la acción del Espíritu Santo prometido, “de manera que prolonguemos en nuestra vida el misterio de fe que recordamos”. 


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el VI° domingo de Pascua.  01 de mayo de 2016. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com






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