“¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas!” (Lc. 24,13-35), dice Jesús a los dos discípulos que se dirigen a Emaús, pero que pueden sernos dichas a nosotros, ya que también se nos hace difícil entrar de lleno en el misterio de Cristo y comprenderlo en su plenitud, especialmente en lo que refiere a su muerte y resurrección gloriosa.
Acostumbrados a vivir en medio de lo transitorio, buscando siempre lo placentero en una sociedad que pretende alejarse de la muerte y del sufrimiento, resulta arduo comprender la realidad salvífica que se nos ofrece por medio de la Pascua del Señor, de su paso por la muerte a la vida.
Esta Pascua se aplica también a nosotros por los sacramentos, y se hace realidad también cuando morimos cada día al pecado para retornar a la vida ya que fuimos sido “rescatados de la vana conducta heredada…no con bienes corruptibles, con el oro y la plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, el Cordero sin mancha y sin defecto” (I Pt. 1,17-21).
Más aún, la salvación del hombre como proyecto divino estaba presente desde antiguo, ya que Cristo fue “predestinado antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos para bien de ustedes”.
Como en Dios no existe pasado ni futuro, sino sólo el presente de su eternidad, sabía que a pesar de su bondad al crearnos y dotarnos de dones para ser fieles, nos alejaríamos por el pecado, de manera que en su Providencia preparó el camino de la redención humana por medio de Jesús.
En su encuentro con los discípulos que caminan a Emaús, Jesús les enseña que ya los profetas habían anunciado lo que sucedería con Él, mostrando la coherencia entre la enseñanza del Antiguo Testamento y su realización concreta en esos días de pasión, muerte y resurrección del Mesías enviado.
Ahora bien, la Pascua de Cristo no sólo se anuncia y realiza en su Persona, sino que se continúa a través del tiempo en su Iglesia, en su Cuerpo, constituido por cada bautizado que le es fiel durante su vida temporal.
Precisamente, el domingo pasado la Palabra de Dios nos recordaba que los bautizados soportaríamos muchas pruebas a causa del Evangelio y por dar testimonio de nuestra fidelidad a Cristo, siendo así purificados como el oro en el crisol y resurgiendo más fortalecidos para la misión (cf. I Pt. 1, 3-9).
De hecho el creyente es purificado de diversas maneras, ya sea por la enfermedad, el dolor, la ignominia, la pérdida de la fama o del trabajo, siendo tentados en esos momentos a desconfiar de Dios, el cual nunca nos aseguró tranquilidad por seguirlo, sino al contrario, fuimos aleccionados para estar preparados a padecer por Él, como lo hiciera Jesús por nuestra salvación.
Sí se nos promete, que no seríamos probados más allá de nuestras fuerzas, como lo vivieron concretamente al morir, el numeroso ejército de mártires.
Nuestra tentación habitual es la que tuvieron los discípulos del Señor y que expresaron diciendo “nosotros esperábamos que fuera Él quien librara a Israel”, siendo que la liberación que nos otorga es la del pecado y de la muerte eterna, y no el rescate de los males de este mundo.
En estos días, en Santa Fe, un hecho de padecimientos a causa del Evangelio se hizo público por los medios de difusión, en la persona de María Belén Catalano que fuera sancionada suspendiéndole la matrícula de psicóloga por seis meses, dado que con su intervención salvó una vida del aborto, ilustrando con la verdad a la madre-niña acerca de lo que significaba realizar un aborto, salvándola así también a ésta del futuro síndrome post-aborto.
De resultas de esto, fue denunciada al Tribunal de “Ética” y disciplina del colegio de psicólogos por profesionales de su especialidad, que a su vez trataban de que la niña-madre llegara al aborto, mal informada, y cumpliendo con el proyecto abortista implementado en Santa Fe por el gobierno.
Según parece, la falta de ética consistió en interferir con la verdad y defensa de la vida en el obrar de los abortistas, seguidores del maligno.
Como estamos en el mundo “del revés”, los asesinos, -como sucede en todo el país con los delincuentes- están a sus anchas realizando impunemente el mal, mientras que quienes realizan el bien han de soportar la persecución.
Tenemos en esta situación un caso concreto de lo que significa padecer la pasión y la cruz de Cristo por “atreverse” esta profesional a seguirlo con amor y fidelidad y, no como los “otros”, mercaderes de la muerte, que prefieren agradar al poder y no a Cristo quien es el único que salva.
Esta profesional, al igual que otros muchos en su campo, fue correctísima ya que ayudó a la madre-niña a no padecer el seguro síndrome post-aborto que en el futuro la esperaba.
Los sacerdotes conocemos muy de cerca el sufrimiento que se sigue al hecho del aborto para muchas mujeres que cayeron en el mismo no por maldad, sino por miedo, por mala información, por presión de otros o momentos de soledad y abandono. Y digo mujeres, porque lamentablemente los varones, muchas veces causantes de estas muertes no suelen llegar al sacramento del perdón.
Da mucha pena hablar con estas mujeres que no tienen paz y recuerdan siempre el aborto realizado, y a las que sólo Jesús puede otorgarles la curación de sus heridas espirituales, apoyándolas a ser defensoras de la vida.
Este drama posterior al aborto es reconocido por los mismos abortistas que prometen y otorgan “atención personalizada” de psicólogos después del aborto, sin resultado alguno, por cierto, por lo que son más perversos en su obrar aconsejando el mal, sabiendo previamente que no habrá paz ulterior.
Como creyentes tenemos que enfrentar estas políticas y acciones perversas, como aconseja san Ignacio hemos de oponernos al demonio y sus seguidores, con la verdad y descubriendo sus planes, exigiendo políticas en defensa de la vida del ser humano, y no quedarnos tranquilos con deplorar los hechos en forma privada y sin acciones positivas a favor del bien.
Como creyentes tenemos que hacer frente, sin violencia, a quien se burle de nosotros o de nuestras creencias, es decir, resistir al “bullying” religioso.
Queridos hermanos, como no sabemos el día y la hora en que tendremos que dar fe de nuestra adhesión a Cristo en medio del mundo, recordemos que tenemos varios medios para estar listos para el combate espiritual.
El primero es la escucha asidua de la Palabra de Dios tratando de vivir conforme a ella prolongándola en la oración.
El segundo medio es el alimentarnos con la Eucaristía, ya que allí, como aconteció con los dos discípulos del evangelio, descubriremos progresivamente más y mal el misterio de Cristo.
Y el tercer medio, ciertamente importante, la devoción y amor filial a María Santísima, Madre de Cristo y Madre nuestra.
Precisamente en este día en que celebramos a nuestra Patrona bajo la advocación de Guadalupe, confiémonos a su maternal protección sabiendo que nos acompañará y guiará siempre al encuentro de su Hijo.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el III° domingo de Pascua. Ciclo “A”. 30 de Abril de 2017. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com
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