En este último domingo del año que finaliza, la Iglesia nos lleva a la contemplación de la Sagrada Familia de Nazaret.
Dios, en su Providencia, eligió para su Hijo hecho hombre el mismo derrotero que cabe a toda persona que viene a este mundo. En efecto, si quería rescatar al hombre de su condición de caído en el pecado, y por lo tanto imposibilitado de salir de ese estado por sí mismo, fue necesario que llegara a este mundo, y desde la fragilidad humana, elevarlo a la dignidad de hijo adoptivo del Padre.
Elige Dios a una mujer, la reviste de la plenitud de la gracia, para que pudiera gestar a Aquél en quien no puede existir el pecado.
Engendrado de mujer por obra del Espíritu Santo, asume la naturaleza humana e ingresa a la historia humana que debía redimir, naciendo en el ámbito de una familia, que lo recibe como enviado del Padre para redimir a la humanidad.
En Él se cumplirá la promesa hecha por Dios a Abraham (Gén, 15, 1-6; 17,5; 21, 1-3) según la cual será padre de una gran descendencia.
Si bien, Abrahám lo fue a través de Isaac por la carne y sangre, y en la fe, en Cristo se origina la descendencia numerosa de los elevados a la dignidad de hijos adoptivos de Dios a lo largo de la historia.
Y así como Isaac, es hijo de Abrahám, sin que se sintiera éste con derecho a exigirlo y concebirlo, sino que es don de Dios, así también Cristo es don de Dios y fruto de la promesa, sin que nadie pudiera exigirlo como objeto de derecho humano alguno, ya que todo lo que nace de Dios es gratuidad pura.
La carta a los hebreos (11, 8.11-12.17-19) por su parte, mencionando el sacrificio de Isaac, lo coloca como un signo y anticipo de la verdadera entrega salvadora de Cristo por la muerte en cruz.
Contemplando a la Sagrada Familia de Nazaret, advertimos enseguida que toda ella se enmarca dentro de lo dispuesto por la Providencia divina, incluso sujetándose a las prescripciones de la Ley, que aunque no regían ni para Jesús que es el Hijo de Dios, ni para María la llena de gracia, aceptaron la presentación del Niño y la purificación de la Madre.
Es todo un llamado al seguimiento para las familias cristianas, que lejos de imitar y seguir las costumbres de la sociedad actual y la cultura de nuestro tiempo, han de buscar la verdad y la belleza de la familia en el ejemplo de Nazaret, de la comunión de vida entre Jesús, María y José.
A los novios y esposos de nuestro tiempo, se les muestra la necesidad de que ambos, varón y mujer, han de vivir a fondo la fe cristiana como fundamento necesario para una familia según el evangelio, buscando el bien de los hijos, fruto del amor conyugal, que se forman y maduran por medio del ejemplo.
¡Qué penoso el estado, por el contrario, de tantos noviazgos o matrimonios en que nunca se unen por la misma fe ya que cada uno piensa y actúa desigual!
¿Qué enseñanza pueden recibir los hijos, si los padres no tienen la misma fe y por lo tanto son sujetos del permanente doble mensaje?
¿Cómo pueden ayudar a la constitución firme de la familia los hijos que buscan modelos en los ejemplos del mundo en lugar del evangelio?
Precisamente el texto del evangelio recuerda que “el niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con Él”.
Igual situación de crecimiento en la sabiduría divina y la gracia es posible, pues, cuando es Dios quien guía los pasos de padres e hijos.
El texto del evangelio del día (Lc. 2, 22-40) nos relata en breves pinceladas, el encuentro en el templo entre el anciano Simeón y la Sagrada Familia, quienes fueron guiados por la Providencia para cumplir misiones distintas.
Profetiza Simeón que el Niño será causa de caída para quienes no creyendo lo rechacen y persigan a lo largo de su vida en este mundo, y causa de elevación para todos los que buscan servir a Dios y lo reconozcan como Mesías.
A su vez, María misma, deberá sufrir los dolores y padecimientos de su Hijo, que la preparará para ser Madre de todos los hombres, y consuelo ante tantos padecimientos que nos afligen durante la vida humana.
Desde la fe, cada familia debiera repetir mirando el futuro de cada persona, las palabras de Simeón, “Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel”.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Fiesta de la Sagrada Familia, ciclo “B”. 31 de diciembre de 2017. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com.
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