San Ignacio de lo Loyola en los Ejercicios Espirituales tiene una meditación muy particular llamada de “las dos banderas”, en la que una es la de Cristo y la otra de Lucifer, mortal enemigo de nuestra naturaleza humana.
Jesús se encuentra en un lugar agradable cercano a Jerusalén desde dónde convoca a sus seguidores, mientras el demonio en otro campo cercano a Babilonia se sienta en una cátedra de fuego y humo, en figura horrible y espantosa.
Jesús convoca a toda persona de buena voluntad enviándola por el mundo para dar a conocer su doctrina y el llamado a la vida eterna, buscando además a quien obra el mal para que se convierta y se salve.
Por su parte, Lucifer convoca a todo tipo de demonios y los envía a todos los lugares del mundo para atrapar a los incautos utilizando la mentira y el engaño, atrayendo por medio del afán de riquezas, seguido del vano honor para culminar en crecida soberbia.
Esto que describe el santo lo sentimos cada uno de nosotros cuando intentamos realizar el bien, ya que como recuerda san Pablo, en nuestro interior cual campo de batalla, se desarrolla el combate entre el espíritu del bien que nos llama a lo bueno, y el espíritu del mal que engañosamente ofrece como “bueno” aquello que es malo para lograr nuestra aceptación.
Al respecto notamos esto ya en los orígenes de la humanidad, de manera que la palabra divina (Gén. 3, 9-15) describe a Adán y Eva caídos en el pecado, engañados por el demonio, el cual hace aparecer a Dios como mentiroso y frustrador de la supremacía sobre todo lo creado que el hombre busca a cualquier precio, y que siempre intentará, como en nuestros días recordamos, combatir la verdad de Dios Creador y Señor de lo visible y de lo invisible.
El texto del evangelio (Mc. 3, 20-35) recuerda el momento en que Jesús es acusado de actuar con el poder del demonio, manifestando así la falta de fe de los escribas en su divinidad, acusándolo de agente “encubierto” del diablo.
Este pensamiento tiene su lógica en el sentir de los hacedores del mal guiados por el demonio, ya que según ellos, nada bueno puede tener origen en Jesús, y que sus enseñanzas no son verdaderas.
El padre de la mentira, que es el demonio, trata de imponer la idea de que el “engañador por excelencia es el mismo Cristo” y de esa manera espantar a sus seguidores actuales o posibles, y llevarlos a la vida embustera que él esparce y promete.
En estos días se está jugando en nuestra Patria el destino de muchos argentinos ya que hay quienes quieren imponer el homicidio de inocentes por el crimen del aborto, de tal manera que ya amenazan algunas con tomar templos católicos o el congreso. Los argumentos presentados son tan inconsistentes que tratan de imponerlos por la violencia y el odio más atroz.
Por el otro lado, las personas que militan bajo la bandera de Cristo, aún conscientes de sus debilidades y pecados, promueven la dignidad de las dos vidas, que desean defender de todo atropello, siendo la oración su fortaleza.
En este campo, pienso que los defensores de la vida debemos llamar las cosas por su nombre, declarando que lo que se intenta es hacer legal la destrucción pedazo a pedazo de un niño en el vientre de su madre para después tirarlo a la basura, ya que del otro lado el diablo busca minimizar la gravedad de esto con palabras edulcorantes y enunciando inventados problemas de salud.
No quiero con mis palabras juzgar o condenar a aquellas personas que como recuerda san Juan Pablo II en la encíclica Evangelium Vitae han caído en el aborto por debilidad, presión familiar, ignorancia, sugerencia médica, desesperación o porque pensaban diferente acerca del origen de la vida.
Para todos ellos, madres y padres, cabe lo que dice Jesús en el evangelio del día: “todo será perdonado a los hombres: todos los pecados y blasfemias que profieran” si se arrepienten, confiesan y son absueltos de sus pecados por la misericordia divina.
Otra cosa distinta es el embanderamiento ideológico de tantas personas que están con la cultura de la muerte o que tratan que otros caigan en lo mismo que ellos han caído, o porque angustiados en su conciencia odian todo lo que sea bueno y sano y corresponda con la verdad.
La dureza del corazón, el desprecio a la verdad con que se manejan “los pañuelos verdes”, deja en evidencia el sometimiento al maligno.
Jesús hace referencia a un pecado especial diciendo que “el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón jamás: es culpable para siempre” ya que se resisten a la gracia divina, y que el Señor explicita: “dijo esto porque ellos decían: “Está poseído por un espíritu impuro”.
Precisamente allí radica la gravedad del pecado, es decir, atribuir al demonio lo que proviene de Dios, pretender que la verdad es mentira y la mentira verdad, no reconocer la obra de Dios, el llamado de Dios, el resistirse a la gracia divina, no arrepentirse del mal obrar ni buscar reparar el daño realizado.
Vivimos momentos difíciles en nuestra Patria ya que no sólo está en juego la entronización de la cultura de la muerte con todas las secuelas que esto trae, sino que la Nación sujeta al maligno, empeorará cada vez más como pueblo y estaremos en el futuro sometidos a la ley del mas fuerte en todos los campos de la vida.
Pidamos la gracia de vivir en la verdad y obrar siempre el bien, siguiendo las enseñanzas del Señor, sin que las presiones mediáticas nos engañen con falsas razones, ya que sólo llevan al deterioro de las personas y de las familias.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo X del tiempo Ordinario. Ciclo “B”. 10 de junio de 2018. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com
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