Estamos celebrando el mes de la Biblia y con esto la Iglesia quiere que recordemos la importancia que reviste para nosotros la Palabra de Dios.
Ésta no se limita a enseñarnos una verdad circunscripta a una época histórica determinada del devenir humano, sino que está vigente siempre en su transitar por este mundo, respondiendo siempre a los grandes interrogantes de la existencia humana. Es tan universal y profunda que ilumina el pasado, el presente y también lo que acontecerá en el futuro.
Muchas veces en la vida cotidiana nos sentimos angustiados ante la persecución constantemente soportada que marca nuestro existir de bautizados, comprometidos con Dios y nuestros hermanos. Nos choca que el maligno por sí mismo o por medio de sus seguidores, tenga éxito, y cómo el mal pareciera triunfar cada vez más.
Padecemos cuando obramos el bien lo que señala el libro de la Sabiduría ( 2, 12-. 17-20): “dicen los impíos: tendamos trampas al justo , porque nos molesta y se opone a nuestra manera de obrar; nos echa en cara las transgresiones a la Ley y nos reprocha las faltas contra la enseñanza recibida”.
En este sentido, el texto bíblico de referencia nos muestra por un lado la “sabiduría” de los malos que respirando sólo maldad, tratan de aniquilar a los justos, y por otra parte la sabiduría de los justos que aunque despreciada por los ímpios, han puesto su confianza en el poder divino y así suplican (Salmo 53, 3-6.8) “Dios mío, sálvame por tu Nombre , defiéndeme con tu poder, Dios mío escucha mi súplica, presta atención a las palabras de mi boca”.
Sin embargo, a pesar de la queja del justo, la respuesta es el silencio de Dios pues no sale al cruce defendiéndonos del mal, olvidando nosotros que si así siempre fuera, no existirían en el santoral los testimonios de los mártires perseguidos y asesinados en el decurso de la historia y en nuestros días.
Si caminamos el sendero divino debemos estar seguros que aunque los malos desafien a Dios reclamándole que asista a los que hacen el bien, su respuesta llegará, aunque no sabemos ni el día ni la hora, siendo necesario, eso sí, que como Él, soportemos su pasión y muerte de cruz acompañándolo de esa manera en su sacrificio redentor.
En el texto del evangelio (Mc. 9, 30-37) continuamos vislumbrando los dos modos de vivir la “sabiduría”, la de los mundanos que no siguen las enseñanzas de Jesús, soñando con los primeros puestos en la sociedad, pavonándose con el delirio de quién es el más grande y, quienes transitan el camino del Señor que conduce a la resurrección y victoria final pasando por la cruz redentora.
El mismo Jesús en el texto que nos ocupa señala una forma concreta de vivir el ser “primeros” pasando de la sabiduría del mundo a la sabiduría del evangelio.
Se trata de trabajar por ser primeros en todo lo que sea honesto, verdadero y bueno pero asumiendo el ser el “último de todos y el servidor de todos”.
Covocados estamos, pues, a ser servidores, que siguiendo el ejemplo de Jesús que se entregó a sí mismo, nos pongamos especialmente al servicio de los desechados de este mundo, a los pequeños y frágiles de la sociedad, a los que no tienen voz para hacerse escuchar en medio de tantas injusticias y olvido de los que no tienen mas defensor que el mismo Dios.
Siguiendo con esta descripción de lo que caracteriza la sabiduría mundana y la del evangelio y, que se nos presentan ante nosotros como posibles caminos a seguir en todo lo que refiere a la relación personal con los demás, el apóstol Santiago (3,16-4,3) nos alecciona mostrando un camino concreto a seguir en medio de las vicisitudes de la vida.
Y así, lo mundano en la relación con el prójimo se caracteriza por la rivalidad, la discordia, el desorden y toda clase de maldad, mientras que “la sabiduría que viene de lo alto es, ante todo, pura; y además, pacífica, benévola y conciliadora; está llena de misericordia y dispuesta a hacer el bien; es imparcial y sincera”.
Cuando afirma “¿de dónde provienen las luchas y querellas que hay entre ustedes?” el apóstol Santiago posiblemente piense en que los malvados que se unen para hacer el mal a los justos, desconfian entre sí y culminan siempre divididos cuando ya no hay “justos” a los que perjudicar.
Se puede concluir esto cuando responde “¿No es precisamente de las pasiones que combaten en sus mismos miembros?” ya que “ustedes ambicionan” como acontece con los malos cualquiera sea su origen y destino, “y si no consiguen lo que desean, matan; envidian, y al no alcanzar lo que pretenden, combaten y se hacen la guerra”.
Estamos viviendo momentos difíciles en que la Iglesia y cada uno de nosotros que tratamos de mantenernos fieles a Jesús y al evangelio, recibimos el desprecio o la indiferencia de no pocas personas de la sociedad en la que estamos insertos.
Los abusos sexuales causados por algunos miembros de la Iglesia, ya sacerdotes, ya laicos; la confusión que originan no pocos clérigos enseñando lo contrario al dogma o la moral católicas; la pérdida de fe de los bautizados que se manifiesta por la ausencia en la misa dominical o en el testimonio evangelizador; la moda de las apostasías personales o masivas; la defensa del aborto y de la ideología de género, y otros tantos males, no nos deben desalentar como bautizados.
Por el contrario, todo esto nos ha de estimular a permanecer fieles, a seguir más unidos tras los pasos y enseñanzas de Jesús, con la seguridad que nos da el ser Él nuestro apoyo verdadero y que nos fortalece y acompaña con su poder y su gracia, especialmente en la Eucaristía, en la oración y en la vida de penitencia expiatoria en bien de todos.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el XXV domingo durante el año. Ciclo “B”. 23 de septiembre de 2018. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com.
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