Jesús nuevamente nos ilumina con su Palabra para que sea posible para nosotros crecer siempre como hijos amados de Dios.
Precisamente, la liturgia de este domingo permite reflexionar acerca del amor a Dios y al prójimo, siendo éstos mandamientos los que nos conducen “sin tropiezos” a la vida eterna, como imploramos alcanzar en la oración primera de esta misa dominical.
Esta reflexión está suscitada por la inquietud que un escriba presenta a Jesús, reconocido como verdadero maestro de la verdad.
Para el escriba del texto evangélico no era ociosa la pregunta acerca del primer mandamiento, porque se habían acumulado tantas prescripciones humanas en el decurso del tiempo, que no sólo era imposible vivir sometidos a las diversas normas, sino que se dejaba de lado lo importante por cumplir lo más urgente y exigente en el devenir cotidiano.
Jesús comienza respondiendo con la exigencia del Deuteronomio (6,1-6) dada a conocer por Moisés como mediador que es entre Dios y el pueblo.
Se trata de la oración que también hoy el judío piadoso repite tres veces al día, la Shemá, que recuerda “Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas”, de modo que “graba en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy”.
La oración deja en claro el señorío del Dios de la Alianza, que está por encima de todo lo creado, y cuyo reconocimiento permite al creyente alejarse de todo tipo de idolatría, dejando cualquier tentación que apareciera sugiriendo la superioridad malsana de algún ser creado.
Esto resulta necesario recordarlo siempre ya que el pueblo elegido estaría relacionado con otras naciones y culturas que adoraban diversas deidades. De hecho en la historia de Israel aparece no pocas veces cómo se introdujeron cultos falsos entre el pueblo a causa de la defección principalmente de las clases gobernantes que sucumbían a la idolatría.
En nuestros días la cultura del descreimiento que invade la sociedad, ha desalojado a Dios de la vida del hombre, colocándose él mismo como centro de todo lo que existe.
De hecho el ser humano pretende construirse a sí mismo según su voluntad, dejando de lado su relación creatural con el Hacedor, creyéndose Dios, autorizado a imponer como verdad lo que se siente, lo que autopercibe, lo que parece, por encima de la verdad originada en el ser de cada creatura que ha salido de la inteligencia y voluntad divinas.
El mismo orden de la naturaleza está siendo desplazado por la creencia de que el ser humano es señor absoluto de todo lo que existe, y que puede por lo tanto disponer de modo diferente a la realidad misma de los seres creados, llegándose por ejemplo, a rechazar que los animales están al servicio del hombre como alimento y sustento de la vida cotidiana.
Ya pretenden no pocos desconocer el proyecto divino de que fuimos creados como varones o mujeres, inventando un sinnúmero de “existencias” dándole entidad a lo que antes llamábamos “entes de razón”.
Olvidado Dios del horizonte humano, fácilmente se deja de amarlo sobre todo lo creado, tornando sus mandamientos en algo sin vigencia en una sociedad en que todo posee “valor moral” según la mirada de cada uno.
De allí la necesidad de retornar a las fuentes para que el pecado que busca hundirnos cada vez más, pueda ser vencido por el amor que Dios tiene para cada uno cuando nos rescata por el misterio redentor de su Hijo.
Hemos de transmitir que lo quiera o no, el ser humano está ligado a Dios por la creación, y que la pretensión de liberarnos de Él es sólo una ilusión, ya que dejaríamos de ser personas si esta “liberación” fuera posible.
Es necesario que actualicemos el hecho de que vivimos en la presencia de Dios, que Él sigue nuestros pasos, no para someternos, sino para guiarnos por el camino que permite nuestra personal grandeza como personas.
Precisamente la pretensión de prescindir de Dios ha transformado al hombre en un ser sin rumbo ni destino alguno, resultando no pocas veces insoportable la existencia misma ya personal como social.
La vivencia de los mandamientos nos enseña la Escritura (Dt. 6, 1-6) conduce siempre a la felicidad ya que “Así gozarás de bienestar y llegarás a ser muy numeroso en la tierra que mana leche y miel, como el Señor, tu Dios, te lo ha prometido.”
De hecho la fidelidad a Dios y a su Palabra nos hace ver la necesidad de amarlo al Señor con todo nuestro ser, nuestro corazón, nuestra alma, viéndolo siempre como el más importante en nuestro existir diario.
Amándolo a Dios con todo nuestro ser, permite comprender lo que significa el que su Hijo hecho hombre nos ame también de esa manera hasta la ofrenda de sí mismo en la muerte en Cruz.
La carta a los hebreos (7, 23-28) recuerda precisamente a Jesús como Sumo Sacerdote por el cual somos purificados y elevados a vivir en el ámbito de la gracia sobrenatural que nos constituye en nuevas creaturas.
Transformados por la vivencia profunda del amor a Dios, también nosotros continuamos con esta mediación entre Dios y los hombres por medio del amor al prójimo que agrega Jesús en su enseñanza.
En efecto, la relación filial con Dios Padre y fraternal con Dios Hijo, nos lleva por la acción del Espíritu a amar al hermano por amor a Dios.
No se trata ya sólo del amor “al paisano”, al miembro de la comunidad, sino a todo hombre que vive en este mundo, principalmente al pecador, al que vive alejado de Dios y de nosotros por sus ideas erróneas, e incluso aquellos que no quieren ser amados porque ven esto como un signo de debilidad en el que ama y en el que se deja amar sin sentido aparente.
Recordemos que quien vive cada día estos dos amores, recibe las palabras de Jesús dichas al escriba: “No estás lejos del Reino de Dios”.
Hermanos: acerquémonos a Cristo pidiendo nos enseñe el camino del amor a Dios y al prójimo, para encontrarnos con Él en la Vida Eterna.
Canónigo Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XXXI del tiempo Ordinario. Ciclo “B”. 04 de noviembre de 2018. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com
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