El misterio de la Transfiguración del Señor lo
contemplamos siempre el segundo domingo de cuaresma y, a partir de
este hecho, de esta manifestación especial de la divinidad de Jesús, sabemos que quería preparar el corazón de los discípulos para afrontar los
momentos de su pasión, sin sobresaltos, sin desanimarse, asegurando de ese modo, que de la muerte del Señor, luego se seguiría su resurrección gloriosa, y se confirmaría la promesa de la propia de cada persona.
A esta fiesta
litúrgica que se celebra cada 6 de agosto y que estamos actualizando, se le quiere dar no solamente ese toque que se contempla en el
tiempo de cuaresma, sino descubrir su sentido escatológico, es decir, de un
acontecimiento al fin de los tiempos. ¿Qué nos dice la Sagrada Escritura? La
primera lectura es del libro del profeta Daniel (7,9-10.13-14). Este libro contiene una autobiografía del profeta seguida de algunas visiones proféticas de carácter apocalíptico, en las que manifiesta cómo los reinos, los poderes de este mundo, se desploman uno tras otro.
Ante la caída de estos reinos, por medio de una visión que tiene, el profeta contempla a un anciano que resplandece transfigurado, que refiere a Dios Padre por cierto, que se sienta en un trono, al cual millares le rinden culto
de adoración, y a su vez, un tribunal se sienta en sus tronos debidamente preparados.
A continuación, el profeta continúa describiendo la visión nocturna diciendo que "vi que venia sobre las nubes del cielo como un Hijo de hombre; él avanzó hacia el anciano .....y le fue dado el dominio, la gloria y el reino, y lo sirvieron todos los pueblos, naciones y lenguas. Su dominio es un dominio eterno, que no pasará, y su reino no será destruido".
Esta entronización de un hijo de hombre se refiere a Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre en el seno de María, a quien se lo
reviste de poder sobre todo lo creado y cuyo reino no será destruido.
Ciertamente con esto el profeta nos colma de esperanza y de confianza
ante un mundo que cada vez cree menos en Dios.
En efecto, la humanidad dobla su rodilla ante los
poderosos de este mundo y ante los ídolos que existen en la sociedad, por lo que es bueno recordarle que todo eso desaparecerá y que sólo quedará precisamente el reinado de Jesús a quien se le ha
dado todo poder sobre el cielo, sobre la tierra sobre toda criatura.
Precisamente el texto del evangelio (Mt. 17, 1-9) que describe la Transfiguración, confirma lo que ya anunciaba el profeta Daniel, es decir, la soberanía de Cristo sobre todo lo que existe, la cual no es empañada por la pasión y muerte en cruz, porque la resurrección no sólo habla del triunfo final de Cristo como Señor absoluto, sino también del nuestro, si permanecemos unidos a Él.
Ahora bien, ¿cómo sabemos que sucedió esto de la Transfiguración en el monte Tabor? porque no solamente están los textos en los evangelios sinópticos, sino que en la segunda carta de San Pedro (1,16-19), él dice que fue testigo del momento en que se manifestó la gloria del Señor Jesús, junto a Santiago y Juan, y que así como ellos fueron
preparados en su corazón para poder soportar la pasión y muerte
del Señor, también nosotros hemos de tener esa confianza de superar los males de este mundo sabiendo del triunfo de Jesús.
¿Qué pasó
en el monte Tabor? Jesús les manifestó la divinidad
como si se hubiera despojado de la humanidad y dejara resplandecer únicamente
la divinidad, y es tal el gozo que viven, que Pedro dice voy a hacer tres carpas
una para ti, otra para Moisés y otra para Elías que aparecen allí conversando
con Jesús.
Pero no tuvo tiempo de hacer eso, Marcos y Lucas dicen que Jesús le
dijo no sabes lo que decís, acá el texto de Mateo no lo señala.
Ahora bien, ¿por qué no
sabe Pedro lo que dice? porque no se puede poner al mismo nivel Moisés, Jesús y Elías, ya que Jesús está por encima de los demás.
En efecto, la presencia de Moisés recuerda que Jesús es la plenitud de la ley y, la de Elías, que en Jesús se cumple lo que los profetas habían
anunciado a lo largo de los siglos.
Y en ese momento se muestra la gloria del Señor, o sea, ese poder que le
ha sido dado sobre todo lo creado, ante lo cual los discípulos se arrodillan atemorizados delante del Señor, quien los levanta y les dice no hablen de esto hasta
después de la resurrección.
Ahora bien, esta manifestación de la divinidad de
Cristo tiene su confirmación porque se escucha la voz del Padre, como lo
recuerda también San Pedro, que dice, "Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo".
Así
como en el Antiguo Testamento había que escuchar a Moisés y cumplir con la ley
de Dios, en el Nuevo Testamento hay que escuchar al nuevo Moisés que es Cristo y
seguir la nueva ley, la ley del Espíritu que Él viene a dejarnos.
Por lo tanto, hasta el fin de los tiempos, hasta que el Señor
venga por segunda vez y aparezca con todo su poder sobre todos los poderes de
este mundo, tenemos que escuchar la voz de Jesús y seguirla, llevar a la práctica
lo que nos enseña continuamente.
Nosotros escuchamos muchas veces las voces de esta sociedad que aturden, distraen, o hacen caer en ambigüedades
religiosas, por eso hemos de escuchar a Jesús, Él es el revestido de poder y gloria que
vino a salvarnos con su muerte y resurrección y que viene ahora permanentemente
para conducirnos y guiarnos a la Patria Celestial.
Pidamos su iluminación por la fe, para que
nunca dejemos de esperar y obrar según la caridad, para caminar por este mundo con
la certeza de que escuchándolo a Él seremos también nosotros constituidos como
hijos predilectos del Padre
Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe, Argentina. Homilía en la Fiesta Litúrgica de la Transfiguración del Señor. Ciclo A. 06 de agosto de 2023
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