Salomón hereda el trono de David su padre (I Rey. 3,5.7-12), consciente que es apenas un muchacho, inexperto para atender todos
los problemas que debe resolver como rey de un pueblo tan numeroso como el de Israel.
De allí, que Dios le pregunte qué puede hacer por él, y Salomón sabiendo de su pequeñez, pero reconociendo que fue elegido por Dios para reinar sobre ese pueblo, le suplica la
sabiduría necesaria para saber gobernar, reconocer lo bueno y lo
malo, administrar la justicia, y realizar todo aquello que implique dar gloria al Dios de la Alianza, y servir a ese pueblo que se le ha confiado.
El texto bíblico afirma que a
Dios le agradó esta súplica, ya que no pidió dinero, ni poder, ni cosa alguna material, sino aquello que es un don que viene de lo Alto, una gracia muy especial, para servir al Señor y a sus hermanos, por lo que le es concedida esta
sabiduría.
Por esto, Salomón fue siempre reconocido como un rey
sabio, y a su vez, Dios le otorgó todo lo que él no había pedido, a condición que lo sirva fielmente observando la Ley divina.
Nosotros también
tenemos que pedirle a Dios la sabiduría.
¡Cuántas veces en nuestras súplicas pedimos cosas materiales de todo tipo, que no
están mal en sí mismas, pero sería mejor pedir la sabiduría necesaria
para discernir entre el bien y el mal, para agradar a Dios y hacer su voluntad y convivir con nuestros hermanos!
Porque no
es fácil descubrir qué es lo que Dios quiere de cada uno de nosotros si no estamos tocados por esa gracia, por esa iluminación por parte suya y sin tener la
fuerza de lo alto para realizar el bien.
Hemos de pedir también siempre esa sabiduría, que por otra parte, ha de conducirnos a encontrar el
tesoro escondido en el campo.
Seguimos con las parábolas del reino, reino
que significa la presencia de Dios, de Jesucristo en nuestro corazón, en la
sociedad, en el mundo, reino que debe ser buscado por
quien es sabio.
Por eso la necesidad de pedir esta sabiduría, para que
nuestra búsqueda esté enfocada principalmente en encontrar a Jesús, que es el
tesoro escondido en el campo (Mt. 13, 44-52), y una vez encontrado, ser capaces de
venderlo todo, como nos dice el texto, dejando todo lo que pueda ser
impedimento para vivir con Él.
¡Qué hermosa gracia
realmente el poder encontrarlo a Jesús como tesoro, como aquello que es lo más
importante en nuestra vida, lo que le da sentido a nuestro existir!
¿De qué vale tener otro tipo de sabiduría y conocimiento, riquezas, bienes, si
uno no lo tiene a Jesús, si no vive la misma vida de Jesús, si no está presente
en nuestra vida?
La otra parábola que trae el texto del Evangelio también es
parecida a esta primera, se trata de un negociante que busca una perla fina.
En
el primer caso pareciera que el encuentro del tesoro fue accidental, pero acá
no, ya que este hombre, el negociante, que ya es un sabio del espíritu, está empeñado
en encontrar la perla más fina, la más importante, y también cuando la
encuentra es capaz de vender todo lo que tiene para poseer esa perla.
Aquí
entonces vemos que la búsqueda está directamente puesta en encontrar esa perla
fina, en encontrar a Cristo.
¿Cuánta gente encuentra a Jesús inadvertidamente,
como en el caso del tesoro escondido en el campo, que se dio de improviso? ¿Cuánta gente busca a Cristo nuestro Señor, sin quizás darse cuenta de ello? A su vez, ¿Cuántos buscan algo o alguien que le dé plenitud en su vida, porque se sienten vacíos, porque se encuentran disconformes con su existencia, y por eso buscan la perla valiosa que es Jesús?
La tercera parábola tiene un carácter
escatológico, o sea, mira al fin de los tiempos, de allí que el reino de los cielos se
parezca a una red, o sea, la presencia de la Iglesia que continúa la de Cristo
en medio del mundo, es como una red que recoge peces buenos y malos.
Nos está
dejando bien en claro, como la parábola del trigo y de la cizaña, que la Iglesia reúne, convoca a todo
el mundo, y que dentro de ella, como nuevo reino de Cristo, hay gente buena y mala, gente con ganas de comprometerse, y personas que están por
estar, como para asegurarse el futuro, pero no viven según el evangelio.
Y sucede que con la red se recogen
esos peces y, al fin de los tiempos, como en la parábola del trigo y la cizaña, se hace la separación entre los buenos y los malos, es decir, entre los seguidores de Cristo y aquellos que no lo han seguido, o no quieren
responder a esa vida nueva que Él ofrece.
Ante nosotros, queridos hermanos, se presentan estos planteos y nos puede ayudar el preguntarnos si realmente hemos
hallado en Jesús al tesoro escondido, que quizás no buscábamos del todo, o si
encontramos a Jesús, porque lo hemos añorado como la perla más preciosa, o si
quizás estamos en este nuevo reino de Dios, sin jugarnos totalmente por la
causa de Cristo, sujetos a ser desechados al final de nuestra vida temporal.
O sea, ir viendo cuál es nuestra actitud, qué lugar ocupamos
dentro de la Iglesia, si realmente, con la sabiduría que viene de Dios, como
Salomón, buscamos distinguir entre el bien y el mal, entre la justicia y lo que
no lo es. Si sabemos realmente tener esa sabiduría, buscarla, pedirla, para
poder crecer en el amor a Dios, en el conocimiento y seguimiento de Cristo
nuestro Señor.
Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe, Argentina. Homilía en el domingo XVII durante el año. Ciclo A. 30 de julio de 2023.
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