San Agustín permaneció durante muchos años desorientado
en su vida buscándole un sentido, hasta que llegó el momento de su conversión, contribuyendo mucho para la misma, la oración y las lágrimas de su madre que
sería después Santa Mónica.
A su vez, San Agustín reconoce una vez convertido, que en los momentos de oscuridad de su alma, Dios se le mostraba
permanentemente, pero él no lo sabía descubrir, reconociendo que su corazón inquieto sólo encontró paz cuando descansó en Jesús.
Con su propia experiencia, el futuro obispo de Hipona, enseña que el sentido de la vida de toda persona está puesto en el
encuentro con Dios, de modo que si el ser humano no se encuentra con su Creador, no se hace amigo
de Él y no lo busca permanentemente, vivirá a la deriva, en la
oscuridad de su alma, contemplándose a sí mismo pero no a su Señor, porque el fin último del hombre es precisamente la contemplación de Dios.
En este sentido recordemos que nada
ni nadie puede impedir el encuentro con Dios, ya que en esta vida perdemos todo o
podemos perderlo, sin que dependa de nuestra voluntad, pero la amistad con el Creador sólo necesita del ser humano su respuesta.
Dios siempre está deseoso de que nos unamos a Él, por eso como refiere la primera lectura (I Sam.3, 3-10) llama a
Samuel tres veces, el cual será ayudado por el sacerdote Elí -quien hará las veces de lo que hoy llamamos un director espiritual-, que le indica cómo responder ante un nuevo llamado, por lo que Samuel responde a Dios, cambiando totalmente su vida al asumir un papel muy importante en la vida del pueblo de Israel, y no dejando caer en el olvido ninguna palabra divina.
Sin embargo, Dios no solamente llama a nuestro corazón cuando estamos dispuestos
a seguir su voluntad, sino que también hemos de buscarlo, y
en la búsqueda también aparece la figura del mediador, y así, Juan Bautista dirá
a Andrés y a Juan ante la aparición de Jesús, "este es el Cordero de Dios" (Jn. 1, 35-42).
Estos dos
discípulos de Juan quedaron impactados con la persona de Jesús y comienzan a seguirlo, el cual les preguntará que buscaban, a lo que responden:"¿Señor dónde vives?" a lo que responderá "vengan y lo verán" cambiando la vida de estos dos hombres que de
discípulos de Juan se convierten en seguidores de Jesús, lo cual no molesta al Bautista porque siempre tuvo en claro que debían seguir al que venía detrás suyo y al cual él preparaba el camino de ese encuentro.
Andrés está entusiasmado y va en busca de su hermano Simón diciéndole "hemos encontrado al Mesías", de manera que
han entendido perfectamente que el Cordero de Dios es el Mesías anunciado desde
antiguo. Simón es llevado ante Jesús quien le cambia el nombre
anticipando algo especial para él pero que todavía no está preparado
para entender a fondo lo que esto significa.
Llegará el momento en que Jesús le
diga a ambos hermanos "síganme que los haré pescadores de hombres".
Ahora bien, para entender lo
que es ser discípulo del Señor hemos de buscar a Jesús para
que nuestra vida sea iluminada totalmente por su presencia ya que quiere transformarnos y, que una vez que se dé ese encuentro, vayamos a buscar a otros para que también lo sigan.
De allí que nuestra misión en este mundo debe apuntar siempre a tratar de que el mayor número de personas se encuentre con Jesús, porque
esto inclusive refiere a la verdadera felicidad del hombre. Estamos inmersos en
una cultura donde Dios ha desaparecido de la escena personal y social y el ser
humano recorre la vida habiendo muchas veces perdido el sentido de la existencia, o para qué está en este mundo y por qué es necesaria la amistad
con Dios.
En efecto, hemos de comprender que el apartarse de Dios implica que no seamos
felices y busquemos sustitutos que pretenden hacer creer que allí está la verdadera felicidad.
Por eso es importante lo que enseña san Pablo hoy
refiriéndose al tema concreto de la lujuria (I Cor. 6, 13-15.17-20). Él veía en muchos de los
cristianos de Corinto que pensaban que la vida desarreglada en el ámbito de la
sexualidad no impedía que pudieran amar al Señor, por lo que el apóstol habla con toda claridad y dice la verdad y no tiene miedo a lo que la sociedad griega pudiera decirle.
Él debe predicar a Jesús y por eso dirá que
nuestros cuerpos no nos pertenecen, ya que por el bautismo pertenecemos a
Cristo nuestro Señor, somos templos del Espíritu Santo, nos hemos hecho uno con
Jesús y ese cuerpo también debe dar culto a Dios nuestro Señor.
En efecto, no solamente honramos y adoramos a Dios con nuestra alma, sino también con nuestro cuerpo, sabiendo que precisamente la lujuria, el desenfreno sexual, hace que el hombre se
autocontemple a sí mismo, se extravíe en un camino que realmente lo aparta
permanentemente de Dios.
De allí la importancia que tiene el profundizar, ahondar
en nuestra unión con Cristo que nos ha redimido con la
muerte en cruz y así podamos avanzar en una existencia totalmente nueva, no
alejándonos sino acercándonos más y más a su Persona.
Hermanos: estemos atentos para escuchar la voz de Dios como Samuel, dispuestos a buscar a Cristo para poder ser amigos de Él y convencidos que para el cumplimiento de los mandamientos se nos entrega el don del Espíritu Santo.
Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 2do domingo del tiempo "per annum" ciclo B. 14 de enero de 2024
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